"Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tu el lector de estos ejercicios, y yo su redactor" Jorge Luis Borges
martes, 13 de mayo de 2014
Trastornos del lenguaje
Stillman se acomodó lentamente en su asiento y al fin dirigió su atención hacia
Quinn. Cuando sus ojos se encontraron, Quinn sintió repentinamente que Stillman se había
vuelto invisible. Podía verle sentado en la butaca frente a él, pero al mismo tiempo tenía la
sensación de que no estaba allí. Se le ocurrió que quizá Stillman fuese ciego. Pero no, eso
no parecía posible. El hombre le estaba mirando, incluso estudiándole, y aunque a su cara
no asomaba el reconocimiento, había en ella algo más que una mirada vacía. Quinn no
sabía qué hacer. Se quedó allí sentado y mudo, devolviéndole la mirada a Stillman. Pasó
mucho tiempo.
—Nada de preguntas, por favor —dijo el joven al fin—. Sí. No. Gracias. —Hizo
una pausa—. Soy Peter Stillman. Digo esto libremente. Sí. Ése no es mi verdadero nombre.
No. Por supuesto, mi mente no es todo lo que debiera ser. Pero nada se puede hacer
respecto a eso. No. Respecto a eso. No, no. Ya no.
»Usted está ahí sentado y piensa: ¿Quién es esa persona que me habla? ¿Qué son
esas palabras que salen de su boca? Yo se lo diré. O no se lo diré. Sí y no. Mi mente no es
todo lo que debiera ser. Digo esto por mi propia voluntad. Pero lo intentaré. Sí y no.
Intentaré decírselo, aunque mi mente hace que sea difícil. Gracias.
»Mi nombre es Peter Stillman. Quizá haya oído hablar de mí, pero es más probable
que no. Da igual. Ése no es mi verdadero nombre. Mi verdadero nombre no lo recuerdo.
Disculpe. No es que importe. Es decir, ya no.
»Esto es lo que se llama hablar. Creo que ése es el término. Cuando las palabras
salen, vuelan por el aire, viven un momento y mueren. Extraño, ¿no? Yo no tengo opinión.
No y otra vez no. Sin embargo, hay palabras que necesitará tener. Hay muchas. Muchos
millones, creo. Quizá sólo tres o cuatro. Disculpe. Pero lo estoy haciendo bien hoy. Mucho
mejor que de costumbre. Si puedo darle las palabras que necesita tener, será una gran
victoria. Gracias. Gracias un millón de veces.
»Hace mucho tiempo estaban mamá y papá. No recuerdo nada de eso. Ellos dicen:
Mamá murió. Quiénes son ellos no puedo decírselo. Disculpe. Pero eso es lo que dicen
ellos.
»Así que no hay mamá. Ja, ja. Ésa es mi risa ahora, un guirigay que sale de mi tripa.
Ja, ja, ja. Papá grande decía: Es igual. Para mí. Es decir, para él. El papá grande de los
grandes músculos y el bum, bum, bum. Nada de preguntas ahora, por favor.
»Yo digo lo que dicen ellos porque yo no sé nada. Yo sólo soy el pobre Peter
Stillman, el niño que no puede recordar. Llorón. Remolón. Bobalicón. Disculpe. Ellos
dicen, ellos dicen. Pero ¿qué dice el pobrecito Peter? Nada, nada. Ya nada.
»Había esto. Oscuridad. Mucha oscuridad. Estaba tan oscuro como muy oscuro.
Ellos dicen: Ésa era la habitación. Como si yo pudiera hablar de eso. De la oscuridad,
quiero decir. Gracias.
»Oscuridad, oscuridad. Dicen que durante nueve años. Ni siquiera una ventana.
Pobre Peter Stillman. Y el bum, bum, bum. Los montones de caca. Los lagos de pis. Los
desmayos. Disculpe. Atontado y desnudo. Disculpe. Ya no.
»Así que hay oscuridad. Se lo digo a usted. Había comida en la oscuridad, sí,
comida machacada en la oscura habitación silenciada. Él comía con las manos. Disculpe.
Quiero decir que Peter comía con las manos. Y si yo soy Peter, tanto mejor. Es decir, tanto
peor. Disculpe. Yo soy Peter Stillman. Ése no es mi verdadero nombre. Gracias.
»Pobre Peter Stillman. Era un niño pequeño. Apenas unas cuantas palabras propias.
Y luego ni una palabra, y luego nadie, y luego no, no, no. Ya no.
»Perdóneme, señor Auster. Veo que se está poniendo triste. Nada de preguntas, por
favor. Mi nombre es Peter Stillman. Ése no es mi verdadero nombre. Mi verdadero nombre
es señor Triste. ¿Cuál es su nombre, señor Auster? Quizá usted es el verdadero señor Triste
y yo no soy nadie.
»Bua bua. Disculpe. Ésa es mi manera de llorar y berrear. Bua bua, snif snif. ¿Qué
hacía Peter en aquella habitación? Nadie lo sabe. Algunos dicen que nada. En cuanto a mí,
creo que Peter no podía pensar. ¿Parpadeaba? ¿Bebía? ¿Apestaba? Ja, ja, ja. Disculpe. A
veces soy muy divertido.
»Ris ris clic desmorocho baju. Chas chas camarrás. Ruido pasmado, traca traca,
mastimana. Sí, sí, sí. Disculpe. Soy el único que entiende estas palabras.
»Más tarde, más tarde, más tarde. Eso dicen. Duró demasiado tiempo para que Peter
esté bien de la cabeza. Nunca más. No, no, no. Dicen que alguien me encontró. No, no
recuerdo lo que sucedió cuando abrieron la puerta y entró la luz. No, no, no. Yo no puedo
decir nada de eso. Ya no.
»Durante mucho tiempo llevé gafas oscuras. Tenía doce años. O eso dicen. Viví en
un hospital. Poco a poco me enseñaron a ser Peter Stillman. Decían: Tú eres Peter Stillman.
Gracias, decía yo. Ya, ya, ya. Gracias y gracias. Decía yo.
»Peter era un bebé. Tenían que enseñarle todo. A andar, ¿sabe? A comer. A hacer
caca y pis en el retrete. Eso no fue malo. Incluso cuando les mordía, ellos no hacían el bum,
bum, bum. Más tarde incluso dejé de rasgarme la ropa.
»Peter era un buen chico. Pero era difícil enseñarle palabras. Su boca no funcionaba
bien. Y por supuesto no estaba bien de la cabeza. Ba ba ba, decía. Y da da da. Y va va va.
Disculpe. Llevo años y años. Ahora le dicen a Peter: Ya puedes irte, no podemos hacer
nada más por ti. Peter Stillman, eres un ser humano, decían. Es bueno creer lo que dicen los
médicos. Gracias. Muchísimas gracias.
»Soy Peter Stillman. Ése no es mi verdadero nombre. Mi verdadero nombre es Peter
Conejo. En invierno me llamo señor Blanco, en verano me llamo señor Verde. Piense lo
que quiera de esto. Lo digo por mi propia voluntad. Ris ris clic desmorocho baju. Es bonito,
¿verdad? Invento palabras como éstas continuamente. No puedo remediarlo. Salen de mi
boca por sí mismas. No se pueden traducir.
»Preguntar y preguntar. No es bueno. Pero se lo diré. No quiero que esté triste,
señor Auster. Tiene usted una cara muy amable. Me recuerda a alguien. No sé a quién. Y
sus ojos me miran. Sí, sí. Los veo. Eso está muy bien. Gracias.
»Por eso se lo cuento. Nada de preguntas, por favor. Usted se está preguntando por
todo lo demás. Es decir, el padre. El terrible padre que le hizo todas esas cosas al pequeño
Peter. Tranquilícese. Le llevaron a un sitio oscuro. Le encerraron y le dejaron allí. Ja, ja, ja.
Disculpe. A veces soy muy gracioso.
»Trece años, dijeron. Quizá es mucho tiempo. Pero yo no sé nada del tiempo. Yo
soy nuevo cada día. Nazco cuando me despierto por la mañana, envejezco durante el día y
muero por la noche cuando me duermo. No es culpa mía. Hoy lo estoy haciendo muy bien.
Lo estoy haciendo mucho mejor que nunca.
»Durante trece años el padre ha estado lejos. Él también se llama Peter Stillman.
Extraño, ¿no? Que dos personas puedan tener el mismo nombre. Es su verdadero nombre.
Pero no creo que él sea yo. Los dos somos Peter Stillman. Pero Peter Stillman no es mi
verdadero nombre. Así que quizá no sea Peter Stillman, después de todo.
»Trece años, digo. O dicen. Da igual no saber nada del tiempo. Pero lo que me
dicen es esto: Mañana es el fin de los trece años. Eso es malo. Aunque dicen que no, es
malo. Se supone que no me acuerdo. Pero de vez en cuando me acuerdo, a pesar de lo que
digo.
»Él vendrá. Es decir, el padre vendrá. Y tratará de matarme. Gracias. Pero yo no
quiero eso. No, no. Ya no. Peter ahora vive. Sí. No todo está bien en su cabeza, pero vive.
Y eso es algo, ¿no? Puede apostar su último dólar. Ja, ja, ja.
«Ahora soy principalmente poeta. Todos los días me siento en mi cuarto y escribo
un poema. Invento todas las palabras yo, igual que cuando vivía en la oscuridad. Empiezo a
recordar cosas de esa manera, a fingir que estoy otra vez en la oscuridad. Soy el único que
sabe lo que significan las palabras. No pueden traducirse. Esos poemas me harán famoso.
Son únicos. Sí, sí, sí. Unos poemas preciosos. Tan preciosos que el mundo entero llorará.
»Más tarde quizá haga otra cosa. Cuando termine de ser poeta. Antes o después me
quedaré sin palabras, ¿comprende? Todo el mundo tiene solamente cierto número de
palabras dentro. Y, entonces, ¿dónde estaré? Creo que después me gustaría ser bombero. Y
después médico. Da igual. Lo último que seré es funambulista. Cuando sea muy viejo y al
fin haya aprendido a andar como las demás personas. Entonces bailaré en la cuerda floja y
la gente se quedará asombrada. Incluso los niños pequeños. Eso es lo que me gustaría.
Bailar en la cuerda floja hasta que me muera.
»Pero no importa. Es igual. Para mí. Como puede ver, soy un hombre rico. No tengo
que preocuparme. No, no. De eso no. Puede apostar su último dólar. El padre era rico y el
pequeño Peter recibió todo su dinero cuando le encerraron en la oscuridad. Ja, ja, ja.
Disculpe que me ría. A veces soy muy gracioso.
»Soy el último Stillman. Era una familia importante, o eso dicen. Del viejo Boston,
por si ha oído hablar de ellos. Yo soy el último. No hay otros. Soy el final de todos, el
último hombre. Tanto mejor, creo. No es una pena que todo acabe ya. Es bueno que todos
estén muertos.
»El padre quizá no era realmente malo. Por lo menos eso digo ahora. Tenía la
cabeza grande. Tan grande como muy grande, lo cual quiere decir que había demasiado
sitio en ella. Demasiados pensamientos en aquella gran cabeza. Pero pobre Peter, ¿verdad?
En un terrible aprieto realmente. Peter que no podía ver ni decir, que no podía pensar ni
hacer. Peter que no podía. No. Nada.
»No sé nada de esto. Tampoco lo entiendo. Mi esposa es quien me cuenta estas
cosas. Ella dice que es importante para mí saber, aunque no entienda. Pero ni siquiera
entiendo eso. Para saber, hay que entender. ¿No es así? Pero yo no sé nada. Quizá soy Peter
Stillman. Quizá no. Mi verdadero nombre es Peter Nadie. Gracias. ¿Y qué piensa de eso?
»Así que le estoy contando lo del padre. Es una buena historia, aunque no la
entiendo. Puedo contársela porque sé las palabras. Y eso es algo, ¿no? Saber las palabras,
quiero decir. ¡A veces estoy tan orgulloso de mí mismo! Disculpe. Eso es lo que dice mi
esposa. Dice que el padre hablaba de Dios. Esa palabra me hace gracia. Cuando la pones al
revés, se lee perro.2 Y un perro no se parece mucho a Dios, ¿verdad? Guf guf. Guau guau.
Ésas son palabras de perro. A mí me parecen preciosas. Bonitas y auténticas. Como las
palabras que yo invento.
»Bueno. Iba diciendo. El padre hablaba de Dios. Quería saber si Dios tenía lenguaje.
No me pregunte qué significa esto. Sólo se lo cuento porque sé las palabras. El padre
pensaba que un niño podría hablar si no veía a nadie. Pero ¿dónde había un niño? Ah.
Ahora empieza usted a comprender. No tenía que comprarlo. Por supuesto, Peter sabía
algunas palabras de persona. Eso no se podía remediar. Pero el padre pensó que quizá Peter
las olvidaría. Al cabo de algún tiempo. Por eso había tanto bum, bum, bum. Cada vez que
Peter decía una palabra, su padre lanzaba un bum. Al fin Peter aprendió a no decir nada. Sí
sí sí. Gracias.
»Peter se guardaba las palabras dentro. Todos aquellos días, meses y años. Allí en la
oscuridad, el pequeño Peter completamente solo, y las palabras hacían ruido en su cabeza y
le hacían compañía. Por eso su boca no funciona bien. Pobre Peter. Bua bua. Ésas son sus
lágrimas. El niño que no puede crecer.
2 God, «Dios». Dog, «perro». (N. de la T.)
»Ahora Peter puede hablar como las personas. Pero todavía tiene las otras palabras
en su cabeza. Son el lenguaje de Dios, y nadie más puede decirlas. No se pueden traducir.
Por eso Peter vive tan cerca de Dios. Por eso es un poeta famoso.
»Todo es muy bueno para mí ahora. Puedo hacer lo que me gusta. En cualquier
momento, en cualquier lugar. Incluso tengo una esposa. Ya lo ve. La he mencionado antes.
Quizá incluso la ha conocido usted. Es guapa, ¿no? Se llama Virginia. Ése no es su
verdadero nombre. Pero es igual. Para mí.
»Siempre que se lo pido, mi esposa me trae una chica. Son putas. Meto mi gusano
dentro de ellas y gimen. Ha habido muchas. Ja, ja. Suben aquí y me las follo. Es bueno
follar. Virginia les da dinero y todo el mundo contento. Puede apostar su último dólar. Ja,
ja.
»Pobre Virginia. A ella no le gusta follar. Es decir, conmigo. Quizá folla con otro.
¿Quién sabe? Yo no sé nada de esto. Es igual. Pero quizá si es usted amable con Virginia
ella le dejará follarla. Eso me alegraría. Por usted. Gracias.
»Bueno. Hay muchísimas cosas. Estoy tratando de decírselas. Sé que no todo está
bien en mi cabeza. Y es verdad, sí, y lo digo por mi propia voluntad, que a veces chillo y
chillo. Sin ningún motivo. Como si tuviera que haber un motivo. Pero yo no veo ninguno.
Ni nadie. No. Y luego hay veces que no digo nada. Durante días y días. Nada, nada, nada.
Se me olvida cómo hacer que las palabras salgan de mi boca. Entonces me resulta difícil
moverme. Sí sí. Incluso ver. Entonces es cuando me convierto en el señor Triste.
»Todavía me gusta estar en la oscuridad. Por lo menos a veces. Me hace bien, creo.
En la oscuridad hablo el lenguaje de Dios y nadie me oye. No se enfade, por favor. No
puedo remediarlo.
»Lo mejor de todo es el aire. Sí. Y poco a poco he aprendido a vivir dentro de él. El
aire y la luz, sí, también la luz, la luz que ilumina todas las cosas y las pone ahí para que
mis ojos las vean. Está el aire y la luz y eso es lo mejor de todo. Disculpe. El aire y la luz.
Sí. Cuando hace buen tiempo me gusta sentarme al lado de la ventana abierta. A veces me
asomo y miro las cosas que hay abajo. La calle y toda la gente, los perros y los coches, los
ladrillos del edificio de enfrente. Y luego hay veces que cierro los ojos y me quedo allí
sentado, con la brisa dándome en la cara, y la luz dentro del aire, todo delante de mis
párpados, y el mundo es todo rojo, de un rojo muy bonito, dentro de mis ojos, con el sol
brillando sobre mí y sobre mis ojos.
»Es verdad que raras veces salgo. Es difícil para mí, y no siempre soy de fiar. A
veces chillo. No se enfade conmigo, por favor. No puedo remediarlo. Virginia dice que
debo aprender a comportarme en público. Pero a veces no puedo contenerme y los gritos se
me escapan.
»Pero me encanta ir al parque. Allí hay árboles, y el aire y la luz. Hay algo bueno en
todo eso, ¿verdad? Sí. Poco a poco voy estando mejor dentro de mí. Lo noto. Incluso el
doctor Wyshnegradsky lo dice. Sé que todavía soy el niño marioneta. Eso no tiene remedio.
No, no. Ya no. Pero a veces creo que al fin creceré y me volveré real.
»Por ahora, sigo siendo Peter Stillman. Ése no es mi verdadero nombre. No puedo
saber quién seré mañana. Cada día es nuevo y cada día vuelvo a nacer. Veo la esperanza
por todas partes, incluso en la oscuridad, y cuando muera quizá me convierta en Dios.
»Hay muchas más palabras que decir. Pero creo que no las diré. No. Hoy no. Mi
boca está cansada ahora y creo que ha llegado la hora de que me vaya. Por supuesto, yo no
sé nada del tiempo. Pero es igual. Para mí. Muchas gracias. Sé que usted me salvará la vida,
señor Auster. Cuento con usted. La vida sólo puede durar cierto tiempo, ¿comprende? Todo
lo demás está en la habitación, con la oscuridad, con el lenguaje de Dios, con los gritos.
Aquí soy del aire, una cosa hermosa para que la luz brille sobre ella. Quizá recordará usted
eso. Soy Peter Stillman. Ése no es mi verdadero nombre. Muchas gracias.
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A la edad de cuatro años emprendió una reforma capital de la gramática y atacó, desde luego, los verbos irregulares, con un encarnizamiento incomparable.
No decía "hecho" por nada de este mundo, sino "hacido"; el verbo "jugar" en su presente de indicativo, era para él como sigue:
Yo jugo,
vos jugás,
él juga,
nosotros jugamos,
ustedes jugan,
ellos también jugan.
En efecto, ya que el verbo no es "juegar" sino "jugar". Tini tenía razón contra la Academia que permite una barbaridad tan inútil.
///////
Que se oigan en todas partes mis últimas palabras. Que se oigan en todos
los mundos mis últimas palabras. Oigan todos ustedes, sindicatos y
gobiernos de la tierra. Y ustedes, autoridades que apañan negociados
inmundos concertados vaya uno a saber en qué letrinas para apoderarse de
lo que no es de ustedes. Para vender el suelo bajo los pies de los que no
nacerán —
"Que no nos vean. No les digan qué estamos haciendo —”
¿Estas son las palabras de los omnipotentes directorios y sindicatos de
la tierra?
"Por Dios que no salga a relucir lo de la Coca-Cola —”
"Ni el Negociado del Cáncer con los venusinos —”
"Ni el Negociado Verde — Que no se den cuenta de —”
"Ni de la muerte del Orgasmo —”
"Ni de los hornos —”
Oigan: a todos ustedes me dirijo. Muestren sus cartas jugadores.
Paguen todo paguen todo devuélvanlo
todo.
Jueguen todo jueguen
el resto.
Para que todos vean. En Times Square. En Piccadilly.
"Prematuro. Prematuro. Danos un poco más de tiempo."
¿Tiempo para qué? ¿Para más mentiras? ¿Prematuro? ¿Prematuro para
qué? Digo a todos que estas palabras no son prematuras. Estas palabras
pueden ser demasiado tardías. Faltan minutos. Minutos para el objetivo
enemigo —
"Archisecreto — Archivado — Para Uso del Directorio — La Élite — Los
Iniciados —”
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2 comentarios:
las pàginas de este libro consienten algùn verso feliz, perdòneme el lector la descortesìa de haberlo usurpado yo ,,,me gusto mucho
transtornos del lenguaje
MARCELO KUKAWKA
Mundial 90 final
amigo pasamos juntos
ahora el destino marco que yo este en Miami.
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