I
Hace un par de años, en lo de Tinelli surgió una invención genial. Lo vi de reojo, pensando seguramente en otra cosa (atendiendo los quehaceres tras la cena o a Esteban), pero me quedó aquello. Resumiendo –porque tampoco tiene mucha complejidad: resulta que alguien del público se hizo fan de alguna de las modelitos o vedetongas del show. Tan entusiasmado se mostró, tan conmovedor resultaba en las redes sociales o mediante carteles en la tribuna, que Marcelo lo invitó a participar, no sé si como jurado, bailarín, contertulio o algo. Entonces, al afirmarse su presencia en el programa, a los guionistas de este engendro, o a la repentización de mi tocayo, se les ocurrió algo extraordinario. Hicieron surgir de la tribuna a otro de estos jóvenes modernos, quien decía perecer por el fan de la vedetonga, y lo llamaron “El Fan del Fan”. Imaginensé: un fulano del montón, seguramente con experiencia en vips de boliches y en fiestas a las que consigue colarse, se declara enamorado de una de estas perdularias que exhiben el estofado a tontas y a locas, y así se hace famoso en los medios satélites de nuestro primer showman. Y después aparece otro, con la misma o parecida trayectoria en la noche, que se fascina con la aparición de aquel, con su logro, y lo sigue, lo admira, se le enamora, y se hace famoso también, con ese nombre tautológico y anodino: "El fan del fan". Aquella denominación me causó mucha gracia. ¿No es genial? En mi trabajo, empecé a llamar así a algunos compañeros, los demasiado olfas, o a alguno que entra, de aspecto difuso o varietal, y me mataba de risa.
Valga este introito para declararme en este acto fan de Parrafus Interruptus. De repente, inopinadamente, ante su inesperada reaparición, y a pesar de todo (lo que reemplazó a los asuntos librescos en este blog), como si el tiempo no hubiera pasado, acá estoy otra vez. Sintiéndome imbuído, empapado del espíritu parrafista, al menos en estos primeros días, pierdo horas de descanso, transtorno la rutina familiar, hago malabares tecnológicos en mi trabajo para tratar de escuchar el programa -y a veces no hay Parrafus. Sí, soy un fan, con sus pro y sus contras, sus cales y sus arenas. Fan del programa, del mero juego, o de nuestro conductor, lo mismo da. Soy un fan, y a mucha honra. Soy un fan, ¿y qué? Eso sí, me es menester distinguir esta categoría de la de “fanático”. Fanáticos son algunos de estos árabes que ponen bombas o decapitan por el mundo, o el Mark David Chapman que mató al John Lennon. En nuestro medio, son sindicados de ese modo los violentos del futbol. Al Fan, en cambio, lo describiría como alguien en quien se da una mezcla equilibrada de ingenuidad y pasión. Soy, por tanto, un apasionado de Parrafus Interruptus. Y no digo más.
II
En el “Por amor al arte” de anoche no hubo Parrafus. Haciendo abstracción, entonces, de este ríspido asunto (que desata pasiones), haré una rápida reseña del programa. En el corazón del mismo estuvo la charla de Hugo con Daniel Fanego y Vando Villamil. Estos dos actores están protagonizando en el teatro nacional Cervantes la obra “Cartas de la ausente”. Fanego (recordado –por mí- por su envidiable papel en “Los amores de Laurita”) hace de una mujer. Villamil (insólito pariente de la compañera oyente Laura Falcoff), de alguien salido de prisión. En el final de la charla, Hugo destacó un tango que se escucha en escena, que propicia un instante de rara emoción. El tango se llama TBC. Me hizo pensar primero en otro, llamado PBT, y a continuación se hizo la luz en mi mente. Recordé en ese momento la primicia que obtuvo Carlos Ulanovski el pasado sábado, cuando tuvo a Hugo Paredero entre los invitados a su “Reunión Cumbre” de radio Nacional. Primicia que ahora, con este dilatado divague, hago extensiva a los compañeros oyentes de “Por amor al Arte”. Hugo, nuestro conductor, el de la gola bien probada y aprobada a lo largo de los años que nos leyó en Parrafus Interruptus, prepara para el año próximo un espectáculo de tango donde será el protagonista, es decir, el cantor. Reveló también que los tangos serán de inspiración etílica, o sea, de ambiente borracheril, tangos relacionados con el alcohol, vamos. Contó que ya los tiene seleccionados, después de larga indagación en catálogos y en discotecas amigas. Creo que se mencionaron “La última curda” y “Esta noche me emborracho”, o a lo mejor estos títulos los aluciné. Recuerdo, sí, haber pensado en “Tabernero” y en “Un copetín”. En la mesa de “Reunión cumbre” estaba también el empresario teatral Carlos Rotemberg, y Ula ya tiraba el anzuelo para conseguirle sala al amigo Hugo, pero este rechazó el intento, con modestia, y porque todavía no tiene fecha de realización. Hasta hace poco pensaba en principios de año, dijo, pero ahora prefiere anunciarlo para algún momento del 2016. Estaremos atentos a las futuras precisiones al respecto, para no perdernos este retorno a las tablas de nuestro conductor. Y mientras tanto, ¡Oiga, viejo! ¡Usted, en la barra!
Tabernero, que idiotizas con tus brebajes de fuego,
¡sigue llenando mi copa con tu maldito veneno!
Hasta verme como loco revolcándome en el suelo.
¡Sigue llenando mi copa, buen amigo tabernero!
Cuando me veas borracho,
canturreando un tango obsceno
entre blasfemias y risas
armar camorra a los ebrios.
¡No me arrojes a la calle,
buen amigo tabernero,
ten en cuenta que me embriago
con tu maldito veneno!...
Yo quiero matar el alma
que idiotiza mi cerebro,
muchos se embriagan con vino
y otros se embriagan con besos...
Como ya no tengo amores
y los que tuve murieron,
placer encuentro en el vino
que me brinda el tabernero.
Todos los que son borrachos
no es por el gusto de serlo,
sólo Dios conoce el alma
que palpita en cada ebrio.
¿No ves mi copa vacía?
¡Echa vino, tabernero!,
que tengo el alma contenta,
con tu maldito veneno...
Sigue llenando mi copa,
¡ja, ja, ja, ja, ja!,
que yo no tengo remedio.
(Música: Fausto Frontera/Miguel Cafre. Letra: Raúl Costa Oliveri)
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