martes, 20 de marzo de 2012

Diario del año del diagnóstico - En Témperley





















PRIMER ACTO

Escena 1

Las mujeres al lado del río, lavando.

Teresa: ¿El niño no quiere hablar?
Yanina: Ni un sonido.
Teresa: ¿Y el niño tiene…?
Yanina: Edad como para hablar.
Catalina: Está bien que no hable…así no se mete en líos.
Teresa: No puede quedarse callado toda la vida…
Catalina: Si sabe lo que le conviene, va a morderse la lengua antes de…
Rosa: (…)

Como hace mucho que no puedo ir a curiosear librerías, cada vez que voy con tiempo a lo de mi vieja (cada tanto) recorro los anaqueles de mi biblioteca con ojos nuevos. Hay libros que compré, hojeé y archivé, que ni recordaba, hay otros leídos hace décadas, hay otros que ni sé cómo tengo. Saco unos u otros, entonces, y leo solapas o contratapas como si estuviera en una librería. Y encuentro que tengo todavía libros ganados en Parrafus Interruptus que no leí.
El otro día agarré y me llevé al trabajo “Teatro 2“, de Ariel Dorfman; leí una de las obras que ahí se incluyen, “Viudas”, cuyo comienzo transcribo arriba. La otra no me atrapó; se llama “Lector”. Y también hojeé ese día en lo de madre “Los archivos de Sherlock Holmes”, en cuya solapa me entero de que otra novela de Conan Doyle, de la época en que quería apartarse de su popular personaje, se llama “The House of Témperley”.

De memoria, sin fijarme en la vieja lista de lecturas, recordé que Eduardo González, el compañero oyente de Témperley, ganó en Parrafus Interruptus con “Palo y hueso”, de Juan José Saer, y con “El buda de los suburbios”, de Hanif Kureishi. También recuerdo aquellas tres victorias consecutivas suyas, pero solo tengo presente de ese triplete el título de Fabio Morabito: “La lenta furia”. También que ganó con una de las repeticiones de autor: Franz Kafka.
Me acordé del viejo compañero hace poco, yendo con Esteban a su terapia en el CIASI, cuando pasamos por una esquina umbría de Témperley.
Me vino a las mientes esa palabra porque siempre me gustó. Significa, según el diccionario, “lugar donde casi siempre hay sombra”. Pero parece un neologismo, una mezcla de ‘húmeda’ y ‘sombría’, descriptivo de lugares o cosas decrépitas y apartadas. Sin embargo, me encontré aplicándola a la esquina de Soler y San Antonio, en Témperley, donde hay una casa viejísima con local en la esquina, con techo alto, con musgo en las paredes, con unos postes resecos y carcomidos unidos con una cadena pintada de verde haciendo un cerco a los tupidos arboles del borde de la vereda. En verdad os digo que aún en lo más canículo de este tórrido verano que hoy termina, esa esquina parece fresca, por lo húmeda y sombría. Y también me trajo a la memoria una frase de Borges en la biografía de Evaristo Carriego: “Hay casas, hay esquinas que si no se vienen abajo es porque están sosteniéndolas las almas de los compadritos muertos”. Me acordé de Eduardo ese día, aunque con Borges en Parrafus gané yo -con “Las ruinas circulares”.

De Esteban no se puede decir que no hable. Una de las características que lo apartan de un común denominador de los chicos con TGD o autismo es que el Fulanito habla sin parar. Esto, a su vez, es parte de su trastorno específico; el tipo habla, pero habla de su mundo. No está fuera de la realidad, sin embargo; a no ser que llamemos irrealidad al mundo electrónico audiovisual que nos rodea. Él habla de lo que ve en la tele o canta lo que escucha en los discos que le ponemos; pero no habla contándonos o comentando Mafalda o Yo Gabba Gabba o Mister Maker: repite de memoria (con extraordinaria memoria)los diálogos o las instrucciones de estos programas. Por supuesto, repite sin comprender todo lo que está diciendo; en gran medida, sólamente le gusta cómo suenan las palabras, nos dijeron.
También se conecta con nosotros, papá y mamá (o viceversa), y con maestras o terapeutas (un poco menos, casi nada, con compañeritos de jardín o de terapia), pero también en esto escasea el intercambio, más allá de lo primario y básico. Pide un determinado canal, pide juegos o juguetes, pide jugo y postre, pide ir al baño (o avisa, porque ya va solo), pide la plaza o la estación; o responde, si le proponemos una cosa u otra, pero eso es todo. Tiene buen vocabulario (amplio y sofisticado, incluso), pero no se comunica como podría hacerlo un chico de casi cuatro años. No cuenta nada del jardín, o de las visitas a casa de la abuela, o de algún paseo. Sólo se le puede sonsacar algo con tirabuzón y haciendo las preguntas muy precisas. Y ese es el asunto con el Fulanito. En eso está trabajando, en su casa de la calle Guido Spano, en Témperley, la admirable gente del CIASI.

(continuará)