domingo, 29 de julio de 2007

Historia del Blog

Historia del Blog


Creo que ya hablé un par de veces en este Blog de mi semianalfabetismo tecnológico. Una contradicción, o paradoja, quizá, ya que soy el creador del mismo. Quiero historiar hoy el desarrollo de esta creación.
Nunca fui muy amigo de Internet; sin embargo, lo escribo con mayúsculas porque respeto a la red como una herramienta formidable para la comunicación entre las personas y la mejor trasmisión de la información. No quiero crear polémica al respecto. Si creo que esto de la World Wibe Web fue arrojado como un hueso a los perros por los servicios de inteligencia yanquis cuando les quedó caduca militarmente (¡quién sabe en que andarán ahora!), es sólamente por mi enferma visión conspirativa de la historia, y allá yo.
La cosa es que nunca me empapé demasiado en todo esto; de ahí, quizá, mi ignorancia; de ahí, seguramente, mi analfabetismo.
Un amigo me enseñó alguna vez cómo abrir una casilla de mail; poco después me la cerraron por falta de uso; en algún momento utilizé un buscador para hallar información sobre alguna película o libro; asimismo, no me quedó más remedio, alguna madrugada de cibercafé noventoso, que escudriñar exploratoriamente algún material pornográfico (que constituye el 80 % de lo que circula, dicen). Poco más que eso. Pero tengo mis motivos.
Me acuerdo del título de una carta que una vez le envié al crítico y también hombre de radio Jorge Dubatti. Me acuerdo que su esposa y colaboradora Nora Lía Sormani la leyó completa en el programa, y aquello fue una afectuosa satisfacción en una de mis largas y solitarias noches de trabajo. Fue, también, un aislado antecedente de mi actual participación en Párrafus Interruptus.
Había titulado la carta: “¿Convicción o carencia?”. Me refería a algo que hoy en día suelo mencionar en el programa: que, por mis escasos recursos financieros, cuando visito una librería estoy limitado a las mesas de ofertas. Esta carencia también explica, quizá, o ayuda a entender, mi posición en torno a la Internet. No tengo computadora, por lo cual creo que sería inutil, o delirante, solicitar el servicio en mi domicilio. Estoy constreñido, entonces, a los locutorios, ruidosos de niños o sórdidos de adultos, donde el digital reloj tarifador es un elemento para tener muy en cuenta. Así, sin la comodidad de la Internet hogareña, me he tenido que mantener bastante al margen de estos avances en la tecnología de la comunicación; bastante saludablemente, quizá
Pero, en el mes de diciembre último, el compañero oyente Quique Figueroa, de Trelew, envía un mail a Párrafus, y Paredero lo lee al aire. En él, Quique felicita el éxito e incluso la sinceridad de este habitual ganador (quien suscribe), que en una de sus participaciones declinó recibir como regalo la misma novela de Martha Lynch (“La señora Ordoñez”) cuya lectura había acertado pero que no creía poder disfrutar.
Creo que fue a raiz de ese mail que Hugo habló del Blog del compañero Quique. Entonces, al visitarlo en retribución a sus amables comentarios, me encuentro, en un ángulo de la pantalla llena de su bello Carpe Diem, una etiqueta que dice “Crear Blog”. De ahí a idear un lugar en Internet para el encuentro virtual de los oyentes de Párrafus, hubo un paso. Y los pasos para la creación de un Blog a partir de aquella etiqueta fueron tan sencillos, que hasta un semianalfabeto, ignorante y paranóico informático, como yo, pudo seguirlos.
Ahora está faltando el encuentro. Pero en eso estamos. Esto recién empieza.

sábado, 28 de julio de 2007

Gloria

Última semana de Julio

En el final de mi última entrada (que se llamó “Volvedor”), hacia donde todo el texto conducía, mencioné a mi viejo amigo Pablo. Referí su doble retorno, o reingreso, a mi vida: mediante un mail de índole privada, primero, y con un comentario en este Blog, después.
En ese comentario, mi amigo salía en defensa de su siempre admirado Pablo Neruda, a quien reivindicaba mencionando como una obra cumbre de las letras americanas su “Canto General”. Y a la pasada, equiparando ambas obras, nombraba también “Las Venas Abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano.
Creo que los libros de este autor uruguayo, tras el mortecino régimen cívico-militar que ensombreció al país del ’76 al ’83, fueron para Pablo un nuevo despertar poético-militante, equivalente en su significación a las obras de Neruda que habían nutrido su adolescencia, a comienzos de la década del ’70.
Tal vez él, siempre rebelde y polemista, no esté de acuerdo con esta evaluación, pero el hecho es que fue en su casa, o, en verdad, en su departamento de la calle Medrano, y después en el de Terrero, en Flores, y por último en el de Corrientes y Juan B. Justo, entre 1985 y comienzos de los ’90, que yo tuve a mi alcance y pude hojear alguno de los libros de Galeano; como este, “El Libro de los Abrazos”, que Paredero eligió este miércoles para cerrar la última semana de julio de Párrafus Interruptus.

Y a propósito de Julio... Recuerdo también un juego de palabras de Cortázar (tal vez lo mencione Galeano), que alguna vez me contaron; seguramente de alguno de sus libros-miscelanea. No lo leí, no sé como estaría formulado, pero era algo así como la definición de un gran libro cálido y afectuoso: Libro-Abrazo. Librazo.

Pero la última semana comenzó el lunes.
“La cosa empezó así”, empezó la lectura. Yo, aunque reconocí ese expeditivo inicio, esperé otra frase para estar seguro. Fue un error. Cuando marqué, la línea ya estaba ocupada. El ganador fue Jorge Aloy, el imprentero de Rafael Calzada. Pero esta noche, por primera vez, me alegré de que otro oyente me ganara de mano.
La novela de hoy fue “Viaje al fin de la noche”, de Louis Ferdinand Celine, y lo que me alegró fue que ganara alguien que pudo hablar acerca del libro sentidamente y con conocimiento, pero sin disertar. En verdad, con disertaciones o sin ellas (sin ellas desde que Gustavo Glanzman no participa), hace mucho tiempo que no se escucha un diálogo tan franco y fluido entre Hugo y el ganador, alusivo exclusivamente, además, a la lectura elegida. Entiendo que también el conductor lo consideró así, porque permitió que la participación del oyente fuera más extensa de lo habitual –más extensa de lo extensa que algunos la hacemos con pura cháchara autoreferencial. Casi diez minutos hablaron Paredero y Aloy de la vida y obra del autor francés.
Contó Aloy que, integrando a su propia vida la obra del novelista, no pasa semana sin que hojee y se interne, abriéndolo por cualquier página, en el “Viaje...”. “Como si fuera el I Ching, un libro-oráculo”, agregó Hugo. Se recordó también la influencia que esta novela fundamental tuvo en la literatura de su siglo (que no terminó todavía), por ejemplo, en el norteamericano Henry Miller y su manera de encaminar su propia vida y obra.
Aloy mencionó un toque farsesco al comienzo del libro, donde dos amigos que debaten acerca del patriotismo y el mejor modo de encarar la vida durante la Gran Guerra (la primera guerra mundial), toman después el camino opuesto al que sus declamaciones figuraban: el cínico se alista para combatir, el patriota se escabulle. También se comentó el siempre aludido tema de la colaboración de Celine con las autoridades alemanas que usurparon el poder en Francia durante la segunda guerra mundial.
Hugo leyó, de la segunda página de la novela, una definición demoledora: “Bueno, amigo Bardamu, pero nos queda el amor...”, dice uno. Y el otro, el protagonista, responde: “El amor es el infinito puesto al alcance de los perrillos”. (Cito de mi volumen del Centro Editor de América Latina, traducción de Armando Bazan.)
También refirió Aloy algo que yo desconocía: el cambio de enfoque que Celine decidió sobre la marcha al escribir la novela; parece que el narrador, en principio, iba a ser el personaje de Robinson, en lugar de Bardamu, dato que aporta una perspectiva virtual, seguramente enriquecedora, a aplicar en una próxima lectura del libro.
Didáctico pero no sesudo, por estos carriles transcurrió el diálogo del lunes entre conductor y ganador.
Acerca de este último, sólo sabemos (desde su anterior triunfo, que fue el primero, hace unas semanas, con “El puente sobre el río del búho”, de Ambrose Bierce) que vive en el sur del gran Buenos Aires, en Rafael Calzada, que su oficio es el de trabajador gráfico (no dueño de una imprenta, aclaró), y que su voz nos representa a un hombre en su mediana edad. Además de su nombre, claro, acerca del cual pido disculpas a Jorge si estuve escribiendo mal (Aloy) su apellido.

Segundo y tercer triunfo, entonces, fueron consecutivos en el caso del imprentero, porque Jorge volvió a ganar el martes.
Esta noche, llamativamente, también se leyó una novela. Fue el género que se repitió la semana pasada (lunes y miércoles) y ya aparece de nuevo también en esta. No lo desapruebo, es el terreno donde más seguro me siento (gané hasta ahora con 22 novelas, 6 cuentos, 4 poemas y 2 obras teatrales), pero habrá oyentes que esperan el poema o el teatro con ansias locas. En fin, Paredero sabrá.
La novela de hoy fue un clásico policial: “La bestia debe morir”, del irlandés Nicholas Blake.
Se repite el apellido, solo el apellido, de un autor ya leído, el poeta William Blake. ¿Será un preanuncio de que se viene la paulatina reiteración de autores? ¿Cuándo dijo Hugo que ésta se iniciaría? ¿Después del programa 200, o del 300? Entre paréntesis, ¿será Honorio Bustos Domecq el primer autor repetido, o este seudónimo bifronte aparecerá como un escritor nuevo en una próxima -y polémica- lectura? De todos modos, a propósito de seudónimos, cabe decir que Nicholas Blake fue el que utilizó el escritor y poeta Cecil Day Lewis para firmar sus obras policiales, según explicó Paredero. También contó el conductor que este irlandés es el padre del reputado actor Daniel Day Lewis, que filmó años ha en nuestra Patagonia a las órdenes del brillante director Carlos Sorin. Parece que la Gabriela Acher trató de enlazarlo entonces, chismorreó Hugo, por supuesto sin éxito.
Ganó de nuevo Jorge Aloy, ya se dijo, y el hombre del sur comentó que tenía el presentimiento de que en cualquier momento empezarían a escucharse en Párrafus las lecturas que atesora en su biblioteca. Que así sea, Jorge, para que tu participación se repita; aunque al respecto también debo desearte velocidad dactilográfica en el teléfono, porque los reincidentes están rapidísimos estas últimas semanas...

Volviendo al miércoles, a Galeano, a los abrazos, hay que saludar la reaparición de Julián Sánchez, el joven profe de Temperley, quien ganó al reconocer sin hesitar el libro de relatos del uruguayo, que casualmente se había vuelto a comprar un día antes. Y tuvo la fortuna de que esta noche el premio para el ganador consistiera en el libro de reciente aparición “¿Cómo es un recuerdo?”, del polígrafo bonaerense Hugo Ezequiel Paredero (¿será Ezequiel? Queda lindo). Saludo también, ya que estamos, la demorada aparición de esta obra de nuestro conductor, que no me quedará más remedio que comprarme en los próximos días.
Pero yendo a la lectura de “El libro de los abrazos”, a Galeano, a la charla entre conductor y ganador después del juego, debo decir que me sentí tocado por cierta observación deslizada entonces acerca de nuestra altivez...
Dijo el profesor Sánchez que se vale de este libro de Galeano para sus clases. Que responde a la pregunta de sus alumnos referida a la característica genérica de esos textos, ni cuentos, ni crónicas, ni relatos, que son “abrazos”. Dijo que admira sinceramente la entera obra del autor uruguayo. Pero, agregó, no le cae simpática su persona. Habiéndolo visto y escuchado en entrevistas televisivas, algo le resuena feo del oriental.
Paredero dijo que es mejor leerlo. Que lo había visto también en persona, en charlas o mesas redondas, y le parece demasiado altivo. “Como mirando desde muy arriba”, dijo. Que lo que piensa, lo que escribe, lo que dice, puede ser genial, pero a Galeano lo prefiere por escrito. En síntesis, ambos estuvieron de acuerdo en el término “altivez”.
Hugo hizo la siguiente salvedad: “Tendrá con qué bancarlo”, dijo. Es pertinente. Cabe respetar de todos modos a quien por sus características personales dice lo suyo con un dejo de soberbia, o como pontificando, siempre y cuando tenga con qué, es decir, tenga los valores y el talento para sostenerlo. Seguramente este sea el caso de Galeano. La verdad, yo no recuerdo haberlo visto nunca en entrevistas, sólo lo escuché leyendo sus cosas en algún disco que anda por ahí. Pero, por su obra y su militancia literaria (fue uno de los fundadores de la revista Crisis, como rememoró el concurso sucursal de hoy), creo que puede expresarse en el tono que quiera y mirar desde donde se sienta a gusto.
Y acerca de mi propia altivez, que algunos llaman narcisismo, otras (afrancesadas) vedettismo, otros (más porteños) fanfarronería, altivez, es claro, en referencia a mi participación en el programa (tal vez también en este Blog), altivez como sinónimo de competitividad exitosa, como sustento de mi cháchara autoreferencial (como dice el otro), acerca de esta altivez mía tengo que decir que también, como en el hipotético caso de Galeano, es su fundamento el punto de observación donde me sitúo. Que es, al contrario de Galeano, el más bajo que pueda encontrarse.
En efecto, es mi situación la más modesta, carente e inapropiada; extemporánea, también; desubicada, casi; delirante. De ahí la inestimable valoración acerca de mi éxito en el certamen literario que Párrafus Interruptus propone.
¡Cómo no valorar inagotablemente este logro si se obtiene desde la más difícil de las circunstancias! ¡Cómo no celebrarlo en cada ocasión propicia, así sea mediante la arrogancia y el menoscabo! ¡Cómo no aspirar al crecimiento si se parte de algo menos que un embrión!
He dicho. Me voy. Gloria me espera –quiero decir, Cristina.

Palabras claras para la parrafada

Instrucciones para Parrafear

El modo más prolijo: Mediante el envío de una dirección de e-mail a mi casilla (elloyyo@yahoo.com.ar), el oyente será convidado a incorporarse como “Autor Invitado” en el Blog. Si acepta, a través de unos sencillos pasos que la misma invitación explicita, verá su nombre y apellido (o seudónimo) en letras azules a la derecha de la pantalla, junto al de Quique Figueroa, Fernando Terreno, Pablo Graciani, Marta y el mío propio. Una vez allí, podrá escribir y sumar “Entradas” (tal el nombre técnico de cada texto) cada vez que quiera.

El modo más rápido: Haciendo click en la palabra “Comentario” (generalmente, “0 comentario”) que figura al pié de cada “Entrada”, se abre una minipantalla con un campo para escribir; en su base, hay una etiqueta que dice “Publicar comentario”; luego de redactar el texto, se hace click allí para que el comentario quede incorporado. La desventaja de este modo de publicar es que los textos no aparecen a la vista cuando se abre el Blog, como el resto de las “Entradas”; para leerlos, hay que abrirlos especialmente clickeando en la palabra “Comentario” (para entonces, “1 comentario”, o 2, o 3,o 4...).
Muchas gracias y ¡adelante!

miércoles, 25 de julio de 2007

LISTADO de Títulos y Autores en planilla excel

En el link (esa frase larga y rara que aparece en otro color) que ven acá abajo está el listado completo de autores y títulos leídos en una planilla del tipo excel (un programa para trabajar con datos) actualizado hasta el 25 de Julio de 2007 inclusive.
Para verla sólo hay que hacer click con el botón izquierdo del mouse sobre esa línea o link que está allí. Luego pueden inprimirla, bajarla a sus computadoras o hacer lo que deseen.
Suerte y espero que les sea útil.
Saludos cordiales.
Fernando Terreno

http://d.turboupload.com/d/1954088/PARRAFUS_INTERRUPTUS_Nocturno.xls.html

PD Si no funcionara, les pido disculpas. Estoy haciendo mis primeros pasos con el blog y "puede fallar" ...

sábado, 21 de julio de 2007

Volvedor

Tercera semana de Julio

... continúe la cadena y tendrá éxito en el programa, como Fernando Terreno, de Chacarita, que hizo un comentario en el Blog el día lunes y después ganó el juego martes y miércoles...

Perdón. Buenas tardes. Estaba con el borrador de una cosa que se me ocurrió para estimular la participación en el Blog, y recordé que se me hace tarde para terminar mi entrada semanal. Tengo que subirla esta tarde (hoy es sábado), de camino al trabajo, para que no pierda actualidad y esté disponible antes de una nueva semana de nuestro Párrafus Interruptus.
Esta semana, Hugo estuvo infrecuentemente inextricable. Digo, para lo que es mi desordenado (por hedónico) pero limitado bagaje literario. Casualmente, el miércoles Fernando Terreno estableció una atinada distinción entre los oyentes “competitivos” y los “disfrutadores”. El hecho es que esta semana no me quedó más remedio que disfrutar y aprender de las lecturas elegidas por Paredero. No tuve, en ninguno de los tres casos, ni idea de lo que se estaba leyendo. Tampoco tuve oportunidad de escuchar demasiado: se leyó, en total, un minuto con trece segundos.
El lunes, un libro visto infinidad de veces en las mesas de saldos de las librerías que suelo frecuentar; por ejemplo, la de Avenida de Mayo casi esquina Florida. Un libro que jamás se me ocurrió hojear siquiera, retenido por quién sabe qué prejuicio; tal vez por la investidura de su autor, el abate Prévost; tal vez por la poco atractiva edición de la colección Austral, sin texto en la contratapa ni solapas. Estoy hablando de “Manon Lescaut”.
Sabía que era uno de los mojones de la literatura francesa, de los tiempos en que recién se esbozaba el género Novela. De hecho, ahora aprendí que esa narración está extractada de uno de los tomos con los escritos del abate Prévost. Me resonó, eso sí, al comienzo de la breve lectura, la mención del caballero Devrié. No sé si realmente se escribe así, porque la resonancia me venía del lado del oído, de haber escuchado las tantas versiones que hay del tango “Griseta”, entre ellas, la insuperable del Caballero Cantor, Ignacio Corsini: “Soñaba con Devrié (¿O es De grié?), quería ser Manon...”.
La cuestión es que Roberto López Motta, el locutor poeta, sabía bien de qué se trataba y a los 33 segundos apareció en el aire (su otro hábitat) con la respuesta correcta.
A propósito, y ya que Paredero estuvo especialmente inextricable (para mí), voy a deslizar sutilmente una crítica al conductor. Se trata de algo que hizo ya varias veces: esa observación al comienzo del programa acerca de que la lectura de ese día será muy fácilmente respondida. No sé bien, pero me parece que inocula desde el vamos un cierto demérito para el oyente ganador. Lo mismo cabe decir, pero a la inversa, para las ocasiones en que anuncia su preocupación por la suerte del juego cuando cree haber elegido una obra especialmente difícil.
Pero ahondemos de una vez en lo de inextricable. El martes, tras esa incursión casi medieval en las letras francesas, el autor elegido fue el siempre contemporáneo Daniel Moyano. Una audacia similar a la que en su momento significó la elección de Humberto Costantini. Un verdadero riesgo por parte de Hugo (a quien solo le reprocho hacer explícito esos riesgos, y no tomarlos).
Como en el caso de Costantini, Daniel Moyano fue un escritor perseguido, silenciado, exiliado, y ni siquiera con la vuelta al país, después de la dictadura censora, pudo recuperar el terreno perdido e instalar su obra entre las favoritas del gran público. Un narrador prolífico, pero bastante secreto, creo. Y a propósito de terreno, fue conmovedora la anécdota que contó Hugo acerca del manuscrito de la novela “El Vuelo del Tigre”. Enterrado por Moyano a los fondos de su casa en La Rioja antes de salir del país, no pudo ser hallado a su retorno porque en esos terrenos el nuevo dueño había excavado una piscina.
Y a propósito del otro Terreno, hay que decir que el ganador de la noche fue Fernando, el ingeniero de Chacarita. El mismo que el día anterior había tenido la amabilidad de dejar un comentario en este Blog, con una aclaración acerca de Neruda y Skármeta.
Mencionó Fernando la tristeza del cuento elegido por Hugo, llamado “El Rescate”. Hizo que me preguntará si todos los cuentos de Moyano serán así de tristes, porque el único que yo leí (“Cantata para los hijos de Gracimiano”) ya no es triste, sino que es demoledor. (Recuerdo, y parafraseo, unos versos de Miguel Angel Bustos: “Esto ya no es dolor / es mi esqueleto que arde dulcemente”.) “Cantata...”, que tengo en una antología de narradores de los ’60, muestra a una familia pobre, pobrísima y olvidada, de los llanos del noroeste, el día en que los padres deciden regalar sus hijos a otras familias que puedan alimentarlos... Eso es lo que recuerdo, nunca pude volver a leerlo.
Recuerdo también un reportaje a Daniel Moyano en la revista El Periodista, allá por el 84, 85, cuando volvió o estaba por volver. No tuve tiempo de buscarlo en estos días. Me debo esa relectura, como, por cierto, me debo la lectura de su obra. Es un escritor (no sabía que también era músico, y porteño) que respeto, a pesar de casi no haberlo leído; me lo vuelve respetable la emoción con la que todos hablan siempre de él, los testimonios sobre su padecimiento en el exilio, su muerte prematura.
También habló Fernando del prólogo de su volumen de cuentos de Daniel Moyano, escrito por el narrador y poeta tucumano Juan José Hernandez. Creo que cometió una gaffe al glosar ese prólogo (atribuyó la célebre polémica con Cortázar acerca del exilio a Silvia Yparraguirre, cuando la polemista fue Liliana Hecker), pero el hecho es que mencionó a Abelardo Castillo, y rememoró su triunfo la noche en que se leyó “Israfel”. Entonces yo me acordé de un cuento de Castillo, “Volvedor”...
Y el miércoles, ahora decididamente medieval, y cerrando limpiamente una semana abierta con el abate, Calvino. El Italo que dio vida a “El Caballero Inexistente”.
De Calvino leí “El Barón Rampante” (la historia de aquel fulano que decidió pasar el resto de su vida arriba de los árboles), y no esta novela que Hugo eligió; sin embargo, novela y autor tuve presentes en estos días al leer la biografía de Macedonio Fernández que escribió Alvaro Abós. Allí me enteré de que el primer libro publicado por Macedonio, “No toda es vigilia la de los ojos abiertos”, llevaba este subtítulo: “Arreglo de papeles que dejó un personaje de novela creado por el arte, Deunamor el No Existente Caballero, el estudioso de su esperanza”. Y más adelante leí: “... Macedonio creía que la tapa es el único lugar del libro en el cual el autor encuentra con seguridad al lector: ‘No creo que ninguno vaya más allá ni empiece antes’. Por ello, alguna vez proyectó un ‘Libro de tapas de libros’, dedicado a los 800.000 analfabetos de la República Argentina, una idea tan propia de Macedonio como de Ramón Gómez de la Serna, que luego Italo Calvino, admirador de ambos, desarrolló en su novela compuesta por comienzos de novelas ‘Si una noche de invierno un viajero’”.
Este miércoles ganó otra vez (otra vez en 20 segundos) Fernando Terreno, a quien a estas alturas ya cabría llamar El Interruptor Precoz, con todo el respeto de un sano competidor. Aunque la auténtica ganadora habría sido la señora esposa de nuestro compañero oyente, de acuerdo a la ayuda recibida que él mismo confeso. Ella leyó y reconoció realmente “El caballero inexistente”, que Fernando solo hojeó alguna vez. Pero, en fin, anotémosle una victoria más a Terreno, quien alguna vez dijo que no lleva bien la cuenta de sus triunfos, pero a mí me parece que se acerca audazmente al tope de las posiciones.
Fue en esta segunda participación de la semana que Fernando habló de “competitivos” y “disfrutadores”. Me hizo reflexionar acerca de mi condición de oyente. La verdad es que la posibilidad de disfrutar plenamente de la totalidad del programa, más allá de la crispada expectativa del momento del juego, se me hace difícil en el trabajo. A veces, hasta último momento no sé si voy a poder escucharlo; los vaivenes de la actividad hospitalaria, aún en un hospital pequeño y poco concurrido (por la noche) como el que me emplea, son impredecibles. Desde principio de mes, además, por reducción de personal y cambios de diagramas en la seguridad, ya no cuento con el compañero del 5° piso que podía auxiliarme durante media hora a las 00.30; ahora estoy solo desde las 22.00 hasta las 06.00. De todos modos, desde el mes de octubre, cuando volví a trabajar de noche, no me perdí ningún programa; algunas veces sucedió que, llegada la hora, no pude moverme del hall y tuve que limitarme a escuchar disimuladamente con el auricular en el oído (uno solo) y sin posibilidad de llamar, pero lo escuché siempre. Nobleza obliga, debo confesar que en las oportunidades en que me vi impedido de llamar, no sabía la respuesta; nunca, entonces, estas incomodidades laborales me privaron de ganar.
Pero, privado entonces (quizá) de la posibilidad de disfrutar, me queda el consuelo de la competitividad, y en esto no me va (tal vez) nada mal.

Antes de despedirme por hoy, tengo que contar algo emocionante que viví en estos días; algo propiciado por el programa.
Vuelvo a la participación de Fernando Terreno en el Blog. Su comentario, en el que cita la poesía de Neruda de donde Skármeta tomo el título para su novela “Ardiente paciencia”, generó un nuevo comentario de alguien que se sintió tocado por cierta consideración desfavorable de Fernando acerca del poeta chileno.
Vuelvo ahora a algo que mencionó Fernando hace un tiempo: su reencuentro, a partir de la común sintonía de Párrafus Interruptus, con una distante profesora del secundario. (Luis Gobea, de De la Garma, vivió algo similar, si no recuerdo mal, además de ser reconocido en la radio por vecinos de su pueblo que también escuchan el programa.)
Vuelvo a mi narcisismo consuetudinario (a mi vedettismo, dice Cristina: “Narcisismo es otra cosa”) y declaro que yo les mato el punto a Terreno y a Gobea, a las viejas profesoras y a los garmenitas vecinos...
Vuelvo al comentario del oyente que salió en defensa de Neruda.
Vuelvo a su autor.
Pablo Graciani, el volvedor, mi viejo amigo de la primera juventud (que no adolescencia), que vuelve tras un desencuentro de diez o doce años, que me escuchó en la radio y escribe a nuestro Blog (y a mi casilla privada) desde su Rosario adoptivo, que vuelve a saludarme amigablemente, vuelve a emocionarme, y justo el día, parece mentira, justo el día (en la comunicación privada) en que yo subía al Blog un texto donde recordaba a Héctor Cuenya, un amigo común también perdido, y justo el día, cosa ‘e mandinga, justo el día (en el caso de su comentario) en que desde rosario partía, qué lo parió, aquel que enseñó a quien no sabía que “El mundo ha vivido equivocado”.
Buenas noches.

sábado, 14 de julio de 2007

Poesía y Psiquiatría

SEGUNDA SEMANA DE JULIO

Siempre supuse que el título de la novela de Skarmeta procedía de un verso de Neruda. No recordaba una crítica del momento en que apareció el libro (1985, El Periodista N° 50, Osvaldo Gallone), que comienza con palabras del poeta en ocasión de agradecer el premio Nobel:

‘“Al amanecer, armados de una ardiente paciencia, entraremos a las espléndidas ciudades...’. Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el visionario.”

Así comenzó el discurso, parece. Tal vez esa alusión del título se aclara en la novela. No lo sé porque no la he leído. Tampoco ví la exitosa película (“El Cartero”) que motivó el cambio del título para las ediciones recientes del libro. Tampoco leí demasiado del premiado poeta chileno. En una palabra, no me gusta Neruda. Me alegro de haber ganado cuando se leyó a Rimbaud. Y a propósito de Poetas mayores...

Escribió Pessoa:

“No encuentro dificultad en definirme: soy un temperamento femenino con una inteligencia masculina. Mi sensibilidad y los movimientos que de ella proceden, y es en esto que consisten el temperamento y su expresión, son de mujer. Mis facultades de relación –la inteligencia, y la voluntad, que es la inteligencia del impulso- son de hombre.
“En cuanto a la sensibilidad, cuando digo que siempre me ha gustado ser amado, y nunca amar, lo he dicho todo. Me dolía siempre el ser obligado, por un deber de vulgar reciprocidad –una lealtad del espíritu- a corresponder. Me gustaba la pasividad. De actividad, sólo me placía la bastante para estimular, para no dejar olvidarme, la actividad de amor de quien me amaba.
“Reconozco sin engañarme la naturaleza del fenómeno. Es una inversión sexual incompleta. Se queda en el espíritu. Siempre, sin embargo, en los momentos de meditación sobre mí mismo, me ha inquietado, no he tenido nunca la seguridad, ni la tengo todavía, de que esa disposición del temperamento no pudiese un día bajárseme al cuerpo. No digo que practicase entonces la sexualidad correspondiente a ese impulso, pero bastaría el deseo para humillarme.”
(“Páginas Intimas y de Auto-Interpretación”, Lisboa, Atica, 1966)

Escribió Taborda de Vasconcelos, un psiquiatra -que nunca falta.

“Los alcohólicos –y Pessoa lo era- revelan su personalidad anómala por la inmadurez acentuada, por la ambivalencia de las relaciones familiares, por el miedo al sufrimiento, por la introversión y por un sentimiento de inseguridad que los consume en sentimientos de angustia.
“El alcohólico es un ser pasivo, dependiente, sujeto a depresiones, sexualmente desorientado, oralmente receptivo. Se trata casi siempre de individuos mal equipados para enfrentar los problemas de la vida en general y que buscan, por eso, nuevos escapes emocionales o sucumben a un ambiente de evasión.
“Más aún, en el caso de Pessoa, a quien todo esto se aplica con mayor precisión puesto que reconoce las claudicaciones de la personalidad de esquizoide a que aludimos, debe ponerse de relieve que su problemática sexual no es de extrañar, pues forma parte del mismo conjunto sintomático, siendo incluso un hecho clásico y bien conocido por la frecuencia con que se manifiesta en todos estos individuos.”
(“Antropografía de Fernando Pessoa”, Porto, 1973)

Escribió Octavio Paz:

“Hay algo terriblemente soez en la mente moderna; la gente, que tolera toda suerte de mentiras indignas en la vida real, y toda suerte de realidades indignas, no soporta la existencia de la fábula. Y eso es la obra de Pessoa: una fábula, una ficción. Olvidar que Caeiro, Reis y Campos son creaciones poéticas, es olvidar demasiado. Como toda creación, esos poetas nacieron de un juego. El arte es un juego –y otras cosas. Pero sin juego no hay arte”
(“El desconocido de sí mismo”)

Y a propósito de juego...

Estaba demasiado hogareño, lánguido y amodorrado el miércoles. No atiné a decir, en la charla con Paredero, casi nada de lo mucho que Pessoa me generó desde los 20 años... desde que lo descubrí en un volumen de la Compañía General Fabril Editora (prólogo y traducción de Rodolfo Alonso) que me prestó (y no recuperó jamás) mi viejo amigo Hector Cuenya (que también me hizo conocer El Bancadero de Alfredo Moffatt) a quien ahora recuerdo y homenajeo (y tal vez saludo) desde esta página.
Muchas gracias, Hector.

domingo, 8 de julio de 2007

Rimas

Primera semana de Julio

Lunes 2: “Wakefield”, de Nathaniel Hawthorne
Martes 3: “... y espacio”, de Juan Ramón Jiménez
Miércoles 4: “Marta Riquelme”, de Ezequiel Martínez Estrada

Rimas (llamémosle rimas) que encontré casi sin proponérmelo a partir de las tres lecturas de esta semana.
No tuve que buscar demasiado. No podría hacerlo, toda vez que es escaso el material de que dispongo.
Fui al artículo de Borges en “Otras Inquisiciones”, “Nathaniel Hawthorne”, que es el texto de una conferencia dictada en 1949; fui a un viejo suplemento Primer Plano de Página 12, donde, con textos de David Viñas y Tomás Eloy Martínez, se homenajea a Ezequiel Martínez Estrada en el centenario de su nacimiento. Fui y traje de ahí estas citas.

Dice Borges:

“Cuando el capitán Hawthorne murió, su viuda, la madre de Nathaniel, se recluyó en su dormitorio, en el segundo piso. En ese piso estaban los dormitorios de las hermanas, Louisa y Elizabeth; en el último, el de Nathaniel. Esas personas no comían juntas y casi no se hablaban; les dejaban la comida en una bandeja, en el corredor. Nathaniel se pasaba los días escribiendo cuentos fantásticos; a la hora del crepúsculo de la tarde salía a caminar. Ese furtivo régimen de vida duró doce años. El 1837 le escribió a Longfellow: ‘Me he recluido; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir’”.

Dice Tomas Eloy Martínez, en “Lugar común la Muerte”:

“Aquella tarde, en Bahía Blanca, negó –recuerdo- toda salida a las tragedias argentinas. ‘Para encontrarla –dijo- debiéramos conocer el mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a llorar.’”

Más difícil será citar mi tercera fuente. Se trata de la grabación de una vieja charla de Dolina en su programa, donde habló de Juan Ramón Jiménez. Debe existir un modo de incorporar la voz misma de Dolina a este Blog, digitalizando primero lo grabado en el cassette, pero no sé hacerlo. Voy a glosar, entonces, aquella semblanza.
Al comienzo, la charla se refiere a Zenobía (así pronuncia Dolina), la muchacha de 25 años que, retornada a España luego de sus estudios en Washington y Puerto Rico, conoce a Juan Ramón en la presentación de “La Soledad Sonora”. Él tiene 31 años, y a ella le pareció demasiado raro y triste. El poeta había requerido tratamiento psiquiátrico varias veces en su juventud; la primera vez, a sus 19 años, después de que una noche fuera despertado entre llantos para enterarlo de la muerte repentina de su padre. Zenobía rehuyó durante dos años la conquista, pero finalmente lo aceptó y se casaron en 1914.
La fama de Jiménez comenzaba a crecer por entonces, pero parece que nunca fue muy apreciado por sus colegas. Consideraba enemigos a Rafael Alberti, Jorge Guillen, Neruda. En cierto momento, el poeta Luis Cernuda escribió: “Es un hombre de un egoísmo descomunal. Un misántropo reseco y amargado. Un hombre a menudo cruel y mezquino”.
Juan Ramón continuó siendo durante toda su vida hipocondríaco y teniendo toda clase de manías. No comía, no se lavaba; no hacía planes para el día siguiente porque estaba seguro de morir durante la noche. Recortaba artículos de los diarios y los archivaba, pero guardaba los diarios también; no podía tirar nada y tenía la habitación del hotel donde vivían llena de papeles. Combatía su agobio psíquico de dos maneras: trabajando, también obsesivamente, y amando a su esposa. Ella, para atenderlo, resignó para siempre la actividad pedagógica iniciada al volver a su patria. Lo hizo a conciencia. Escribió en su diario: “Convivo con un ser lleno de muerte”.
En 1936, ante el estallido de la guerra civil, viajan a Cuba, donde se instalan. Ahí, a pesar del calor del trópico, el poeta cierra puertas y ventanas para trabajar, y encierra a Zenobía en el baño para que no trate de ventilar las habitaciones. (Cuando Dolina menciona esto, percibo otra vez la rima, y ya ideo esta entrada para el Blog.) Más adelante, a ella se le declara un lipoma y él no deja que viaje a Boston para operarse. Finalmente, ella lo convence de viajar juntos, pero cuando llega la fecha, con los boletos ya comprados, el se encierra y se niega a partir. Esto lo hace varias veces.
En 1945 visitan Buenos Aires. Algo dijeron de esto Paredero y la ganadora María Suárez cuando charlaron el miércoles. Algo referido al impulso que acá le dio Juan Ramón Jiménez a la labor literaria de María Elena Walsh. También mencionaron “Platero y yo”, obra que durante décadas fue libro de lectura en nuestras escuelas.
Resumiendo, más adelante se le concede al poeta español el premio Nobel de literatura. Al año siguiente, Zenobía es operada de un cáncer de útero. Parece que se recupera y sigue dedicándose a su esposo. Pero tres años más tarde el mal vuelve para completar el daño. Después de una dolorosa agonía de tres meses, la esposa de Juan Ramón muere. Él, luego de esto, no vuelve a escribir jamás. Dolina termina su semblanza citando las última palabras que dejó el poeta (que murió un año después). “A Zenobía de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz.” Dolina, conmovido, recalca esta última frase. Termina después con una reflexión acerca de que no siempre las historias de amor son dulces y tiernas, y que la felicidad a veces es enrevesada y dolorosa. Yo pienso en unos versos de Borges:

En nuestro amor no hay algazara
Hay una pena parecida al alma.

Versos que a veces le recuerdo a Cristina, y con los que ahora termino.