miércoles, 28 de noviembre de 2012

Diario del año del diagnóstico - Caminos

Cuando vuelvo a casa desde el trabajo son poco más de las ocho de la mañana. Salgo de la estación, cruzo la calle que a su vera termina y subo la breve escalinata hacia la casi desierta plaza de Escalada. Avanzo unos metros por la vereda que nace del último escalón, pero enseguida, para seguir una línea recta hacía el otro ángulo de la plaza, me desvío de las baldosas y camino por el césped. Atravieso un vértice del sector central de cemento, eludiendo el escenario, el mastil, la estatua, y, después de otro tramo agreste, retomo la vereda y salgo a Pavón. Durante este trayecto siempre me acuerdo de un verso de aquella canción de Pedro Y Pablo con que me identificaba hace muchos años: “Yo voy por los caminos que no sigue nadie…”. Mejor dicho: me acordé la primera vez que opté por salir de la vereda, y ahora siempre me viene a la mente. Pienso, también, que por todo esto (la hora, el desvío, la repetición) no está mal que el destino me haya deparado un hijo como Esteban, con el diagnóstico que ya saben.