miércoles, 31 de julio de 2013

Recordaremos tanto julio

Escuchando el tema “Si no bailás sos un muerto”, de Zambayonny, recordé el prólogo de “El hombre ilustrado”, de Ray Bradbury. Por cierto, este es uno de los libros que reconocí y gané en uno de los inolvidables Parrafus en vivo del centro cultural Caras y Caretas (años ha, en el tiempo en que festejaban mi cumpleaños, cuando yo era feliz y nadie tenía TGD). En esa introducción a su volumen de cuentos, el autor de Illinois recuerda el revelador encuentro con un mozo de Nueva York. Conversando durante una cena, el muchacho le cuenta que después de terminar con su trabajo, tras un turno de doce, trece o catorce horas, va a bailar. Bradbury se asombra. El mozo le dice que para qué va a ir a su casa. Cansado como se encuentra, seguramente se dormiría en cuanto entrara. Y dormir es como estar muerto, dice. Entonces el tipo va directamente al boliche, a bailar para no estar muerto. El viejo Ray (autor con el cual también gané cuando se leyó en la radio, con “Las maquinarias de la alegría”) relaciona esto, no sé bien cómo, con su trabajo como escritor, y titula su prólogo: “Bailar para no estar muerto”. Tampoco sé cómo relacionar esto con lo siguiente, pero siento que de alguna forma se vincula./// Con una sola cosa me emocionaba de esta manera hasta ahora. Me refiero a esa emoción que sobreviene cuando se evoca un suceso conmovedor y se siente primero un picor en lo profundo de las fosas nasales y después un conato de humedad debajo de los párpados. Cuando un recuerdo auténticamente conmueve. Me pasaba al escuchar la grabación de las palabras de Dolina en ocasión de la sanción a Maradona en el mundial de EE.UU. No vienen al caso ahora (está el audio en TuTubo, aunque cito de memoria), pero el final de aquella declaración de principios me hacía casi llorar. “Si Dieguito Maradona, que tantas alegrías nos dio, no se merece que hoy pongamos las manos en el fuego por él, aunque nos quememos, entonces yo no entiendo nada de futbol, ni del juego, ni, lo que es peor, de la vida.”/// Ahora, desde el acto del 9 de julio en el jardín de Esteban, tengo otro recuerdo que me emociona. Esta vez, presenciado en carne y hueso, y supongo que tan duradero como aquel. Hoy, 30 del mes, todavía me conmueve./// Resulta que los compañeros lo eligieron para que sea escolta. Pero eso no sería nada; no soy tan patriota de los símbolos institucionales (como sí lo soy de un Dolina o un Maradona) y a veces ni lo llevo a Esteban a los actos. Esta vez fuimos por ese motivo, incluso Cristina faltó al trabajo ese lunes para estar presente, pero, para mí, lo emocionante vino después. El salón estaba repleto. Los grupos de párvulos se sucedían en el imaginario escenario, generando aplausos generalizados y felicitaciones recíprocas de los padres. Entre las diversas actuaciones alusivas de los integrantes de cada salita, la señorita Romina ideó unas payadas para los varones de sala verde. Estos tenían que ir adornados con boina o sombrero, pañuelo al cuello, faja y, los que pudieran, llevando una guitarrita. Esteban, engripado todo el fin de semana y todavía congestionado y con tos, estaba fastidioso y sólo se dejó poner un pañuelo; eso sí, llevó la guitarra comprada para la ocasión. Las payadas serían a dúo; no con desafío y respuesta (eso sería demasiado para niños de 5), sino dichas cada una por dos chicos. Eran de una sola estrofa de cuatro versos. Nada del otro mundo, sencillas y tradicionalistas (ningún argentinismo a lo Cesar Fernández Moreno). Cada dueto la dijo bastante bien, pero con ese cantito característico de las cosas aprendidas de memoria. No sé cómo expresarlo en el texto. (Ya lo verán ustedes, si puedo subir el video.) El dúo de Esteban quedó para el final, pero no hubo dúo. En el momento de presentarlo, la señorita explicó que a ese payador le había faltado el compañero. A mí me corrió un frío: seguramente en los ensayos Esteban se habría apoyado en su compañero. Pero el tipo igual agarró la guitarrita como si nada, Romina pidió silencio, a medias lo consiguió, y su estrofa era esta: “El nueve de julio / hay fiesta de verdad / porque nació nuestra patria / ¡que viva la libertad!”. Fue el único que le puso tonalidad y énfasis a los versos, como si comprendiera y respetara. Terminó y fue con el instrumento en alto hacía la madre, que sacaba fotos en el pasillo central del salón. Lo acompañaba el aplauso más fuerte de la tarde. Algunos en el jardín saben de su cuestión neurológica, pero los menos. La ovación, entonces, no fue, me parece, la de la típica valoración conmiserativa hacia un disminuido –pero aunque lo haya sido es valiosa igual. El artista se la ganó. ¿No dije? Lo recuerdo y me pica la nariz. Tambièn el picor y la humedad sobrevinieron entonces (no me emociono sólo con recuerdos) y me duraron hasta el final del acto, cuando apenas pude decirle "Gracias" a la señorita Romina cuando me acerqué a saludarla. Después, a la salida, me recompuse, para que no me vieran así bruja y suegros. Me acordé del corolario de las entrevistas para el diagnóstico en el CIASI, cuando nos pidieron a Cristina y a mí que definiéramos a Esteban con una palabra. “Histriónico”, dije yo, inocentemente. Más adelante sabría que esa cosa hiperexpresiva, a veces dramática, a veces desopilante (y también la excelente memoria), es característica de algunas variantes del autismo, y a esto quizá le atribuirían algunos profesionales la riqueza de su actuación. Pero, aunque así sea, nenito bueno, y yo no lo creo, ¡quién nos quita lo payado! /// En el final, se me ocurre cómo relacionar este recuerdo (recuerdo, ya) con el principio. Lo expreso con un título alternativo para esta Entrada: Emocionarse para no estar muerto. (Como publico tan de tanto en tanto, repito que con el nuevo Blogger no consigo establecer un punto y aparte en el texto. Lo indico con la triple barra.)