jueves, 31 de mayo de 2007

Los Otros Lances

Conocido por mi carácter de lancero consuetudinario, a causa de mis frecuentes triunfos por deducción o pálpito, y tal vez porque en esta semana el podio fue netamente femenino (ganaron Verónica de Lugano, María de Coghlan y Liliana de Palermo), se me ocurrió hace un rato, como para insuflarle algún dinamismo a este cansino Blog, redactar cada noche, después del programa, una especie de retrato imaginario de cada oyente triunfador, o de las características o circunstancia de ese triunfo, inspirado, libremente, por lo que se haya escuchado en la charla con Paredero.
Resulta que a la una, cuando el programa termina, a mí me quedan todavía cinco largas horas de jornada laboral, las peores, hasta las seis de la mañana. Es el momento, además, en que quedo definitivamente solo en la recepción del hospital.
Alrededor de la medianoche se realizan los relevos del personal policial que también cumple funciones en el lugar; poco después, los efectivos que recién ingresan comienzan a dispersarse por las diferentes dependencias en busca de un sitio tranquilo para pasar la noche. A veces, alguna charla con las novedades de la jornada, o una pizza tardía, o unos mates, demoran esta dispersión, y se me hacen las doce y media rodeado de esa melancólica compañía. Entonces llamo por el interno y le pido a mi compañero del 5° piso que me releve un rato en mi puesto, así puedo ir con mi portatil y el celular al comedor del subsuelo, o al patio lindero, a escuchar tranquilo.
Otras veces quedo solo justo sobre la hora del programa. Entonces me apuro a sintonizar Nacional en el viejo radiograbador del sector de informes y, a pesar de la interferencia que generan los tubos fluorescentes, escucho el programa más cómodo y sin tomar frío.
Como sea, después de la una estoy solo en el hall. A esa hora, la actividad del hospital se reduce a las guardias que los grupos de enfermeros y enfermeras cumplen en los pisos de internación, el 4° y el 5°. Los médicos, a la espera de algún ingreso o consulta de emergencia, muy poco frecuente en la madrugada, descansan en su office del 6° piso. Entonces, después del programa, sintonizo música, casi siempre tango, o apago para leer en silencio, o cierro los ojos y medito un rato... O, a veces, escribo.


Lunes 21 de Mayo

Hoy ganó Verónica Cornejo, de Lugano. En 23 segundos respondió que la lectura de esta noche fue “¿Quién le teme a Virginia Woolf?”, la obra teatral de Edward Albee. Declaró que nunca vio una puesta, pero había leído el texto en un curso de inglés. Detectó de qué obra se trataba en cuanto escuchó lo que parece un subtítulo del 1° acto: Juegos y Diversiones. Yo tardé un poco más porque no sólo no vi ni leí la obra, sino que apenas vi el comienzo de la película que se hizo con la Elizabeth Taylor y Richard Burton. Ese día le dije a Cristina que algún día Paredero iba a leer “¿Quién le teme a...?”, y la vimos hasta que el matrimonio protagonista comienza a dialogar. Memorizé que “Bazofia” es la primera palabra que ella dice y repite al comienzo. Pero ahora me di cuenta antes, por la descripción del escenario, donde se habla de una vivienda en un campus universitario norteamericano. Sin embargo, cuando llamé, la línea ya estaba ocupada por la ganadora.
La joven Verónica, en verdad una mujer de mediana edad, aunque soltera, vive con sus padres en una casa grande del barrio de Lugano. O bien a regresado a la casa paterna tras un matrimonio infructuoso, es decir, sin hijos, y retomó inadvertidamente la función de hija adolescente.
Como tal (como adolescente anacrónica), volvió a leer mucho en su tiempo libre, a releer incluso libros de su adolescencia, que conserva fechados, y a escuchar la radio por la noche. A propósito, cabe decir que se ha comprobado que nos es infiel Verónica, llamando y dejando mensajes grabados en otros programas, culturales o de trasnoche. Pero con Párrafus cumple siempre; si es necesario, si su actividad diaria le impuso dormirse temprano a la noche, pone el despertador y se levanta a las 00.30 para escuchar.
Para escuchar y que la escuchemos, porque está ganando con peligrosa frecuencia Verónica. Desde aquella primera vez (que yo recuerde), en el mes de octubre, con Peter Pan, y después con Carrie, y El Revés de la Trama, y La Dama de las Camelias, hasta las tres victorias de este mes (Seda, El Mandarín, ¿Quién le teme a Virginia Woolf?), con las que se posiciona como la triunfadora de mayo, está haciéndose merecedora del calificativo de Ganadora Serial, como dice Paredero, y cuando me quiera acordar va a estar disputándome la supremacía en la tabla, junto a la dama de Coghlan. Entonces, como le dijo María: “Ojo, Verónica. No llames tanto, ¿no?”. Y a propósito de la sra. Suarez...


Martes 22 de Mayo

Esta noche ganó María Suarez, del barrio de Coghlan.
Hoy no tuve ni idea. No alcancé a escuchar bien el nombre del protagonista, que se dice al comienzo; eso, si no se leyó la obra, a veces ayuda. Sabía de la existencia de esa novela de juventud de Baudelaire, pero nunca la vi. Conozco algunos de sus poemas, los más célebres, los muy malditos; me gusta, pero no profundizé en su obra. Al respecto, hay que decir que, en sintonía con el autor elegido, se verifica otra vez una audacia (o una astucia) de Paredero: leer “La Fanfarlo”, esa novela secreta, en vez de la poesía de uno de los franceses que revolucionó el género.
María la leyó hace mucho; pero, contó, no la hubiera tenido presente si no hubiese hojeado en la Feria del Libro, hace unos días, una bonita edición reciente de la novela. Se conoce que la señora Suarez concurrió finalmente a la Feria, aunque no se acercó la tarde aquella, no nos regaló con su presencia ni se regaló el homenaje que el Párrafus en vivo propuso a sus oyentes durante la reunión del 30 de abril en el predio de Palermo.
Nos decepcionó esa ausencia. Hubiéramos querido conocer, muy especialmente, a una de las oyentes principales del ciclo. Es una voz sugerente la que gana con tanta frecuencia desde el barrio de Coghlan. Multisugerente, diría, o indeterminada, porque su voz supone una mujer joven y agraciada (agraciada con esa voz), pero sus palabras alguna vez nos hablaron de al menos un hijo con edad ya de adulto a quien María le leía cuando niño...
Y a propósito de aquella pretérita lectura para un público de uno, hay que decir que la dama de Coghlan parece haber hecho del consumo y la difusión literaria una profesión, un medio de vida, una misión, bajo la forma yo no sé bien si de narradora oral, actividad artística que proliferó en los últimos años, o lectora particular a domicilio, como la bella Miou Miou en aquella película francesa. En las charlas con Hugo, más bien es él quien a veces ha mencionado esto, pero como a la pasada, como dando algo por sobreentendido, tal vez porque eran muy frecuentes estas charlas entre ellos en la primera época de Párrafus, cuando el juego iba una vez por semana dentro de “Por Amor al Arte” y era María la más habitual triunfadora.
Como sea, es ella, junto a Julián Sanchez, un profesor de literatura, Gustavo Glanzman, jubilado de la misma profesión, Roberto Lopez Motta, “locutor y poeta”, de los pocos oyentes ganadores que en su actividad laboral tienen permanente y estrecho contacto con libros y lecturas, cosa que siempre destaca Paredero. Y, entre ellos, es María, con 24 victorias, la más encarnizada perseguidora del humilde guardia de seguridad que encabeza la tabla, quien suscribe.


Miércoles 23 de Mayo

Liliana Saidón, de Palermo.
Para mí, una ganadora nueva, aunque Paredero dijo que la recuerda de hace unos meses. Creo que ella dijo que había ganado por la tarde, en el ciclo anterior. Lo seguro es que hace poco, creo que este año, envió un libro que publicó, no sé si de matemáticas o geometría. El hecho es que hoy ganó con “Rosaura”, una novela de Ricardo Guiraldes.
Esta noche arriesgué y perdí. Una de las pocas veces que me sucede. Porque no debe creerse que este “lancero” llama y manda cualquiera todas las noches. La última vez había sido con la novela de Huxley, “Viejo muere el cisne”, una meditada deducción (ocho minutos) que resultó acertada. Hoy, la cansina descripción de un pueblo bonaerense, a pesar del vocabulario demasiado llano y correcto, me hizo pensar en “Siempre es dificil volver a casa” ; en realidad, fue cuando se menciona el banco. Con ese indicio demasiado vago, con poca esperanza, llamé y le pregunté a Lucas si el autor era Antonio dal Masetto. Por supuesto, no era.
Liliana contó que esta obra de Guiraldes le fue recomendada por un primo que conocía su deslumbramiento con “Rosaura a las diez”, de Marco Denevi. (¿?) Yo de Guiraldes conocía solamente “Don Segundo Sombra”, “Raucho” y otro título, no sé si novela o cuentos, que empieza con X. En realidad, de los tres conozco solo los títulos, ya que no leí y espero no leer nunca ninguno.
Buenas noches.

El escritor vagabundo

Merced al Parrafus Interruptus edición centésimo septuagésima primera, retomé el contacto con un escritor tan genial como ignoto: Don Bernardo Kordon.

Anoche [jueves 31.5.07 a las 0:36]
Huguito Paredero leyó "Los ojos de Celina", cuento del escritor que inaugurara la sana costumbre de olvidar libros en asientos de tranvías para que otros continuasen su lectura, y declarase en 1998, antes de radicarse en Santiago de Chile:
"Me voy porque Buenos Aires, para mí, ya no es más aquella tierra prometida. Me voy, la verdad, escapando a la mishiadura".

Fué un programa crocante, hasta ganador nuevo hubo: Fernando, un sociólogo de Olivos.
Comparto nota de Osvaldo Aguirre, publicada en El País [de la ROU], un año y piquito atrás.
Ahí va ..
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Bernardo Kordon (1915-2002)

El escritor vagabundo

Osvaldo Aguirre

LA OBRA DEL ARGENTINO Bernardo Kordon reúne una producción sostenida durante casi cincuenta años y comprende novelas, cuentos, crónicas de viaje y ensayos. La atención hacia este prolífico escritor, cuyo último título apareció hace casi veinte años, se ha reactivado luego de su muerte, ocurrida el 2 de febrero pasado en Santiago de Chile en el más completo abandono (de sus compatriotas, no de los chilenos). A primera vista, por sus dimensiones y aparente heterogeneidad, parece difícil encontrar un punto desde donde iniciar la lectura. Sin embargo, a poco que se inicia el recorrido aparece de manera nítida lo que constituye su eje: la ponderación de la existencia humana, en particular en los cruces entre los mínimos sucesos cotidianos y la exploración de mundos desconocidos.

Kordon nació el 11 de noviembre de 1915, en el barrio de Almagro, en Buenos Aires. En el mismo año el padre había instalado una imprenta. En ese ambiente dio sus primeros pasos y se formó el futuro escritor. "Nacido al lado de la imprenta paterna y criado dentro de ella" recordó en A punto de reventar, "mi vida transcurrió en el enervante olor de la tinta de imprenta. Solamente puedo compararlo con el que expele el suelo reseco recién mojado por la lluvia, y esto lo digo de pura condescendencia hacia la madre tierra. Pues nada es comparable a la tinta de imprenta". Otra circunstancia de la infancia tendría fuerte proyección en su visión del mundo: el espectáculo de los trenes cargueros, que veía pasar en la estación Ramos Mejía y que se convirtieron en emblema de un afán por salir en busca de la aventura.

REALISMO CRITICO. En 1936 apareció su primer volumen de cuentos, La vuelta de Rocha. Brochazos y relatos porteños, pagado con dinero de la madre. "Apenas aparecido el libro" recordó en un reportaje, "tomé un ejemplar y lo abandoné en un tranvía a Lacroze, al azar del lector desconocido, que imaginé proletario y rebelde, lo que me induce a pensar que ya no escribía para mí sino para el otro." Allí se insinuaban al menos dos características sostenidas en el resto de la producción: la atención hacia el ambiente de los marginados (en el relato "Los crotos") y la exploración de zonas fronterizas de Buenos Aires (el Riachuelo, el puerto, el límite con la ciudad de Avellaneda). A instancias del chileno Emilio Kartulovick, periodista y automovilista, comenzó a trabajar más tarde en la revista Sintonía. Allí escribió una historia de los inicios del tango, lo que significaba para él otra puerta de entrada a los suburbios de la ciudad. El periodismo, continuado luego en la revista Leoplán, le sirvió además para concretar por primera vez sus deseos de conocer mundo: fue a Brasil con el propósito de hacer notas sobre la samba y el candomblé y experimentó una especie de revelación con el descubrimiento de la cultura negra. Y de la literatura, en particular del novelista Graciliano Ramos, a quien luego tradujo al castellano, y de Mario de Andrade, el gran poeta de Macunaíma, con el que hizo amistad. En 1939 viajó por primera vez a Chile y se sintió impactado, en Santiago, por la efervescencia social del momento: "llegaban grupos de sobrevivientes del terremoto de Chillán", contó, "y desfilaban las cotidianas manifestaciones que mantenían al gobierno del Frente Popular". Estas experiencias se convirtieron en material de varias de sus ficciones y de evocaciones autobiográficas. Además, conoció en ese país a quien sería su esposa, Marina López Elgueta.

La aparición de la novela corta Un horizonte de cemento, en 1940, estableció su punto de ruptura. El relato narra en primera persona la historia de un linyera, Juan Tolosa. El procedimiento marca en sí mismo una diferencia clave con el realismo al uso: ya no se trata de mirar a los pobres y bandidos desde afuera, como un espectáculo exótico, sino de asumir la subjetividad de esos personajes de manera tal que "es el propio miserable que nos habla desde el fondo de su noche". Descubría así un mundo virtualmente inexplorado, con conflictos también desconocidos, ya que el personaje de Tolosa aparece como emergente de la crisis económica de los años 30, la llamada Década Infame.

El protagonista de Un horizonte de cemento realiza el ideal de los personajes de Kordon: rompe con el mundo circundante para dedicarse a vagabundear en libertad. Esa es la medida de su valor. "Un linyera es mejor que todos: no usa nada para diferenciarse", se lee. "Es el camino quien lo distingue como el más sufrido y el más hombre." Juan Tolosa deambula sin rumbo y sin establecer lazos, en un recorrido que perfila otro gran personaje de la obra: la ciudad de Buenos Aires.

El libro apareció publicado por la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), nucleamiento con inquietudes políticas surgido en los albores de los años 40 y del que Kordon fue impulsor. Otras vertientes de su febril actividad eran el interés por cuestiones sociales y la reflexión sobre las relaciones entre arte y política, que más tarde lo llevarían a acercarse al Partido Comunista. Estas preocupaciones aparecieron formuladas en la novela Muerte en el valle, escrita y publicada en Chile, donde Kordon residió por primera vez entre 1942 y 1943. La historia, al reelaborar los últimos días del periodista Raúl Dell Sendero, plantea los problemas de inserción de los intelectuales en los partidos de izquierda y supone una crítica temprana a la burocracia y las miserias de la actividad política.

El mismo año, de regreso en Buenos Aires, Kordon publicó otra novela ambientada en Chile, Tormenta en otoño. El volumen apareció con el sello de Ediciones Siglo Veinte, que luego tendría un papel importante en la difusión de la obra. El dueño de la empresa, Gregorio Schvartz, era a su vez propietario de Fausto, conocida librería de la calle Corrientes donde el escritor solía pasar las tardes.

UNA VENTANA DONDE RESPIRAR. La novela Reina del Plata significó una nueva investigación de formas narrativas. La historia transcurre en dos partes situadas en 1930 y 1943, fechas marcadas por golpes militares y convulsiones sociales en la historia argentina. La narración pone el foco sucesivamente en cuatro jóvenes que integran una barra de amigos de clase media baja. Entre los protagonistas sobresale la figura de Alberto Fiacini, personaje que había aparecido en un relato anterior, La isla, y que retornaría en "Toribio Torres, alias Gardelito", en un movimiento que Kordon imprimió a otros de sus personajes. Con cualidades de actor, Fiacini sueña con triunfar en Hollywood. Sin embargo, en el final de su recorrido accede a una revelación: "El hombre no busca lo triste, lo alegre, lo bueno ni malo" dice: "busca una ventana para respirar, y a veces la encuentra".

A fines de los años 40 Kordon emprendió un nuevo viaje, esta vez a Europa. Permaneció en Francia entre 1949 y 1950, experiencia que maduraría en una de sus mejores novelas, De ahora en adelante. La historia tiene como protagonista a un pintor de vanguardia que cumple el rito de viajar a París y, después de una crisis, decide regresar a Buenos Aires para reencontrar a un amigo de la adolescencia que es su contracara: ha renunciado a sus deseos juveniles para seguir el mandato familiar y convertirse en un viajante de comercio. Al igual que el personaje de su novela, Kordon sintió "el llamado de la ciudad" y volvió a Buenos Aires. En los años 50 nucleó a jóvenes escritores en dos revistas, Todo y Capricornio, que lo tuvieron como director. A mitad de la década se produjeron dos acontecimientos gravitantes en su vida: publicó la nouvelle "Toribio Torres, alias Gardelito", para muchos el texto más logrado de la obra, y realizó su primer viaje a China.

"Toribio Torres, alias Gardelito" apareció en el volumen de relatos Vagabundo en Tombuctú. El protagonista es aquí un joven que imita a los cantantes de tango y aspira a triunfar de esa manera. Enfrentado a la exigencia de trabajar para sostener a una familia sumida en la miseria, elige la salvación individual: escapa con la fantasía de concretar sus sueños. En el aprendizaje de las tretas y los recursos para pelear por la subsistencia, Toribio utiliza su pretendida condición de artista sólo para engañar a los demás: es un cuentero que explota las ambiciones y las necesidades ajenas. Esta actitud, reprobable para una mirada convencional, resulta en cambio positiva para el personaje porque define un ámbito donde puede valorarse: "Frente a él se extendía la calle" se dice, "y en las calles estaban marcados todos los caminos y allí donde regía el azar, él imponía su clase de cuentero". Gardelito es un artista que puede convencer a los otros de lo que se le ocurra; el mundo aparece así como un teatro habitado por artistas malos, que repiten un papel aburrido, mientras él representa la ficción más verosímil. Así, no vacila en traicionar a quienes lo rodean en función de su propio interés; por una cruel paradoja, su final se precipita cuando, por primera vez, se confiesa ante un amigo y dice la verdad.

El volumen incluía otros dos relatos memorables que marcaban una nueva línea dentro de la obra, inesperada para un autor que se proclamaba realista: la exploración del género fantástico. "Un poderoso camión de guerra" --incluido por Rodolfo Walsh en la Antología universal del cuento extraño-- presenta una historia de viaje donde lo maravilloso surge no ya del mundo revelado, como en textos anteriores, sino de un suceso ambiguo e inquietante. En "Hotel Comercio" lo extraño se desata a partir del encuentro de dos personas que por azar deben compartir una pieza en un alojamiento. La sordidez de ambientes y circunstancias, en la "cochina y tediosa lucha por la vida", resulta un espacio donde se instala lo siniestro. Por su complejidad, la extraordinaria intensidad de la escritura y el hecho de precisar las cuestiones que preocupaban al autor desde sus inicios, "Alias Gardelito" se convirtió en el texto más conocido del autor. Su repercusión estuvo dada, en buena parte, por la posterior adaptación al cine que hizo Lautaro Murúa y por el respaldo que le dio Pablo Neruda. La amistad entre Kordon y Neruda sobrevivió a las contingencias de la época, como por ejemplo a la ruptura que se produjo en 1968 en el Partido Comunista argentino y que hizo que Kordon adhiriera, sin desarrollar una militancia activa, al régimen maoísta.

LA CONEXIÓN CHINA. Kordon hizo su primer viaje a China en septiembre de 1957, como parte de una delegación cultural argentina que también integraba, entre otros, el poeta Juan L. Ortiz. En 1962, en una segunda visita, se entrevistó con Mao-Tsé-tung. La experiencia quedó registrada en varios libros que dedicó a comentar aspectos de la cultura y la historia del Lejano Oriente. En ese sentido, no actuó como un propagandista sino, al igual que en otros viajes, como un explorador ávido de conocimientos y aventuras. El interés por lo que aparecía en las antípodas de la cultura occidental remitía además a su apasionada reivindicación de la cultura negra --una rareza entre los intelectuales argentinos-- que lo llevó a interesarse por los cultos africanos y sus expresiones artísticas.

LUCES Y SOMBRAS DE LA GRAN CIUDAD. Toribio Torres tiene además otra impronta: es un provinciano incorporado a Buenos Aires. Esta circunstancia ha sido explotada bajo distintas luces en la obra. El viaje a la capital supone todavía hoy la utopía y la frustración de las clases pobres en la Argentina. En ese sentido, los protagonistas de las historias de Kordon siguen un camino con pocas salidas: la mendicidad, el crimen, la prostitución.

Domingo en el río es tal vez la mejor colección original de cuentos de Kordon. El relato que da título a la serie cuenta una excursión de pobres al balneario de Quilmes. La historia reúne una serie de personajes entre los cuales se destaca un chico huérfano, torturado por el abandono de su madre. El narrador retransmite sin comentarios su percepción de las cosas, determinada por la lectura de Emilio Salgari y la dolorosa soledad que padece. En "Expedición al oeste", el viaje tiene lugar en el tiempo: se trata de una recuperación de la propia infancia y del barrio natal. "Desde entonces", se dice, "fuimos espectadores interesados y absolutamente parciales de todo lo que ocurriese en la calle, territorio densamente poblado de amigos y enemigos (...) Criados en Babilonia, supimos escoger lo mejor: el espectáculo cambiante de la esquina, los pregones y las broncas callejeras. Sólo deseábamos crecer para hacer nuestras todas las calles de la ciudad". El valor de la calle consiste en constituir la primera manifestación de lo desconocido, el lugar donde alienta el llamado de la aventura.

En "Nuestra señora de los gatos", la ciudad aparece observada desde el punto de vista de una vieja empleada doméstica. La mujer alimenta a los gatos de un baldío y encuentra en ese lugar un espacio confortable y protector en comparación con "la selva de cemento donde reinaban y se mataban los hombres"; tanto que en definitiva, después de una retorcida relación con una burguesa, prefiere "exiliarse de los hombres para vivir con los gatos" y se hace mendiga. "La desconocida", en cambio, centra su atención en un matrimonio. La narración avanza a partir de un hecho insignificante: un hombre repara en un tic de su esposa. La conclusión es desoladora: el ámbito más íntimo ha contenido siempre un misterio, y ya no existe revelación posible.

Un mecanismo similar se advierte en un texto posterior, "La última huelga de basureros", donde un percance mínimo, narrado con los estereotipos de la crónica periodística, conduce a una realización del apocalipsis. El absurdo de la vida cotidiana ha sido el tema de otros relatos. Contra la convención, que lo define como aquello que carece de lógica a la luz de lo habitual, Kordon descubre el absurdo en la rutina, en la repetición de gestos y actitudes impuestos, en el sin sentido de las pequeñas cosas. "Los ojos de Celina", ejemplo magistral de cuento breve, lleva a un plano de horror la situación en principio trivial de la madre que resiste a la mujer de su hijo.

LA MEDIDA EXACTA. Kordon enfatizó que su literatura surgía de la "observación directa" del mundo. Pero esa posición no era la de un espectador ni la de un espía: implicaba un diálogo comprometido y un reconocimiento en el otro. "Entonces soy yo mismo", dijo, "multiplicado en las variantes de otras vidas, y esta identificación pluralista me impulsó a escribir para expresarme en otras vidas que también son las mías". En ese marco el cuento resultaba "la medida exacta del contacto fugaz y revelador del rostro que repentinamente vemos iluminarse en la oscuridad de la multitud".

Si en sus inicios el realismo de Kordon se desmarcó del pintoresquismo al proponerse como mezcla de experiencia e imaginación, a partir de mediados de los 60 marcó sus diferencias con el realismo mágico. "Sólo conozco cincuenta años de soledad", decía, al comentar que no le había interesado el famoso libro de Gabriel García Márquez. Con menos ánimo de burla, señalaba imposiciones de mercado: "Los europeos han hecho una especie de reparto de trabajo, mediante el cual el racionalismo es propio de las metrópolis (o sea de Occidente) y nosotros nos caracterizamos por el barroquismo y la fantasía". Por lo demás, continuaba abierto a nuevas lecturas. "Allá por la década del 60 fui a recorrer el norte chileno", contó, "vale decir el desierto más riguroso del mundo, por cierto con particulares singularidades humanas. Para sobrevivir ese largo viaje en increíbles ferrocarriles, llevé varios libros, entre ellos L'homme foudroyé (El hombre fulminado), de Blaise Cendrars, que simplemente me deslumbró. Desde entonces he leído creo que toda, o casi toda, la obra de Cendrars". El escritor suizo era una especie de alma gemela: también se interesó por la cultura negra y por los viajes, en particular al Lejano Oriente.

La influencia de Cendrars puede seguirse en A punto de reventar, donde Kordon hace memoria y reconstruye alguno de sus viajes, en un cuidado desorden cronológico y con intercalación de textos de autores ajenos. Pero el aporte decisivo de este libro fue la nouvelle "Kid Ñandubay", una demostración contundente de su maestría literaria. Aquí Kordon toma a un inmigrante ruso que trata de salir de la pobreza haciéndose boxeador, y compone con él un personaje inolvidable. El relato se inicia con una recreación de personajes y lugares de los años 30, en particular del ambiente de los bajos fondos porteños, con una evocación virtualmente inédita del mundo de los proxenetas y pequeños ladrones, o fiocas y gratarolas, según las voces del lunfardo, que según dice el narrador "son palabras exactas y medidas como los golpes de los buenos boxeadores".

Su último libro, Historias de sobrevivientes, recibió varios premios. Sin embargo, Kordon ya comenzaba a apartarse de los ambientes literarios. En 1998 resolvió abandonar Buenos Aires y radicarse en Santiago de Chile. "Intento escapar de la mishiadura, igual que mis personajes", declaró entonces. A poco de llegar falleció su esposa y fue internado en un geriátrico. "Lo fuimos a visitar con Volodia Teitelboim", relató el escritor chileno Enrique Lafourcade. "Estaba delicadamente presente, con ausencias nada tristes. La edad de la infancia. Una enfermera-mamá-novia y la imaginación que jamás lo abandonó". El pintor que protagoniza De ahora en adelante pensaba que a su muerte "el mundo de su arte continuaría viviendo una aventura más intensa que su vida". Esa afirmación puede extenderse ahora al propio escritor, cuya obra guarda intacta una experiencia de riqueza extraordinaria. *

domingo, 20 de mayo de 2007

Pàrrafus en la Feria (II)

En el mes de diciembre, Hugo dijo que estaba pensando en hacer una convocatoria para que los oyentes nos reuniéramos. Lo comentó en una charla conmigo, creo que la noche que gané con el cuento de Truman Capote, y tal vez yo mismo boicoteé esa reunión al declarar que ni loco iría. El hecho es que nunca se concretó.
Más adelante, recientemente, planteé la idea de este Blog, pensado como un sitio de encuentro virtual. El fracaso, a juzgar por la escasez de colaboraciones o comentarios, es, si no perfecto, casi impecable.
Por fin, ahora, el marco ideal de la Feria del Libro, con su perenne filosofía: del autor al lector, dejaba picando la idea de una reunión, ya no de oyentes de radio, sino de lectores manifiestos, probados y aprobados a lo largo de un año de programa “ad hoc”... o “párrafus interruptus”, valga la confusión de locuciones latinas.
Allí estábamos, entonces. Y, con todas las salvedades que se quiera: que era un día hábil a las tres de la tarde, que era fin de mes, que la reunión competía con otras actividades de la misma feria o con su mera oferta inagotable de lecturas posibles, de todos modos, éramos pocos.
Pero, de todos modos, después de charlar con Paredero tras mi primera victoria, siguieron las satisfacciones. Al salir del estudio, Cristina vino a mi encuentro y me dijo que alguien quería saludarme. Era la compañera oyente Laura Falcoff, también colega de Hugo, cronista de la sección de espectáculos del gran diario argentino; una juvenil mujer madura muy elegante, muy amable, que quería conocerme y felicitarme. Ella, a su vez, me presentó a un hombre alto, canoso, de ojos claros, con quien había entablado conversación y resultó ser Fernando, de Chacarita. El me saludó alborozado, muy sonriente, exuberante, y sinceramente admirado de mi memoria libresca. También yo los felicité, recordando algunos de sus triunfos; entre paréntesis, todavía no me explico cómo alguien, a la sazón Fernando, pudo marcar más rápido que yo en cuanto Paredero leyó: “Las cuatro faldas”, tres primeras palabras de El Tambor de Hojalata, y me arrebató aquella victoria.
Departimos amistosamente un rato más, yo con la novísima sensación de ser el centro de atención, y nada menos que por algo que nunca me sirvió de nada, hasta que por los altavoces ubicados en el techo del estudio la voz de Hugo inició el preámbulo de la segunda lectura.
Con las primeras líneas pensé en Lovecraft, el (quizá) sobrevalorado autor de cuentos de horror sobrenatural. Arriesgué su nombre y Lucas, creo que con algún regocijo, dijo que no. Enseguida, inopinadamente, esbozó una ayuda. Dijo que el apellido del autor era “cortito”. Miré a Laura y a Fernando, que me miraron. Giré la mirada entre los otros rostros (pocos) que escuchaban. Miré a Lucas, al fin, y dije con seguridad: “Poe”. “Sí”, admitió él, con un suspiro. “¿Y el título?”, preguntaron a mi alrededor. Yo ya lo sabía; es un cuento modélico para tantos relatos de Lovecraft, de ahí la confusión: narración en primera persona, un personaje con hondura metafísica, una navegación hacia sitios inexplorados... Pero incliné la cabeza y dije que no, no lo voy a decir, que esta vez gane otro. Miré a Laura y a Fernando y repetí: “No, otra vez yo no, fíjense ustedes, escuchen...” Pero ellos rechazaron mi falsa modestia y me alentaron a contestar. Entonces fingí una duda: “¿El título empieza con “manuscrito?”, le pregunté a Lucas. “Sí”, dijo él, y empezó a abrir la puerta del estudio.
Entonces, otra vez felicitado, palmeado, sonreído, me abrí pasó y me encaminé a la consagración.
Lo demás (el ápice) ... se escuchó por la radio.

sábado, 19 de mayo de 2007

Pàrrafus en la Feria (I)

“Rodeado de ojos claros...”
Es la primera frase que escribí para la crónica sobre el Párrafus de la feria, que no prosperó.
Demasiado personal, pensé; pusilánime, quizá. Aunque no estaría mal que el enfoque fuera ese, estrictamente personal, ya que esta crónica, en principio, estaba destinada al compañero oyente Quique, de Trelew, que me la solicitó, y eventualmente la pondría en el Blog, que no tiene muchos más visitantes que él mismo...
Me refería, en fin, a los ojos grises de Laura, de Palermo, los celestes de Fernando, de Chacarita, y a la claridad indeterminada de los del mismo Paredero. Pero abandoné el intento por unos días.

Rodeado de ojos claros en el miniestudio montado por radio Nacional en una calle interna del predio de Palermo, protagonizé el 30 de abril pasado el momento culminante de mi vida, la cumbre, el ápice, el verdadero ápice... Bueno, digamos mejor: de mi vida intelectual.
No debe ser habitual para los oyentes escuchar el programa al aire libre. Yo lo hago así desde el mes de octubre, desde que la empresa me trasladó al turno noche de un hospital poco conocido de la zona de Constitución, donde cumplo la módica función de guardia de seguridad. Claro que lo escucho rodeado de oscuridad y silencio, solitario en el patio adonde debo salir para sintonizar bien la radio y tener señal para el celular; algo muy distinto de lo que nos deparó la reunión de la feria.
Era una hermosa tarde de sol. Casi al aire libre, porque el estudio, ubicado entre dos pabellones, era de traslúcido blindex, se realizaba el Párrafus en vivo de la feria del libro. Alrededor del segmentado cubículo (en el segmento más chico, la consola de sonido y el operador, en el otro Paredero frente al micrófono), se reunían poco a poco los oyentes. Poco a poco pero pronto, porque fuimos pocos.
A las tres en punto de la tarde me acerqué con Cristina, después de haber pasado por el lugar un rato antes en un breve raid exploratorio. Entonces, me había desanimado un poco la escasa concurrencia. Fue lo primero que le dije a Hugo cuando Lucas me invitó a pasar al estudio tras mi victoria inicial: que me parecía poco público, que había esperado ver más, pero me consolaba pensando que tal vez muchos otros oyentes (las muchedumbres solitarias, como nos llamó Quique de Trelew) circulaban por ahí sin atreverse a llegar al encuentro, cohibidos por la proximidad del milagroso fenómeno radial que protagonizan desde sus casas cada noche de programa. Hugo dijo que él esperaba menos.
La primera lectura fue Las Armas Secretas, y primero reconocí al autor. Esa sofisticada tersura de sus primeros libros de cuentos. “Cortazar”, le dije a Cristina en voz baja. Me tomé mi tiempo para determinar de qué relato se trataba; había, esa tarde, menos competencia que por las noches.
Dudé entre dos títulos, hasta que en la lectura se mencionó a “las obras completas de Stendhal”. No es que por eso lo reconociera, sino que lo tomé, adscribiendo, sin hesitar, caprichosamente, al pensamiento mágico, como un mensaje del universo que me decidió a arriesgar. Precisamente con La Cartuja de Parma, de Stendhal, había ganado en el último programa de la semana anterior. Pero el título solo se lo dije a Cristina. No me animé a acercarme al jovenzuelo delicadamente barbado que Hugo había presentado como Lucas Gatti y esperaba la respuesta a las puertas del estudio. Fue Cristina quien se acercó y se lo dijo, para luego señalarme entre la modesta multitud. No me quedó más remedio que admitirlo: “Hola, soy Marcelo Perenchio”, y Lucas me hizo pasar.
Me ubicó al lado de Paredero, que seguía leyendo, y me susurró al oído que lo interrumpiera. Dije: “Bingo”, en dirección al micrófono, y Hugo se interrumpió.
continuarà

jueves, 10 de mayo de 2007

La vuelta al mundo en ciento ochenta minutos [o libros?]

Ha sido una semana donde pese a no ganar en vivo, el milagro de la radio, otorgó un nuevo crédito al hombre de Laferrere. Ora Perenchio, ora Coronel. Digamos, un oficial victorioso [un coronel rural?] en la emisión del martes, cuando se transmitiera al aire la emisión del Parrafus Ferial del lunes 30 de abril.

Allí escuchamos propuestas, al juntarse un grupo de la "pequeña orquesta reincidentes" o ganadores consuetudinarios, tal como el labil intento de pactar alguna regla de oro para los ganadores múltiples, i.e. aguardar 5 minutos para luego llamar. Cosa que finalmente fue desestimada.
Dicho esto, a las 24 horas y segundos, un viejo ganador llamaba para abrazar un nuevo trofeo parrafero, gracias a "La Muerte de Artemio Cruz" [gente que muriendo da vida, y premios], novela de Carlos Fuentes.

Hoy la Cornejo [Verónica] fué simpática y sincera, al explicar su derrotero, y refererir a la fecha anotada en el broli 2/7/86. Abundó en detalles sobre el proceso deductivo, pese a haber dado con el autor, pero no con la obra en un primer llamado.

Continuamos enganchados con esta pasión por los libros, por la lectura, y ppalmente. por seguir aprendiendo.

He allí el misterio a develar, ¿será una propiedad invisible/intransferible del éter nacional [de LRA]?

Prólogo de Jorge Luis Borges a 'El Mandarín'
"A fines del siglo XIX, Groussac pudo escribir con veracidad que ser famoso en Sudamérica no era dejar de ser un desconocido.
Ese dictamen, por aquellos años, era aplicable a Portugal. Famoso en su pequeña e ilustre patria, Jose María Eça de Queiros (1845-1900) murió casi ignorado por las otras tierras de Europa. La tardía crítica internacional lo consagra ahora como uno de los primeros prosistas y novelistas de su época.

Eça de Queiroz fue esa cosa un tanto melancólica: un aristócrata pobre. Estudió Derecho en la Universidad de Coimbra y, una vez terminada su carrera, desempeñó un cargo mediocre en una mediocre provincia. En 1869 acompañó a su amigo, el conde de Rezende, a la inauguración del canal de Suez. Pasó de Egipto a Palestina, y la evocación de esas andanzas perdura en páginas que muchas generaciones leen y releen. Tres años después ingresó en la carrera consular. Vivió en La Habana, en Newcastle, en Bristol, en la China y en París. El amor a la literatura francesa nunca lo dejaría. Profesó la estética del parnaso y, en sus muy diversas novelas, la de Flaubert. En "El primo Basilio" (1878) se ha advertido la sombra tutelar de Madame Bovary, pero Émile Zola juzgó que superior a su indiscutible arquetipo y agregó a su dictamen estas palabras: "Les habla un discípulo de Flaubert".

Cada oración que Eça de Queiroz publicó había sido limada y templada, cada escena de la vasta obra múltiple ha sido imaginada con probidad. El autor se define como realista, pero ese realismo no excluye lo quimérico, lo sardónico, lo amargo y lo piadoso. Como su Portugal, que amaba con cariño y con ironía, Eça de Queiroz descubrió y reveló el Oriente. La historia de "O Mandarim" (1880) es fantástica. Uno de los personajes es un demonio; otro, desde una sórdida pensión de Lisboa, mata mágicamente a un mandarín que tiende su barrilete en una terraza que está en el centro del impero amarillo. La mente del lector hospeda con alegría esa imposible fábula".

viernes, 4 de mayo de 2007

Nacimiento del Blog

Viernes 16 de Marzo, 2007
Estimado Hugo:


No desesperes ni haya drama. Sigo acá, haciéndole atenta sintonía a los párrafus –y en especial a los interruptus.
Se completa un año de programa, y sí, como le dijiste al tachero, sigo siendo el asombroso puntero, con 23 victorias, así que no he sentido urgencia por seguir participando en este verano, después del extraordinario raid triunfal de diciembre y enero.
Además, sinceramente, sucedió que, poco después de cumplir 42, me desanimé una noche cuando releí unos versos de don Jorge Luis y se me ocurrió una melancólica manera de parafrasearlos.
Estos son los versos:

No haber caido,
como otros de mi sangre,
en la batalla.
Ser, en la vana noche,
el que cuenta las sílabas.

Así quedó mi paráfrasis:

No haber escrito,
como quiso mi deseo
en el pasado.
Ser, en la vana noche,
el que acierta los párrafus.


Pero me recuperé enseguida, como otras veces, y pensé en usar esas palabras del maestro, más otras, para ilustrar la carátula de un blog sobre el programa que desde hace tiempo vengo rumiando. En unos días, si mi semianalfabetismo tecnológico me lo permite, lo subo a la red (¿se dice así?), y te paso la dirección para que, si querés, lo difundas, así los oyente comentan ahí los pormenores de sus triunfos, o sus confusiones, sus dudas, rememoraciones, descubrimientos... en fin, lo que quieran.
Hasta pronto, entonces.



Marcelo Perenchio /