jueves, 10 de mayo de 2007

La vuelta al mundo en ciento ochenta minutos [o libros?]

Ha sido una semana donde pese a no ganar en vivo, el milagro de la radio, otorgó un nuevo crédito al hombre de Laferrere. Ora Perenchio, ora Coronel. Digamos, un oficial victorioso [un coronel rural?] en la emisión del martes, cuando se transmitiera al aire la emisión del Parrafus Ferial del lunes 30 de abril.

Allí escuchamos propuestas, al juntarse un grupo de la "pequeña orquesta reincidentes" o ganadores consuetudinarios, tal como el labil intento de pactar alguna regla de oro para los ganadores múltiples, i.e. aguardar 5 minutos para luego llamar. Cosa que finalmente fue desestimada.
Dicho esto, a las 24 horas y segundos, un viejo ganador llamaba para abrazar un nuevo trofeo parrafero, gracias a "La Muerte de Artemio Cruz" [gente que muriendo da vida, y premios], novela de Carlos Fuentes.

Hoy la Cornejo [Verónica] fué simpática y sincera, al explicar su derrotero, y refererir a la fecha anotada en el broli 2/7/86. Abundó en detalles sobre el proceso deductivo, pese a haber dado con el autor, pero no con la obra en un primer llamado.

Continuamos enganchados con esta pasión por los libros, por la lectura, y ppalmente. por seguir aprendiendo.

He allí el misterio a develar, ¿será una propiedad invisible/intransferible del éter nacional [de LRA]?

Prólogo de Jorge Luis Borges a 'El Mandarín'
"A fines del siglo XIX, Groussac pudo escribir con veracidad que ser famoso en Sudamérica no era dejar de ser un desconocido.
Ese dictamen, por aquellos años, era aplicable a Portugal. Famoso en su pequeña e ilustre patria, Jose María Eça de Queiros (1845-1900) murió casi ignorado por las otras tierras de Europa. La tardía crítica internacional lo consagra ahora como uno de los primeros prosistas y novelistas de su época.

Eça de Queiroz fue esa cosa un tanto melancólica: un aristócrata pobre. Estudió Derecho en la Universidad de Coimbra y, una vez terminada su carrera, desempeñó un cargo mediocre en una mediocre provincia. En 1869 acompañó a su amigo, el conde de Rezende, a la inauguración del canal de Suez. Pasó de Egipto a Palestina, y la evocación de esas andanzas perdura en páginas que muchas generaciones leen y releen. Tres años después ingresó en la carrera consular. Vivió en La Habana, en Newcastle, en Bristol, en la China y en París. El amor a la literatura francesa nunca lo dejaría. Profesó la estética del parnaso y, en sus muy diversas novelas, la de Flaubert. En "El primo Basilio" (1878) se ha advertido la sombra tutelar de Madame Bovary, pero Émile Zola juzgó que superior a su indiscutible arquetipo y agregó a su dictamen estas palabras: "Les habla un discípulo de Flaubert".

Cada oración que Eça de Queiroz publicó había sido limada y templada, cada escena de la vasta obra múltiple ha sido imaginada con probidad. El autor se define como realista, pero ese realismo no excluye lo quimérico, lo sardónico, lo amargo y lo piadoso. Como su Portugal, que amaba con cariño y con ironía, Eça de Queiroz descubrió y reveló el Oriente. La historia de "O Mandarim" (1880) es fantástica. Uno de los personajes es un demonio; otro, desde una sórdida pensión de Lisboa, mata mágicamente a un mandarín que tiende su barrilete en una terraza que está en el centro del impero amarillo. La mente del lector hospeda con alegría esa imposible fábula".

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