jueves, 31 de enero de 2008

Autógrafos a mí mismo o Ahora dicen que soy sexy

Justamente la semana pasada, a raíz de su admiración por T.S. Eliot, yo nombraba a Jorge Dorio.
En 1984, cuando tuve oportunidad de acercarme brevemente a él a partir de su juvenil, sorprendente aparición en la radio, haciendo dúo con Martín Caparrós en la trasnoche de Belgrano, Dorio tenía publicado un libro que había llamado “Huésped de mí mismo”. Tal vez hoy, cuando suele aparecer en tv como panelista del antiutópico programa llamado “Gran Hermano”, no le guste la recordación de este poético pasado suyo. Aunque, en realidad, pienso que a nadie puede ofender, o hacer mella, mención alguna en este insignificante arrabal de Internet –que ahora ni Paredero leerá.
El lunes, Hugo me hizo reír al atribuirme la delirante práctica de firmar autógrafos en mi camisa, en el pantalón, en el pecho, autógrafos a mí mismo por el puro placer de escuchar la reiterada mención de mi apellido en el programa. Después, en esa recargada referencia (de casi cinco minutos) a mi insistente participación en el programa (pero tal vez sean equivalentes la una a la otra), la cosa fue pasando de castaño a oscuro. Jugando cómicamente con la tentación de una censura, primero, pidiéndome calma, después, terminó anunciando su prescindencia de la última forma que tomó mi amoroso compromiso con su bella propuesta radial: dijo que no piensa leer las citas del juego paralelo que los otros días se me ocurrió incluir en el Blog. (Ver “La lista de Perenchio II”)
Haría lo mismo. En su lugar, consideraría que ya bastante sospecha hay sobre este múltiple ganador como para, además, dar que pensar al público (al público que también visita este Blog) si llegara a leer en el programa algo cercano a lo que este parasitario sujeto sugiere. Sobre todo, porque él mismo declara su “arrogante intención” de contribuir a mi bagaje literario, o propiciar mágicamente la lectura de autores ‘postergados’ ¡Habrase visto!
Yo, francamente, me prohibiría sin más la participación. El severo huésped que llevo en mí suele ser –en principio- terminante. Y, en principio, dictamina ya mismo que no va a continuar con aquel juego paralelo.
... de todos modos, desde principios de años venía pensando en hacer la “gran Gustavo Glandsman”: retirarme en la cresta de la ola. Pero no me decidí. Pensé: Lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Y en eso estoy –estaba.
“En esas magias estaba cuando lo borró la descarga”

¡Eso! Volvamos, por favor, a la literatura, a los libros, y dejemos ya a este siniestro personaje.

La semana pasada, en definitiva, no se escribió casi nada acerca de las lecturas de Párrafus –ni yo ni ustedes.
Justamente sobre Eliot, charlando con Hugo yo había dicho que tenía la impresión de que su poesía era un tanto hermética. Pero, aparte de algunos fragmentos sueltos, lo que conocía de él lo leí en un fascículo del Centro Editor de América Latina, el número 100 de la colección Los Hombres de la Historia. Allí, pasajes como el que cito a continuación tal vez contribuyeron a que me formara aquella idea de oscuridad. Su autor es Roberto Sanesi, quien dice cosas como esta:

“Resulta imposible, aquí, profundizar el contenido de esta obra en tantos aspectos paradojal, donde la convicción cristiana –como lo notara el crítico alemán Robert Curtius- es sentida y revivida en un modo y expresada con un lenguaje extremadamente subjetivo donde el análisis de la poesía lleva a la negación de la poesía, y donde lo que tiene unidos a los momentos más diversos de esta meditación tendida a la superación de la contradicción entre vida y muerte sin negar ni vida ni muerte es una energía espiritual cuya profundidad es intuible aún a nivel emotivo, a despecho de las numerosas referencias religiosas y culturales.”

Así inicia el tal Sanesi el apartado sobre la obra que eligió Hugo para representar a Eliot en Párrafus. Después, el análisis de cada uno de los Cuatro Cuartetos es encabezado con el mismo título que utilizara el poeta. Hacia este fascículo, leído hace años, saltó mi mente cuando Hugo leyó: “Burn Norton”. Llamé, entonces, seguro de que el autor era Eliot; pero mi memoria no enfocó el contexto de aquel subtítulo, así que barajé tres obras para arriesgar. No hizo falta, la pegué con la primera. Mis otras opciones eran “La tierra baldía” y “Los hombres huecos”.
Justamente de este último poema, en el mismo fascículo se cita el siguiente fragmento:

“Nosotros somos los hombres huecos
los hombres embutidos de aserrín
Nos apoyamos unos en otros
por las cabezas llenas de paja
y nuestras voces ásperas
cuando cuchicheamos
no tienen timbre ni sentido
como el viento en la hierba seca
como el trote de las ratas
en los vidrios quebrados
de los sótanos secos.”

Y se explicita la razón de uno de los epígrafes elegidos por Eliot: “Un penique para Guy Fawkes”.
Parece ser que, hacia 1605, se produjo en Londres “la conjuración de las pólvoras”, con el fin de hacer estallar el Parlamento. Guy Fawkes era el encargado de encender la mecha y huir. Pero, merced a una traición de alguno de los conjurados, fue apresado y llevado a suplicio. Desde entonces, en Inglaterra se conmemora cada año este hecho mediante la confección de fantoches de paja semejantes a Fawkes, que los muchachones después prenden fuego, y “Un penique para Guy Fawkes” es la frase con la que piden donativos por las casas.
Y el otro epígrafe elegido por Eliot para “Los hombres huecos” es: “Mistah Kurtz murió”, de la novela “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad.

Justamente al día siguiente Hugo leyó a Conrad, y justamente el ganador volví a ser yo. Pero la novela elegida fue “La línea de sombra”. De su introducción, cito el siguiente pasaje, que demuestra, creo, una muy penetrante psicología del autor inglés.

“El solo hecho de confesar que pensé durante largo tiempo en este relato bajo el título de “El primer mando”, indicará ya al lector que se refiere a una experiencia personal. Y, efectivamente, de una experiencia personal se trata, vista con la perspectiva del recuerdo, y coloreada con ese amor que no podemos menos de experimentar con respecto a acontecimientos de nuestra propia vida que no nos ofrecen motivo alguno de rubor. Y este amor es tan intenso –y aquí apelo a la experiencia universal- como la vergüenza y casi la angustia con que se recuerdan ciertas circunstancias lamentables, incluso simples equivocaciones cometidas en el pasado. Uno de los efectos de perspectiva del recuerdo es el mostrarnos las cosas mayores de lo que son, debido a que los puntos esenciales se encuentran en él aislados de su contorno de minucias cotidianas, automáticamente borradas del espíritu.”

Este lunes volvimos a la poesía, y la ganadora fue Verónica Cornejo, quien reconoció la obra de Guillaume Apollinaire. La última victoria de la joven de Lugano, el miércoles 16, había sido con otro francés, el dramaturgo Alfred Jarry. Y acá tengo un bello texto de Apollinaire sobre Jarry, que cito con intermitencia.

“-¿El señor Alfred Jarry?
-En el tercero y medio.
Esa respuesta de la portera me asombró. Subí a lo de Alfred Jarry, que efectivamente vivía en el tercero y medio. Habiéndole parecido al propietario muy altos de techo los pisos de la casa, los había desdoblado. Ese edificio, que existe aún, tiene de esa manera quince pisos, pero como, en definitiva, no es más elevado que las otras casas del barrio, no es sino una reducción de rascacielo.”
(Esto me recuerda algo de esos guionistas vanguardistas del Hollywwod actual: el edificio donde trabaja el protagonista de “¿Quieres ser John Malcovich?”)
“Habíamos sido invitados a cenar en la calle de Reenes. A la mesa, habiendo querido alguien leerle las manos, Jarry probó que poseía todas las líneas dobles. Para mostrar su fuerza, rompió a puñetazos los platos dados vuelta, y termino por herirse. El aperitivo, los vinos lo habían agitado. Los licores terminaron de excitarlo. Un escultor español quiso conocerlo y le dijo algunos cumplidos. Pero Jarry intimó a ese ‘bribón’ ordenándole salir del salón, no volver a aparecer por allí, y me aseguró que ese muchacho acababa de hacerle las proposiciones mas deshonestas. Al cabo de unos minutos, el español, que había huido, volvió, y de inmediato Jarry disparó sobre él un tiro de revolver. La bala fue a perderse en una cortina. Dos mujeres encintas, que se encontraban cerca, se desvanecieron. Los hombres no estaban tampoco demasiado tranquilos, y entre dos nos llevamos a Jarry. En la calle, me dijo con la voz del padre Ubú: ‘¿No es verdad que era lindo como literatura?... Pero olvidé pagar los gastos...’”
(...)
“Las travesuras de Jarry hicieron el mayor daño a su gloria, y su talento, uno de los más singulares y de los más sólidos de su época, no le daba lo suficiente para vivir. Vivía mal, alimentándose en París de costillas de cordero crudas y de pepinillos. Me aseguró que, para mejorar su estómago, bebía a menudo antes de acostarse un gran vaso en el cual había echado por mitades vinagre y ajenjo, extraña mezcla que él unía agregándole una gota de tinta. Las atenciones femeninas le faltaron al pobre padre Ubú. En Coudray, vivía de su pesca; y por cierto, tuvo suerte de haber vivido a menudo lejos de París, al borde del río. La ciudad lo hubiera matado muchos años antes de lo que lo ha hecho.”
(...)
“Jarry murió el 1 de noviembre de 1906, y el 3 éramos unos cincuenta quienes seguíamos su cortejo. Los rostros no estaban tristes, y solamente Fagus, Thedée Natanson y Octave Mirbeau tenían un poquito de aire fúnebre. Sin embargo, todo el mundo sentía vivamente la desaparición del gran escritor y del encantador muchacho que fue Jarry. Pero hay muertos que se deploran de otra manera que por las lágrimas. No quedan bien lloronas en el entierro de Folengo, ni en el de Rabelais, ni en el de Swift. Tampoco eran necesarias en el de Jarry. Muertos como esos no han tenido nunca nada en común con el dolor. Sus sufrimientos no han estado nunca mezclados con tristeza. (...) No, nadie lloraba detrás del coche fúnebre del Padre Ubú. Y como era un domingo, el día siguiente del de los Muertos, la muchedumbre de los que habían estado en el cementerio de Bagneux se había esparcido al caer la tarde en los negocitos de los alrededores. Rebosaban de gente. Se cantaba, se reía, se comían salchichas: cuadro truculento como una descripción imaginada por aquel que enterrábamos.”

Apollinaire escribió esta semblanza acerca de su amigo en noviembre de 1909. Figura en un volumen de la colección La Nueva Biblioteca, también del inmortal Centro Editor de América Latina, llamado “El mundo de Guillaume Apollinaire”, que tiene introducción, notas y traducción del poeta argentino Rodolfo Alonso.
La obra que se leyó en Párrafus fue “Alcoholes”, de 1913. La lectura demandó casi ocho minutos, hasta que la oyente Verónica decidió arriesgar el nombre de Apollinaire. A mí, la mención del Angel me hizo pensar, a pesar de que el estilo lo desmentía, en un autor alemán, que prefiero no mencionar. Sin mucha convicción, más que nada para tratar de impedir un nuevo Ininterruptus, llamé también esa noche, y perdí -¿vieron que también pierdo? Acertó Verónica, y su victoria, la tercera de enero, puso suspenso a la definición del certamen mensual de ganadores, ya que, faltando dos programas, todavía podía alcanzar al insoportable Perenchio, que a la sazón llevaba cinco triunfos.

Me salvó el viejo amigo Fernando Terreno, felizmente reaparecido tras sus vacaciones en el Uruguay. El hombre de Chacarita ganó martes y miércoles; con su característica interrupción precoz, el primer día, y tras larga meditación y búsqueda, el segundo.
Fue martes de Teatro, y, a los 14 segundos, como una centella aparece Fernando para responder que se leía “Un tal Servando Gómez”, de Samuel Eichelbaum. Le bastó la sola mención de “un corralón en Avellaneda”. Hugo no pudo llegar ni a la primera línea del pronto diálogo de la obra. Y el miércoles, anoche, después de diez minutos y una tanda, vuelve Terreno para descifrarnos una novela de la que, por primera vez en todo el ciclo, yo no tenía ni idea de su existencia -y no pienso recurrir a Internet. Es más, no podría ni escribir el nombre del autor, a no ser por fonética, ya que tampoco lo escuché nombrar jamás. Es algo así como Hening Mankel. De él, esta noche, el indescifrable Paredero empezó a leer “El hombre sonriente”.
En realidad, sí debo haber escuchado nombrar al autor, ya que Fernando refirió que alguna vez recibió como premio una novela de este sueco, llamada “El cerebro de Kennedy”. Pero no registré ese nombre; demasiado contemporáneo, comercial (como dijo Fernando) y sueco, para mí.
Felicitaciones para el amigo Terreno, entonces... aunque, claro, para salvarme de la arremetida final de la Cornejo, se pasó un poquito en el esmero y me arrebató el récord de la velocidad en la interrupción, que hasta hoy tenía yo con 15 segundos. En fin, una de cal y una de arena, como quien dice. Gracias igual, Fernando.

METALECTURA

Un dato que registra Rodolfo Alonso en otro texto suyo sobre el poeta, “El resplandor de Apollinaire”, aparecido en su libro “No hay escritor inocente”: en la película soviética de ciencia ficción “Solaris”, de Andrei Tarkovski, uno de los astronautas lleva consigo en su viaje al espacio un ejemplar de “Alcoholes”. Y hojeando el libro del Centro Editor, encuentro que “Alcoholes” se abre con un largo poema llamado “Zona”. “La zona” es otro extraño film de ciencia ficción –este lo vi- del mismo Tarkovski.
Mañana, con más tiempo, redacto alguna semblanza de Guillaume Albert Wladimir Alexandre Apollinaire, apellidado Kostrowitzky, como su madre, que lo anotó como hijo natural. ¡Qué chancha! ¡Cómo no le iba a salir poeta y heresiarca!

COCINA

Ayer, miércoles, me pasó algo espantoso. Anteanoche, en el trabajo, había escrito el texto con el que abro esta ya larga Entrada. Me lo traje en un diskette y a la noche me puse a corregirlo levemente y continuarlo. No sé por qué –pero Bukovsky lo sabe- seguí escribiendo sin pasarlo antes a la máquina. Cristina, siempre tan amorosa, había venido a ver a mi lado, en el dormitorio, su telecomedia de las 22. En determinado momento, después de copiar las citas de Apollinaire, quiero guardar los cambios para, de acuerdo al pedido de mi amorosa, levantarme un rato e ir a comer. Guardo los cambios. Pero, antes de cerrar, se me ocurre cambiar el nombre del texto, que hasta entonces era, simplemente, Nuevo documento de Word –el que había creado en el trabajo. Quise ponerle “Autógrafos”, no sé para qué. Y en la lista de la ventanita que se despliega al presionar el botón derecho, en vez de hacer clik en Cambiar nombre, lo hice en Eliminar, que queda justo arriba. Primero pensé: “La puta, a copiar todas las citas de nuevo...”. Eso, más allá de las leves correcciones del principio, había sido lo último que hice. Pero después caí en la cuenta de que había estado trabajando en el diskette. El texto traído del trabajo nunca pasó a la máquina. Y me dice Cristina que lo eliminado de un diskette no se puede recuperar. No hay papelera de reciclaje que valga.
Primero pensé en abandonar todo. El texto, el Blog, Párrafus, la gloria... -así soy yo. Pero después vi que faltaba menos de una hora para el programa. Enseguida, tras un momento de desesperación, me puse a rehacer de memoria aquella espléndida apertura.
Les aseguro dos cosas: que originalmente era mejor. Traté de reproducirla tal cual, pero hay un par de frases que se me escaparon para siempre. Además, la enervación del momento me impidió la tersura que suelo buscar, y se notan por ahí algunos ripios que ni siquiera esta mañana de jueves, con poco tiempo, puedo corregir.
Lo segundo: les aseguro que el poema que copio a continuación no es una intrincada manera de insistir con el ‘juego paralelo’. Además, ya nombré al autor –uno de lo ‘demorados’, para no decir ‘postergados’-, así que no hay nada que descifrar. La razón de citarlo..., bueno, está en el poema.

AIRE Y LUZ Y TIEMPO Y ESPACIO

“Sabes, yo tenía una familia, un trabajo,
algo siempre estaba
en el medio
pero ahora
vendí mi casa, encontré este lugar,
un estudio amplio, deberías ver el espacio
y la luz.
Por primera vez en mi vida voy a tener el lugar
y el tiempo para
crear”.

No, nene, si vas a crear
vas a crear trabajando
16 horas por día en una mina de carbón
o
vas a crear en una piecita con 3 chicos
mientrás estás
desocupado,
vas a crear aunque te falte parte de tu mente
y de tu cuerpo,
vas a crear ciego
mutilado
loco,
vas a crear con un gato trepando
por tu espalda
mientras la ciudad entera tiembla en terremotos,
bombardeos, inundaciones y fuego.
Nene, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con esto
y no crean nada
excepto quizá una vida más larga para encontrar
nuevas excusas.

Una última palabrita a propósito de la oyente Cecilia, de Belgrano. Ella dejó un mensaje en el programa con palabras muy amables dirigidas a mí. Al respecto, no pude hacer nada. Quiero decir... El martes a la mañana, al salir del trabajo, fui a un locutorio a ver el Blog. Como había imaginado, encontré infinidad de Comentarios motivados por la diatriba anti-Perenchio de Hugo, todos favorables y alentando la continuidad de mi participación en Párrafus. La emoción el momento me provocó un ataque de modestia, y eliminé esos mensajes, no sin antes tomar nota de los nombres y mails de los desconocidos oyentes solidarios, a quienes agradecí personalizadamente. Pero las comunicaciones dirigidas al programa estaban fuera del alcance de mi pudorosa censura, y entonces Hugo difundió las palabras de Cecilia. Está bien, para muestra basta un botón. Gracias, Cecilia, y manda a decir Cristina que estás muy acertada con tu apreciación acerca de mi sex-appeal.
Muchas gracias a las dos.

viernes, 25 de enero de 2008

La lista de Perenchio II

La semana pasada, en charla con Hugo tras la lectura del cuento de Lovecraft, mencioné que el día anterior, de puro aburrido, había escrito en el trabajo y enviado a Quique Figueroa, el compañero oyente de Trelew, un mail con una lista de autores muy notorios que todavía no aparecieron en Párrafus. Lovecraft figuraba entre ellos, y también otros tres de los cinco autores que siguieron: Jarry, Eliot y Conrad. El coequiper Quique puede dar fe de esto.
Se me había ocurrido elaborar esa lista (repito: de autores muy reconocidos) después de los dos Ininterruptus, bastante seguidos, del mes de diciembre. Me dijé: “¡Pero! Cómo se arriesga Hugo con...x autor, si todavía no leyó a... tal otro, más ‘ganable’...” Después pensé que quizá a Hugo le gusta ponernos la cosa difíciles, y que (como ya dije en “El otro interruptus”) a lo mejor festeja, a su modo, cuando nadie reconoce la lectura.
Ahora se me ocurrió otra cosa. Con el propósito de hacer pública, en cierto modo, esa lista (que además podrá ser ampliada), se me ocurrió copiar en el Blog fragmentos de la obra de aquellos autores ‘postergados’. Pero, claro, como todo esto ronda en torno a un programa que es un juego (y por eso me gusta tanto ganar, ¿para qué juega uno?), no voy a poner los nombres correspondientes a cada cita, que deberá ser descifrada por los queridos compañeros oyentes.
Emprendo esto, además, con el arrogante propósito de contribuir al bagaje de nuestro conductor, o aguijonearlo para que incluya a estos autores (que él sin duda reconocerá), o para invocar mágicamente la aparición de estos nombres en el programa –aunque esto no redundaría necesariamente en una nueva victoría mía.
Y comienzo con una invocación doble (o triple): la entrevista que dos poetas le hacen a un autor que influyó en su obra y en la de muchos otros de su generación. De los tres, el entrevistado es el de más segura aparición en Párrafus (el más ‘ganable’), pero no descarto que también en algún momento Hugo nos pueda leer la poesía de uno de los entrevistadores -o, por qué no, de los dos.
¿Ayuda? Extraigo este material del número 297 (4 de enero de 1973) de la vieja revista Panorama. Allí, en la presentación de la entrevista (que más bien es una charla), se dice que fue realizada en... No, el lugar –y la fecha- serían demasiada ayuda. Esto es todo. Sigue la cita.
¡A jugar!

“-¿Qué podés decirme de los conflictos políticos?
-Los conflictos políticos son meras manifestaciones superficiales. Si se produce un conflicto, usted puede estar seguro de que ciertos y determinados poderes se proponen mantener esa cuestión latente, con la esperanza de aprovecharse de la situación. Mezclarse en los problemas políticos es cometer la equivocación del toro en la arena: arremeter contra la capa. Para eso sirve la política: para hacer flamear el trapo.
-¿Y quiénes manipulan el trapo?
-La muerte.
-¿Y qué es la muerte?
-Un jueguito. Es el momento del jueguito nacimiento-muerte. Pero no puede durar mucho tiempo más. Hay demasiada gente que se está avivando.
-¿Qué tipo de consejo le darías a un político?
-Decir la verdad de una vez por todas, y después callarse para siempre.
-¿Y qué sucede si la gente no quiere cambiar, si no le interesa nada de la nueva toma de conciencia?
-Si las especies rechazan el cambio... Yo podría, por ejemplo, haberle sugerido a un dinosaurio que una armadura pesada y una talla imponente son peligrosas, y que le convendría ciertamente adoptar las facilidades mamarias; no estaría en mi poder convertir a un dinosaurio reaccionario.”

jueves, 24 de enero de 2008

¡Extra! ¡Extra! ¡Un comentario en el Blog!

Anónimo dijo...
Sr Perenchio, no creo que Ud debiera dar tantas explicaciones a quien parece no merecerlas.

Creo que al Sr Feinmann se le escapó una actitud despectiva gratuita. Quizá estuviera cansado después de un largo día de trabajo? No lo justifica.

Lamentablemente, y como ansioso escuchador del programa del Sr Paredero, que transcurre normalmente muy lejos de la mediocridad, viví personalmente un momento de tensión , hasta que llegué a la preocupante conclusión que el Sr. escritor quizá ande por carriles que no incluyen las duras realidades actuales. Ojalá me equivoque, ya que en nuestro país no sobran los intelectuales con los pies sobre la tierra.

25 de enero de 2008 0:29


Estimado anónimo lectoyente:

Agradezco su esperada participación en nuestro Blog –quiero decir que siempre espero todavía (cuando ya casi desespero) la participación de otros oyentes.
A propósito, y para comprometerlo desde ya a una nueva incursión, le pido que me detalle cuál fue, a su juicio –según su escucha-, la “actitud despectiva gratuita” del Sr Feinmann, que usted menciona. La verdad es que a mí se me escapo, y no percibí tampoco ninguna tensión durante la charla radial de la otra noche.
En cuanto a mis “tantas explicaciones”, tal vez no supe escribirlo bien, pero traté de aclarar que no eran para el filósofo que hay en Feinmann (quien, creo, no las necesita), sino para quienes tienen un visión prejuiciosa y, sí, despectiva respecto de mi actividad laboral –que tal vez los haya en la audiencia.
Sin más, lo saludo atentamente.
Muchas gracias.

Marcelo Perenchio

Ultimas victorias de mis días

Es posible que por la mente del novelista José Pablo Feinmann haya pasado la idea de que una especie de 'justicia poética' hizo posible que yo, un empleado de seguridad privada, ganara el juego en ocasiòn de leerse su "Ultimos días de la víctima". Pero espero que su ulterior condición de filósofo lo haya hecho desistir de aplicar esa tan lábil y arbitraria frase hecha.
Buscando en mi enjuto archivo algún material sobre Feinmann, encuentro en un suplemento Radar, de junio del ’99, el siguiente comienzo de su artículo “Guantes blancos y guantes sucios”:

“Desearía iniciar este ensayito sobre las películas de ladrones con una frase como la que sigue: ‘En un país de ladrones, nada más fácil que escribir sobre los ladrones’. Dudo, no obstante. Sería politizar la cuestión de un modo demasiado abrupto.”

A esa tentación literaria de un escritor, precisamente, me refería en mi comienzo; a esa reflexión ulterior, que descarto en un filosofo como Feinmann, apunto con este texto para los lectores del Blog.
Existe, lo sé, la noción de que en esta actividad que me ocupa suelen recalar ex miembros de fuerzas de seguridad caídos en desgracia; algunos, tal vez, con desgraciado prontuario.Yo mismo pensaba eso, y allá por mis 23 años me negué con indignación a ingresar en la empresa de seguridad donde trabajaba mi tío Anselmo, quien, durante uno de mis intermitentes períodos de desocupación o vagancia, quiso darme una mano llevándome ahí.
Diez años después, en 1998, a causa de la debacle menemista, y tras un demasiado largo período de inactividad o bohemia, debí agachar la cabeza y concurrir, con los clasificados bajo el brazo, hasta aquella misma empresa, donde esta vez por las mías (porque mi tío ya había fallecido) debí volver a uncirme al yugo -quiero decir, a emplearme.
Hoy, con casi diez años de trayectoria en esto, puedo decir que me alcanzan los dedos de una mano para contar a los compañeros conocidos que otrora vistieron un uniforme oficial, más profesional que estos disfraces con que nos proveen las empresas del ramo. Y, desde ya, nunca conocí a nadie tan denso como el parapolicial Mendizabal, que protagoniza la novela de Feinmann; sólo algunos con una leve mentalidad milica, digámosle vocacional, que resultaron frustrados por los rigores castrenses y fueron devueltos con el mote de 'lacras' a la vida civil, o también unos pocos aspirantes policíacos desengañados por la competencia feroz en el curro.
Es claro, tal vez alguien con un pasado non sancto en alguna fuerza no divulgaría sus andanzas entre los perejiles de la seguridad privada con quienes actualmente debe convivir. No sé. Conocí tipos reservados y distantes que daban que pensar; algunos, incluso, por su edad pudieron hacerme imaginar que tal vez habrían estado cerca de los peores sucesos de los 'años de plomo'. Y otros, aunque no tuvieran edad de setentistas, también podrían haber participado en más recientes episodios de represión, igualmente peores. Pero no sé. ¿Por qué imaginar eso? Yo mismo soy distante y reconcentrado. Casi siempre prefiero ensimismarme con un libro entre las manos antes que participar de la rueda del mate hablando giladas. Y, ¿oculto algo de mi pasado, yo? Tampoco sé. Creo que no. Pero siempre recuerdo aquel título poco conocido de los Beatles: "Todos tienen algo que ocultar, excepto yo y mi mono".
Sí es factible que en los directorios o puestos ejecutivos de las empresas de seguridad se encuentre personal retirado de las diversas fuerzas. Esto cada tanto se informa, con alarma, en los medios masivos de comunicación. Pero es lo más natural: gente que estuvo en el tema de la seguridad (en las fuerzas armadas o como funcionario policial), hoy en día, cuando el estado no da abasto con la custodia de los bienes de particulares o empresas, pasó a cumplir sus funciones en el ámbito privado. Por otra parte, raro es el caso, creo, en que una empresa de vigilancia privada sea propiedad de un ex comisario, un coronel en retiro efectivo, o un consorcio de ellos. La empresa que a mí me emplea es de un grupo multinacional que acá solamente recluta entre aquellos retirados a quienes pueden serle útiles en la cuestión operativa.
Entonces, ¿quiénes son estos guardias de seguridad que todos vemos en los shoppings, los bancos, las fábricas, los edificios públicos y privados, los countrys?
Acá tengo también una respuesta de Feinmann en una entrevista que le hizo Cristina Mucci para un libro que me gané en Párrafus: “Pensar la Argentina”, del Grupo editorial Norma.

“El gobierno tiene una actitud frente a los derechos humanos que a todos nos gusta, pero los derechos humanos también implican comer. Ese es el principal derecho humano. Un chico que se desmaya en el aula está perdido. Es lo que yo llamo una ‘existencia destino’, contrariamente a una postulación de Jean Paul Sartre de los años ’40, que decía que la existencia precede a la esencia. Era una idea muy hermosa: ‘Primero existimos y después somos, porque somos lo que elegimos y al elegir nos damos el ser’. Lo que ocurre es que al pobre, el ser le viene dado antes de que exista. El ser es la pobreza, la marginación, la desdicha, el desprecio, el escupitajo de la sociedad. Entonces tiene una ‘existencia destino’. No nace para la libertad, sino para morir en la basura. El chico que se desmaya de hambre en el aula no puede educarse, y si no puede educarse no tiene ninguna posibilidad. Su desarrollo neuronal será insuficiente, y también lo será su desarrollo afectivo. Sus padres no le pueden dar afecto porque están resentidos por la pobreza, y está comprobado que eso resiente la capacidad de afecto que va tener ese niño después para ofrecer.”

Recuerdo ahora que, en mi primer mail a María Suárez, la compañera oyente, ante su asombrado interrogante yo respondía que llegué a esta actividad por decantación, después de derivar por diversos oficios y actividades, pero que ¡por Dios y la Virgen! jamás había pertenecido a ninguna fuerza. Y le citaba dos frases que suelo repetir, que ciertamente no me hacen muy popular entre mis compañeros: “Este es el trabajo ideal para vagos e inútiles” y “Nos pagan por no hacer nada”. Pero esto, demasiado drástico, está extraído de mi autobiografía, es decir, nació para ser escrito, y no puede aplicarse literalmente a todos mis queridos compañeros vigiladores... pero sí a muchos... de nosotros.


Lo precedente se me ocurrió después del Párrafus del lunes, cuando pude volver a ganar con la lectura de un autor nacional contemporáneo y, esta vez sí, pude charlar con él cuando Hugo lo puso en el aire –la vez pasada, a Claudia Piñeiro apenas pude saludarla porque no me quedaba crédito en el celular.
Simpático, muy amable -a veces, en la televisión, desopilante-, José Pablo Feinmann se mostró también maravillado por la mecánica del programa y por el rápido reconocimiento de su primera novela, de 1979, “Ultimos días de la víctima” –que hace poco estuve por comprarme cuando salió con Página 12.
Por mi parte, una vez más debí confesar que no había leido el libro que me permitía ganar el juego: reconocí la obra por la mención de Mendizabal, que me remitió al personaje que en la película de Adolfo Aristarain hiciera Federico Luppi. Pero, justicia poética mediante, esta vez el premio para el ganador fue el mismo libro que se leía –es más, el mismo ejemplar original de Colihue-Hachette- así que el próximo fin de semana, cuando esté recluido en el trabajo, voy a conocer finalmente al novelista Feinmann.

Después, martes y miércoles volví a ganar, pero ya me doy verguenza de tanta jactancia –que no puedo evitar-, así que sobre esto cito solamente títulos y autores.
Martes: “Cuatro cuartetos”, poesía de Thomas Stearns Eliot.
Miércoles: “La línea de sombra”, novela de Joseph Conrad.
Dos cosas, sólamente: me salta a la vista la coincidencia de estos dos autores en la ‘Extraterritorialidad’, como llama el célebre crítico George Steiner a la condición de los autores que llevan a cabo su obra en una lengua distinta a la suya original, o lejos de su país. Conrad era nacido en la actual Polonia, Eliot en Missouri, Estados Unidos, y ambos recalaron en Gran Bretaña para dedicarse a escribir. Sobre el último, recomiendo la película “Tom y Viv”, donde el poeta –el hombre Eliot- tal vez no queda muy bien parado, pero hay una actuación fenomenal de Miranda Richarson como su esposa Vivien Haigh-Wood. La película fue dirigida por Brian Gilbert y a Eliot lo interpretó Willem Dafoe.

Pero, a propósito de jactancias, no puedo despedirme sin compartir algo que leí en el suplemento cultural de Perfil del último domingo.
La columna de Maximiliano Tomás lleva por título “La inclinación autobiográfica”. Glosa en ella un artículo aparecido en una revista llamada “Pensamiento de los Confines”. Autor de este artículo, un tal Alberto Giordano, pensador cuyos fines serían para mí seguramente muy elevados –por eso yo compro Perfil y no revistas académicas-, pero que, hasta donde alcanzo a entender, me gustó.
Dice Tomás que lo que Giordano trata de ver es “cómo la vida pasa a través de las palabras”. Para esto, analiza la obra de diversos autores que participaron de un ciclo en el centro cultural Ricardo Rojas –después trasformado en libro por su organizadora, Cecilia Szperling- que se llamó “Confesionario, historia de mi vida privada”. Sobre Alan Pauls, un renombrado escritor contemporáneo, que se iniciara como periodista y crítico en la radio Belgrano de 1984, en ATC junto a Pepe Eliaschev, en la revista Humor, dice Tomas que dice Giordano que “el exceso de literatura (de referencias literarias y de sobreescritura) ‘obstruye el paso de la vida por unas palabras que lo reclaman’”. Y después: “Soy de la idea de que en las escrituras del yo el narcisismo se supera a fuerza de intensidad” Y glosa Tomás: “Además del distanciamiento irónico, es el pudor otra de las formas de superación de la autocomplacencia en este tipo de narraciones”. Y otra vez Giordano: “Frente a las demandas de la cultura de la intimidad, el pudor es una fuerza de resistencia al mandato de volverse espectáculo para poder ser”.
Después el columnista se concentra en “una andanada de nuevos libros que ponen en jaque la relación entre ficción y realidad, y que abogan –concientemente o no- por la identificación entre narrador y autor. Algunas de esas novelas son ‘Derrrumbe’, de Daniel Guebel; ‘Era el cielo’, de Sergio Bizzio; ‘Autobiografía médica’, de Damián Tabarovsky; ‘Historia del llanto’, de Pauls; y tal vez ‘La vida nueva’, de César Aira, y ‘Montserrat’, de Daniel Link.” Dice Tomas que la crítica Josefina Ludmer “tipifica estas y otras escrituras bajo el rótulo de ‘literaturas postautónomas’: narraciones que ‘no admiten lecturas literarias’, textos que ‘no se sabe o no importa si son o no son literatura’, y donde ‘tampoco se sabe o no importa si son realidad o ficción’. La tesis de Ludmer es que este tipo de obras (‘que toman la forma del testimonio, la autobiografía, la crónica, el diario íntimo’) reclaman otro tipo de lectura, y acaban con el tiempo de la literatura como arte autónomo, ‘abierta por Kant y la modernidad’.
El párrafo final –propio de Tomás, por fin- debo citarlo completo: “Hay quienes ven en esta suerte de pulsión por tomar la propia vida como objeto de narración una respuesta –aunque tal vez no calculada- a las teorías de la muerte del autor de los años ’70; quienes ven la aparición de este corpus como una mera casualidad histórica; y quienes creen que el exhibicionismo es, en verdad, ‘la libra de carne’ que los escritores argentinos se han dispuesto a pagar por el precio de ser reconocibles y reconocidos. Todavía es temprano para decidir quién tiene la razón”.
Y en el margen del diario, con tinta verde –de la lapicera que tenía a mano cuando leí esta columna la otra noche-, escribí: Los que leen mucho, a la larga quieren escribir. Pero no a todos les dá la nafta para ingresar en la Literatura. Entonces se autobiografían.
No volví a pensar en esto –tampoco me da-, en este episodio de lectura y apunte, por eso lo cito tal cual.
A quien le quepa el sayo...
Perenchio: -¿Dónde está el vestuario?

viernes, 18 de enero de 2008

Tres Teratológicas Tareas

Semana teratológica en Párrafus.
El lunes, Lovecraft y sus monstruos extratelúricos. El martes, Cabrera Infante y sus monstruos textuales. El miércoles, Alfred Jarry y su monstruoso Padre Ubú.

Hablamos con Hugo de la imaginación desbordada, casi delirante, de Howard Philip Lovecraft (1890-1937), el autor de historias de horror, creador de los mitos de Cthulhu. Dije que leí muchos de sus cuentos, todos juntos, años atrás, cuando me los prestaba mi viejo amigo Fabio. Después del programa, rememorando, precisé que aquello fue exactamente en el verano del 88, hace justo veinte años. Hoy en día, solamente tengo un relato de Lovecraft, “El intruso”, que aparece en uno de los libros que me gané en Párrafus: “Vampiria”. Precisamente, la tapa de este volumen informa:”24 historias de Revinientes en cuerpo, Upires y otros chupadores de sangre – de Polidori a Lovecraft”. Ahora me gané “La sombra sobre Innsmouth”, que, contrariamente a lo que creí antes de ir a buscarlo a la radio, se trata de un solo cuento largo presentado por la editorial Need.
“Todas mis historias –escribió Lovecraft- están basadas en la creencia de que este mundo estuvo habitado, en otros tiempos, por una raza que vive esperando el día en que tomará nuevamente posesión de la tierra”.
Son sus personajes los Grandes Antiguos: Azathoth, el centro de todo lo infinito. Nyarlathotep, el dios sin cara. Itahqua, el que camina sobre el viento. Nodens, señor del gran abismo. Yog-Sothoth, amo del espacio-tiempo. Cthugha, el que habita en el fuego. Y, por sobre todos ellos, el gran dios Cthulhu. Sobre esto se lee en el Nekronomicón, enciclopedia oscura escrita por el árabe loco Abdul Alhazred, que se cita en muchas de las historias.
También los mitos creados por Lovecraft adquirieron tras su muerte un carácter enciclopédico, al ser continuados y ordenados por una cohorte de discípulos, entre los que recuerdo a August Derleth y Robert Bloch. Este último, años después, ya inmerso en su obra más personal, escribiría la novela “Psycho”, para regodeo de Hitchcock y sus espectadores.
Y otro escritor, también con su propia celebridad bien ganada, se sumó inopinadamente, en los años ’70, a la saga que el autor de Providence iniciara. “Aquel Howard era, en cierta medida, como yo” –había dicho en una carta de 1937 este escritor nuestro-. “Tras esos cuentecillos de ciencia ficción, tan bellamente escritos, se ocultaba un hombre preocupado por el tiempo, por la Eternidad.“ Y más tarde, en el prólogo de un libro suyo publicado en 1973, escribiría: “El destino que, según es fama, es inescrupuloso, no me dejó en paz hasta que perpetré un cuento póstumo de Lovecraft, escritor que siempre he juzgado un parodista involuntario de Poe. Acabé por ceder: el lamentable fruto se titula ‘There are more things’” Este desencantado discípulo austral de Lovecraft es Jorge Luis Borges, y su cuento se encuentra en “El libro de arena”.
El relato leído por Hugo es, quizá, el más famoso de H.P.L. –todos habrán visto o escuchado alguna vez su título: “El color que cayó del cielo”. Y del pobre Lovecraft ya hablamos bastante el lunes –y bastante mal, por mi parte: apocado, jodido, racista-, así que dejémoslo descansar en paz, ya.

De Cabrera Infante, en realidad, tengo entendido que sus textos más monstruosos (por barrocos, neologistas y lúdicos) son las novelas. El cuento del martes (“Delito por bailar cha cha cha”), por lo que se leyó –durante más de seis minutos-, parece bastante sencillo. Yo del cubano leí solamente algunos artículos o reportajes. Sin embargo, la otra noche, por la mención de no sé cual fruta extraña, al comienzo, y de Cuba, después, intuí que podía ser él y llamé para confirmarlo. Era, pero los únicos títulos que conozco de su obra de ficción son “Tres tristes tigres” y “La Habana para un infante difunto”, que no son cuentos. Entonces apareció para ganar María Suárez, y sobre esto ya escribí.
Acá tengo un par de respuestas de Cabrera Infante en un reportaje de 1982 –reportaje de Alfred Mac Adam, para The Paris Review.
“Los juegos de palabras son su marca de fábrica, ¿pero por qué los usa cuando es serio?
Ese es justamente el punto. Para mí escribir, hasta lo que usted llama escritura seria, es un juego. Los juegos de palabra son palabras cuyo significado depende del juego; es el jugador quien dispone los movimientos. Un gran jugador, Lewis Carroll, lo sabía, pero como era un clérigo puso las palabras en la boca de Humpty Dumpty. La pregunta acerca del lenguaje no es quién está acertado o equivocado, sino, según el viejo esquema hegeliano, quién es el amo y quién el esclavo. Los juegos de palabra son mi libertad y mi control.
Como casi todos sus títulos son juegos de palabras, supongo que será mejor que volvamos sobre ellos: por favor, explíquenos por qué dice que los títulos son la esencia de su obra.
El título siempre es lo primero, tanto para mí como para el lector. He escrito muchos relatos y artículos simplemente siguiendo obstinadamente el título. A veces uso un título de trabajo, a veces encuentro un título adecuado para determinado tema. Tomemos mi novela más reciente, ‘La Habana para un infante difunto’. Cuando la empecé, tenía otro título: ‘Las confesiones de agosto’, una ingeniosa alusión a las ‘Confesiones’ de San Agustín. Había empezado a escribir el libro en agosto, de modo que también había incluido el mes. Entonces, un día escuché el título, ‘La Habana para un infante difunto’, así como así, del mismo modo que San Agustín escuchó la voz en el jardín. Con ese nuevo título en mente, reescribí todo el libro.
¿Entonces cree en la inspiración?
Llamémosla Embullo, una palabra cubana que significa entusiasmo fácil, una manera particularmente graciosa de viajar en los trenes de la mente. Escribo cada vez que el Espíritu Santo me susurra algo amable al oído. Por supuesto, también escribo para cumplir fechas de entrega, pero eso no es escribir verdaderamente. A veces, simplemente me ocurre por sentarme ante la máquina de ecribir.”

Este es Guillermo Cabrera Infante, quien, según me entero a través de Hugo en el programa del martes, vive aún, en Londres. Es de 1929, así que debe tener como 78 años. Longevo, en comparación con los otros dos autores de la semana, quienes murieron jóvenes: Lovecraft a los 47, Jarry a los 34. Y este sigue plácidamente en la campiña inglesa, hablando mal de la revolución cubana.


Ciento once (111, número cabalístico, diría Martíinez), ciento once años y un mes pasó del estreno, en París, el 10 de diciembre de 1896, de “Ubú rey”, la obra cumbre de Alfred Jarry que Hugo leyó este miércoles -para lucimiento de Verónica Cornejo, quien ganó respondiendo a los 16 segundos. ¡Mierda!
Tengo el volumen número 35 de Club Bruguera, la editorial de Barcelona que en 1980, con traducción e introito de José Benito Alique, presentó el ciclo de obras de Jarry bajo el título Todo Ubú. Las obras son: “Ubú rey”, “Ubú en la colina”, “Ubú cornudo” y “Ubú encadenado”.
Leo ahí, en el introito, que esta creación de Jarry, poeta y dramaturgo nacido en Bretaña, en 1873, hizo posible que despúés vinieran Artaud, Ionesco, Camus, “¿Sartre?” y Boris Vian. También los dadá y los surrealistas. Peter Weiss, Peter Brook (de quien Hugo hablaba al comienzo de este programa), Arthur Miller, Anouilh, Witkiewicz, Stoppard, Adamov, Beckett, Kopit, Bulgakov, Pinter, Frisch y Arrabal. Nabokov, Soljenitsin y Grass. Dalí, Picasso, Duchamp y Picabia. Bessie Smith, Louis Armstrong, Duke Ellington, Lou Reed, “el rock y las tendencias que de él siguen derivando”. Esto, en opinión de un español (Alique), que no sé quién sería pero escribe muy bien esa introducción al volumen.
Leo la presentación que el mismo Jarry hizo de su personaje: “Ni se trata exactamente del señor Thiers, ni del burgués medio, ni del grosero por antonomasia. Más adecuadamente cabría identificarle con el perfecto anarquista, con lo que impide que nosotros lleguemos nunca a ser el anarquista perfecto, quien, al seguir siendo humano, seguiría haciendo ostentación de cobardía, fealdad, suciedad, etc.” Y también: “En el caso de que se pareciese a un animal, Ubú tendría, sobre todo, la faz porcina, la nariz semejante a la quijada superior del cocodrilo, y el conjunto de su caparazón, de cartón, convirtiéndole por completo en el semejante del animal marino más horrible estéticamente hablando: el límulo”.
Intercalo palabras de la señora o señorita Natalia Moret, que en un artículo del diario Perfil del 24 de setiembre de 2006 escribió acerca de Alfred Jarry. Y dice de Ubú: “Monarca tan tirano con nobles y plebeyos como cobarde en la guerra, tiene una panza gigante, tres dientes -uno de hierro, otro de piedra, otro de madera-, una oreja única y retráctil y un cuerpo tan deforme que, al caer, no puede volver a levantarse sin asistencia. Gobierna, fundamentalmente, gracias a ‘la máquina de descerebrar’”. En este breve artículo, Moret cuenta que Jarry escribió la primera versión de “Ubú rey” a los 15 años.
Nuevamente del volumen de Bruguera, leo también algunas características de Jarry que sustentan su creación suprema. Según André Bretón, es a partir de él, mucho más que desde Wilde, cuando “la diferenciación tenida durante tanto tiempo por necesaria entre arte y vida, empieza a verse contestada y acaba por resultar destruida en sus principios y fundamentos”. Según Alique, “Jarry pone en práctica, en efecto, mediante sus actos de cada día, un humor implacable y destructor que, siendo la más diáfana espresión de la irrefrenable repugnancia que le producen la estulticia, la falta de belleza y la hipocresía generalizada, llega a constituirse en su personal manera de realizar la consigna que siempre predicó: ‘Absoluta rebelión frente a la totalidad de la simpleza’”.
Leo todo esto y me pregunto: ¿Y?
1896, escándalo y vestiduras rasgadas. Sin embargo, también cierto éxito y mucha influencia: el surrealismo, y el teatro de la crueldad, y las artes plásticas, y el jazz. Creadores de diverso cuño que socavaron a su manera lo establecido. Y cada uno, a su vez, influyendo sobre algunos de la generación siguiente. Sin embargo, a lo largo del siglo XX, todo esto fue debidamente neutralizado por los sostenedores del status quo. Y aquí estamos.
Entonces, ¿y...? ¿Qué hacemos, Padre Ubú, con el pescado sin vender?

Justamente el miércoles a la noche, cuando en Párrafus se leería Teatro, fuimos al Lola Membrives. Cristina, tras recortar un cupón del diario Perfil, había conseguido invitaciones para el pre-estreno de “El fantasma de Canterville”, de Oscar Wilde, en versión de Cibrián-Mahler.
“Cuento musical”, dice el programa, pero se trata, realmente, del incomprensible género denominado Comedia musical. Cuando salimos, le dije a Cristina: “Para mí, faltan los subtítulos”, algo que seguramente leí o escuché en alguna parte.
Por suerte, como a la hora y media de función habían anunciado un intervalo. (Yo ya estaba deseando que llegara el final para aplaudir de pié –y enseguida huir despavorido.) Miramos la hora y eran las once. Había empezado tarde, media hora después de lo previsto. Y tras el intervalo, que seguramente excedería los diez minutos anunciados, ‘aquello’ debía seguir como una hora más, por lo menos. Entonces, porque más tarde podíamos quedar sin transporte hacia nuestro apartado suburbio, Cristina propuso que nos fuéramos. Yo hice como que vacilaba (sé que a ella le gusta el canto y el baile, y había tenido muchas ganas de ir), pero después acepté. También, si nos quedábamos hasta después de la medianoche, me hubiera perdido el programa.
Pero fue llegar a casa –justo sobre la hora- y amargarme.
Verónica Cornejo dijo que, sin haberla leído, reconoció “Ubú rey” al escuchar el primer parlamento. Entonces yo la reconocí un segundo antes, cuando Hugo leyó “Padre m-mm”. Y no tardé nada en apretar el botón de marcación automática. Pero el 4325-7390 ya estaba ocupado.
¿Será posible que la joven de Lugano, cuando intuye que puede ser su noche –y esta vez se lo anunciaron- llame antes, entretenga con alguna charla al asistente y escuche en línea el comienzo de la lectura, por si la conoce?
-No seas delirante –me dice Cristina-. Pensá en cuántas veces vos le ocupaste la línea a otros oyentes que también querían responder. Y pensá en cómo se sentirán, tantas veces, cuando ganás y decís que no leiste la obra.
-¡Mierda! –dije yo, y me fui a dormir.

jueves, 17 de enero de 2008

PP - Parrafus Patafisicus



Creo fervientemente en la magia parrafera.

La última edición de la madrugada del jueves 17.1.08 [hoy] hubo de confirmarlo.
Tenía como factor adicional, el poder sintonizar LRA desde una FM local desde Playa Unión, en vez de hacerlo desde el canal 77 de Supercanal. Ergo, estaba como calamar en su tinta y sin comensal a la vista.

El género elegido, complicaba las cosas, ya que hay varios artistas y conocedores de teatro.
Pero como diría el Barón Pierre de Coubertin, "lo importante no es ganar, sino competir". Y acogiéndome al francés, uno participa de estas gestas olímpicas de lectura.

Sonó la campana de largada, y el archipreste confundenos, con esto de Acto primero, y luego uno no sabe si lo que viene es parte del diálogo, o la descripción del decorado.
Pero de entrada hubo un m - m rey: Mierda.
Creo hubo tiempo para un párrafo adicional, que era m - m reina. Ahicito nomás llegó la Cornejo haciendo gala de un espíritu deductivo/lancero que me dejó contra las cuerdas. ¿Cómo hace para olfatear obra y autor, a través de referencias indirectas, cuando no leyó el libro, ni vió la obra? Pero la dama de los Bañados de Lugano, tiene una trayectoria impecable, y le brota el don irracional que le permite deducir varios parrafus.

Como no tenía mayor idea sobre este interesante innovador [Alfred Jarry con su Ubu rey], investigué un poquitico y comparto un material que pinta de cuerpo entero la época.
Huguito no pifiaba cuando arriesgaba por el Bobby Lopez Motta, o la Cornejo, haciendo elípticas menciones. En mi caso, por ser un autor del siglo XIX, hubiese incluido al decimonónico podiasta impertérrito y paternal MP.
He aquí el material seleccionado, y celebro la velocidad de otros cófrades en arriesgar y discar!

Alfred Jarry precursor del Dadaísmo, del Surrealismo y del Absurdo, recién llegado a París desde Laval, la ciudad que lo viera nacer el 8 de septiembre 1873, se convirtió en un habitué de los cenáculos frecuentados por los poetas simbolistas.

Alumno de Henri Bergson en la Sorbona, el aún incipiente dramaturgo era ya un hombre extremadamente cultivado, cuyos versos y artículos eran ya colaboraciones habituales en la 'Revue Blanche', llegando el mismo a ser el fundador de 'L'imagier'. Consigue el aplauso del gran París en 1896 con Ubu rey, comedia satírica en la que se entremezclan referencias a Macbeth con los excesos de un monarca tan tirano con nobles y plebeyos como cobarde en la guerra.

Contra todo pronóstico, el éxito que conoce Ubu rey en el París del final de la belle époque es tal que Jarry escribe una segunda parte con el título de Ubu encadenado (1900). La gloria literaria corre a la par de la autodestrucción a la que el dramaturgo parece condenado irremediablemente. Alternando realidad y ficción en sus delirios de borracho, escribe El amor absoluto (1899), Mesalina (1901) y la curiosa novela El supermacho, definida en su edición española como "una muestra de los juegos a los que la teoría y la práctica del amor pueden entregarse teniendo por rival a las máquinas, a la velocidad, a todas las fantasías de los avances científicos de comienzos del siglo XX". Para la crítica, tan singular obra vino a ser un curioso ejemplo de "futurismo grotesco".

El teatro del siglo XX comienza a avizorar sus nuevas posibilidades –anticipando a Beckett– en la noche del 10 de diciembre de 1896 con el estreno de Ubu rey, Jarry no sólo renovó la escritura dramática, sino también los conceptos de la puesta en escena, pasando por el vestuario, el maquillaje, y –fundamentalmente– la actitud del actor.

Alfred Jarry, de quien André Bretón diría años más tarde que "aniquiló como principio la diferencia entre arte y vida", montaba en bicicleta y pescaba, era diestro en el uso de la espada y llevaba casi siempre dos pistolas descargadas con las que disparaba simbólicamente contra todo pseudo-artista o impostor intelectual que se cruzaba en su camino.
Pese a todo, fue fulminado a quemarropa por sus propias pulsiones autodestructivas. Jarry muere alcoholizado en 1907, no llegando a ver la publicación de Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico.
A raíz de su lectura, sus muchos admiradores querrán poner en marcha una ciencia llamada "patafísica", dedicada al estudio de las soluciones imaginarias y las leyes que regulan las excepciones.

miércoles, 16 de enero de 2008

Metatextual

Otra vez María Suárez gana desde la calle -como en ocasión de "La luna del bajo fondo".
La lectura, hoy, un cuento de Guillermo Cabrera Infante. El título, adecuadísimo, "Delito por bailar cha cha cha".
Cha Chaca (ya dije que soy hincha del Funebrero, ¿no?) Chacarita fue el barrio que transitaba el auto donde María sintonizó el programa esta vez. La lluvia bailaba sobre el techo del vehículo, impidiendo a la Dama de Coghlan una buena escucha a través del celular.
¿Y el delito? Incomprobable -pero seguramente de carácter civil.

Y, ¿cabrera?
E, ¿infante?

martes, 15 de enero de 2008

La Sombra sobre Párrafus

Ahora que nuestro conductor habló de ello, confesando que le dejó un sabor agridulce la extrapolación de Párrafus a la otra radio, me siento mejor habilitado para escribir algo al respecto. Hasta hoy, a pesar de haber anunciado el acontecimiento por este medio (chichoneando incluso con el tema), dejé que un piadoso manto de silencio reposara sobre la experiencia.
El Párrafus Interruptus jugado en Mitre, el jueves pasado, resultó, por lo menos, desprolijo.
Hugo leyó un cuento. Había anunciado en Nacional que, en estos cuatro jueves de enero en la radio colega, se permitiría repetir autores ya leídos. El cuento elegido fue uno de Roberto Fontanarrosa. En las primeras líneas se mencionó El Cairo, ese bar donde se cuentan o trascurren muchas de las historias que escribía el rosarino. Fue fácil, entonces, para quienes estamos aunque sea mínimamente familiarizados con su obra, reconocer al autor. Pero, personalmente, no leí tanto a Fontanarrosa como para identificar ese relato.
Una oyente, en cambio, creo que la que llamó desde Israel, dijo haber sido amiga suya y conocer muy bien todos sus cuentos. Pero no recordaba el título del que se estaba leyendo. Y esto lo contó, muy suelta de cuerpo, en charla con Hugo, porque ese llamado fue pasado al aire.
A continuación, o antes, no recuerdo bien, otra mujer interrumpió la lectura con solo la mitad de la respuesta. "Fontanarrosa", dijo, exultante. "¿Y el título del cuento?", preguntó el conductor. "Ni idea", dijo ella.
Después de cada una de estas interrupciones infructuosas, Hugo retomó la lectura. Por fin, un oyente del barrio de Belgrano, creo que llamado Alberto, dijo que el cuento era "La mesa de los galanes", y su autor, Roberto Fontanarrosa.
Esta mecánica inhabitual del Párrafus admite un par de hipótesis. O bien el equipo de producción, coordinación de aire, auxiliar, o como se llamen, no entendieron la explicación del juego que Hugo brindó antes de empezar (y que, supongo, ya les había dado en privado); o bien estos mismos asistentes, que disponen de cierto creciente poder de desición en las emisoras más importantes -según leí por ahí-, quisieron darle al juego, mediante esas extemporáneas participaciones fallidas, mayor carácter de "show radial", tal como ellos lo entienden.
No sé si habrá sido esta misma sensación de desprolijidad lo que motivo el desanimado comentario de Hugo, anoche, al comienzo del programa. Digo que, para un purista del juego (y un memorioso de la reprimenda que recibió Lucas Gatti en ocasión de la gaffe de Julián Sánchez), esta ripiosa experiencia parrafista exige un meditado ajuste con vistas al próximo jueves.
Y acerca de la elección del autor, en un principio también me amargué. Pensé en una metereta imposición del Multimedio. Pero después me dije que bien podía tratarse de una forma de agradecimiento de Hugo, por medio de la lectura de ese ícono del Clarín, a la casa que en este verano le abrió sus puertas.
Se ve que ya la paternidad me está ablandando... ¡Maldición!

Pude haber comentado esto con nuestro conductor durante la charla sostenida tras mi nueva victoria, la segunda de enero. (¿Será posible, ya, otra vez, punteando el certamen? ¡Me caigo y me levanto!, como decía mi viejo.) Pero nos entretuvimos hablando bastante, como pocas veces, del autor de la noche: Howard Philip Lovecraft, de quien se leyó "El color que cayó del cielo". Además, hasta después del programa no elaboré del todo las precedentes reflexiones -es decir, no las escribí.
El libro que gané, de cuentos de Lovecraft, se llama "La sombra sobre Innsmouth".

jueves, 10 de enero de 2008

El otro Interruptus

2)

¿Me habrá tirado un centro Hugo? ¿Puede pensarse legítimamente en un centro del conductor –un centro al corazón... del área chica- para que el puntero convierta una vez más? ¿O pateó al arco el àgil Paredero, y le salió un centro?
(A propósito, se me ocurrió pensar el otro día que, tal vez, Hugo festeja también las lecturas ininterruptas, las festeja como un secreto gol suyo con el que nos dice en silencio: “¡Lean, che!”, como decía el otro Lamborghini. Pero esta presunción le atribuye un inmaduro engreimiento que ningún rasgo suyo sugiere, que es solo mío, proyección neurótica que le dicen.)
Como sea, Hugo leyó el martes “Las dulzuras del hogar”, de Mary Flannery O’Connor (otra elección arriesgada, según mi real saber y entender) y el ganador fui yo, que hace unos meses nombré ese cuento en este Blog –en “Placa roja”.
Pero, ¿para qué nuestro conductor brindaría esa ayuda justamente al más recalcitrante de sus oyentes?
Para lo que vino después. Para hacer propicia la confidencia que él había descifrado en mi último Entrada. Para, con sus recién desempolvadas herramientas de sagaz entrevistador –con las que acaban de convocarlo desde la radio colega-, sonsacarme la información referida a mi futura paternidad adolescente. Y esto con un título de lo más... apropiado.

Justamente el martes, a causa de la somnolencia que semejante estado suele provocar, Cristina se durmió temprano y no escuchó ni me grabó el programa, así que a la mañana siguiente, cuando volví del trabajo, no me pude encontrar en cinta –como ella.
Tal vez sea mejor así –que ella no haya escuchado- porque me parece que no estuve muy acertado en la manera en que conté aquello.
Empecé la charla hablando de una preocupación que me afligía, o de que no encontraba mucho entusiasmo ultimamente. Claro, no tenía previsto hablar del embarazo -aunque sí había estado pensando en la forma de contarlo acá, como dije. Pero el renovado sabueso Paredero –que había entrevisto la verdad del desasosiego en mi último texto- supo hacerme ingresar “en el pantanoso terreno de la confidencia”, como dice Dolina. (A propósito, todavía me acuerdo de la impresión que me provocó enterarme, allá a mediados de los noventa, en una entrevista que le hizo Marcelo Simón a raiz de “Lo que me costó el amor de Laura”, que Dolina tenía hijos.)
“¿Vas a ser papá?”, preguntó Hugo de sopetón. Y no me quedó más remedio que admitirlo.
De todos modos, puedo reivindicar lo de la aflicción. Aclarando, claro, que la preocupación no la produce el hecho en sí de que vayamos a tener un hijo, sino todo el proceso que hacia él conduce, que para una pareja en edad provecta –ella ya tiene 43, yo soy menor, los cumplo en febrero- puede tener ciertos contratiempos.
Pero, más allá de eso, digamosló de una vez: tal como Flannery O’ Connor ironiza desde su título, nunca me creí ni procuré para mi vida “las dulzuras del hogar”. Así que esto, novedoso e inesperado, también me asusta un poco –como también dije la otra noche.
Pero bueno, ya está. La naturaleza es sabia –la sangre es sabia, diría la O’ Connor- y ya veremos qué le depara a nuestra criatura –y qué le deparará a la humanidad un Perenchio más sobre la tierra.

Mientras termino esto, Cristina llega del trabajo –todo marcha bien para ella por ahora, informo- trayéndome impresos los dos últimos textos de Quique Figueroa para el Blog. Yo no había entrado a Internet desde la semana pasada. Encuentro que también compartimos con el coequiper Quique la afición por Vinicius de Moraes. Y recuerdo un tema de uno de los espectáculos de Vinicius y Toquinho grabados en La Fusa –la de Buenos Aires, creo que con María Creuza-, un tema de Caetano Veloso llamada “Irene”, que siempre me sonó, aunque no entiendo del todo el portugués, como una afligida canción infantil.
Y a propósito de infantes, quiero contarle a Quique que el viernes conseguí a 10 pesos “El ciudadano de mis zapatos”, la novela de Luis María Pescetti que él menciona en su perfil como uno de sus libro de cabecera. Recién leí unas pocas páginas, ese comienzo divertido y demoledor (“...o era la tristeza, o era la tristeza, o era la tristeza...”), pero creo que me va a gustar. Conozco a Pescetti de la radio, compré anacrónicamente un par de sus discos, pero nunca lo había leido. El otro día, ahora me acuerdo, estuve por hacerme de otro de sus libros... Escribí sobre eso el lunes a la noche, en el banco, después de la victoria de Jorge Aloy. Trataba de escribir algo para el Blog, pero lo que salió no quedó muy claro, así que lo postergué. Después me fijo si puede recuperarse y lo pego acá.
Ahora, solo resta felicitar a Hugo por la convocatoria de la importante radio que pensó en él para las tardes de enero... y hacer votos para que esta cabeza de playa sea el pórtico de nuestro desembarco triunfal –de Los Parrafistas- en el poderoso multimedio.
Chau. Nos escuchamos el jueves desde las 14.00 en Mitre.

1)

Cristina me regaló para navidad esa novela tan exitosa de Pablo de Santis, "El enigma de Parìs". Tal vez, haberla visto encabezando la lista de 'más vendidos' me había predispuesto en contra. Tal vez, los antecedentes de de Santis como cultor del comic o autor de novelas 'juveniles', su condición de escritor profesional, me lo hace poco confiable. El hecho es que, sin leerla (con el consentimiento de la otra parte implicada), fui a la librerìa de Lanús donde Cristina la había comprado y la cambié.
Mi idea era que, por el importe que ella había abonado (¡39 $!), podría elegir cuatro o cinco libros de oferta o de segunda mano. Pero se trata de una librería nueva, donde sólo se encuentran novedades o reediciones recientes -todo carísimo.
Inspeccionando someramente, vi la última novela de Guillermo Martínez, cuyo título ahora no recuerdo bien: algo así como "La lenta muerte de Sandra B." Recordé la lectura con la que Hugo cerró el ciclo 2007 de Párrafus y lo que yo había escrito para el Blog: que María Suárez, la Dama de Coghlan, me había recomendado la obra de Martínez. Pregunté por "Acerca de Roderer" y "La mujer del maestro" -las que María me había nombrado. El joven librero me mostró la primera. Le pregunté el precio. 42 pesos. Al verme demudado por esa cifra, me habló de la reciente edicón pockett de "Crímenes imperceptibles", a 20 mangos. "Sea", pensé: "Trueco una novedad policial de las letras argentinas recientes por otra". Así, aprovecho y sigo poniéndome al día, según un añejo plan, con las lecturas del programa que no conocía.
Pero quedaban todavía 19 pesos de saldo a favor. Seguí mirando y di con "Historia de los señores Moc y Poc", de Luis Pescetti, a 17. Me interesa, no es del todo “infantil”, creo, pero no lo elegí porque vuelto no me iban a dar y no quería regalar 2 pesos. Seguí mirando. Pregunté si había algo de Abelardo Castillo. Nada. Me ofrecieron Cortázar: "Gracias. Ya tengo casi todo lo que me interesa, y lo que no tengo -los libros miscelanea-, no creo que estén...". No estaban. Isidoro Blaisten, tampoco. Daniel Moyano, tampoco. María Moreno, ni ahí.
Por ahí, en un estante alto veo alineados los volúmenes de Anagrama. Entonces vuelvo a acordarme de Párrafus, de uno de los libros que me gané y que, como pocas veces, devoré en un fin de semana. "¿Paul Auster?", pregunté, antes de ver su nombre en uno de los lomos. El vendedor -ya no puedo seguir llamándolo 'librero'- bajó dos de los delgados volúmenes: "La habitación cerrada" y "Ciudad de cristal", primero y tercero de la 'trilogía de New York'. El primero fue el que me había ganado en el programa. "¿No tenés el segundo", pregunté. Me refería a "Fantasmas". El jovenzuelo no supo de qué le hablaba. "De Auster, por ahora, esto solo", respondió. Le devolví "La habitación cerrada" y hojeé el otro. Con aquella novela, lo primero que leía de él, me había sorprendido el famoso Paul Auster. Sólo lo conocía a través de reseñas de su obra y me había imaginado un autor más convencional. Me encontré con un estilo vigoroso y sugestivo, y con historias -en una sola novela- para contar. Elegí entonces "Ciudad de cristal", y el combo con "Crímenes imperceptibles" me salió 48 pesos. Aboné la diferencia y me fuí de esa librería para nunca más volver. Ojalá tenga mucha suerte.

Este lunes, en tanto, Hugo perseveró con obras en castellano. Después de "Crímenes imperceptibles" y "Esperando la carroza", hoy leyó una novela del chileno José Donoso, llamada "Este domingo". Ganó una vez más el imprentero de Rafael Calzada, Jorge Aloy, quien cerrara el 2007 reconociendo la novela de Martínez. El premio para el ganador, tambièn en español: "La casa de papel", de Carlos María Dominguez. Poco a poco se pone en marcha el año. Este enero, si no hay contratiempos, habrá 13 Párrafus. Veremos cómo nos va. Buena suerte a todos. Que gane el mejor –o el que más rápido llegue al teléfono.


3)

El calor me agobia, eso también es verdad. Ayer miércoles, al caer la tarde, cuando terminé el texto precedente (2 y 1), me faltó coraje para enfrentar la canícula durante las tres cuadras que tengo hasta el locutorio, y entonces aquello quedó sin publicar. Mejor, así hoy puedo comentar también, brevemente, la tercera –pero no última- lectura de la semana.
El género volvió a ser Teatro, como el miércoles pasado, y la obra, como “Esperando la carroza”, también se cuenta entre las más exitosas (¿populares?) de los últimos años. Se trató de “Venecia”, del porteño, radicado en Jujuy, Jorge Accame.
El ganador, también un hombre de teatro, profesor y actor, y también del interior: Marcelo Bonalume, de Marcos Juarez, Córdoba. Ganador debutante, por cierto, que tuvo la oportunidad de charlar con el autor de la noche, a quien Hugo tenía en línea. Por desgracia, la comunicación se le cortó a Marcelo a los pocos minutos, y entonces la charla, franca y extensa, fue entre Hugo y Accame.
Tengo acá, en la antología de cuentos breves “Dos veces bueno”, de Ediciones Desde la gente, un microrelato de Jorge Accame -única muestra de su producción que conozco. Lo transcribo para regocijo de oyentes y lectores.

EL LAGO

“El viejo entró a su casa, apoyó suavemente el hacha contra alguna forma vertical y cerró la puerta.
Deslumbrado por la oscuridad, al principio sólo escuchó olas y viento que rompían sobre una playa. Luego poco a poco, apareció a sus pies el lago buscando extensión hasta el horizonte. Antiguos bosques cubrían lás márgenes y cortaban el aire cantos de pájaros exóticos.
No se inquietó: con los años había aprendido que el asombro demora inútilmente la fatalidad.
Extrajo anzuelos y tanza de un cajón y, arrugando la frente, definió una orilla para pescar.”

Y ahora sí, disfrutando la frescura que dejó la lluvía de anoche, voy a poner esto en el Blog y después sigo viaje hacia la casa de mi vieja, donde esta tarde voy a escuchar detenidamente el primer Párrafus que Hugo hará en Mitre (am 790, entre las 14.00 y las 17.00), pero el cuarto para nosotros –Los Parrafistas.
Buenos días.

miércoles, 9 de enero de 2008

Parrafus Nostradamus

En la cofradía abundamos los lanceros, pero hay otros seres mas osados aún, esos que no juegan a adivinar título de la lectura y autor, sino a vislumbrar ciertos hechos a partir de delgadísimas hendijas.
Tratase del archicófrade radial Don Hugo Paredero.
A él cabele la función de armar los listados de lecturas del mes, junto a su coordinadora Adriana Baldessari.
Hugo declaró que cada emisión de Parrafus que sea Interruptus es un pequeño milagro, algo que sería difícil aún para un hiperlector como él, si estuviese del lado del receptor, y no del emisor.

Pero, Paredero acumula algunas cualidades que lo hubiesen llevado a la hoguera en otros tiempos.
Cuando tuvo como invitada a Ligia Piro [en otra audición], le anunció que estaba encinta, cosa negada por la protagonista, y fué mas allá: será varón.
A la semana, la Piro enviole un E-milio, ratificando su preanuncio.

Ya en 2008 el archipreste da otro esbozo de videncia: arrebata al decimonónico podiasta MP, anunciándole que será padre, y este corrobora la presunción parrafera. El PP [Pequeño Perenchio] vendrá con pan y libros bajo el brazo, y a los 90 días de gestación provocó un [nuevo] triunfo de 2008, el primero para ser mas preciso.

lunes, 7 de enero de 2008

El que nunca se va


El título corresponde a una zamba de Manolo Juarez, quien amén de compositor, intérprete y conversador es un genial bautizador de canciones.
Una especie de adelantado de la forma de titular que popularizaría mas tarde Página 12.

La cosa es describir la sensación de orfandad que provoconos la ausencia forzosa de la cofradía irracional, durante la semana navideña y la posterior.
Aunque ya hubo un Parrafus 2008, y una vez mas ratificó su irracionalidad [PI], a
rriesgaría que PI, es una atmósfera, no "un mero programa de lecturas y concursos".
Así como Toquinho decía de la Bossa Nova que es una forma de armonizar, de cantar, de abordar las canciones, y que se puede cantar El día que me quieras en bossa nova, y saldrá una bossa nova: "porque lo importante no es sólo la música, es la forma en que se canta, se armoniza y se interpreta la canción. Es la atmósfera musical que envuelve todo el tema. Es algo demasiado profundo para entenderlo sólo como un género musical".

Algo similar podríamos decir de PI. De hecho, la dama de los Bañados de Lugano, la Verónica C., nuevamente demostró su lectura transversal.
Ella es la especialista en "leer cine". Así como adivinó Carrie, viendo la película en la lectura de Hugo, el 25 de octubre de 2006, tuvo la lucidez y rapidez mental para detectar "Esperando la carroza".

Disgredo entonces.

En el suplemento ADNCultura del sábado, hay una
entrevista a Matilde Sánchez donde hace algunas reflexiones muy atinadas sobre la crisis de 2001, i.e. aquellos sectores que dejaron de comprar diarios, y por ende de leerlos.
Jamás detuveme a pensar al respecto, pero e' vero. Son coletazos que aún no están medidos, pero cambian nuestro estilo de vida y capacidades cognitivas.

Programas que inviten a la lectura serán amén de simpáticos, imprescindibles.

Y si logramos expandir la sana costumbre parrafera de interrumpir al archipreste conductor, validará la hipótesis de
Emilio Tenti Fanfani, quien dice "es un sinsentido hablar de lecturas obligatorias, se lee porque uno quiere".
Tendría que haber mas Cornejos, o difundir su metodología. Probablemente sería un homenaje tácito al Sr. Cornejo, padre de la Verónica, quien le transimitió la pasión por los libros y el mundo adyacente.
De allí el titulus de esta entrada inaugural 2008, como también un homenaje a Vinicius u otros poetas que nos deleitaron y nos deleitan con letra y música. No crean este un chivo del programa de la Chediek, pero si del ciclo Biografías de la misma señal. Si pueden ver el Tributo a Vinicius de Moraes, hallarán una perlita televisiva, musical y poética.
Ya que dijimos que los medios debían dialogar y promover las cosas buenas, nos los parrafistas ya ponemos manos a la obra!

jueves, 3 de enero de 2008

2008

Volvió Párrafus Interruptus... (Nótese que, como pocas veces, escribo el nombre completo del programa.)
Volvió Párrafus con un titulo de lo más adecuado -para mí. "Esperando..."
Ganó una mujer -como en cada comienzo de ciclo: 2006, Laura Falcoff, 2007, María Suárez, 2008, Verónica Cornejo.
¿El género? Teatro. ¿El título? "Esperando la carroza". ¿El autor? Jacobo Langsner (¿se escribe así?).
Es todo. Por ahora no se me ocurre más nada. Me ocupa y preocupa otro... temita en estas semanas. Veremos más adelante.
Gracias a Hugo por su nueva mención generosa de este Blog.
Hasta pronto.