jueves, 24 de enero de 2008

Ultimas victorias de mis días

Es posible que por la mente del novelista José Pablo Feinmann haya pasado la idea de que una especie de 'justicia poética' hizo posible que yo, un empleado de seguridad privada, ganara el juego en ocasiòn de leerse su "Ultimos días de la víctima". Pero espero que su ulterior condición de filósofo lo haya hecho desistir de aplicar esa tan lábil y arbitraria frase hecha.
Buscando en mi enjuto archivo algún material sobre Feinmann, encuentro en un suplemento Radar, de junio del ’99, el siguiente comienzo de su artículo “Guantes blancos y guantes sucios”:

“Desearía iniciar este ensayito sobre las películas de ladrones con una frase como la que sigue: ‘En un país de ladrones, nada más fácil que escribir sobre los ladrones’. Dudo, no obstante. Sería politizar la cuestión de un modo demasiado abrupto.”

A esa tentación literaria de un escritor, precisamente, me refería en mi comienzo; a esa reflexión ulterior, que descarto en un filosofo como Feinmann, apunto con este texto para los lectores del Blog.
Existe, lo sé, la noción de que en esta actividad que me ocupa suelen recalar ex miembros de fuerzas de seguridad caídos en desgracia; algunos, tal vez, con desgraciado prontuario.Yo mismo pensaba eso, y allá por mis 23 años me negué con indignación a ingresar en la empresa de seguridad donde trabajaba mi tío Anselmo, quien, durante uno de mis intermitentes períodos de desocupación o vagancia, quiso darme una mano llevándome ahí.
Diez años después, en 1998, a causa de la debacle menemista, y tras un demasiado largo período de inactividad o bohemia, debí agachar la cabeza y concurrir, con los clasificados bajo el brazo, hasta aquella misma empresa, donde esta vez por las mías (porque mi tío ya había fallecido) debí volver a uncirme al yugo -quiero decir, a emplearme.
Hoy, con casi diez años de trayectoria en esto, puedo decir que me alcanzan los dedos de una mano para contar a los compañeros conocidos que otrora vistieron un uniforme oficial, más profesional que estos disfraces con que nos proveen las empresas del ramo. Y, desde ya, nunca conocí a nadie tan denso como el parapolicial Mendizabal, que protagoniza la novela de Feinmann; sólo algunos con una leve mentalidad milica, digámosle vocacional, que resultaron frustrados por los rigores castrenses y fueron devueltos con el mote de 'lacras' a la vida civil, o también unos pocos aspirantes policíacos desengañados por la competencia feroz en el curro.
Es claro, tal vez alguien con un pasado non sancto en alguna fuerza no divulgaría sus andanzas entre los perejiles de la seguridad privada con quienes actualmente debe convivir. No sé. Conocí tipos reservados y distantes que daban que pensar; algunos, incluso, por su edad pudieron hacerme imaginar que tal vez habrían estado cerca de los peores sucesos de los 'años de plomo'. Y otros, aunque no tuvieran edad de setentistas, también podrían haber participado en más recientes episodios de represión, igualmente peores. Pero no sé. ¿Por qué imaginar eso? Yo mismo soy distante y reconcentrado. Casi siempre prefiero ensimismarme con un libro entre las manos antes que participar de la rueda del mate hablando giladas. Y, ¿oculto algo de mi pasado, yo? Tampoco sé. Creo que no. Pero siempre recuerdo aquel título poco conocido de los Beatles: "Todos tienen algo que ocultar, excepto yo y mi mono".
Sí es factible que en los directorios o puestos ejecutivos de las empresas de seguridad se encuentre personal retirado de las diversas fuerzas. Esto cada tanto se informa, con alarma, en los medios masivos de comunicación. Pero es lo más natural: gente que estuvo en el tema de la seguridad (en las fuerzas armadas o como funcionario policial), hoy en día, cuando el estado no da abasto con la custodia de los bienes de particulares o empresas, pasó a cumplir sus funciones en el ámbito privado. Por otra parte, raro es el caso, creo, en que una empresa de vigilancia privada sea propiedad de un ex comisario, un coronel en retiro efectivo, o un consorcio de ellos. La empresa que a mí me emplea es de un grupo multinacional que acá solamente recluta entre aquellos retirados a quienes pueden serle útiles en la cuestión operativa.
Entonces, ¿quiénes son estos guardias de seguridad que todos vemos en los shoppings, los bancos, las fábricas, los edificios públicos y privados, los countrys?
Acá tengo también una respuesta de Feinmann en una entrevista que le hizo Cristina Mucci para un libro que me gané en Párrafus: “Pensar la Argentina”, del Grupo editorial Norma.

“El gobierno tiene una actitud frente a los derechos humanos que a todos nos gusta, pero los derechos humanos también implican comer. Ese es el principal derecho humano. Un chico que se desmaya en el aula está perdido. Es lo que yo llamo una ‘existencia destino’, contrariamente a una postulación de Jean Paul Sartre de los años ’40, que decía que la existencia precede a la esencia. Era una idea muy hermosa: ‘Primero existimos y después somos, porque somos lo que elegimos y al elegir nos damos el ser’. Lo que ocurre es que al pobre, el ser le viene dado antes de que exista. El ser es la pobreza, la marginación, la desdicha, el desprecio, el escupitajo de la sociedad. Entonces tiene una ‘existencia destino’. No nace para la libertad, sino para morir en la basura. El chico que se desmaya de hambre en el aula no puede educarse, y si no puede educarse no tiene ninguna posibilidad. Su desarrollo neuronal será insuficiente, y también lo será su desarrollo afectivo. Sus padres no le pueden dar afecto porque están resentidos por la pobreza, y está comprobado que eso resiente la capacidad de afecto que va tener ese niño después para ofrecer.”

Recuerdo ahora que, en mi primer mail a María Suárez, la compañera oyente, ante su asombrado interrogante yo respondía que llegué a esta actividad por decantación, después de derivar por diversos oficios y actividades, pero que ¡por Dios y la Virgen! jamás había pertenecido a ninguna fuerza. Y le citaba dos frases que suelo repetir, que ciertamente no me hacen muy popular entre mis compañeros: “Este es el trabajo ideal para vagos e inútiles” y “Nos pagan por no hacer nada”. Pero esto, demasiado drástico, está extraído de mi autobiografía, es decir, nació para ser escrito, y no puede aplicarse literalmente a todos mis queridos compañeros vigiladores... pero sí a muchos... de nosotros.


Lo precedente se me ocurrió después del Párrafus del lunes, cuando pude volver a ganar con la lectura de un autor nacional contemporáneo y, esta vez sí, pude charlar con él cuando Hugo lo puso en el aire –la vez pasada, a Claudia Piñeiro apenas pude saludarla porque no me quedaba crédito en el celular.
Simpático, muy amable -a veces, en la televisión, desopilante-, José Pablo Feinmann se mostró también maravillado por la mecánica del programa y por el rápido reconocimiento de su primera novela, de 1979, “Ultimos días de la víctima” –que hace poco estuve por comprarme cuando salió con Página 12.
Por mi parte, una vez más debí confesar que no había leido el libro que me permitía ganar el juego: reconocí la obra por la mención de Mendizabal, que me remitió al personaje que en la película de Adolfo Aristarain hiciera Federico Luppi. Pero, justicia poética mediante, esta vez el premio para el ganador fue el mismo libro que se leía –es más, el mismo ejemplar original de Colihue-Hachette- así que el próximo fin de semana, cuando esté recluido en el trabajo, voy a conocer finalmente al novelista Feinmann.

Después, martes y miércoles volví a ganar, pero ya me doy verguenza de tanta jactancia –que no puedo evitar-, así que sobre esto cito solamente títulos y autores.
Martes: “Cuatro cuartetos”, poesía de Thomas Stearns Eliot.
Miércoles: “La línea de sombra”, novela de Joseph Conrad.
Dos cosas, sólamente: me salta a la vista la coincidencia de estos dos autores en la ‘Extraterritorialidad’, como llama el célebre crítico George Steiner a la condición de los autores que llevan a cabo su obra en una lengua distinta a la suya original, o lejos de su país. Conrad era nacido en la actual Polonia, Eliot en Missouri, Estados Unidos, y ambos recalaron en Gran Bretaña para dedicarse a escribir. Sobre el último, recomiendo la película “Tom y Viv”, donde el poeta –el hombre Eliot- tal vez no queda muy bien parado, pero hay una actuación fenomenal de Miranda Richarson como su esposa Vivien Haigh-Wood. La película fue dirigida por Brian Gilbert y a Eliot lo interpretó Willem Dafoe.

Pero, a propósito de jactancias, no puedo despedirme sin compartir algo que leí en el suplemento cultural de Perfil del último domingo.
La columna de Maximiliano Tomás lleva por título “La inclinación autobiográfica”. Glosa en ella un artículo aparecido en una revista llamada “Pensamiento de los Confines”. Autor de este artículo, un tal Alberto Giordano, pensador cuyos fines serían para mí seguramente muy elevados –por eso yo compro Perfil y no revistas académicas-, pero que, hasta donde alcanzo a entender, me gustó.
Dice Tomás que lo que Giordano trata de ver es “cómo la vida pasa a través de las palabras”. Para esto, analiza la obra de diversos autores que participaron de un ciclo en el centro cultural Ricardo Rojas –después trasformado en libro por su organizadora, Cecilia Szperling- que se llamó “Confesionario, historia de mi vida privada”. Sobre Alan Pauls, un renombrado escritor contemporáneo, que se iniciara como periodista y crítico en la radio Belgrano de 1984, en ATC junto a Pepe Eliaschev, en la revista Humor, dice Tomas que dice Giordano que “el exceso de literatura (de referencias literarias y de sobreescritura) ‘obstruye el paso de la vida por unas palabras que lo reclaman’”. Y después: “Soy de la idea de que en las escrituras del yo el narcisismo se supera a fuerza de intensidad” Y glosa Tomás: “Además del distanciamiento irónico, es el pudor otra de las formas de superación de la autocomplacencia en este tipo de narraciones”. Y otra vez Giordano: “Frente a las demandas de la cultura de la intimidad, el pudor es una fuerza de resistencia al mandato de volverse espectáculo para poder ser”.
Después el columnista se concentra en “una andanada de nuevos libros que ponen en jaque la relación entre ficción y realidad, y que abogan –concientemente o no- por la identificación entre narrador y autor. Algunas de esas novelas son ‘Derrrumbe’, de Daniel Guebel; ‘Era el cielo’, de Sergio Bizzio; ‘Autobiografía médica’, de Damián Tabarovsky; ‘Historia del llanto’, de Pauls; y tal vez ‘La vida nueva’, de César Aira, y ‘Montserrat’, de Daniel Link.” Dice Tomas que la crítica Josefina Ludmer “tipifica estas y otras escrituras bajo el rótulo de ‘literaturas postautónomas’: narraciones que ‘no admiten lecturas literarias’, textos que ‘no se sabe o no importa si son o no son literatura’, y donde ‘tampoco se sabe o no importa si son realidad o ficción’. La tesis de Ludmer es que este tipo de obras (‘que toman la forma del testimonio, la autobiografía, la crónica, el diario íntimo’) reclaman otro tipo de lectura, y acaban con el tiempo de la literatura como arte autónomo, ‘abierta por Kant y la modernidad’.
El párrafo final –propio de Tomás, por fin- debo citarlo completo: “Hay quienes ven en esta suerte de pulsión por tomar la propia vida como objeto de narración una respuesta –aunque tal vez no calculada- a las teorías de la muerte del autor de los años ’70; quienes ven la aparición de este corpus como una mera casualidad histórica; y quienes creen que el exhibicionismo es, en verdad, ‘la libra de carne’ que los escritores argentinos se han dispuesto a pagar por el precio de ser reconocibles y reconocidos. Todavía es temprano para decidir quién tiene la razón”.
Y en el margen del diario, con tinta verde –de la lapicera que tenía a mano cuando leí esta columna la otra noche-, escribí: Los que leen mucho, a la larga quieren escribir. Pero no a todos les dá la nafta para ingresar en la Literatura. Entonces se autobiografían.
No volví a pensar en esto –tampoco me da-, en este episodio de lectura y apunte, por eso lo cito tal cual.
A quien le quepa el sayo...
Perenchio: -¿Dónde está el vestuario?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sr Perenchio, no creo que Ud debiera dar tantas explicaciones a quien parece no merecerlas.

Creo que al Sr Feinmann se le escapó una actitud despectiva gratuita. Quizá estuviera cansado después de un largo día de trabajo? No lo justifica.

Lamentablemente, y como ansioso escuchador del programa del Sr Paredero, que transcurre normalmente muy lejos de la mediocridad, viví personalmente un momento de tensión , hasta que llegué a la preocupante conclusión que el Sr. escritor quizá ande por carriles que no incluyen las duras realidades actuales. Ojalá me equivoque, ya que en nuestro país no sobran los intelectuales con los pies sobre la tierra.