miércoles, 26 de junio de 2013

Wernicke

Sincronicidad, magia, capricho. Esas cosas que ocurren – que ocurrían. Siguen ocurriendo. Hoy, en el sanatorio, se me ocurrió algo como para volver al Blog. Suele verse gente que llega a la guardia, o de visita, o como acompañante, con un libro en la mano. Hoy noté que siempre son libros nuevos. Plastificados, coloridos, flamantes. A veces alcanzo a leer el título: novedades, casi todos. Me percaté porque el libro que hoy traje para leer (para volver a leer) es “La ribera”, de Enrique Wernicke, en la edición del Centro Editor de América Latina. Tapa vencida por los años, ilustración descolorida, páginas tirando al ocre. Siempre quise volver a leerlo (lo tengo, según escribí en la última hoja, desde julio del 89), pero nunca pude avanzar más allá de las primeras páginas, no sé por qué. Cabe decir que aquella vez (quizá en parque Rivadavia) celebré encontrarlo porque poco antes había visto en ATC una versión para televisión con Victor Laplace, que me había gustado. Ahora sí, ya pasé el primer tercio de la novela y en las próximas noches voy a terminarlo. Me decidí a volver a intentarlo porque hace un par de semanas un compañero me regaló los “Cuentos completos”, de Wernicke. Extraño agasajo entre los rudos o indiferentes hombres de la seguridad privada. Es un compañero que hace poco está en el sanatorio, y como siempre me ve leyendo en la alta madrugada, un día me dijo que me iba a traer alguno de los libros de su hijo. Por cierto, primero me habló de uno de Dan Brown, cuyo título no recordaba. Sin ánimo de desmerecer ni desbaratar su intención, pero con mi habitual frontalidad, le dije que ese tipo de cosas no es lo que más me interesa, pero que bueno, para matar las horas en la larga noche… gracias desde ya… veremos… Pero cuando se apareció con el libro y me dijo que me lo dejaba con una compañera en el puesto Ambulancias, y le pregunté el título y me dijo “Cuentos completos”, y le pregunté: “Pero, ¿de quién?”, y me dijo que no se acordaba, “Es un apellido raro”, fue una sorpresa enorme encontrarme –reencontrarme- con Enrique Wernicke. Cuando vi a este compañero al día siguiente le debo haber manifestado mi asombro y admiración con mucho énfasis, porque ahí nomás dijo que me lo regalaba. Era de su hijo, pero parece ser que el joven veinteañero, aunque aficionado a la lectura, no es de atesorar libros y siempre los deja por ahí, los presta o los regala. Así ligué yo este extraordinario volumen de Wernicke. Pero esto de los libros nuevos que leen los visitantes del lujoso sanatorio que aún me acoge laboralmente, no hubiera logrado entusiasmarme como para volver a escribir. Amén de que no me da como para una evaluación sociológica del consumo cultural de las clases favorecidas. Pero sucede que esta noche, junto a “La ribera” también tengo conmigo la poderosa Tablet que recibí como regalo del día del padre. (Parece que soy un buen padre, a pesar de todo.) Hoy la traje por primera vez al trabajo (para eso la pensó Cristina, para que quizá pueda volver a escribir) y cuando la encendí, después de algunas manipulaciones exploratorias, lo primero que busqué fue información sobre Enrique Wernicke. Leí lo que más o menos ya sabía por añejas notas periodísticas, y entonces se me ocurrió buscar algo más, algo que se hubiera filmado, en TuTubo. Y vieron cómo es Tutubo, aparecen las sugerencias al costado, una cosa te lleva a la otra (sobre Wernicke no encontré nada), y terminé en la Audiovideoteca de Buenos Aires. Y lo primero que abro para ver es el capítulo dedicado a Luis Gusmán, un autor muy distinto de Wernicke, pero que por esas cosas también me gusta. Y el capítulo sobre Gusmán se titula: “El escritor como lapsus o El lector interrumpido”. Entonces sí (esto es una de aquellas cosas, pensé) me apliqué al esfuerzo y el placer de redactar esta página para el viejo Blog de Parrafus...