lunes, 30 de junio de 2008

Los crímenes de Bormat

Después de leer Crímenes Imperceptibles, ahora me tocó ver la película. Ya saben: se trata de la película Crímenes de Oxford, basada en la novela del bahiense Guillermo Martínez que fue la última lectura de Parrafus el año pasado.

La peli está bien; es la típica película de crímenes y pistas. Aunque es un poco amarga para mi gusto, acá me soplan que Leonor Watling compensa un poco esa amargura.

Ahora, digo yo, ¿había necesidad, entre tanto crimen, de matar también a Fermat? La historia que se narra en Crímenes ... es contemporánea de la demostración del famosísimo último teorema de Fermat. El último teorema de Fermat fue enunciado por el señor del mismo nombre en el siglo XVII, pero su demostración se hizo esperar más de tres siglos hasta Andrew Wiles. A esto se suma que el enunciado sencillo del teorema y las recompensas prometidas por su resolución atrajeron a toda clase de sabios y locos a intentar una demostración, así que incluirlo es todo un detalle para una novela policial como ésta. Así las cosas, vemos en la película la excursión de un grupo de matemáticos con sus camaritas de fotos al congreso de Teoría de Números donde Andrew Wiles presentó su demostración. Me gustaba mucho esta parte en el libro. Me gustaba que la crónica matemática se mezclara aunque sea tangencialmente en la trama. Digo, no es que Andrew Wiles fuera el asesino, ni nada por el estilo. Pero la historia andaba por ahí. La verdad es que esperaba ver esto en la película, en particular después de que leí que Alex de la Iglesia estaba muy contento después de haber filmado el pizarrón con la expresión "QED" que indica que la demostración ha terminado. Sí vi las tizas y el pizarrón en la película. Sólo que teorema y matemático aparecen ocultísimos detrás de seudónimos: se menciona un teorema de Bormat demostrado por un sujeto llamado Henry Wilkins. Supongo que para el gran público será lo mismo, no ví que las multitudes acamparan a la salida del cine para quejarse, pero mi corazoncito matemático se siente un poco decepcionado. No fue lo mismo, después de haberlo disfrutado en el libro, ver en la película la demostración de un teorema cualquiera hecha por un fulano que ni conozco.

Buena suerte para julio!

domingo, 29 de junio de 2008

A. de B. (antes del Blog)


“Soy un asesino, he matado a unos niños. No soy el único acusado: Beckett también es acusado, así como un tercer autor dramático, Pinter tal vez, o Genet, que se funde, a quien veo de verdad fundirse y desvanecerse en un cielo gris pero sin nubes. Beckett asume sus crímenes, no lamenta nada. Su rostro está endurecido, matará a más niños aún, si no se consigue impedírselo. Yo soy presa de los remordimientos, asolado por un sentimiento de culpabilidad invencible. Y, sin embargo, yo no he matado niños. O los he matado sin hacerlo adrede. O quizá he tenido ganas de matarlos, porque ¿quién no tiene ganas de matar niños? Pero no he realizado mis proyectos. La prueba está en que, cada vez que estuve tentado de matar niños, o los maté por descuido, yo mismo llamaba a la policía. Efectivamente, he aquí, de nuevo, acudiendo a mi llamada, el coche negro de la policía, la monolocutora. Aquí está, ante mí; a mi derecha, un terreno sembrado que se extiende a lo largo del Sena. De la tierra brotan semillas, e incluso florecitas blancas con una hoja verde, muguet.”

“La sociedad que intento describir en una obra como ‘La cantante calva’, es una sociedad perfecta, es decir, una sociedad donde todos los problemas administrativos, económicos, políticos, están resueltos. A partir de ahí es donde pueden surgir los problemas fundamentales. La política, es decir, las preocupaciones, pequeñas o grandes, apremiantes o menos apremiantes, nos los ocultaba. ¿Qué se puede hacer a partir del momento en que ya no hay problemas? Cuando ya no hay problemas, aparece el aburrimiento. Pero si ni siquiera existe aburrimiento, se produce la degenerescencia espiritual.”

Eugene Ionesco, “Diario”, Ediciones Guadarrama, Madrid, 1968

Fe de erratas II


Error. No era un poema, como dije, el que Borges dedicó a la memoria de Paul Valéry, el Parrafista del pasado miércoles. Creí que alguna vez había visto ese nombre como título en alguno de los poemarios borgeanos, pero ahora, revisando la edición de 1974 de las obras completas de Jorge Luis (que por fin ayer me traje de la casa de mi vieja), no lo encuentro. Está, en cambio, el breve ensayo llamado “Valéry como símbolo”, correspondiente al libro “Otras inquisiciones”. De ahí, seguramente, mi confusión.
Cito parcialmente ese ensayo, que Borges empieza comparando a Valéry con Walt Whitman, el primer Parrafista del año pasado.

“Aproximar el nombre de Whitman al de Paul Valéry es, a primera vista, una operación arbitraria y (lo que es peor) inepta. Valéry es símbolo de infinitas destrezas pero asimismo de infinitos escrúpulos; Whitman, de una casi incoherente pero titánica vocación de felicidad; Valéry ilustremente personifica los laberintos del espíritu; Whitman, las interjecciones del cuerpo. Valéry es símbolo de Europa y de su delicado crepúsculo; Whitman, de la mañana en América. El orbe entero de la literatura parece no admitir dos aplicaciones más antagónicas de la palabra ‘poeta’. Un hecho, sin embargo, los une: la obra de los dos es menos preciosa como poesía que como signo de un poeta ejemplar, creado por esa obra.
(…)
“Uno de los propósitos de las composiciones de Whitman es definir a un hombre posible –Walt Whitman- de ilimitada y negligente felicidad; no menos hiperbólico, no menos ilusorio, es el hombre que definen las composiciones de Valéry. Este no magnifica, como aquel, las capacidades humanas de filantropía, de fervor y de dicha; magnifica las virtudes mentales. Valéry ha creado a Edmond Teste; este personaje sería uno de los mitos de nuestro siglo si todos íntimamente no lo juzgáramos un mero ‘Doppelgänger” de Valéry. Para nosotros, Valéry es Edmond Teste.
(…)
“Proponer a los hombres la lucidez en una era bajamente romántica, en la era melancólica del nazismo y del materialismo dialéctico, de los augures de la secta de Freíd y de los comerciantes del surréalisme, tal es la benemérita misión que desempeñó (que sigue desempeñando) Valéry.”

Este artículo está fechado en 1945, año de la muerte de Paul Valéry. Casualmente, es el año de la publicación de “El desierto de los tártaros”, novela leída el viernes. De su autor, Dino Buzzati, encontré también en lo de mi vieja un libro del Centro Editor de América Latina, colección La Tierra Entera, de 1983, llamado “El derrumbe de la Baliverna”. Sabía que tenía algo de este tano (es más, pensé que podía tener “El desierto…”, pero era “La rebelión de los tártaros”, de T. de Q.), y resultó ser este volumen de cuentos que nunca leí completo. Ahora, según un añejo plan que retomo con intermitencia, me lo traje para seguir poniéndome al día con los autores que Hugo nos trae a Párrafus. Es más, ya mismo termino con esta muy extensa fe de erratas y me voy a leer un cuento de Buzzati de título muy sugestivo –y reminiscente: “El niño tirano”.
Hasta chau.

Coplas a pedido 4

¡Tranquila esté la tribuna!
No se escapará ninguna.
Si es comedia o entremés,
va: Azarri, María Inés.

Podrán parecer pavadas,
pero fue sin hacer "clic",
encontró "Vidas privadas":
Don Eduardo Pavelic.

Vayan haciendo la cuenta,
pero a ese autor brasileño
lo sacó con mucho empeño:
Susana, fue la cincuenta.

María Cristina Alonso
la halló en remoto confín
a 'Ña Silvia Iparraguirre
por el Beagle en bergantín.

Por el mar y por Rivera,
no corta el mar sino vuela
Sandra Vela, la sagaz,
lectora del Manco Paz.

sábado, 28 de junio de 2008

Mesa de Saldos - MS

Arrancó una semana atrás un negocio de esta naturaleza en la ciudad capital del Chubut, lugar donde motivos laborales, me llevan de lunes a viernes.
Rawson tiene un tercio de los habitantes de Trelew, y la proximidad entre ambas ciudades [17 kmts.], redunda en que gran parte de la oferta comercial esté en esta última.

Son embargo, oh sorpresa, la idea de Osvaldo [el revistero que lleva mas de tres décadas en Rawson], de hacer espacio en su casa, y poner a la venta, esos libros que salían con Clarín, La Nación o Página 12, fué magnífica. Inicialmente el negocio estaba repleto, pero ya queda poco y nada de material viable.

Gracias a la noticia que me transmitiera el poeta Gustavo Horacio Díaz, pude llegar y conseguir "El burgués maldito", biografía de José Ber Gelbard escrita por María Seoane. Quedé en pasar otro día, como para revisar parte del jugoso y barato material. Pero a medida que los días pasan, las ratas bibliófilas atacan, y es sabido que el papel es uno de sus bocados predilectos ..

A los dos días vuelvo a la MS, estoy revolviendo como para inspirarme e ingresa una señora con cierta dificultad pa' caminar. Un saludo con la señora que atiende [la esposa de Osvaldo], y de entrada una recriminación:
- Osvaldo no me avisó nada!
- Y mandamos varias invitaciones/anuncios.
- Si, pero no me llegó, con lo que me gustan los libros!
- Bueno, tranquila. Pasá y revisá tranquila.

Ingresa al reducido y pelado local la señora en cuestión. Notola desbordada por agarrar todos los libros, que estan a menos de cinco mangos, y me confiesa:
- Esto es lo que hacíamos con mi padre, ibamos a recorrer las librerías de viejo por Corrientes. Estábamos horas. Comíamos algo en un bar y luego seguíamos recorriendo otras librerías. ¡Cómo extraño eso!

En eso doy con una colección de Página 12, donde hay un libro de Osvaldo Soriano, y en la tapa aparece el gordo con la camiseta de San Lorenzo. La mujer detecta esa perla, y espeta:
- El gordo! Si hasta eso nos unía: ser del santo.

Yo tenía pensado llevarme el broli, que amén de la prosa sorianesca, tenía un tamaño ideal pal bolsillo y lectura de bondy.
Pero ver a esta señora, tan entusiasmada y con su bastón canadiense, hizo que [yo] pronunciara lo impronunciable:
- Tome señora, llévelo.
- Pero no, lo tenías vos.
- No, no deje. Es preferible que lo agarre Vd. Además yo ya vine, y me llevé algo de aquí. Ahora le toca a Vd.

Salí y experimenté cierta sana alegría, la satisfacción de compartir una pasión poco usual, al estilo parrafista.
Esa de ver libros a precios irrisorios, y con buena factura, y goce asegurado.
Pero, no es un gusto popular, es para un grupo cada vez mas escaso. De allí que lo socialice con la parrafada.

Horario: 9:30 a 12:30 y 16:30 a 20:30
Alejandro Conesa entre Avenida Sarmiento y Avenida San Martín - Rawson.
A mover las tabas, ya que la mesa estará servida por un par de semanitas.

Coplas a pedido 3

La recordé días enteros,
no me acuerdo bien que mes,
Ganó la Zulma Baquero,
Con "Los de la mesa diez".

Donde las toman, las dan,
¡Pero por dios! ¡Por Jesús!
¡Si hasta San Juan de la Cruz!
ese es: Mario Tsolakian.

¡Ay! ¡Qué percepción más fina!
¡Vio al cajero ir a la esquina!
despuntando el metejón
andaba Nahum Soibelzon.

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueña jamás olvidada,
en su buena memoria al conjuro
las "Rimas" rescató Ladislada.

Juan Lacaze entre las brumas,
Mirta Shenk con su hablar lento,
noche de Quiroga y cuento:
voló "El almohadón de plumas".

Lo tuyo es vicio


Primera semana de invierno, y Hugo, atento a la estación más mortecina, se vino con toda la rabia, con terremoto, con desierto y con cementerio marino.
El domingo, festejando el primer mes de vida de Esteban, me fue dado ganar cuando se leyó “Rabia”, novela del 2005 de Sergio Bizzio, a quien Hugo tenía en línea como oyente privilegiado –y preocupado.
Y tal vez fue mi culpa. Cuando conté que, aunque conozco a Bizzio, solo sabía de esa novela por algo que leí en la “Ñ” del día anterior, el joven autor nacional paso a explicitar sin prisa y sin pausa la noticia de aquel suelto, abundando en las alternativas de la filmación de su libro, las bondades del ecuatoriano director, las traducciones de que fuera objeto, e ainda mais. Al rato, cuando pude meter otro bocadillo en el triálogo para mencionar que también conocía su faceta de dramaturgo, Bizzio se subió otra vez a la moto y nos habló de su coautor Daniel Guebel, de la extensa gira que “La china” hiciera por todo el país, del próximo estreno en Montevideo… Estuvo simpático al principio, cuando, tras las presentaciones de Hugo, dijo que mientras escuchaba la lectura se decía que si lo descubrían antes de los cinco minutos podría considerarse un autor popular, y si no caería en la categoría de escritor elitista. Yo interrumpí a los cinco minutos con veinte segundos; tardé en ir a buscar la “Ñ” y hojearla hasta encontrar esa noticia sobre “esta novela, melodrama e hiperrealismo con dos personajes antológicos como José María, obrero, y Rosa, empleada doméstica…”. Y me hubiera gustado decir que, en realidad, en nuestro medio, donde la tirada de las nuevas novelas es de 1500 ejemplares, creo que cualquier escritor es elitista, y que, en todo caso, los autores populares –aunque virtualmente anónimos- son los de las telenovelas, los reality o los programas de debate político. Pero no pude. Esta vez (aunque estuve de por medio), el autor fue la estrella. Felicitaciones, Sergio. Feliz cumplemés, Esteban.

El lunes, una verdadera rareza, como ya dije. De Heinrich von Kleist, el romántico alemán que faltaba (de los principales, aunque tal vez todavía falta H.), un tremendo cuento llamado “El terremoto en Chile”. No lo conocía, pero algo, al día siguiente, me llevó a buscarlo en la red; vi que no era muy largo, lo leí y, porque me impresionó, lo copié en el Blog.
El ganador de esa noche fue el profesor Alberto Lagunas, bien familiarizado con esa escuela teutona, como señaló Fernando Terreno en una de sus simpáticas y certeras coplas.

El martes Hugo trajo al primer poeta de la semana –aunque Bizzio también publicó poesía. Fue el turno de Paul Valéry, el francés autor de “Cementerio marino”, obra que reconociera su colega de Sarandí, Roberto López Motta.
De Valéry, poeta a quien Borges dedicara un poema (¿o es un ensayo breve?), tengo un par de frases en uno de los libros que me gané en Párrafus: “El que no lea este libro es un imbécil”, de Oliviero Ponte di Pino. Ahí, en el capítulo “El intelectual imbécil”, se lee:
“Hasta un poeta tan serio como Paul Valéry, que en su Monsieur Teste había confesado: “La estupidez no es mi fuerte”, se vio obligado a reconocer: “Hay sutiles relaciones entre estos dos órdenes. El orden de la poesía es el de la estupidez”
Cito esto no para legitimar mi conocida prevención en torno a este género, sino porque es lo único sobre Valéry que tengo a mano.

A la noche siguiente, el miércoles, otra vez poesía. Y otra vez un autor brevemente mencionado en la última “Ñ” (en La semana cultural, página 38): Hugo Padeletti. El poeta y pintor nacido hace 80 años en Alcorta, Santa Fe, llega a Párrafus en los días en que desde algunos sectores se trata de pegar un grito como aquel, el que hiciera célebre a ese pueblo… Sin comentarios. Mejor dicho, prefiero retener mis comentarios.
Reconoció a Padeletti la experta en poesía María Suárez. Tardó un poco, como es su costumbre, pero creo que no corrió riesgo de que alguien se le adelantara; a pesar de su extensa trayectoria, Padeletti es un autor bastante secreto. Y aunque Hugo esta vez autorizó que se nombrara, si no a los poemas, a la antología donde aparecen (de cuya presentación se informaba en la “Ñ”), María solo llamó cuando escuchó la lectura de “La atención”. Después, en la charla, se atrevió, acicateada por Hugo, a dar las iniciales de dos de sus autores más esperados: J.J.M. y E.W., dijo. Nuestro conductor detectó al segundo de los señalados y confesó que ya está en su lista (¿para julio?). Yo sé, desde que hablara con ella, quiénes son esos dos (uno de ellos conocido suyo), o sea que ya es una larga espera la de María (porque hace mucho que tengo vedada esa comunicación). Esperemos todos, entonces.

Y en el último programa de la semana, aparece el Hombre del Mes.
Hasta ahora, cinco oyentes habían obtenido dos victorias cada uno durante junio. El record de rapidez en la respuesta lo tenía Verónica Cornejo, con 18 segundos. Anoche, Fernando Terreno, en 15, dijo que se leía “El desierto de los tártaros”, de Dino Buzatti, y este fue su tercer triunfo del mes. (Y por ganar con esa obra, recibió como premio, apropiadamente, una novela llamada “La intemperie”.)
También Fernando contó que este era uno de sus autores (y libros) esperados. (Y los que espero yo, ¿para cuándo?) También, antes, al comienzo del programa, Hugo había leído un texto del compañero Terreno, de su Blog lapulpera.blogspot, referido a los orígenes de los números y la escritura. Al respecto, prometo leerlo en el Blog a la brevedad, porque me resultó medio engorroso seguirlo por la radio. En síntesis (termino medio a la disparada esta reseña porque se hicieron las doce y hay que cambiar y alimentar al Fulanito), aunque falta todavía un programa para finalizar el mes y quedan cuatro oyentes en condiciones de empatar, saludo ya a Fernando como el ganador absoluto de junio, por cantidad de triunfos y por velocidad en el llamado.
Felicitaciones, ingeniero, y prometo, en lo que a mí respecta, que el domingo, aunque sepa la respuesta, no llamo. Pero no respondo por María Suárez, Mario Tsolakián y Roberto López Motta.
Hasta pronto.

viernes, 27 de junio de 2008

Coplas a pedido 2

Francisco Urondo se fue,
no fue fácil dar con él,
pero estaba: Ana Maciel.

Con su escucha muy atenta,
Cardenal, Cheever y Carver;
los aguarda: Marta Zander.

Eludo la rima fácil,
trajo a Gagliardi al convite:
Señora Marta Escarpite.

Y yendo a Don Julián Sanchez,
decime, ¿no te dió celos,
cuando sacó a Vasconcelos?

No vi ni pasar el tren,
ni al guardagujas, ni a Arreola...
cuando ese Aloy dió en la bola.

jueves, 26 de junio de 2008

Vieja librería

En cualquier caso sería una pena. Tanto si cierra sus puertas como si el cartelón de tela que hoy desluce su entrada es un bluf comercial al estilo de esas pintadas en las vidrieras de las tiendas: “Liquidación total – Ultima semana – Nos vamos!”. Algo así está escrito en la tela. Sin embargo, en el interior, mientras curioseaba en mis mesas de ofertas de toda la vida, escuché a varios clientes o vecinos interrogar al respecto a empleados o dueñas, y la respuesta era “no se sabe todavía”, “están viendo”, “estamos en eso”. La hora y el día (un miércoles a las once de la mañana), la escasa concurrencia, hacía propicia la confidencia.
Compré un libro de Alberto Farina sobre Leonardo Favio y uno de Moravia que trae dos obras de teatro (a $5 y $3). Del mostrador de la caja tomé un par de volantes; uno de ellos, referido a la misma librería. Nunca lo había visto. Tal vez es reciente, nuevo, final, y abonaría la hipótesis de la despedida. Reza así:

“El libro que usted busca, lo está esperando aquí. La librería ‘Feria de Libros’ fue fundada el 2 de junio de 1943 por Don Gregorio Finkelstein y continuada por su hijo Abraham ‘Chiche’ Finkelstein hasta el día de su fallecimiento el 31 de diciembre de 2002. Hoy día siguen su esposa e hijas. En un principio era una librería similar a todas las existentes en Bs. As. Cuando se hizo cargo ‘Chiche’ Finkelstein la transformó en lo que es hoy, una ‘librería de viejo’ donde el bibliófilo la visita diariamente para encontrar ‘ese’ libro agotado o desaparecido que seguramente estaría en alguna de las mesas de ofertas, o en las estanterías o en las vitrinas. A lo largo de sus 60 años de existencia en la Av de Mayo 637 ha visto pasar por sus puertas gran parte de la historia de nuestro país: los famosos corsos de carnaval, las revoluciones, las marchas de Plaza de Mayo de distintos gremios con sus reclamos, las corridas por la policía, por los militares, en fin, toda una vivencia de lo que acontecía y acontece en nuestro país. A pesar de todo esto, nunca cerró sus puertas y los clientes de tantos años y el comprador de paso atraídos por las ofertas, saben que serán atendidos con total dedicación por sus dueños y por sus empleados, haciendo lo que esté a su alcance para satisfacer las necesidades de sus clientes.”

La librería es aquella de la que muchas veces hablé acá (aquella en la que una tarde hojeé “El sombrero de tres picos”, que Hugo leería esa noche), por eso ahora ofrezco esta información, tal vez la penúltima…. Esperemos que no.

Coplas a pedido 1

Quique, a tu pedido. Después arreglamos el precio.

Su especialidad: ingleses,
que ninguno queda en off:
acierta Laura Falcoff.

Si de germanos se trata
no deja pasar ninguna:
es Don Alberto Lagunas.

Pero si el que escribe es galo
hacia allá apunta su proa:
el gran Quique Figueroa.

Conocidos, pa' cualquiera;
para "casos especiales":
ta' Fernando Veneziale.

A ese autor inesperado
lo tiene entre ceja y cejo:
la Verónica Cornejo.

Café de los maestros

He aquí un breve resumen del film que emocionara al archicofrade.
Se publicó hoy [jueves 26 de junio] en La Nación.

El tango alcanza en estos momentos, a través de nuevas voces y de jóvenes músicos, un gran momento de esplendor muy parecido a aquellos años de la década del cuarenta en los que talentosos maestros de ese ritmo congregaban a su alrededor a miles de fieles seguidores, que danzaban al compás de las más populares orquestas o se dejaban fascinar por los cantantes de mayor arraigo que recordaban los temas tanguísticos de célebres compositores. Gustavo Santaolalla, un argentino triunfador en los Estados Unidos, la productora Lita Stantic y el realizador brasileño Walter Salles, el mismo que dirigió Diarios de motocicleta y Estación Central , entre otros films, unieron aquí su esfuerzo y su imaginación para retrotraer a la pantalla a muchas de aquellas figuras que son ya íconos de nuestra música popular.

Café de los Maestros se convierte así en el encuentro de las grandes leyendas vivientes de ese formidable género, quienes revelan, a través de sus instrumentos y de sus recuerdos, los misterios y la esencia de ese ritmo sexy y melancólico. En este paseo por la vida de todos ellos aparecen sus historias íntimas para recuperar el verdadero sentido del tango: la fiesta, la reunión popular y los muchos motivos de alegría al escuchar los temas más emblemáticos de nuestro repertorio tanguero.

Emotivo homenaje

A través de charlas informales, estos maestros nos acercan el optimismo y la fuerza de nuestro ritmo ciudadano, y el documental se convierte en una historia de amor a la vida.

El film no sigue una línea narrativa muy estricta, lo que por momentos atenta contra su estructura, pero ello poco importa cuando aparecen en la pantalla figuras del prestigio de Aníbal Arias, Ernesto Baffa, Emilio Balcarce, Oscar Berlingieri, Mariano Mores, Virginia Luque, José Libertella, Osvaldo Montes, Alberto Podestá, Lágrima Ríos, Horacio Salgán y otros nombres que ya recorrieron un largo camino de triunfos y se reúnen aquí a través de sus instrumentos y de sus voces.

Así, el film se encarga de retratar a cada uno de estos tangueros en breves semblanzas de sus vidas, que coralmente reconstruyen una época inolvidable del pasado de la Argentina y, a la vez, proyectan el futuro de las expresiones culturales de un pueblo que continúa valorando su música.

El director Miguel Kohan propone este recorrido por los caminos de los maestros con una cámara en constante movimiento. Su mirada logra descubrir a estos artistas a través de su cotidianeidad, revelando la trama de un género que tiene en el imaginario colectivo y popular su condición de perpetuidad y trascendencia.

La aventura de llevar a la pantalla a estas emblemáticas figuras pone a Leopoldo Federico de nuevo al frente de su orquesta, seduce a Horacio Salgán para la recreación de su típica, trae desde la otra orilla del Plata a Lágrima Ríos y la reúne con el guitarrista Aníbal Arias, rescata arreglos inéditos como el original de "Taquito militar", que Mariano Mores grabó por primera vez y reconstruye arreglos históricos, como los de los tangos de Osvaldo Berlingieri realizados por Julián Plaza.

Todos estos elementos y muchos más aparecen en este documental que se convierte no sólo en un emotivo homenaje a todas esas talentosas figuras, sino que es, también, un cálido recuerdo de una época en que nuestra música popular lograba su punto más alto en el recuerdo del público. Como corolario de todo este camino de rememoraciones,
Café de los Maestros pone su punto final en el momento en que toda esa pléyade de músicos y cantantes se une en el Teatro Colón, en una actuación memorable que quedará, sin duda, como uno de los momentos más imborrables de la historia de nuestro tango.

Adolfo C. Martínez



Soneto al Historiador Porteño

Comparto soneto. Aunque esté destinado a una laburante de la cultura [Leticia Maronese, ver hipervínculo], considero aplica notablemente a la Parrafada.
Probablemente a varias plumas laburadoras, como la del Bobby, el Beto Lagunas, el ingeniero de Chacarita, María la excelsa traductora de Coghlan o la musa de Villa Lugano, puedan hacer algún aporte ad hoc, y describir las multitudes solitario-irracionales que compartimos trasnoche a trasnoche, una bocanada de aire fresco en un dial atiborrado y embolante.

Salú!



Poner a la Ciudad bajo la lente
del detalle, del caso comprobable,
tarea es de entomólogo eminente
por no decir de loco irrescatable.
 
Hacer revelación de lo invidente.
De la dificultad, un hecho amable
logrando que la historia represente
a la memoria y que por ella, hable.
 
Por eso este tributo de la gente
y el reconocimiento inteligente
para tanta labor inquisidora.
 
Por cumplida y formal trabajadora
se ha ganado este lauro que merece
con justicia, Leticia Maronese.
Otilia Da Veiga

miércoles, 25 de junio de 2008

Lopez Motta de Sarandí a París

Noche de martes, madrugada de miércoles. El frío arrecia. Arranca el archicófrade anunciando que modificará su rutina. Iba a conversar de literatura [pa' variar] y el tipo quedó trastocau, luego de ver "Café de los maestros", película realizada por Miguel Kohan.
Se ve que Huguito quedó fascinado y emocionado por el contenido del film. No es para menos, desde los grandes del tango, hasta los laburantes como el portugués Jorge Da Silva aparecen en el Café.
Tira poesía. Sonamos. Gladiaremos contra la enciclopedia del locutor de LS1, el Bobby. Pas d' importance. Como decía el Barón Pierre de Coubertin: "lo importante es participar".
Efectivamente, lanza tres frases y el gong no se hará esperar. Victoria trigésimo primera de Don Roberto López Motta. En 26 segundos, el hombre está dispuesto a romper récords. Todos.
En la charla no sólo fundamenta su arribo a Cementerio Marino, de Paul Valéry, sino que compara las traducciones. Evidentemente es un locutor de fuste, de esos que hablan cuando saben, y callan cuando deben escuchar. Además Bobby conoce de tango, teatro, y en poesía es un lector y escritor.
El intercambio es digno de la revista de Guillermito Saavedra "Las Ranas", uno de los escasos espacios, donde se habla de la importancia de la profesión del traductor. El hombre de Sarandí acota, la recomendación de una profesora, donde sugiere que el traductor sea versátil, pero que jamás ponga palabras que el autor no hubo de pronunciar ...
Es la edición 352. Mañana también será poesía.

martes, 24 de junio de 2008

Cable Parrafista

En el aniversario de la muerte de Carlitos, y sin que exista o se me ocurra ninguna relación, el provedor de TV por cable de mi zona ofrece a sus abonados y/o colgados cuatro películas con reminiscencias Parrafistas. Dos ya fueron, lo lamento, pero de las otras estoy justo a tiempo para avisar.
De las dos que fueron, una nos remite a un novelista leído en enero de este año: Joseph Conrad. De su autoría, el canal Europa Europa, a las 01.30 de la pasada madrugada, dio “Victoria”. Y más tarde, hoy a la siesta, en TCM asistí a una verdadera sorpresa: “El pájaro azul”, basada en la obra de Maeterlinck que Hugo nos leyó la semana pasada. (Esta, yanqui, por supuesto, dirigida por Walter Lang, me la grabé para ver en otro momento.)
Pero lo que todavía estamos a tiempo de ver en directo son las dos siguientes: A las 22.00, en TCM, “El espía que surgió del frío”, con Richard Burton, basada en la novela de John Le Carre que apareciera en el programa también este año. Y después, ya en el día 25, después de Párrafus, a las 01.15 en I-Sat, una película francesa que ya recomendé (aunque nunca vi) en ocasión de su estreno: “Cet amour la”, sobre los últimos años de Marguerite Duras.
De nada.
Hasta luego.

Rareza total (...si a Bielsa le va bien!)



Martes 24 de junio: El terremoto en Chile, de Heinrich von Kleist
Ganador: Alberto Lagunas, de Rosario

EL TERREMOTO EN CHILE

En Santiago, la más importante ciudad del Reino de Chile, justamente cuando se producía el gran terremoto del año de 1647, en el que tantos seres perecieron, estaba atado a una pilastra de la prisión el español Jerónimo Rugera, acusado de un hecho criminal, a punto de ser ejecutado.
Don Enrique Asterón, uno de los nobles más acaudalados de la ciudad, le había echado de su casa hacía poco más de un año, donde se desempeñaba como maestro, cuando descubrió sus relaciones con su única hija, doña Josefa.

Como después de haber amonestado a su hija con severidad el noble anciano descubriese una oculta cita que se habían dado, gracias al celo de su orgulloso hijo con este motivo decidió confiar a la joven al monasterio carmelita de Nuestra Señora del Monte. Gracias a una feliz casualidad, Jerónimo había podido reanudar sus relaciones con ella, de manera que en una tranquila noche sirviendo de escena el jardín del cementerio, alcanzaron su total felicidad.

En la fiesta del Corpus, cuando partía la procesión de las monjas, tras de las cuales iban las novicias, acaeció que justo entonces, cuando sonaban las campanas, le sorprendieron a la desdichada Josefa los dolores del parto, derrumbándose sobre los escalones de la Catedral. Este hecho provocó un escándalo extraordinario; llevose a la pobre pecadora, sin prestar atención a su estado, a la prisión, y apenas hubo dado a luz, por orden del arzobispo se le instruyó proceso. En la ciudad se comentó con gran saña este escándalo y las lenguas se dieron a tan agrias murmuraciones sobre el monasterio, donde había sucedido todo, que ni los ruegos de la familia Asterón, ni el deseo de la misma abadesa, que se había encariñado con la joven a causa de su conducta intachable, pudieron atenuar el rigor con que le amenazaba la ley eclesiástica. Todo lo más que podía suceder era que la muerte en la hoguera, a la que había sido condenada para escarmiento de doncellas y damas de Santiago, le fuese conmutada por la pena de ser decapitada. Ya se alquilaban las ventanas en las calles por donde iba a pasar el cortejo de la ejecución, ya se levantaban los tejadillos de las casas y las piadosas hijas de la ciudad invitaban a sus amigas a presenciar el espectáculo que les depararía la ira divina.

Jerónimo, que estaba en prisión, creyó perder el juicio cuando se enteró del giro que tomaba el asunto. Barajó en vano alguna posibilidad de salvación; en alas de su ardiente fantasía sólo lograba estrellarse contra los muros y los cerrojos y un intento que hizo de limar los barrotes de su ventana le costó ser encerrado en un calabozo peor. Entonces se prosternó a los pies de la Madre de Dios y rezó con ardiente piedad, pues Ella era la única que podía llevarle la salvación.

Al fin llegó el día señalado y sintió en su pecho que se desvanecía toda esperanza. Sonaron las campanas que acompañaban a Josefa al lugar de la ejecución y la desesperación se adentró en su alma. La vida le pareció repudiable y resolvió matarse colgándose de una correa que por azar le habían dejado. Estaba, como ya dijimos, sujeto a una pilastra, e intentaba asegurar el lazo que le sacaría de este valle de lágrimas de un gancho que sobresalía de la cornisa cuando, de repente, hundióse la mayor parte de la ciudad, con un crujido como si el cielo se derrumbase y todo lo que alentaba vida quedó sepultado en las ruinas.

Jerónimo Rugera quedó inmóvil de espanto, al tiempo que, como si hubiera perdido el conocimiento, se aferró a la columna donde había pensado que hallaría la muerte, para no caer. El suelo se estremeció bajo sus pies, los muros de la prisión se resquebrajaron, todo el edificio se inclinó para caer hacia la calle, lo que no sucedió gracias al edificio de enfrente, que también había cedido y le sirvió como apoyo.

Temblando, con el cabello erizado y las rodillas que parecían querer rompérsele, se deslizó Jerónimo por el declive del suelo del edificio, con el propósito de salir por el boquete que el choque de ambos edificios había abierto en la pared delantera de la prisión. Apenas estuvo a salvo cuando un segundo temblor hizo que toda la calle se desplomase por completo.

Transcurrió casi un cuarto de hora en que estuvo completamente sin conocimiento, hasta que despertó de nuevo y, con la espalda vuelta hacia la ciudad, medio se incorporó del suelo. Inconsciente, sin saber cómo podría salvarse de esta catástrofe, se apresuró a huir lejos de los cascotes y maderos, que por todos lados amenazaban con matarle, en busca de la puerta más cercana de la ciudad. Todavía aquí se derrumbó una casa, por lo que corrió, para evitar los escombros, hacia una calle cercana; más lejos, llamas refulgentes entre grandes humaredas lamían las cúpulas, haciéndole huir asustado hacia otra calle, pero he aquí que el Mapuche sale de cauce y le arrastra en sus hirvientes ondas hacia otra.

Aquí yace un montón de cadáveres, allá se oye una voz plañidera entre las ruinas, acá se oyen los gritos de la gente encaramada en los tejados ardiendo, allí hombres y animales luchan con las olas; ora un hombre de coraje se lanza a salvar a alguien, ora otro, pálido como la muerte, extiende mudo las manos trémulas al cielo.

Cuando Jerónimo estuvo a las puertas de la ciudad y pudo alcanzar una colina cayó sin sentido sobre la tierra. Luego se palpó la frente y el pecho, incapaz de saber qué debía hacer en tales circunstancias y sintió un inefable placer cuando la brisa del mar le refrescó al volver en sí, y su vista se volvió en todas direcciones para admirar la hermosa región de Santiago. Sólo la entristecida muchedumbre que se veía en derredor acongojaba su corazón; no comprendía por qué tanto él como ellos estaban en aquel lugar, y sólo cuando al volverse vio la ciudad hundida recordó los terribles instantes vividos. Se inclinó profundamente, hasta tocar el suelo con la frente, para dar gracias a Dios por su salvación; y a la vez, como si se despojase de la terrible impresión que oprimía su alma y sofocaba todas las demás, se echó a llorar, rebosante de alegría, pues aún gozaba de la vida espléndida y de todas sus bellas imágenes.

Como viese en su mano un anillo, recordó de pronto a Josefa, a la prisión, a las campanas que había oído y el instante en que todo se había desplomado. Su pecho volvió a llenarse de congoja, y se arrepintió de su alegre oración y le pareció terrible el Ser que reinaba desde el firmamento. Se confundió con el pueblo, que se preocupaba por salvar el resto de sus propiedades, y fue a la puerta, y con gran temor se atrevió a preguntar si habían ejecutado a la hija de Asterón; pero nadie supo responderle. Una mujer que cargaba una gran cantidad de utensilios, hasta el punto de llevar doblada la cerviz casi hasta tocar la tierra, y dos niños pendiendo del pecho, le dijo al pasar como si ella misma le hubiera visto, que la habían decapitado. Jerónimo diose la vuelta, y como ya no podía dudar de que Josefa hubiese muerto, se internó en un bosque donde se dejó caer entregado a su dolor. Hubiera deseado que la furia de la Naturaleza volviera a descargar sobre él. No entendía por qué ahora la muerte se apartaba de su alma ensombrecida, ya que tanto la ansiaba y le parecía su verdadera salvación. Se propuso entonces no vacilar, aunque los robles estuviesen desarraigados y las copas a punto de caer sobre él. Así pues, después de haber llorado mucho, como del ardiente llanto volviesen a renacer las esperanzas, se levantó y miró el campo en todas direcciones. Luego recorrió todas las cimas de las montañas donde la gente se había agrupado; anduvo por todos los caminos donde rebullía la corriente de la marea; allá donde el viento agitaba una túnica femenina, allí le arrastraban sus vacilantes pies; con todo, ninguna cubría a la adorada hija de Asterón.

El sol declinaba hacia el ocaso y con él morían sus esperanzas, cuando llegó a lo alto de un peñasco que daba sobre un vasto valle en el que se veían muy pocas personas. Vacilante, sin saber qué hacer, recorrió con la vista los distintos grupos, y ya estaba a punto de volverse cuando vio a una mujer joven ocupada en bañar en las ondas de un arroyo a un niño. Al ver esto, con el corazón palpitante, echó a correr cuesta abajo lleno de presentimientos, gritando: "¡Virgen Santísima!", y reconoció a Josefa, que, al oír ruidos, se había vuelto, temerosa.

¡Con cuánta dulzura se estrechan los infortunados amantes que un milagro había salvado! Josefa iba camino de la muerte y estaba al borde del cadalso, cuando de repente los edificios se desmoronaron sobre la comitiva. Lo primero que hizo fue dirigirse a la puerta más cercana, pero se detuvo a pensar y se dirigió presurosamente donde estaba su hijito desamparado. En la puerta del monasterio en llamas encontró a la abadesa, que en aquellos sus últimos momentos pedía que salvasen al niño. Josefa, con valor, se abalanzó por medio de la humareda que la ahogaba, y aunque por todas partes se desmoronaban las paredes, como si todos los ángeles del cielo la guardasen, pudo salir indemne con el niño en los brazos.

Quiso prestar auxilio a la abadesa desesperada, cuando he aquí que tanto ella como las demás monjas quedan sepultadas bajo la fachada que se derrumba. Josefa se estremeció a la vista de este horrible hecho, tan rápidamente como pudo cerró los ojos a la abadesa y se alejó aterrorizada con su adorado niño que el cielo le devolvía, para salvarlo de la catástrofe. Apenas había dado unos pasos cuando tropezó con el cuerpo del arzobispo que, al derrumbarse la Catedral, había quedado al descubierto. El Palacio del Virrey se había hundido, la Audiencia donde se le había juzgado era devorada por las llamas y en el lugar donde había estado su casa paterna había un lago del que emergían tejados encendidos. Josefa trató de darse fuerzas y conservó toda su entereza. Tratando de sofocar la pena de su pecho, con gran valor, con su preciado botín en los brazos corrió de calle en calle y ya cerca de la puerta de la ciudad vio los escombros de la cárcel donde debía estar Jerónimo. A la vista de esto vaciló y estuvo a punto de caer desvanecida, a no ser porque justamente en ese momento poco faltó para que la aplastase un edificio que se derrumbaba, de modo tal que el desfallecimiento fue superado merced al terror; besó al niño, se secó las lágrimas y sin prestar atención a la catástrofe que la rodeaba llegó a la puerta. Cuando estuvo a salvo en el campo pensó que no todos los que hubieran estado en un edificio tenían que haber perdido la vida. En el primer recodo que encontró se detuvo y aguardó por si aparecía aquel a quien amaba más que a nadie en el mundo, después de su pequeño Felipe. Después, vertiendo muchas lágrimas, se internó en un valle sombreado de pinos para orar por el alma de quien creía perdido; y he aquí que da en el valle con el amado, como si este valle fuese el del Paraíso.

Muy conmovida, refirió todo esto a Jerónimo y cuando terminó le acercó el niño para que lo besase. Jerónimo lo tomó en sus brazos y le hizo mil caricias y como el niño llorase extrañando su rostro, volvió a acariciarlo hasta hacerlo callar. Mientras tanto, caía la noche hermosísima y plateada, embalsamada por suaves aromas, tan refulgente y callada que pudiera soñarla un poeta. Por todas partes, a lo largo del valle, reposaban los hombres a la luz de la luna y disponían muelles, lechos de hierba y follaje para descansar tras tantos días penosos. Pero como muchos desdichados se lamentasen, unos por haber perdido la casa, otros la mujer y el hijo y otros por haber perdido completamente todo, Jerónimo y Josefa se deslizaron hacia un denso matorral para no molestar a nadie con el secreto júbilo de sus almas. Encontraron un granado soberbio que extendía sus ramas, cargadas de frutos, y en cuya copa el ruiseñor hacía resonar su alegre melodía.

Jerónimo y Josefa, en cuyo regazo reposaba el niño, se sentaron cerca del tronco y, cubriéndose con la capa, descansaron. La sombra del árbol, alternando con las luces, se alargaba sobre ellos y la luna se desvaneció al amanecer, antes de que se durmiesen, pues tenían mucho que decirse, del convento, de la prisión y de todo lo que los dos habían padecido; y mucho se emocionaron al considerar cuánta desgracia había tenido que caer sobre el mundo para que ellos pudiesen ser dichosos. Resolvieron que, no bien acabasen los temblores de tierra, irían a la Concepción, donde Josefa tenía una fiel amiga, para luego, con un pequeño préstamo que esperaban obtener, viajar en barco a España, donde vivían los familiares maternos de Jerónimo. Allí podrían llevar una vida feliz. Con esto, entre beso y beso, se durmieron.

Despertaron cuando el sol ya estaba muy alto en el cielo y advirtieron que cerca de ellos había muchas familias ocupadas en preparar algo de comer. Jerónimo estaba pensando que también él debería buscar provisiones para los suyos, cuando un hombre bien vestido, con un niño en los brazos, se acercó a Josefa y le preguntó con humildad si podría darle el pecho, aunque sólo fuese un poco, a aquel pobre niño, cuya madre enferma yacía entre los árboles. Josefa quedó desconcertada ante ese rostro, que le era conocido. Él, que interpretó mal su desconcierto, agregó: "Sólo un poco, doña Josefa, pues este niño, desde la hora en que nos hizo a todos desdichados, no ha probado nada". Ella repuso: "Callo por otras razones, don Fernando; en estos tiempos horribles que nos ha tocado vivir nadie se puede negar a compartir lo que tiene"; tomó al niño en sus brazos, en tanto que daba su propio hijo al padre, y se lo llevó al pecho. Don Fernando quedó muy agradecido por el favor y le preguntó si no quería unirse al grupo, donde preparaban al fuego algo de comer. Josefa respondió que aceptaba con gusto su ofrecimiento. Y como Jerónimo no hiciese ninguna objeción, le siguió hasta donde estaba su familia, por la cual fue recibido cariñosamente. Allí estaban las dos cuñadas de don Fernando, a las que reconoció como nobles damas.

También doña Elvira, esposa de don Fernando, que yacía en tierra con los pies lastimados, con mucha amabilidad atrajo hacia sí a Josefa, que aún llevaba a su pobre niño al pecho. Asimismo don Pedro, su suegro, herido en un hombro, le hizo una cordial inclinación de cabeza. Por la mente de Jerónimo y de Josefa cruzaron muchos y raros pensamientos. Al verse tratados con tanta bondad y confianza no supieron qué pensar del pasado, del cadalso, de la prisión y de las campanas. ¿Todo había sido un sueño acaso? Parecía como si los ánimos se hubiesen reconciliado después de la horrorosa conmoción. No deseaban recordar nada. Únicamente doña Isabel, que había sido invitada por una amiga el día anterior para ver el espectáculo, y que había rechazado la invitación, a veces volvía su mirada soñadora a Josefa. Con todo, la idea de haber escapado a un infortunio cruel le volvía el ánimo que parecía desalojado de su ser. Se contaba que en la ciudad, que estaba llena de mujeres, al primer temblor de tierra todas sucumbieron a la vista de los hombres, cómo los monjes con el crucifijo en la mano corrían dando gritos de que había llegado el fin del mundo y cómo un centinela a quien por orden del virrey le dijeron que evacuase una iglesia, exclamó: que ya no había virrey, y cómo este, en aquellos momentos terribles, quiso levantar patíbulos para reprimir el pillaje y cómo un infeliz que había escapado de una casa ardiendo fue atrapado por su dueño y ahorcado.

Doña Elvira, cuyas heridas Josefa cuidaba, aprovechando un momento en que los relatos tan vivazmente hechos se habían entrecruzado, aprovechó para preguntarle qué le había ocurrido aquel día terrible, a lo que Josefa respondió, con ánimo apesadumbrado, contándole lo principal, y sintió gran satisfacción al notar llanto en los ojos de la dama. Doña Elvira le tomó la mano, la oprimió y con un gesto le indicó que callara. Josefa sintió que la embargaba la felicidad. No podía desechar el sentimiento de que aquel día, por muchas desgracias que hubiera causado, era para ella un gran beneficio, mejor que ningún otro de los que el cielo le hubiese otorgado. Y aunque todos los bienes terrenales se destruían en aquellos odiosos instantes y la naturaleza entera amenazaba desplomarse, en verdad le parecía que el espíritu humano, tal una bella flor, volviera a renacer.

En los campos hasta donde llegaba la mirada veíanse hombres de toda condición, príncipes y mendigos, damas y campesinas, funcionarios y jornaleros, monjes y monjas, ayudándose unos a otros y compadeciéndose, comportándose entre sí, con alegría quien había salido con vida, como si la desgracia general los hubiera agrupado en una gran familia en lugar de las intranscendentes conversaciones que son corrientes en los comensales cuando se reúnen en torno a una mesa. Referíanse casos de acciones heroicas: hombres que apenas eran tomados en cuenta por la sociedad habían realizado hechos de romanos, ejemplos sin par de coraje, de total desdén por el peligro, de abnegación y de entrega maravillosa, de inmediato sacrificio de la vida como si poco o nada valiera, y poco después se volviera a encontrar. Sí, no había nadie en este día que no pudiese dar cuenta de algo emocionante que le hubiese sucedido o algo grandioso que hubiese realizado de modo que el dolor se confundía con el placer en el pecho de los hombres hasta el punto de que Josefa no podía asegurar si la suma de la generosidad no vencería los perjuicios que habían sido ocasionados. Jerónimo tomó a Josefa por el brazo, después que ambos se habían hecho, callados, estas reflexiones y, con mucha alegría, la llevó hacia el sombreado rincón del bosquecillo de granados. Allí le dijo que, después de considerar el estado de los ánimos y de las circunstancias, desistía del viaje a Europa: que iría a echarse a los pies del virrey, en caso de que aún estuviese con vida, y que tenía esperanzas (y aquí le dio un beso) de poder vivir con ella en Chile. Josefa respondió que a ella ya se le habían pasado por la mente las mismas ideas, que no dudaba que su padre, si aún vivía, la perdonaría, pero que en vez de ir a echarse de rodillas era preferible ir a la Concepción y desde allí pedir clemencia por escrito, de manera que pudiesen estar cerca del puerto, y en caso de que todo se resolviese favorablemente poder regresar con facilidad a Santiago. Después de meditar un poco, Jerónimo aprobó la prudencia de estas medidas y después de alejar sus pasos adelantándose a los alegres instantes del futuro, regresó con ella hacia el grupo.

Mientras tanto la tarde había caído y los exaltados ánimos de quienes habían escapado al terremoto se habían tranquilizado un poco, cuando se divulgó la noticia de que en la iglesia de los Dominicos, la única librada del terremoto, iba a celebrarse una misa de acción de gracias que diría el prelado del monasterio para pedir al cielo protección de posibles desgracias.

El pueblo de todas las comarcas se abalanzó en masa hacia la ciudad. En el grupo de don Fernando todos se preguntaron si no convendría participar de la solemnidad y unirse a la comitiva. Doña Isabel recordó con timidez la desgracia que había acaecido la víspera en la iglesia y dijo que estos oficios de acción de gracias volverían a repetirse, y que entonces, cuando todo el peligro hubiese quedado atrás, podrían entregarse con mucha más tranquilidad y alegría a estas manifestaciones. Josefa, manifestando un excepcional entusiasmo, dijo que jamás hasta entonces había sentido tan vivos deseos de prosternarse ante el Creador, que demostraba así sus insondables y poderosos designios. Doña Elvira se puso de parte de Josefa con tanta decisión que se resolvió ir a oír misa y se llamó a don Fernando para que encabezase la comitiva, a la que también se incorporó doña Isabel.

Como ésta asistiese a los preparativos de la marcha toda temblorosa y anhelante, al preguntarle qué le ocurría respondió que no sabía por qué pero tenía el presentimiento de que algo malo les iba a acontecer. Doña Elvira la tranquilizó y le pidió que se quedara con ella y con su padre enfermo. Josefa dijo: "Doña Isabel, tomad ahora al niño, que como habréis advertido se encuentra muy a gusto conmigo". "De muy buena gana" -respondió doña Isabel, disponiéndose a tomarlo, pero éste, al ver lo que ocurría, empezó a gritar lastimosamente y no accedió, según dijo Josefa, a que lo separasen, por lo que Josefa volvió a besarlo dulcemente.

Don Fernando, que estaba muy complacido con su generoso proceder, le ofreció el brazo; Jerónimo, que cargaba en brazos al pequeño Felipe, acompañaba a doña Constanza, y tras de éstos iban todos los demás componentes del grupo. Apenas habían dado cincuenta pasos cuando doña Isabel, que entre tanto había hablado por lo bajo y con cierta viveza a doña Elvira, gritó: "Don Fernando" y fue presurosa hacia la comitiva con pasos vacilantes. Don Fernando se detuvo y se volvió; esperó a que llegase, sin abandonar a Josefa, y como pareciese que ella le aguardaba a cierta distancia, le preguntó qué quería. Doña Isabel se acercó, aunque al parecer de no muy buena gana y le susurró unas palabras al oído, de modo que Josefa no pudiese oírlas. "Entonces -preguntó don Fernando-, ¿qué desgracia puede seguir a esto?". Doña Isabel continuó secreteando a su oído con rostro descompuesto. Don Fernando enrojeció molesto y respondió: "Está bien". Doña Elvira pareció tranquilizarse y continuó dando el brazo a su dama.

Cuando llegaron a la iglesia de los dominicos el órgano resonaba en toda su majestuosa belleza y una gigantesca muchedumbre se agitaba en el interior. La multitud llegaba hasta la puerta principal y salía hasta la explanada de la iglesia; subidos por las paredes, tomándose de los marcos de los cuadros, había niños que, con el gorro en la mano, observaban todo con mirada expectante. Las lámparas brillaban, las pilastras en el atardecer proyectaban sus sombras misteriosas y el gran rosetón de cristal de colores relucía enrojecido sobre el muro del fondo de la iglesia, como el sol poniente que lo encendía. Callado ahora el órgano, la muchedumbre permanecía silenciosa como si se hubieran ahogado las voces en su pecho. Nunca, en ninguna catedral cristiana, se había visto una llama de piedad que subiese hasta el cielo tan alta como aquel día en la catedral de los dominicos de Santiago; y en ningún pecho alentaba una fe más viva que en los de Jerónimo y Josefa.

La solemnidad comenzó con un sermón que dijo desde el púlpito el monje más antiguo de la comunidad, vestido con el atavío de fiesta. Empezó por dar gracias y alabanzas a Dios y elevando sus trémulos brazos hacia el cielo agradeció que todavía hubiese seres humanos, rescatados de las ruinas de este descomunal derrumbamiento, con fuerzas para balbucear el nombre de Dios. Describió lo que parecía una advertencia del Todopoderoso, agregando que el Juicio Final no le iría en zaga, y como dijese que el terremoto de la víspera era una señal -y mientras decía esto indicaba una brecha en la catedral- toda la asistencia sintió un estremecimiento. Después, dejándose llevar por esa fluida elocuencia de los predicadores, destacó la corrupción de la ciudad; dirigió toda clase de horrores sobre ella, como Sodoma y Gomorra no habían conocido, y pintó la inagotable indulgencia divina que no les había reducido a polvo. Pero como si un puñal atravesase el corazón de los dos desdichados, oyeron al predicador mencionar la criminal acción que había tenido como escenario el monasterio de los carmelitas; refutó impía la indulgencia que habían recibido del mundo, y en una de sus rebuscadas imprecaciones encomendó a los príncipes del infierno las almas de los culpables, cuyos nombres pronunció cuidadosamente.

Doña Constanza, sacudiendo el brazo de Jerónimo, dijo: "Don Fernando..." Éste respondió con energía, pero tan quedo que ambos apenas pudieron oír: "Callad, doña Elvira. No pestañeéis siquiera y simulad que os da un desmayo, con lo que podremos dejar la iglesia". Pero antes de que doña Constanza hubiese podido llevar a cabo estas prudentes medidas para su salvación una voz interrumpió el sermón al grito de: "Apartaos, gente de Santiago, aquí están los impíos". Como otra voz espantada, que promovió en torno suyo un círculo de horror, preguntase: "¿Dónde?" "Aquí" -respondió un tercero que, dominado por una santa ira, agarró a Josefa por los cabellos, de modo tal que hubiera caído al suelo con el hijo de don Fernando de no haber sido porque éste la sostuvo. "Estáis locos -exclamó el joven, y tomó a Josefa por el brazo". "Soy Fernando Ormez, hijo del comandante de la ciudad, a quien todos conocéis". "¿Don Fernando Ormez?" -gritó, plantándose ante él un zapatero remendón, que había trabajado para Josefa y la conocía por lo menos tanto como a sus diminutos pies. "¿Quién es el padre de esta criatura?" -preguntó con desenfado a la hija de Asterón. Don Fernando palideció al oír la pregunta. Tan pronto echó una mirada a Jerónimo, como encaró a la multitud, por si había alguien que le conociera. Obligada por la horrible situación, Josefa exclamó: "Éste no es mi hijo, maestro Pedrillo, como creéis", y mientras miraba con infinita angustia a don Fernando dijo: "Este joven caballero es don Fernando Ormez, hijo del comandante de la ciudad, al que todos conocéis". El zapatero preguntó: "¿Quién de vosotros, señores, conoce a este joven?". Y varios de los presentes vociferaron: "Quien conozca a Jerónimo Rugera que se adelante". Sucedió que en ese mismo momento el pequeño Juan, asustado por el tumulto, se desprendió del pecho de Josefa y alargó los brazos hacia don Fernando. Una voz exclamó: "Es el padre" y otra dijo: "Es Jerónimo Rugera", y una tercera voz agregó: "Aquí están los sacrílegos. ¡Lapidadlos, lapidadlos!", gritaba toda la cristiandad en el templo de Jesús. Entonces Jerónimo exclamó: "¡Alto, monstruos! Si es a Jerónimo Rugera a quien buscáis, aquí está. Libertad a ese caballero, que es inocente". La turba, enardecida y desconcertada por las declaraciones de Jerónimo, se contuvo: varias manos soltaron a don Fernando, y como en el mismo momento se apresurase un marino de alto rango, y saliendo de entre la multitud, inquiriese: "Don Fernando Ormez, ¿qué os sucede?", éste respondió, ya libre, con verdadera sangre fría, propia de un héroe: "Ya lo veis, don Alonso, son estos desaforados. A estas horas estaría perdido de no haber sido por este honrado hombre que, para calmar a la muchedumbre rabiosa, ha simulado ser Jerónimo Rugera. Hacedme la gracia de guardarles en prisión junto a esta joven dama para su mayor seguridad: y también a este mequetrefe -dijo agarrando al maestro Pedrillo-, que es el que ha provocado todo el alboroto".

El zapatero gritó: "Don Alonso Onoreja, en conciencia os pregunto: ¿Acaso no es esta joven Josefa Asterón?". Como don Alonso, que conocía muy bien a Josefa, demorase en responder, y varias voces enardecidas por la ira exclamasen: "Es ella, es ella", y "Matadla", Josefa dio a don Fernando el pequeño Felipe, que Jerónimo tenía en sus brazos, y casi al mismo tiempo al pequeño Juan que ella llevaba, diciéndole: "Don Fernando, guardad a los niños y dejadnos librados a nuestro destino". Don Fernando tomó a ambos niños, y dijo que prefería morir antes que ceder y que les acaeciese algo malo a sus amigos. Después de pedirle la espada al oficial marino, ofreció el brazo a Josefa y dijo a la otra pareja que le siguiesen. De tal manera lograron salir de la iglesia, mientras todos con respeto les hacían sitio suficiente para pasar y creyéronse a salvo. Pero apenas habían salido de entre la muchedumbre que llenaba la plaza, cuando una voz gritó, destacándose de entre el rabioso gentío: "Éste es Jerónimo Rugera, ciudadanos; yo soy su propio padre", mientras descargaba un mazazo sobre doña Constanza, que iba a su lado y que se desplomó sin vida junto a Jerónimo. "Bárbaro -exclamó un desconocido-, ésta era doña Constanza Xares". "¿Por qué nos habéis mentido? - respondió el zapatero-. Buscad a la verdadera y matadla". Don Fernando, al ver el cadáver de doña Constanza, presa de incontenible frenesí, sacó la espada y, blandiéndola, la descargó sobre el fanático asesino que había causado la atrocidad, el cual se libró del golpe merced a un rápido giro de su cuerpo. Como viese que no podía contener a la multitud que se abalanzaba, Josefa gritó: "¡Salvaos, don Fernando, y salvad a los niños!", y exclamando: "¡Matadme, tigres sedientos de sangre!", se arrojó sin vacilar sobre ellos, para dar fin a la contienda. El maestro Pedrillo la golpeó con la maza. Luego, salpicado con su sangre, gritó: "Enviad a ese bastardo al infierno", y lo acometió presa de insaciable ferocidad homicida.

Don Fernando, este divino héroe, apoyada su espalda en la pared del templo, sostenía en su mano izquierda a los niños y en su derecha la espada. De un golpe abatió a uno. Un león no se defiende mejor. Siete perros cayeron muertos ante él, incluso el cabecilla de la turba satánica estaba herido. Pero el maestro Pedrillo no cejó hasta arrancarle uno de los niños del brazo, y después de haberle girado en alto, fue a estamparle contra una pilastra que había en un rincón de la iglesia. Con esto se apaciguó y todos se retiraron. Don Fernando, a la vista de su pequeño Juan con los sesos derramados fuera del cráneo, levantó los ojos al cielo, embargado por un indecible dolor. El oficial marino acudió de nuevo a su lado, intentó consolarle y le aseguró que le dolía haber permanecido inactivo durante los desgraciados sucesos aunque había sido incapaz debido a las circunstancias. Don Fernando le dijo que no había nada que reprocharle y le rogó que le ayudase a sacar los cadáveres. Los llevaron en la oscuridad de la noche a casa de don Alonso, donde don Fernando los siguió, llorando sin consuelo sobre el cuerpo del pequeño Felipe. Pasó la noche con don Alonso y dudó si decirle a su esposa, mediante falsos rodeos, toda la verdad del infortunio, en parte porque estaba enferma y en parte porque no sabía cómo juzgaría su conducta en estos sucesos; poco después, enterada ésta casualmente por una visita que recibió de todo lo acaecido, esta excelente dama lloró en silencio su dolor de madre y una mañana, con lágrimas en los ojos, abrazó a su marido. Don Fernando y doña Elvira adoptaron al pequeño, y cuando don Fernando comparaba a Felipe con Juan, y cómo los había logrado, le parecía que hasta debía alegrarse.

FIN


Heinrich von Kleist (Frankfurt, 1771-Berlín, 1811). Poeta y dramaturgo alemán. En 1799 inició estudios de leyes y filosofía en Frankfurt y se interesó profundamente por la obra de los más destacados pensadores e intelectuales de la época, como Kant, cuya influencia se refleja en su primer drama, La familia Schroffenstein (1810). Más tarde rechazó lo que consideraba un exesivo culto a la razón, y se acercó a la filosofía de Rousseau, lo cual provocó que abandonara sus estudios y a su prometida y realizara varios viajes a Francia y Suiza. En esta época inició la escritura de Robert Guiskard (1803), que quedó inconclusa.

Funcionario del estado en 1804, la caída de Prusia en 1806 reavivó sus sentimientos patrióticos, por lo que fue encerrado en el fuerte de Joux por los franceses. Recobrada la libertad, residió dos años en Dresde. Por esta época redactó Anfitrión (1806) y El jarro roto (1806), una comedia realista. Siguieron a estas obras Pentesilea (1807), Käthchen von Heilbronn (1808) y La batalla de Arminio (1809), de firme voluntad patriótica. Más contradictorio fue su último y más celebrado drama, El príncipe de Homburg (1810), basado en un episodio de la guerra de los Treinta Años.

A su regreso en Berlín, ingresó en el círculo romántico de Arnim, Fouqué y Brentano, donde editó la revista Berliner Abendlätter. Durante toda su vida adulta, luchó infatigablemente por incitar a sus compatriotas a la resistencia contra Napoleón. Puso fin a su atormentada vida a los treinta y cuatro años suicidándose en el lago Wannsee. La obra de Kleist, entre el clasicismo y el Romanticismo, se ha considerado una de las mejores de la dramaturgia alemana.

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lunes, 23 de junio de 2008

Algunos Parrafistas y la Huesuda (con Antídoto)




Liliana Heker entrevista a Eduardo ‘Tato’ Pavlovsky


-¿Cómo te situás respecto de la muerte?
“Con respecto a la muerte, hay una cosa que, para mí, es clave: nosotros no tenemos representación de la muerte. Es algo de lo que hablamos, pero que no sabemos qué es. Precisamente esto la convierte, para mí –creo que para mucha gente también-, en una figura aterradora. ‘Figura’ no es la palabra… En un fantasma aterrador. Por ejemplo: desde hace mucho tiempo, por las mañanas, cuando me despierto, tengo una angustia muy fuerte. Dura cinco o seis minutos, hasta que me levanto y me voy a un bar a desayunar.
(…)
“Yo soy hipocondríaco, además, con lo cual lo tengo todo muy analizado, muy visto, muy graciosamente visto. Cuando el médico clínico me ve, me pregunta: ‘¿Qué cáncer tenés hoy?’. Así que, para mí, la figura de la muerte es un personaje cotidiano, es habitual. Está presente en todas mis últimas obras de una manera muy contundente: ‘Rojos globos rojos’, ‘Potestad’. Es un personaje con el cual convivo a nivel consciente. Cierto que uno tiene que disociar para vivir, que instrumentalmente no parece posible el pensar siempre en la muerte. Pero, en mi caso, es un factor con el cual dialogo, un factor que está presente.
(…)
-La conciencia de la fatalidad de la muerte, ¿suele generar una actitud paralizante o una actitud creadora?
“Pienso que, en muchos casos –yo he conocido varios-, la presencia de la muerte paraliza la vida con un cierto sentimiento melancólico, de fatalidad, y en otros puede dar lugar a un estímulo creativo importante; se puede salir del proceso siniestro que es la muerte, colocarlo afuera, mediante un proceso lúdico que es la creación. Es decir, pueden convivir los dos movimientos. Yo me reconozco en dos devenires míos: en una época, paralizado por una angustia de muerte. Y en otra, saliendo a través de la creación. Yo salí de este tipo de angustia más con la creación que con las terapias.”


Liliana Heker entrevista a Roberto Fontanarrosa

-¿Creíste alguna vez en alguna forma de inmortalidad o jugaste alguna vez con la idea de ser inmortal?
“Bradbury decía que la inmortalidad se da a través de los hijos. ‘Mi padre mira a través de mis ojos y yo miraré a través de los de mi hijo’, algo por el estilo decía. Ahí hay cierta lógica, pero no es lo mismo que seguir vivo: cuando mi hijo mire a través de mis ojos, yo no lo voy a saber. A veces, uno puede quedar en las cosas que hace. Un arquitecto puede hacer una casa que, por ahí, dura doscientos años. Nosotros hacemos libros, no sé, el Quijote ha quedado. También puede haber una permanencia en la memoria colectiva, al menos en la memoria de la generación posterior a la de uno. Lo que creo es que todas las fantasías que nosotros armamos, tal vez para conformarnos, han instalado la idea de que la inmortalidad es un castigo. En todas las películas, en todos los libros que tratan el asunto, el tipo que es inmortal se aburre, ve morir a sus amigos, ve nacer a desconocidos. Al final, la inmortalidad es una cagada. Yo no estoy tan seguro. Pienso que a mí me divertiría. Querría ver que va a pasar, ponele, con los hijos, qué va a pasar en el mundo, me da curiosidad todo eso. Yo no me sumo tanto esas posiciones en contra de la inmortalidad. Como si te dijeran: ‘No, viejo, lo bueno es morirse’. Andate a la puta que te parió. Lo que pasa es que no podemos cambiar eso de la muerte; entonces, tratamos de acomodarnos a la idea como podemos.”


Liliana Heker entrevista a Jorge Luis Borges

-Sartre dice que siempre se muere demasiado pronto o demasiado tarde. ¿Usted está de acuerdo con esa afirmación?
“Desde luego que yo creo que nunca se muere demasiado pronto; siempre de muere demasiado tarde. Sartre es una persona muy rara; Sartre dejó de escribir cuando se quedó ciego. Yo no entiendo eso. Al contrario, yo he pensado: ahora que estoy ciego, tengo que seguir trabajando, porque ¿qué justificación tiene mi vida si no trabajo? Yo sé que lo que escribo ahora –voy a cumplir 80 años en agosto- tiene que ser forzosamente inferior a lo que escribía cuando era joven, pero sin embargo, ¿qué otra cosa puedo hacer sino escribir? Y eso no lo hago por vanidad sino porque tengo que poblar mi tiempo de algún modo. Porque no siempre recibo visitas gratas como la de usted.”
-Gracias. Tal vez lo que pasa con Sartre es que, a través de su filosofía, hizo una valorización de la mirada. Otra cosa que le pasa, creo, es que no puede dictar: necesita, físicamente, el acto de escribir.
“Bueno, es que yo me refería sólo a escribir; lo que no se puede es corregir más. Henry James dejó de escribir y dictó, y eso influyó en su estilo; se hizo mucho más palabrero, menos conciso. Pero hay muchos escritores que han dictado. El primer escritor que no escribió directamente, sino que tenía discos y grababa, fue Mark Twain. Mark Twain estaba muy interesado en lo que era un invento nuevo, el fonógrafo; él tenía discos y le gustaba dictar a los discos. Se levantaba de noche, la familia lo oía hablar solo, y él estaba dictándole al disco. Recuerdo una frase de él: ‘Yo no pregunto de qué raza es un hombre, qué religión profesa, qué lugar ocupa en la escala social. Me basta con que sea un ser humano: peor que eso no puede ser’. Uno espera lo contrario, ¿no?
-Usted una vez citó una frase de Mark Twain que a mí me fascinó por su crueldad. Decía que una biblioteca, por incompleta que fuera, ya se consideraría…
“No, no, la frase es mejor. El dijo: ‘Podría iniciarse una buena biblioteca omitiendo los libros de Jane Austen. Aunque esa biblioteca no incluyera ningún otro libro sería mejor que muchas otras por no incluir a Jane Austen’. Una biblioteca ideal, pero sin libros, ¿no? No tiene libros pero falta Jane Austen, ya hay esa ventaja, ¿no?
(…)
-Disculpe, Borges, voy a dar vuelta la cinta.
“Está bien. ¿Quién más interviene en este libro?”
-El profesor Croatto, profesor de religiones comparadas; el doctor Gazzano, psiquiatra, que dirigió el Centro de Asistencia al Suicida…
“¿Qué hacen allí? ¿Ayudan a la gente a matarse? Qué otra asistencia se le puede dar a un suicida, ¿no? Bueno, supongo que debe de ser todo lo contrario.
-Me parece que sí.
“Qué cosa rara que los católicos condenen el suicidio cuando el propio Jesucristo fue un suicida. Una religión que tiene a la cabeza un suicida –y ese suicida, además, es Dios- y que condene el suicidio. Porque se entiende que el sacrificio de Jesús fue voluntario, es decir, fue un suicidio. Es muy raro, los católicos condenan el suicidio y yo no logro explicarme por qué.”
(…)

-Hay una muerte de la que no se habla nunca: la muerte hacia atrás. ¿Qué le produce mayor nostalgia: saber que no estará en el futuro o saber que ha estado muerto para el pasado?
“Bueno, usted está citando el poema De Rerum Natura, de Lucrecio.”
-Eso sí que no lo sabía.
“Bueno. Lucrecio dice: la gente piensa ‘voy a morir, el mundo sigue, los hombres siguen, qué horror’, pero no piensa ‘qué horror, yo estaba muerto durante el sitio de Troya’. El dice eso: si a nadie le duele no haber estado presente en el sitio de Troya qué importa que no esté presente en las próximas guerras. Eso está en el poema de Lucrecio…”

“Diálogos sobre la vida y la muerte”, Liliana Heker, Aguilar, 2003

Eduardo Pavlovsky, Parrafista 296, 8 de abril de 2008 – Roberto Fontanarrosa, Parrafista 23, 24 demayo de 2006 – Ray Bradbury, Parrafista 54, 3 de agosto de 2006 – Jorge Luis Borges, Parrafista 7, 18 de abril de 2006 – Jean Paul Sartre, Parrafista 55, 8 de agosto de 2006 – Henry James, Parrafista 135, 27 de febrero de 2007 - Mark Twain, Parrafista 252, 6 de diciembre de 2007 – Jane Austen, Parrafista 311, 29 de abril de 2008 - Liliana Heker, Parrafista 300, 14 de abril de 2008

Oyentes transatlánticos

Anónimo ha dejado un nuevo comentario en su entrada "Semana corta, aspiración más corta":

Hola! Yo me enteré de la nota desde el blog http://locucion.blogspot.com
Ese fué el puntapié inicial para sumarme a los parrafistas.
El horario suele ser algo incómodo, por escribir desde Badajoz, pero el madrugón bien vale la pena!

Salud chavales! - Luis de Morales

Publicado por Anónimo para Los Parrafistas a las 23 de junio de 2008 9:39



Gracias, Luis, por hacernos saber de tu escucha. Bienvenido a nuestro espacio de lectoyentes. Volvé a escribir cuando quieras -ya que llamar para ganar desde allá debe de ser un poco saladito. Un abrazo.

Marcelo

viernes, 20 de junio de 2008

Semana corta, aspiración más corta


Al final, quedé sin saber las razones del especial de Párrafus del último domingo.
Esa noche, sintonicé muy sobre la hora (ya sonaba Keith Jarret) y no supe si después del noticiero que antecede se anotició a la audiencia acerca de las razones de la ausencia de Hugo. Igual, estuvo buena la charla con el Oscar Martínez, actor y director que supo tener también un espacio radial nocturno donde leía para los oyentes, creo que en la FM de Rivadavia, allá en los ´80, antes de Dolina. Y al día siguiente, también: a causa de un reloj atrasado, cuando encendí Hugo ya estaba hablando y no sé si explicó algo. Tal vez, se me ocurre, se tomó el día aprovechando el fin de semana largo, y el viernes anterior no tuvo tiempo de avisar debido a los 16 minutos de lectura y la aparición de Ana Maciel sobre el filo de la una.
Pero a propósito de aquel último Párrafus de la semana pasada, hay que decir que esa noche visitaba la radio, en plan laboral, un cronista del nuevo diario fundado por Jorge Lanata, Crítica de la Argentina. Producto de ese encuentro entre Hugo y su colega, el domingo apareció en la sección de cultura una valiosa reseña acerca de Párrafus.
Sobre esto ya escribió la compañera oyente Marta Zander; a su observación referida a la escritura errónea del nombre del programa, debo agregar otra gaffe del cronista: no mencionó al teatro entre los géneros que se alternan en la voz de nuestro conductor. Amén de esto, en lo personal debo deplorar que se me sindique como Encargado de Seguridad: soy un simple vigilador. El encargado del servicio, en el turno mixto que compartimos desde el mes de setiembre, es el señor Walter Rojas, a quien con esta mención agradezco que me permita, los lunes y martes, ausentarme de mi puesto en el horario del programa para escuchar más tranquilo.

El lunes, con o sin explicación de por medio, Hugo leyó una novela del polaco-norteamericano Isaac Bashevis Singer: “El Spinoza de la calle Market”. Ganó el coequiper blogista Fernando Terreno, que demostró un sólido conocimiento del autor.
Yo tengo otra novela de Singer, que nunca leí: “El mago de Lublin” No recuerdo cómo llegó a mis manos, pero sí que, hace años, en aquel ciclo de Domingo Di Núbila en canal 9, “La película de la semana”, vi una versión cinematográfica con Alan Bates como protagonista, de la que casi tampoco recuerdo el asunto; creo que era algo acerca de un pícaro farsante que se hacía pasar por curandero o profeta en una aldea perdida de Polonia. Pero el lunes pensé en otro polaco, más secreto, tan secreto que no creo que aparezca jamás en Párrafus, pero igual no lo nombro, por las dudas.
El martes, “Los físicos”, de Durrenmatt en su faceta de dramaturgo. Ganó Roberto López Motta, y acerca de ese triunfo ya escribí los otros días.
El miércoles, la novela “Mal de amores”, de Angeles Mastreta, permitió el retorno de María Suárez, que antaño, en otras temporadas del ciclo, descollara como permanente triunfadora; según ella, ya no gana tanto porque “se le acabó el repertorio”. Me permito dudar de sus palabras; otras circunstancias de su vida, tan gozosas como el triunfo en Parrafus, deben ser causantes de esta esporádica participación actual. De todos modos, cabe decir que María, junto a Fernando Terreno, son los otros oyentes mencionados en el artículo de Crítica.
Y anoche, jueves, otra vez teatro. Esta vez, de autor nacional, de un clásico reciente: Oscar Viale. Del querible gordito prematuramente desaparecido, se leyó “El grito pelado”, su primera obra, de 1967. Ganó el juego Mario Tsolakián, el hombre de Palermo que, con esta, alcanza su novena victoria del año, colocándose segundo en la tabla de ganadores 2008, solo aventajado por el descarado Perenchio, que suma 16.
A Oscar Viale lo recuerdo en su rol de actor, trabajando junto a Luis Brandoni en una extraña comedia de Carlos Galettini de mediados de los ´70: “Juan que reía”. No sé si también habrá escrito él esa película. Sí es suyo, por supuesto, el texto a partir del cual se hizo en cine “Convivencia”, también con Brandoni, y con José Sacristán. Me parece que también esta la dirigió Galettini, ya entrados los ´90, o poco antes. También actuó Viale en ciclos televisivos, creo, y no sé si no fue colaborador de Humor en alguna época, o será que apareció reporteado en varias ocasiones. Tampoco recuerdo el año de su muerte, pero fue en algún momento de las postrimerías de los espléndidos ´80. Y no sé si había llegado a los cincuenta años.
No recuerdo nada con mucha exactitud, está visto, pero sí conservo una imagen amable y simpática de Viale –lo que, en mí, es mucho decir.

La Crítica del domingo no la tengo; en verdad, no compré nunca todavía ese nuevo diario. Además, no sabía qué día aparecería la nota sobre Párrafus. Me enteré el lunes, en el programa. Y a pesar de la precisión que dio Hugo acerca de la mención de mi nombre, no me apuré a buscarla en la red. El artículo le apareció a Cristina el miércoles, cuando, después de hojear cosas referidas a los cuidados de un bebé, se le ocurrió tipear en Google ‘Esteban Perenchio’. Me lo copié en la máquina (sin la foto, que no se dejó), lo leí repetidas veces (diciéndome que tal vez debería haber seguido el consejo de un/a compañero/a oyente que el año pasado trató de estimularme para que le escribiera a Lanata postulándome para su nuevo proyecto) y ahora, para que todos lo tengan a mano, lo paso al Blog, acompañado de un corto texto que evoca una de mis recientes victorias.

¿No era que no
se leía nada?
De lunes a viernes a las 0.30, Hugo Paredero
comparte por Radio Nacional un texto y el
público descubre de qué libro y autor se trata.

El programa se llama Párrafos
interruptus y es
un juego literario en el
que Hugo Paredero lee un cuento,
poesía o novela y los oyentes
tienen que descubrir nombre
de texto y autor. Quien acierta
interrumpe al periodista en el
aire y se gana el libro. Algunos
jugadores están muy entrenados.
En algún edificio de Buenos
Aires, el encargado de seguridad
Marcelo Perenchio, el hombre
que más veces acertó el libro, se
apresta para un desafío. Todas
las noches, enfrenta a dos duros
rivales, muy bien formados, que
tal vez no tengan un físico fornido
ni preparado para la alta competencia pero sí muchas lecturas.
María Suárez es ama de casa y
Fernando Terreno ingeniero y
luchan todas las noches por alcanzar
a Perenchio en la cima de
la virtual tabla de posiciones.
Crítica de la Argentina pasó
una noche en el estudio para ver
de cerca la mecánica del juego
más literario de la radio argentina.
Lo primero que dijo Hugo
Paredero fue: “No vaya a ser que
justo hoy no me interrumpa nadie”,
casi llamando al fantasma
de la desilusión. La jugada era
arriesgada: leyó Todo eso, de Paco
Urondo, de 1966, que no se
consigue en las librerías.
A las 0 horas y 40 minutos, Paredero
repasó las reglas del juego
e inició la lectura. Los primeros
minutos fueron lentos, Rodrigo
Lammardo, el productor que
atiende el teléfono, podía seguir
el relato con atención porque no
tenía trabajo. Nadie llamaba.
Sin embargo, a las 00. 46 el
teléfono empezó a sonar y ya no
pararía. Los que en un primer
momento habían decidido no
ocupar los teléfonos para que
tuvieran espacio quienes realmente
conocieran las respuestas,
se dieron cuenta de que de
tan solidarios habían producido
el extraño fenómeno de los teléfonos
silenciosos. Así Rodrigo
empezó a escuchar los más diversos
nombres. Un hombre, en
un ataque de sagacidad, dedujo
que como Crítica de la Argentina
estaba presente en el estudio, debían
de estar leyendo un cuento
de su director, Lanata. Perenchio
llamó dos veces y la cara del productor
se iluminó en forma de
ilusión; pero parece que el encargado
de seguridad, además de
ser un gran lector, es un hombre
que también arriesga. Como Paredero
nunca repite a los autores,
los oyentes creen a menudo que
ya es hora de que lea a su autor
favorito. Por eso cinco personas
diferentes contestaron: Saer,
Saer, uno de los pocos grandes
nombres no leído todavía. Pero la
principal queja de los oyentes no
es la ausencia del escritor santafesino,
sino que Paredero no siga
leyendo después de ser interrumpido
y los deje con la sensación,
todas las noches, de escuchar un
texto de Raymond Carver.
En el cuento de Urondo un personaje
preguntó la hora y el interrogante
se trasladó a la realidad.
Más precisamente, hacia las agujas
del reloj del estudio, que recibía
inmutable las preocupantes
miradas de todos los presentes.
Birmajer, Sasturain, Mario
Levrero, Fray Mocho, Blastein,
arriesgaban los radioescuchas.
Cuatro minutos antes de la una,
le llegó el turno a la primera publicidad
del programa y Paredero
les rogó a los productores
que robasen unos segundos de
tanda, de noticiero o de lo que
fuera. Aún no había perdido las
esperanzas, a pesar de que sólo
con César Aira, a quien de tan
prolífico no lo podían reconocer,
habían demorado tanto tiempo
en acertar, a algunos otros pocos
-un 2% - directamente no los
adivinó nadie y la desilusión
reinaba en el estudio.
Sólo quedaba un minuto y 30
segundos, así que Paredero continuó directamente con la lectura.
A los 20 segundos, Rodrigo entró
sigilosamente al área de transmisión
y demostró que por más que
avance la tecnología, la escritura a
mano siempre va a ser necesaria:
como no podía hablar, ni Hugo lo
podía escuchar, le arrojó un papelito
que decía: “Adivinaron autor,
pero no el libro”.
Todo parecía perdido. Pero en
el mismo segundo en que debía
empezar el noticiero, una tal
Ana Maciel interrumpió el párrafo
y contó que sabía desde el
comienzo cuál era el libro pero
que no se acordaba del teléfono.
Nos hubiéramos perdido toda la
adrenalina.
No hubo tiempo para más.
Todos se fueron a dormir con el
convencimiento de que todavía
hay quien lee a Paco Urondo.

l
“Aspirante al premio Gouncourt, ‘El gran Meaulnes’ fracasa. Fournier, en una carta del 2 de noviembre de 1912 a su amigo René Bichet, comenta el episodio de esta manera: ‘He renunciado a publicarlo en forma de libro antes del Premio Gouncourt. El Premio Gouncourt te impide para siempre ser apreciado como es necesario por esos admirables desconocidos por quienes se quiere ser apreciado. Yo habría querido tenerlo solamente para ver mi facha en los diarios. Y me hubiera gustado ver mi facha en los diarios… Pero esto sería demasiado largo de explicar.’”

(Alain Fournier, “Cartas al pequeño B.”, Hachette, 1977. Citado por Noemí Ulla en su introducción a “El gran Meaulnes”, Centro Editor de América Latina, 1980.)

jueves, 19 de junio de 2008

Miércoles tangueros


De Canaro a De Caro.
Ya habré dicho alguna vez que también soy tanguero, ¿no?, o se habrá notado. Esta semana se me ocurre algo apoyado en esa variante. Y lo escribo este mediodía de jueves, mientras escucho a Ricardo Horvath en “Café, bar, billares”, por La Voz de Las Madres, AM 530.
Digamos así: de Canaro a De Caro. Como quien dice, de un clásico a un renovador. Sin embargo, estas acepciones no pueden trasladarse tal cual a las evocadoras lecturas de estos dos últimos miércoles en Párrafus: la semana pasada, teatro con una obra de Maeterlinck, “El pájaro azul”, título también de un tango-fantasía (a lo Mores) de Francisco Canaro; este miércoles, una novela de Angeles Mastreta, “Mal de amores”, título de Julio de Caro.
Pero tal vez sí, algo de renovador tuvo hace unos años la aparición de Mastreta (y de Allende, y de Esquivel, y de Serrano, y de Montero): se renovó el género que encabezó algunas listas de más vendidos, que pasó de masculino a femenino.

Otra cosa: parece que el protagonista de la novela leída anoche se apellida Sauri, o tal vez Zauri, no sé. Casualmente, Álvaro Saurí, un médico especializado en cuidados paliativos, es otro de los entrevistados por Liliana Heker en ese libro que yo citaba el último domingo (“Dialogos sobre la vida y la muerte”, en “Algunos Parrafistas y la Huesuda”).

Ganó anoche, en una semana caracterizada por ganadores también clásicos (como Maeterlinck), María Suárez, la Dama de Coghlan, quien llega, con esta, a su victoria Nº 41. Lejana María.

Homenaje en vida: “Yo nací para mirar lo que pocos quieren ver” (Charly García)

La media hora más larga

Finalmente se desbloqueó el sitio de Crítica y pude leer la tan comentada nota. (¿Será que los oyentes de Parrafus congestionaron el sitio del diario este último fin de semana? No, no lo creo. Debió ser por otra cosa el problema. Qué pena.)

Linda nota, muy cálida, donde podemos enterarnos del backstage del programa, pero qué sorpresa ver expuesta así la intimidad de los llamados, con lista de escritores y todo. No se privaron en la nota de nombrar a S, tal vez el escritor argentino más esperado. Por suerte, los muchachos del diario eligieron, aunque sin saberlo, el que resultó el programa con más suspenso en lo que va del año, la media hora más larga, la vez que más sufrimos hasta que hasta apareció la ganadora con la respuesta correcta y todo salió bien al final.

Mi mínimo conocimiento de la tecnología sólo me permite poner el link al diario del domingo 15 de junio. Pero si tienen ganas de leer la nota, por favor moléstense allí hasta la página 30. La van a encontrar fácilmente porque toda la página está dedicada al programa con foto del conductor y todo:

http://criticadigital.com/tapaedicion/diario105_entero_web__________________.pdf

PD: Muchachos de Crítica, la nota les salió de verdad muy linda, pero para la próxima, cópense y escriban bien el nombre del programa. Es Parrafus, con U. Si no, parece que estamos mirando otro canal.

.

miércoles, 18 de junio de 2008

Primicia para López Motta (con Comentarios)


Anoche, el locutor-poeta de Sarandí ganó con “Los físicos”, obra teatral del suizo Friedrich Durrenmatt. (*) Entre paréntesis, digo que en Durrenmatt pensé yo en ocasión del primer Ininterruptus de teatro de este año, que permanece incógnito.
En la interesante charla con Hugo que prolongó la interrupción, me saltaron al oído una noticia incompleta por parte de nuestro conductor y una inexactitud flagrante de parte del ganador.
Abundando en la vida y obra del suizo (también novelista y autor de piezas radiales),Hugo contó de una película española, llamada “El cebo”, que está basada en una obra suya. No se mencionó el título original, y yo tampoco lo recuerdo, pero quería aportar que esa misma obra (creo que una novela) se llevó al cine recientemente en otras dos oportunidades. Una de ellas suele darse en el cable con el nombre de “Asesino oculto” y está protagonizada por Jack Nicholson, que hace a ese inspector de policía a punto de retirarse que, a pedido de unos padres, se mete en la investigación de unos crímenes de niñas que suceden en una región fría y agreste de EE.UU. También hace un breve papel Benicio del Toro, como el indio, alcohólico o retardado mental, a quien en un principio se acusa de ser el asesino. Y también pude detectar hace poco (aunque no la vi completa) que en Europa Europa se pasa una versión inglesa de la misma historia, con el protagónico de Richard E. Grant. En este último caso no recuerdo el nombre del filme, pero sí que en los créditos se menciona que está basada en una obra de Durrenmatt titulada con una sola palabra.
Esto en cuanto a la noticia ofrecida por Hugo –novedad para mí. Podría, ahora que puedo conectarme más fácil desde casa, fijarme en Internet para precisar estos datos que recupero de memoria, pero prefiero no hacerlo, como decía Bartleby. Y acerca del error de don López Motta, la precisión es la siguiente.
Mencionó el hombre de Sarandí que la de esta noche es su victoria Nº 27, y que prepararía el champán para brindar en el cercano trigésimo triunfo. Pues bien, debo aconsejar a Roberto que pase por el Coto de su zona hoy mismo y se lleve para su refrigerador la marca de su preferencia, porque, según mis registros (y Hugo no me dejará mentir), la victoria número 30 fue la hoy.
Felicitaciones, y a seguir participando (faltan justo otros 30 para alcanzar mi marca). Buenas noches. Buenos días.


(*) "Los físicos" (1962) presenta a un científico genial que se oculta, fingiéndose loco, en un manicomio, a fin de proteger al mundo de las consecuencias de sus descubrimientos. Otros dos físicos, agentes de sistemas políticos opuestos, que debían secuestrarlo, deciden renunciar, fingiéndose locos, a las consecuencias de la investigación. Pero la directora del manicomio se ha apropiado de los resultados de las investigaciones y los ha vendido al mejor postor.

COMENTARIOS

audaz de caballito dijo...
Así es Perenchio, yo iba a hacer el mismo comentario sobre la película de Jack Nicholson, donde el asesino muere en un accidente automovilístico antes de ir hacia la trampa, pero ellos nunca se enteran.Es una historia muy dura.

Y si hablamos de festejar, compren champán también para mí que hasta hora no acerté nunca, que no es pco mérito !!!!

18 de junio de 2008 15:05


Marcelo Perenchio dijo...
Gracias igual, Audaz. Linda tu manera de aludirme, además. No sé si deliberada o inadvertidamente, parafraseás un título de Juan José Hernández ("Así es mamá"), autor que hace poco me hizo ganar. Por otra parte, ¿estás seguro de que el que muere en el accidente era el asesino? A mí la ambiguedad de esa historia (que dirigió Sean Penn) me superó (además de fascinarme), así que no afirmaría nada. Pero toda interpretación vale. Un abrazo

23 de junio de 2008 12:31

lunes, 16 de junio de 2008

Qué audaz el Audaz de Caballito! (Y qué pecaminoso el otro/a...)

audaz de caballito dijo...
Hola, Marta, hace muy poco que escucho el programa, pero pienso que Hugo la está pifiando. Lo hace muy difícil, los cuentos existentes son millones de millones, supongo 10 o 20 veces más que novelas en el universo literario. Yo personalmente cuento y poesía, paso. Obras de teatro tampoco funciona mucho. Hugo debería desestructurarse, y cuando la cosa después de tres minutos no fluyera,dar pistas, como por ejemplo fecha de la obra, o nacionalidad del escritor, cantidad de páginas, etc. Si no se torna muy pesado el programa.Hay que darle movimiento, agilidad.
Así lo veo yo !!!
PD: Ayer jueves trasnoche leyó un cuento, a las 00.50 me desconecté, pero creo nadie acertó.

13 de junio de 2008 17:54


Marcelo Perenchio dijo...
Qué tal, Audaz? Y, a propósito, ¿qué tal un nombre propio, al menos? También, si quiere, cuéntenos algo sobre esa reciente llegada a la escucha del Párrafus. Pero lo que quería decirle ahora, más que nada, es que pienso como Marta: el programa me gusta así como es. Como dice Hugo, la única regla estricta es la ausencia de pistas (más allá del género de cada noche), y ese develamiento paulatino de algunas circunstancias del texto (fecha, nacionalidad, páginas -¿?) que usted propone, bueno, me parece más estructurante todavía; así, como es, la lectura es como debe ser, creo: armoniosamente fluida. Además, claro, con el programa así, como es, me fue bastante bien hasta ahora, ¿no? Gracias por sus aportes, pero hágase amigo, además.
Hasta luego.

16 de junio de 2008 12:23

Anónimo dijo...
Madre, quiero confesarme. Madre, he pecado.

Mientras Hugo leía el cuento, y a la altura en que se venía el búfalo desenfrenado, ya mi cabecita había elevado a las niñas por las nubes esperando una edificante moraleja, también las había hundido en el infierno pensándolas culpables de una relación íntima o tal vez incestuosa siempre al alcance, aunque también imaginaba una posible derivación a la ciencia ficción, en tanto dejaba su lugar al remanido despertar de una pesadilla, y qué se yó cuantas más!

Al día siguiente no aguanté e hice lo que no debía hacer: guglié Madre, guglié.

Ya no me importaba tanto la mano que manejó la pluma ni el título, no me importaba el siglo ni lo esmerado de la edición: sólo quería saber como terminaba...y LO SUPE!

Pido perdón y como en el tango...si soy un delincuente, que me perdone Diós. Déme penitencia Madre!

Espero que nadie le cuente al hugo, y menos al insoportable.

14 de junio de 2008 22:18


Marta dijo...
Audaz: la trasnoche del jueves, te perdiste el final. En los últimos segundos, casi empezando las noticias, apareció una ganadora debutante con el título correcto. Se trataba del cuento Amore mio santo, de Paco Urondo.

Por lo demás, supongo que en la variedad está el gusto, como diría mi vieja. Mi opinión personalísima es a favor del programa así como está, sin ninguna pista. Y está bueno que sea un poco difícil, y si nadie llama, que se lea todo lo que haya que leer, y que sea lo que Dios quiera. Mis géneros preferidos son el cuento y la novela, pero igual me gusta el picadito de géneros que hace Hugo. Aunque la mayoría de las veces no sé la respuesta correcta, digamos que disfruto de la posibilidad de la sorpresa en la lectura y (casi siempre) me quedo escuchando hasta el final.

Anónimo: muy bueno su texto. Me ha hecho reir! Y, qué quiere que le diga: resistir las tentaciones no es para cualquiera. Pero lo perdonamos si nos promete que lo hizo para saber cómo terminaba el cuento. La verdad es que todas sus truculentas especulaciones me han dado ganas de conocer el final a mí también...

15 de junio de 2008 23:20


Marcelo Perenchio dijo...
Hola, Anónimo. También guglié a la mañana siguiente (además de llamar durante el programa para saber si el autor sería D.D.), pero no pude confirmar mi sospecha, a pesar de saber el posible autor y el posible título del cuento. Como ya dije, voy a confirmarlo cuando vaya a casa de mi vieja y pueda consultar el libro. Vos, ¿cómo hiciste? ¿Cuáles fueron las coordenadas que te llevaron a SABER? Yo probé con los nombres (Angeline, Faustina, Hipólito), y nada. Bueno, pero mejor no contestes por este medio. Si querés, escribí a mi casilla. Abrazo o beso.

16 de junio de 2008 18:13

viernes, 13 de junio de 2008

Maeterlinck y Urondo

En verdad, después de lo que me gané con mi último triunfo, debería, ahora sí, retirarme por un tiempo de la competencia.
Los cuatro tomos de “Las mil y una noches” que sacó Longseller en el 2005 están muy buenos. La edición tiene 110 cuentos (se anuncia como ‘Versión completa’) y está bellamente ilustrada en blanco y negro. No es la traducción de Rafael Cansinos Asséns que tanto celebraba Borges, pero, en un primer vistazo, el castellano de Margarita Rodríguez Acero parece bastante correcto. Y ahí, gracias a Parrafus, tenemos lectura para rato –Esteban y yo.
A propósito: los otros días (antes del jueves), Cristina los estuvo hojeando y me leyó, de las últimas páginas de cada tomo, otros títulos de la colección “Clásicos elegidos”. Yo la escuchaba e iba diciendo cuál de los autores ya habían aparecido en el programa. Shakesperare, sí. Nietzche, no escribió ficción (¿?). Wilde, sí. Kafka, sí. Dostoievski, sí. Maeterlinck…¡no! Y el belga, con “La vida de las abejas” y “La inteligencia de las flores”, es uno de los tres autores que, en una lista de 32 títulos, aparece dos veces; otro es Dostoievski, y al otro no lo nombro porque todavía no se leyó. Y esta semana, dos o tres días después de que lo nombráramos en casa, Maurice Maeterlinck aparece en Párrafus.
Apareció con una obra teatral que está cumpliendo cien años: “El pájaro azul”. Por supuesto, no tuve ni idea como para participar en el juego –el “Pájaro azul” que yo conozco es el tango de Canaro. Ganó el teatrista (y arquitecto) Naon Soibelzhon, de Almagro, en 1´40”. Es de esperar que en los próximos días gane nuevamente su esposa, María Inés Azarri, ya que en esta magnánima, altruista o desinteresada pareja se alternan en las victorias.

Sin embargo, esta noche (jueves para viernes), a pesar de los cuatro tomos y el proyecto de retiro a cuarteles de invierno, llamé cuatro veces tratando de evitar un nuevo Ininterruptus –que hubiera sido el tercero de una muy estimulante semana. Pero no acerté.
Estuve cerca con dos de los nombres que tiré (en tanto son coprovincianos del autor de hoy), pero la que ganó, por primera vez, fue la oyente Ana Maciel, de San Fernando, que dijo, a los 16 minutos y medio de lectura, sobre el cierre del programa, que se estaba leyendo un cuento del libro “Todo eso”, de Francisco ‘Paco’ Urondo.
Hugo, esta noche, había estipulado que valía responder con el título del cuento o del libro al que pertenece. El cuento se llama “Amore mío santo”, y la verdad es que, cuento y libro, no los conocía. Sin embargo, acá (en “La poesía del cincuenta”, antología de 1981 del Centro Editor de América Latina) tengo este poema de Urondo:

ADDIO

Estaba en un estado
de ánimo sentimental; estuve
sonado; alcohólico, desierto,
fugitivo y
tropecé con la cara de tu sonrisa
que ocultaba
la cara de tu rabioso dolor.

Y nunca pude resignarme
a esa cara
y perdí tu sonrisa y te
digo adiós, amore mío santo, que descanses,
que me olvides hasta cuando
los boleros estallen
como copitas rotas de anís, como
bazookas del destino.

(de “Todos los poemas”, 1972)

A Urondo lo conocía un poco como poeta (quiero decir que he leído algunos poemas suyos), conocía su fama de militante político (no queda otro remedio, tan reivindicado hoy), pero, sobre todo, lo conocí más como hombre y argentino en un documental sobre su vida que hace pocas semanas (un jueves) pasó canal 7: “La palabra justa”. Desde entonces, lo admiro y me interesa mucho más.

Una apostilla: Ana Maciel, ama de casa de San Fernando, ganó por primera vez (con “Amore mío santo”) el 13 de junio, cuando se cumplen 120 años del nacimiento de Fernando Pessoa.

Un interrogante –o dos: Dijo Hugo que el Ininterruptus de teatro de esta semana fue el segundo intento con ese autor. Pero no precisó cuál había sido el primero. Asumo que habrá sido el otro Ininterruptus de teatro que estaba pendiente, aunque podría ser alguno de los tres poetas no reconocidos o el autor del cuento del 22 de mayo, la noche en que no pude escuchar. Y en cuanto al cuento de este miércoles 11… y ya que la palabra, o la familia de la palabra omitida fue tan fácil de adivinar… y ya que fue un cuento… se me ocurrió pensar, después del programa, si el autor no será uno que tiene cierto parentesco (además de la nacionalidad) con uno de los autores que yo nombraba los otros días a propósito de su recreación en cine… Cuando vaya a casa de mi vieja, en los próximos días (para traerla a que conozca a Esteban), tengo que fijarme en cierto libro que cruelmente dejé allá.
Buenos días.