miércoles, 8 de enero de 2014

Diario del año del diagnóstico - Epílogo (continuación)

Definitivamente, no debo arrogarme el derecho de hablar por los que no tienen voz. “Que tremenda burrada”, podrán pensar muchos padres ante mi idea. A un hijo con autismo o TGD que se autoagrede, por ejemplo, o agrede a otros –a sus mismos padres, por caso- no se le puede atribuir ningún tipo de ensimismada felicidad, ni desearle que permanezca así. Tampoco a los que no hablan o a los que apenas emiten algún remedo de lenguaje. Deberé retirar lo dicho, entonces, pero además declaro que nunca actué en consecuencia con aquella idea, aquello que “a veces pienso”. Durante los dos años que Esteban lleva en el CIASI, con Cristina cumplimos a rajatabla. Es un hecho que, por nuestros horarios laborales, fui yo quien más presente estuvo en el tratamiento; de lunes a jueves (lunes y jueves, mañana y tarde) él asistió a sus terapias o talleres, y allí estuvimos siempre, sin desfallecer, a pesar de nuestras crecientes dudas acerca de la efectividad de la dichosa TCC. Y puntualizo: dudas de la efectividad respecto a Esteban; no podemos desconocer los logros de otros chicos con este tratamiento. Pero, en cuanto a Esteban, hemos empezado a cuestionar aún el diagnóstico. Llegamos a pensar que aquello del TDG es una bolsa de gatos. Es llamativo que tengan lo mismo –y sigan un mismo tratamiento- los chicos que no hablan, los que son agresivos, los que tienen problemas de conducta, los que no se les nota nada raro. En fin, todo esto para contar que a Esteban, a pesar de haber finalizado lo más bien el jardín y estar inscripto para primer grado en una escuela común, lo vemos estancado y hemos decidido cambiarlo de institución. /// continuará