miércoles, 31 de octubre de 2007

Teatro por TV


Josephine Hull y Jean Adair interpretan las "deliciosas" tías de Cary Grant [Mortimer Webster].
En realidad del relato de Huguito, vino a la mente un par de viejecillas, habitantes de Brooklyn.
De allí que una luz parpadease tibiamente, en algún rincón de la memoria. El papel de Cary Grant era memorable e inolvidable en "Arsénico por compasión", film dirigido por Frank Capra, rodada en 1944.
La versión teatral tuvo gran éxito, y una vez que salió de cartel, pudo llevarse al celuloide.
El papel de Teddie, hermano de estas viejecillas, también era algo raro. Máxime cuando Mortimer descubre una extraña bolsa en el sótano ..

Tal como hiciera la oyente avezada de los Bañados de Lugano, en esta ocasión, fui del cine al teatro. Tarea ciclópea fue dar con el título original, debido a ese inescrutable designio de los tituladores de películas, quienes por motivos ignotos insisten con modificar los títulos originales. Así "Arsenic and old lace", se distribuyó como "Arsénico por favor", cuando en realidad, el título corresponde a "Arsénico y encaje antiguo", basado en la novela de Joseph Kesselring.

Rescato el poder que tenía el teatro, como para retener la filmación, hasta que la obra no saliese de cartel. Algo que cuesta creer. Pero que perfectamente puede haber sido así, en tiempos no globalizados, donde la humanidad gozaba del elogio de la lentitud, y sabía "perder el tiempo" sin remordimientos.
Poco tiempo ha, el crítico de cine y teatro oriental Homero Alsina Thevenet [el inolvidable HAT], relató que la noche de estrenos de teatro, los armadores del diario El País, dejaban el espacio para que los críticos capitaneados por HAT, volcasen esa misma noche sus comentarios.
Un país pequeño como la ROU, logró formar público como para que las peliculas de Bergman se estrenasen en simultáneo en Montevideo y Estocolmo.
Entonces no perdemos la esperanza que un trasnochado lector junto a una cofradía de perdidos seres lectores, una verdadera Armada Brancaleone, logren mejorar los contenidos radiales de este lugar del mundo.
Y si no es así? Entonces, se escuchará a un político resucitado interrumpir de tanto en cuanto su discurso, para decir "Arsénico a mi izquierda"

domingo, 28 de octubre de 2007

Las nubes

Yo hice como Sábato (como dice que hizo Sábato): destruí gran parte de mi obra.
Peor que Sábato: nunca publiqué nada.
El hombre de Santos Lugares, cuenta siempre, recurría al fuego. Yo soy menos drástico –o exterminador. Cuando, periódicamente, a lo largo de los años, saqueo sin compasión mis cajones, llevo conmigo de día en día las condenadas hojas con manuscritos o impresas y, desde la ventanilla del colectivo, las arrojo a la calle tras romperlas en indescifrables trocitos con mis manos.
Algunas cosas, sin embargo, se salvan y permanecen. Algunas, muy viejas. Otras, las últimas: las que hago públicas desde el mes de marzo en este Blog –que tal vez ya no pueda destruir. Hoy, a raiz de la lectura que hizo Hugo de la obra de Aristófanes, recordé un texto, corto, dialogado, que hace mucho no leía. “Pasamos ante las nubes”, lo llamé. Data de hace más de 20 años. Parece mentira.
Me acordé de eso y de la película “La nube”, de Solanas, y de otra película, la última de Antonioni, “Más allá de las nubes”, y del cuento aquel de Cortázar, “Las babas del diablo” (que filmó también Antonioni), donde, al final de todo, permanece la ampliación de una fotografía abierta, por donde pasan unas nubes, algún pájaro, hojas que lleva el viento...


PASAMOS ANTE LAS NUBES

-Pasamos ante las nubes –dije.
-A horcajadas del mundo –completó.
Allí meditamos durante un momento. Coincidimos después en que habíamos logrado una magnífica línea de diálogo. A continuación, él preguntó:
-¿Dónde se podría inscribir?
Yo ensayé:
-Bueno, digamos... ¿Dónde estamos?
-Claro –asintió él, y también pensó un instante. después dijo: -Estamos en alguna especie de terraplén. Sentados, por ejemplo, a orillas de unas vías, al atardecer.
-Sí –acepté yo, y agregué: -En una estación abandonada, sobre una vía muerta, de trocha angosta. Estamos ahí desde hace tiempo – “veinte años”, pensé-. Esperamos.
-Hay un yuyo pajizo creciendo por todas partes, muy lentamente creciendo. Está sobre el andén, en las grietas del cemento, entre los durmientes de la vía, en todo el terreno de la estación...
-Estamos en primavera. Es el momento de la tarde que más me gusta: como a las siete o siete y media del més de octubre, con esa luz semiespesa, penumbrosa, que también podría ser la de un amanecer.
-Eso es. Y la estación está en el costado más añoso y despejado de una ciudad pequeña, una urbe pujante, un pueblo que progresó y ahora se orienta hacia el otro lado, hacia la nueva gran estación central –dijo esto último como con mayúsculas, y con pena.
-Sí –alenté yo-. Estamos en el suburbio más desolado, no hay nada por acá, fuera de la estación destartalada. No hay ni viento.
Entonces hay una pausa.
-Y se acerca la noche –digo, después.
-Y estamos solos.
-Pero no tenemos miedo.
-No, eso nunca.
-Solo... solo una indiferencia expectante.
-Abierta.
-¿Esperanzada?
-No. Eso tampoco.
-Y pasamos ahí toda la tarde.
-Lo hacemos a menudo.
-No hay mucho más para hacer.
-No hay nada más para hacer.
-Yo te comento que el jueves en la televisión dan “El dependiente”, de Favio.
-Y planeamos verla juntos.
-Sí.
Después, tras un silencio:
-Pero..., ¿quiénes somos?
Tras otro silencio:
-¿Qué hacemos?
Y aquí el destello sagaz:
-Pasamos ante las nubes.
Después, al fin:
-Sí.
Y sólo ser un asombrado jinete, perplejo, silencioso, a horcajadas del mundo, sobre la caparazón del tiempo.
Sí.

viernes, 26 de octubre de 2007

Desmedidos

¿Cuánto hace que no gano el certamen mensual de Párrafus? Desde abril. Y antes, durante febrero y marzo, no había aparecido para nada. Y después, durante todo el invierno, gané nada más que cuatro veces. Y ahora, cuando la taba se da de nuevo a favor –con suerte en cuanto a las elecciones de Hugo y a la veloz conexión telefónica-, ahora que, con cinco de doce y faltando dos programas, ya gané octubre, ahora nuestro conductor me llama “Ambicioso desmedido”.
Le respondí con altura. Cité a Pessoa:

No tengo ambiciones ni deseos.
Ser poeta no es una ambición mía:
es mi manera de estar solo.

Esta charla, algunos recordarán, se daba en ocasión de mi victoria con “La crencha engrasada”. Después del programa, hojeando de nuevo el “Breviario de poesía lunfarda” (editorial Andrómeda, selección y prólogo de Eduardo Romano), reencuentro, de aquel libro, estos versos de Carlos de la Púa:

Tomá caña, pitá fuerte,
jugá tu casimba al truco
y emborrachate, el mañana
es un grupo.

Lo que me llevó de nuevo a Pessoa:

Circúndate de rosas.
Ama. Bebe. Y calla.
El resto es nada.

Pero, más allá de este eco de asombro, quiero citar, del mismo poema (“Hermano chorro”), la estrofa anterior:

Con tal que no sea al pobre
robá, hermano, sin medida...
Yo sé que tu vida de orre
es muy jodida.

Y aclaro algo, que seguramente el malevo Muñoz no tuvo que aclarar en su tiempo (“La crencha engrasada” es de 1928): El poema habla, tal vez bien, del “chorro”, no del criminal o el asesino –esos delincuentes desmedidos.
Nada más.

Tres pasos para una larga respuesta

Pasados un par de meses, habiendo contado detenidamente hasta diez en el interín (a razón de un dígito y fracción por semana), voy a responder hoy al agresivo comentario de la oyente Ana María, de Villa Crespo, aparecido tras la Entrada que llamé “La lista de Perenchio” –aunque referido a toda mi participación en el Blog.
En su momento, lo respondí mediante el simple expediente de copiar su texto y pegarlo bajo la forma de Nueva Entrada. Sólo el título fue mío: P.N.T.
(¿Todos saben lo que significa esta sigla? Significa Publicidad No Tradicional. Esto se refiere, en la jerga de los medios de comunicación, a esas menciones más o menos solapadas, más o menos descaradas, que algunos animadores radiales y televisivos hacen de ciertos productos comerciales, trayéndolos a colación intempestivamente en sus programas.)
Además de titular así su brulote, amplié mi magnánima respuesta enviando a Ana María una invitación a incorporarse como autora. Ella aceptó la invitación (¡!), y es así que su nombre comenzó a aparecer en la lista de hacedores del Blog que se lee a la izquierda de la página. Desde entonces, sin embargo, no hizo ningún otro aporte –su agresiva crítica lo es- a Los Parrafistas. Por eso, ahora, ejerciendo mis facultades de administrador del Blog, la elimino.
Y este es el final de mi respuesta.

Bajo Fondo


Uno de los párrafus [ya no recuerdo cúal], fué con poesía.
Antes de la campana de largada, le había puesto nombre al ganador, me imaginaba a Bobby López Motta, locutor de poetas coronando el podius.

Abrieron las gateras, y en vez de la clásica prosa, el matungo que picó en punta era uno muy canyengue, que no venía con la monta tradicional del estilo europeo, sino con un dialecto de bajo fondo [de allí el título de la entrada].


Una pluma capaz de describir el afán argentino por los números con estas cuartetas



Sos como esa cifra taura y salidora
que ya tántas veces me sacó de pato.
Cábula que nunca se cortó hasta ahora
y por ley de juego yo nunca la bato.

Sos como esa cifra siempre ganadora
pero que una vuelta tendrá que meterme.
Sos como esa cifra tan respondedora
pero que algún juego tendrá que joderme.

¡Sos como esa cifra taura y salidora!

En diálogo con el ganador, Huguito dejó entrever una elíptica invitación a ser algo mas permisivos, para permitir el ingreso de nuevos miembros a la cofradía de laureados. Ya que Marcelo Perenchio, el decimonónico/lunfa e irracional, alcanzó su cuadragésimo primer podio.

Rescato la inteligente elección, que le dió un tinte interesantísimo al PI, nuestro programa ora irracional, ahora canyengue. Hasta la lectura de Huguito, tuvo otra entonación: mas metida, mas comprometida y hasta petitera.

Una perlita, el broli de premio fué adquirido en uno de los puestos de Plaza Italia, esta es una invitación a visitar no solo las librerías convencionales, las de Corrientes y aledaños, la librería Norte de Las Heras entre Cantilo y Azcuénaga, el Ave Fénix de Pueyrredón entre Dominguito French y Juncal, o las de los paseos de compra, y por-que no: las de usados!
Plaza Italia, saludando a Garibaldi, y Plaza Lavalle frente a Tribunales y tantos otros lugares ignotos. Propios de ese submundo tan poco convencional como apetecible. Ese que permite la libre circulación de los brolis.
Daremos en llamar estas librerías de segunda mano, irracionales, como nuestro programa. Bello adjetivo calificativo.

jueves, 25 de octubre de 2007

Eter

Salud a la cofradía! Temazo interpretado por Alejandro del Prado, un artista mas poeta que músico.
Y como todo nos falta en este mundo, todo menos la esperanza, acudo a nos la fina trama etérea, pero real. El caso es que de un tiempo a esta parte sintonizar LRA vía interné es un sacrificio cruento y vano.
Supo funcionar, tiempo atrás, defectuosa, pero bastaba para parrafear.
Ahora ni eso. Aunque podría deberse a otros motivos.

Vosotros, lográis captar la señal de LRA a través de la página de interné?

Yapa
Se trata de un poema de Raúl González Tuñón, musicalizado por Alejandro del Prado, y se llama "Salud a la cofradía", musicalizado por Alejandro del Prado, un personaje por sí mismo, ya que fue albañil, maestro de escuelas y hasta preparador físico de un club deportivo en Buenos Aires. Era hijo de Calé, un dibujante otrora muy conocido en Argentina.

Salud a la cofradía,
trotacalle y trotamundos
todo nos falta en el mundo,
todo menos la alegría.

Y viva la santa unión,
de sin-ropas y sin-tierra
todo nos falta en la tierra
todo menos la ilusión.

Corto sueño y larga andanza,
en constante despedida
todo nos falta en la vida,
todo menos la esperanza.

Amigos de las botellas
pero poco del trabajo
todo nos falta aquí abajo,
todo menos las estrellas.

Inofensiva locura,
sinrazón de vagabundo
todo nos falta en el mundo
todo menos sepultura.

Prosigamos, si Dios quiere
nuestro camino sin dios
pues siempre se dice adiós
y una sola vez se muere.

miércoles, 24 de octubre de 2007

...hoy, poesìa.

El lunes, en cuanto el cofrade Quique Figueroa interrumpió la lectura de Hugo, me dije que en alguna parte había visto la reproducción, diminuta, en blanco y negro, de un afiche de una de las versiones cinematográficas de “El prisionero de Zenda”. Enseguida, mientras lamentaba lo sucinto de la intervención de Quique, enfoqué el recuerdo. Se trata del único ejemplar que tengo de la revista “Babel” : N° 2, mayo de 1988, 11 australes.
Allí, en la sección Siluetas, de Luis Chitarroni (que después, creo, se trasformó en libro), se encuentra un abigarrado texto sobre Anthony Hope. Entre otras barroquidades, se asume ahí que la sencilla novela de Hope inoculó la génesis de “Palido Fuego”, obra poco conocida de un autor que de un momento a otro aparecerá en Párrafus, así que no lo nombro.
El texto de Chitarroni me remitió al libro del malogrado Carlos Feiling, “Amor a Roma”, que tengo en mi biblioteca. De allí copio el esbelto y chusco poema que sigue.
Acerca de la anacrónica –por no decir prematura- pérdida de este joven novelista y poeta nacional (Feiling), solo atino a repetir lo que hace pocos días escribí en mi correspondencia privada: ante una situación de duelo –ante la muerte- huelgan las palabras.

RUPERTO DE HENTZAU

Cuando enarca la ceja, difidente;
si enáncase en el nácar (poca concha)
de una dama viejita que consiente
cimbronazos aún; haciendo roncha
por las calles de Zembla; porque ingente
prepara tropelía con que troncha
le vida de un actor; si ese florete
esgrime susurrante, o el retrete
invade de Antonieta (la pijita
parada ante el percal, que tenso porta
el peso de las pomas); mientras grita
improperios al duque; porque absorta
la vista en una rosa, premedita
contra el culo de Flavia cuanto corta
y punza dirigir; en tanto adorna
al rey con faraláes que la sorna
precita le dictó; ni bien aspira
la bruma de un habano, o atribula
lolitas con piropos; aunque mira
el bulto de Rodolfo (cual fanciulla
ardente nel amore, cuya pira
son muévedos y morbo); si recula
buscando el trabucazo con que quiere
borrar la enemistad, Ruperto muere.


“Sigue lloviendo en Buenos Aires.
No es ninguna novedad.
Han pasado muchas cosas
y son todas realidad.
Después de la inundación, vino el tiempo de la nube y no paró de llover. La nube sigue bajando, dicen que no se va más... o que se irá cuando toque tierra y se pierda entre nosotros.”


Nada más alejado de mi voluntad que sugerir alguna intención de voto con la precedente cita de la película “La nube”, de Pino Solanas –candidato por la lista 505, Proyecto Sur. Es una verdadera casualidad (yo no hablo más de magias en este foro) que se haya leído a Aristófanes en la semana previa a nuestras próximas elecciones democráticas nacionales –valga la redundancia (¿?)- y que yo no tenga nada para decir acerca de este aunténtico clásico griego –excepto que con “Las nubes” ganó el juego el retornado Fernando Terreno.
Pero, para los que insistan en ver a esta poética apostilla como intencionada, declaro sin tapujos que yo voto a Cristina. Pero no la voto solamente este próximo domingo 28 de octubre, sino, de una u otra manera, todos los días; porque las elecciones no deben ser cada cuatro o dos años, así como los días de la madre o del niño no deben ser solo el primer o tercer domingo de determinado mes, sino todos los días, y yo todos los días de mi vida, desde hace más de un período, desde hace cinco años, elijo a Cristina, mi Cristina, la preferida de mi corazón, la joven contadora María Cristina C., quien, modesta, amén de censora y autoritaria -“Sí, querida, ya termino y voy a fregar la vajilla, vos acostate nomás”-, no me deja citar su apellido, que no es Fernández, ni es con K., pero será de Perenchio.

Puta madre, como me arruina las manos el Relusol...
Y bueno, finalizando: así como la semana pasada me atrasé con la reseña del programa, esta vez, ocupándome ya de los dos primeros (porque me dio ganas), me adelanto.
Y se me ocurre, ya que estoy citando poesía, terminar con un poema de un autor que, si en alguna peregrina ocasión vez se leyera en Párrafus, sería en el programa 500, justo antes –tal vez- de empezar con la repetición de autores. O si no nunca.
Pero si lo llegara a leer hoy, miércoles 24, entonces apago todo y me voy.

LOA DEL CUERPO SANO

Las bestias y las plantas te den el buen consejo:
contémplate en tu cuerpo tal como en un espejo.
Para tu gloria de hombre prolongada en la casta,
desnúdese tu cuerpo en la gimnasia casta,
como una estatua. Puro y audaz tu cuerpo entrega
a la gracia del aire y del sol. La diosa griega
te unja en su óleo. El juego armonioso y diverso
de tus músculos plázcate como el más bello verso.
No así como el asceta ni como la ramera,
sé dueño de tu cuerpo, que ésta es la ley primera.
Un cuerpo hermoso, fuerte, sano, qué noble palma.
Pero sirve a tu cuerpo para servir a tu alma.
Y no des uno al diablo ni la otra des a Dios
y ojalá te tuvieran sin cuidado estos dos!

Cuerpo, loado seas en tu carne y tu hueso,
tus nervios y tu sangre, tu semen y tu seso.

Luis Franco

martes, 23 de octubre de 2007

Sir Anthony Hope


Anthony Hope fué un novelista y dramaturgo londinense.
Cursó estudios de leyes en Cambridge.
Ejerció la abogacía durante 7 añitos y luego se dedicó a escribir.
De esta universidad salieron grandes científicos, políticos y escritores.
El lugar de estudio, imprime caracter, y uno no se olvida de ello. Pese a la carrera, y al ejercicio de la profesión.

En la imagen, una instantánea del film de John Cromwell de 1937, protagonizado por Ronald Colman (Rudolf Rassendyll/Rey Rudolf) y Madeleine Carroll (Princesa Flavia).

La popularidad de Hope se debe a El prisionero de Zenda (1894), y su secuela, Rupert de Hentzau (1898).
Son novelas de capa y espada que transcurren en un mítico reino europeo, típicas de la literatura popular anterior a la I Guerra Mundial.
Tuvo una gran labor propangandística pro británica durante la gran guerra, hecho por el cual obtuvo el título nobiliario de sir.

La novela seleccionada por el archicofrade [parece entramos en una racha novelesca, ¡bienvenida sea!], tiene ribetes incomprensibles para el común de los mortales no decimonónicos.
Primero por ser de ese período, donde la guerra no estaba, pero afloraban escritores que mostraban costumbres de la vida social, como una forma de extender el imperio cultural.
Hope hace gala de ello. Consciente o inconscientemente.

Usa palabras interesantes, tales como el verbo zascandilear [
vagar de un lado a otro sin hacer nada de provecho].
Y pone en boca de Rose [cuñada de Rudolf], una frase matadora:
-
Las buenas familias acostumbran a ser peores que las demás -afirmó.

Por ende esta obra debe haberle dado buen laburo al equipo de traducción.
Y en medio de la zaga de una Europa de capa y espada, aparecen verdades irrefutables, como esta que señala Rose.
Una obra que suelta, no dice mucho, pero vista a la distancia, marca todo un estilo de una época que ya pasó.
Eso es grandioso en PI, el programa irracional: el viaje a través del tiempo.
Un bálsamo reparador. Ciertamente.


lunes, 22 de octubre de 2007

Lamborghini - Updike - Voltaire (y Rodolfo Valeri)

A veces la Internet tiene estas dificultades. Ya me pasò otras veces. Vengo al Blog para publicar algo y el sistema no me deja acceder. Hoy, lunes, recièn puedo poner lo que escribì entre jueves y viernes. Ya ayer pensè que quedaba un tanto desactualiado, tras la màs pertinente reseña de Quique Figueroa, y hoy, al leer el amable comentario de Marta, pienso que lo mìo estarìa un poco de màs. Pero, como mi texto tambièn se refiere al programa del martes -y abunda en el del lunes-, lo publico igual. Como se verà, quise ser amable con el nuevo oyente ganador, pero la verdad es que suscribirìa las observaciones de Quique sobre esta participaciòn. Ademàs, se observarà que me llegò muy especialmente -como Marta muy bien presiente- una determinada idea de Rodolfo.


Tanto hablar de estas cosas últimamente, de dones, de milagros, de magias, pareciera que (aunque ella no lee este Blog) tuvo que ser bruja este martes Verónica Cornejo, brujas ella y su madre, que la ayudó, las brujas de Lugano, para saber que la lectura de la noche era “Las brujas de Eastwick”, del novelista norteamericano John Updike. Tal vez por lo mismo, por invocar tanto nombre arcano, Hugo tuvo que leer 13 minutos hasta la feliz interrupción.

A Verónica, reaparecida ganadora reincidente, las andanzas de aquel grupo de mujeres desesperadas –me pareció- que se glosan en las primeras páginas, le hicieron recordar la película que se hizo en Hollywood con aquella novela. Pero ella no sabía que el autor era Updike. Su madre, Dina, le sugirió ese dato. Y así era.

John Updike, conocido por la saga de “Conejo” (apodo de su personaje Harry Arsmtrong –el apellido es aproximado), es uno de esos escritores norteamericanos... Muy Norteamericanos. Allá es muy reconocido, ganó un par de premios Pulitzer, es una especie de vocero de su generación o su clase, pero a mí nunca me interesó. Me parece que lo suyo es excesivamente localista y coyuntural, muy blanco, anglosajón y protestante. Lo digo livianamente, por supuesto -como casi todo-, haciendo memoria de lo que leía en las contratapas de sus libros allá lejos y hace tiempo. Jamás leí una novela suya, y ni siquiera vi nunca completa “Las brujas de Eastwick”, un pastiche infortunado con Susan Sarandon, Cher, Michelle Pfeiffer y Jack “lenguaafuera” Nicholson. Recuerdo haber leído que con esta novela, y con otra, de ciencia-ficción, llamada “Donde termina el tiempo”, o cosa por el estilo, a partir de los años ochenta trató de diversificar su temática, pero el éxito no lo acompañó. Lo último que publicó, si no recuerdo mal, se llama “Terrorista”, y trata... ¡Sí! de un musulmán ilegal en los EE.UU.

Termino la reseña de este martes recordando lo que Hugo advierte cada tanto: que los libros que elige no siempre son de su especial predilección, a veces ni siquiera los ha leído, pero la idea es que en el programa aparezcan todas las posibilidades de la literatura; así como se leen obras de todas las épocas y regiones (aunque tal vez esté faltando un toque oriental), también se pasa de lo más excelso y puro a lo más pedestre y comercial. Tal vez no venga a cuento ahora esta mención (Updike tampoco es Dan Brown), pero en algún momento tenía que hacerla. Ya está.



Y hablando de libros no leídos... El miércoles, nuevamente (nuevamente en miércoles), tuvimos nuevo ganador. Y ya es el segundo del mes de octubre, sumándose a Olga Mercado, que ganó el miércoles 3 con “Papeles de recienvenido”, de Macedonio Fernández.

El nombre del ganador de este miércoles es Rodolfo Valeri. Vive en Villa Devoto. Fue docente, contó, durante 40 años; empezó a enseñar a los 18, poco después de terminar la escuela normal. Casi siempre, destacó, en escuelas y universidades públicas. Su materia era Historia Contemporánea. Ahora está esperando la jubilación.

Se dio una interesante charla entre Hugo y este nuevo ganador. Hace poco, Rodolfo había enviado dos mails al programa, donde parece que hablaba, entre otras cosas, de la competitividad galopante que observa en los participantes. También sobre esto, dijo en la charla que, a veces, teme que algunos lectores se acerquen a los libros por una suerte de vicio, y no por auténtico afán de conocimiento y formación. Yo, que no fumo ni bebo, me quedé pensando en esta observación de Rodolfo.

Pero, volviendo al programa, hay que contar que el flamante ganador confesó con entera naturalidad que nunca leyó “Cándido, o el optimismo”, de Voltaire, la lectura de esta noche. Es más, Hugo debió ayudarlo con la segunda parte del título, que Rodolfo no conocía. Pero, ¿cómo supo de qué se trataba, entonces? Como a veces nos sucede, el nombre de un personaje ayudó. En este caso, Panglos. (Y a mí me causó gracia escuchar el nombre de Cunebunda, que, si no recuerdo mal, aparece también en un tango que canta Alberto Echague.) Rodolfo había visto citado muchas veces en otros textos este nombre, que, parece, es el que sustenta el asunto del optimismo en la novela de Voltaire.

A propósito, recuerdo un par de cosas sobre Voltaire –tal vez tres. Hay algo que a veces menciona Dolina, cuando se habla de anacronismos librescos. Parece que el concepto de “Optimismo” lo inventó Voltaire, en el siglo XVIII (y debe ser en esta novela, “Cándido”). Es un error, entonces, dice Dolina, que este término aparezca en boca de un faraón egipcio, como sucede en la novela “Noches de la antigüedad”, extraño ejercicio literario de un prestigioso autor contemporáneo que pronto tendrá que ser leído en Párrafus, así que omito su nombre. Otra: A Robert Sheckley, prolífico autor de ciencia-ficción de los años sesenta y setenta, por el carácter satírico y chocante de sus obras, que incluso tenían cierto vuelo filosófico, se lo llamaba “Voltaire con soda”.

Y otra cosa que me viene a la mente: un título, de hace algunos años, que hoy se encuentra a $12 en algunas mesas de ofertas de la calle Corrientes, del exitoso novelista argentino Pablo de Santis: “El calígrafo de Voltaire”.

Pero tengo a mano un volumen con una selección de las “Cartas filosóficas” del multifacético pensador francés. Sus asuntos son: los cuáqueros, el parlamento, la inserción de la viruela, el canciller Bacon, el Sr. Locke, el sistema de la atracción, la tragedia, la comedia, y otros. Cito del prefacio de Fernando Savater, el multimediático filósofo español -valga el oximoron.

“No fue un ángel, ni mucho menos. Tampoco un ejemplo de filosófica virtud a la antigua usanza: fue intrigante, mentiroso, egocéntrico, caprichoso, demasiado servil con los grandes que le interesaban... ¿Dónde está, pues, el secreto de su profundo, innegable y perdurable encanto? En su constante júbilo estilístico, en su agresividad jocosa, en no saber ser aburrido ni cuando menos interesa y en su facilidad pasmosa para ridiculizar cualquier desvalorización de la vida, venga de místicos, pesimistas, tiranos o revolucionarios. No transigió con ningún descrédito del mundo ni se dejó aguar la fiesta por moralistas cuyo tardo paso nunca puede alcanzar el galope brioso de la vida”



Vuelvo, para quienes no pudieron escuchar, a la primera noche de la semana, que ya comenté, elípticamente, con la Entrada que llamé “LL” –que quiere sonar como NN.

Se leyó la poesía de Leónidas Lamborghini, del libro “El solicitante descolocado”. Gané yo. Y la explicación de ese poema que incluí en “LL”, es que esa tarde, de camino al trabajo, había viajado en subte, lo cual es infrecuente en mis desplazamientos por la ciudad (prefiero viajar sobre la superficie, en colectivo, y mirar hacia afuera) , y al salir de la estación Avenida de Mayo, el ruido de los molinetes, por aquel poema, me había hecho pensar en Lamborghini. A la noche, cuando se lo conté a Hugo, nos asombramos otra vez.



A propósito de desapariciones, me despido con una aguda gracia que recuerdo de un reportaje a Lamborghini: “Durante muchos años me tuvieron marginado los popes de la ‘culturra’”

jueves, 18 de octubre de 2007

Candidus


Para cerrar la semana, el archicofrade Paredero gritó novela, repitiendo el género del día anterior. Ergo fueron dos párrafus seguidos y de novela [miércoles y jueves].
En esta ocasión, el posio se hizo esperar y accedió un ganador novel: el pibe Rodolfo Valeri, habitante de la comarca de Villa Devoto. La lectura paredera fué Candido, el optimista de Voltaire.

Sin embargo, Valeri se mostró algo renuente a las invitaciones de Huguito a romper el hielo y tutearse. El devotense parecía quedarse en el mero reproche, primero porque el conductor no había dado mucha bolilla a sendas cartas remitidas, y por la selección de las lecturas. Cosas todas objetables. Además había cierta diacronía entre los dichos de uno y otro.
Me quedó grabado que Rodolfo pese a no haber leído la obra, gracias a la mención de Pangloss, el devotense identificó la obra de Voltaire, que es rica en cuanto al contexto, significación y críticas. Donde se alude [entre otros] a Leibniz y al papa Urbano VIII.

De la charla me quedó esa cuestión algo desigual, donde Rodolfo mencionó su orgullo de laburar como docente de instituciones públicas, creo en Historia Contemporánea. Pero en vez de disfrutar del podio, su discurso fué algo mas sombrío, centrado en críticas leves, y una carencia de entusiasmo por el triunfo en un concurso ppal.
Pese a todo, rescato que un señor casi jubilado, tenga el ánimo de concursar, y destacar la existencia de extraterrestres que leen, googlean o simulan leer. Que no es poco.

martes, 16 de octubre de 2007

L.L.

"En los molinetes"

Como el que dejaba
caer -deslizar-
presurosamente
ese pequeño disco

y ahora lo detiene ese eco

Como el que todos
los dìas
dejaba caer -resbalar-
presurosamente
ese pequeño
disco
de entre los dedos

y ahora lo detiene ese eco
del golpe del molinete

Como el que entre
los dedos
ese pequeño disco
de todos los dìas
lo dejaba caer
deslizar
resbalar presurosamente

y ahora lo detiene ese eco
del golpe del molinete
a sus espaldas

como ese
como ese

cada golpe una ejecuciòn.


Leonidas Lamborghini, "Episodios", 1980

viernes, 12 de octubre de 2007

Concurso filial

La semana pasada recordaba yo el juego que, hace un año, le propuse a Hugo en el último Parrafus de setiembre de 2006. El, en aquella ocasión, con cierta ayuda, salió airoso. Hoy tengo otro juego para proponer, pero en este es Paredero el único que no podrá participar.
Las reglas son un poco distintas respecto del Párrafus. Por empezar, se tratará, desde luego, de una trascripción y no de una lectura. En esta trascripción, no omito palabras que puedan aparecer en el título. Incorporo, además, un género que por ahora no participa en el programa. Y, a manera de ayuda, incluyo el prólogo y la introducción antes del la primera parte -los comienzos del prólogo, la introducción y la primera parte- de la obra de marras. Agrego que el prólogo del libro fue escrito por un importante comediante de nuestro medio, reporteado varias veces por el autor.
Planteado el juego, invito a los oyentes de Párrafus y/o lectores de este Blog a que respondan como se llama y quién escribió este ensayo que comienza así:

Prólogo

“¿Espías? ¿Chismosos? ¿Meteretes? ¿Indiscretos? ¿Curiosos? ¿Cómo podemos llamar a los locos observadores de los locos observadores que atestiguan locuras en estas locas ciudades de este loco mundo? No importa el nombre. Lo que importa es el acierto, la credulidad de lo increible, la cotidianeidad de lo extraordinario, la exposición del pequeño gran acto de los pequeños-grandes seres humanos, fieras domesticadas (a veces) habitantes de las junglas de asfalto.”

Introducción

“Estamos tan axcostumbrados a obedecerle a esa parte del diccionario que define a la soledad como una carencia de compañía, que nos privamos de acceder a la otra parte de la definición, la más profunda. Aquella que ve y deja ver en la soledad la única compañía verdadera con la que los humanos podemos contar desde que nacemos hasta que morimos. En realidad (con perdón de la palabra), conviene que partamos de dos bases: la de que todos somos solos (aunque tengamos a mil al lado) y la de que jamás lo estamos.”

Primera parte: “Lo primero es la familia”

Luz...cámara...partos

“Hace unos meses, a la noche siguiente de empezar a escribir este libro, soñé que asistía a mi propio nacimiento. Transcurría en la misma habitación de la casa de mi abuela donde ocurrió en su momento, sólo que transformada en un set de filmación...”

¡Muy bien! ¡Felicitaciones! Y hay otra variante con respecto al certamen de Paredero: la victoria es masiva. Se aceptan todas las respuestas correctas y el regalo (el dato que voy a pasar) es para todos por igual. Para que vuelvan a comprar el libro y puedan regalarlo a sus familiares, amigos o favorecedores (o como última ayuda a quienes no hayan sabido responder), les digo que quedan algunos volúmenes, a un costo muy accesible (incluso para mí, que me lo compré la semana pasada), en la pequeña librería de viejo-pero temática- de la calle Rodriguez Peña, casi esquina Corrientes, al lado de la parada del 37.
Tal vez, como me pasó a mí, se van a sorprender con un texto bastante zafado y penetrante, con pasajes a veces revulsivos, pasolinianos, como el que en la página 24 hace un eco gutural (por no decir cloacal) al alegórico comienzo parcialmente citado. O la anécdota de la página 63 acerca de la otrora diva telenovelera Grecia Colmenares. O el caso que se narra a partir de la página 99, el del señor Faustino S. y su Cholita.
Los dejo. Como no me acordaba otros pasajes para recomendar, fui a buscar el libro y otra vez me atrapó el taimado manual. No escribo más. Empiezo a leerlo otra vez. Felicitaciones de nuevo a todos los ganadores, y no dejen de pasar por la calle Rodriguez Peña; quedan pocos ejemplares y yo no presto libros.
Buenas tardes.

Uruguayos

Las circunstancias (ayudadas, tal vez, por un cierto apresuramiento de mi parte) hicieron que, en la “Historia de mis victorias”, saltara de la primera a la trigésimo octava. Lo bueno de esto fue que, en el texto que llevó ese número, quedó reseñada, de paso, la primera lectura de esta semana en Párrafus –y también, tal vez, la segunda.
Me quedó pendiente la tercera, que se concretó mientras yo corregía aquel texto urgente, el miércoles por la noche; pero, acerca de esa, de Felisberto, ya escribió el coequiper Quique. Ahora yo quería tan solo compartir un pasaje de un cuento del uruguayo (“Mi primer concierto en Montevideo”, uno de los pocos que leí), que me resultó epifánico, revelador y atrayente hacia una obra en la que, en algún momento, deberé abrevar.
El fragmento es este:

“Recordaba el instante del mediodía en que yo había llegado de una ciudad del interior y ellos todavía no me habían visto. Estaban alrededor de la mesa que tendían bajo los árboles y yo, sin estar todavía allí, sabía que el mantel estaba lleno de grandes monedas de sombra y de luz que se confundían apenas el aire movía las hojas. Ellos estaban ocupados ante sus pequeñas comidas y su poco de felicidad y parecían olvidados de mí. Todavía, antes que me vieran, yo había alcanzado a tener una idea absurda: pensaba que aquel instante era un recuerdo que yo tendría muchos años después, cuando los hubiera sobrevivido a todos.”

Que me recuerda este otro fragmento, de otra recientemente leída, también oriental, Marosa Di Giorgio –también maltratada en este Blog hace poco:

“Sin pensar en nada, empecé a andar, a abrir las ramas; anduve no sé qué tiempo; se me cruzaba algún pavo salvaje con la cara de fuego, algún ratón blanco como un nardo. Abría las ramas. Al fin hallé un claro. Me detuve; traté de retroceder; tal fue mi asombro. Una familia estaba acampada allí; preparaba sus guerras nocturnas, sus cazas, sus manjares. Después, la sangre se me paró, se me heló. Vi que aquella familia era la mía. Divisé a los padres, los abuelos, las criadas, estaban todos los individuos de mi casa; me vi a mí misma. Llamé: “Rosa”. Pero cuando la niña fue a mirarme mi corazón se echó a temblar, empecé a huir, crucé con los ojos cerrados, bien abiertos, todas las retamas, las frías ramas, el naranjo, el umbral. Casi todos dormían todavía.”

Esto pertenece a “Los papeles salvajes”, poesía y prosa poética de la automusa Marosa.
Anoto, para finalizar, otros títulos de Felisberto Hernandez: “Los libros sin tapas” (1929) / “Por los tiempos de Clemente Colling” (1942) / “Tierras de la memoria” (1944) / “El acomodador” (1946) / “Nadie encendía las lámparas” (1947) / “La casa inundada” (1960) / “Diario del sinverguenza y últimas invenciones” (póstumo). Felisberto murió en 1964.

jueves, 11 de octubre de 2007

Marta duermevela

En consonancia con la índole pecaminosa de alguno de los relatos, la noche de “Los cuentos de Canterbury” nos dormimos juntos con Marta –es decir, Marta, Cristina y yo.
Había dicho que me quedó una duda con respecto al concurso sucursal de esa noche. Creía yo que el personaje interpretado por Pasolini era Giotto, pero no en su versión fílmica de la obra de Chaucer, sino en “El decamerón”. Creí, entonces, que esa respuesta –Giotto-, y el mismo concurso, estarían equivocados. Pero nadie respondió Giotto.
Evidentemente, la cuestión doméstica que me distrajo del programa tras el planteo del Sucursal, se extendió después al sueño, en medio del cual yo aluciné que alguien ganaba nombrando al pintor florentino. Ahora Marta, que no se había dormido tanto como yo, me dice, en su comentario a “Retrasado”, que, en efecto, la personificación de Pasolini en “Los cuentos...” es la del autor de los mismos, el mismísimo Geoffrey Chaucer.
Agradezco a la atenta oyente Marta que me haya dilucidado este asunto, y me disculpo con el ganador de aquel Sucursal –y con Hugo-, a quienes, en mi confusión pasoliniana, les atribuí cualquiera.

Historia de mis victorias (Nº 38)

El optimista dice: “Esto va tomando color”:
El pesimista dice: “Esto está pasando de castaño a oscuro”.
El fatalista... El fatalista ve todo negro, siempre, y no dice nada.
Yo no filosofo ni generalizo. Digo que, el lunes, me resultaron muy agradables y estimulantes las palabras de Hugo, que habló con su habitual generosidad. Después que le relatara cómo supe que la lectura de esa noche fue “El sombrero de tres picos” (porque esa tarde lo había hojeado en una librería), él me dijo que algo así como una estrella, o un don, o un radar me acompaña, y que debería empezar a aplicarlo en algo más. “Ojalá supiera cómo”, musité yo. Y después pensé que esto, además de estimularme agradablemente, puede también asustarme.
Pero entonces volví a recordar a Castaneda, cuando le pregunta a don Juan: “¿Qué le sucede al hombre que huye ante el miedo?” Y el viejo le responde: “No le sucede nada, pero no aprende nunca”.

En realidad, tengo que volver a recordar la frase aquella de Durrell: “Cuando uno cree de veras intensamente en algo, se calla la boca y no se atreve jamás a hablar de ello”. Frase que ya cité en este Blog, también a propósito del coequiper Quique Figueroa.
No debería haber hablado de milagro: de la tarde del lunes, de la librería de avenida de Mayo, del volumen aquel de la colección Austral, que hojeé pensando que era teatro... Me lo reprocho después de leer hoy, miércoles, la Entrada –igualmente halagüeña- titulada “Perenchio el decimonónico”.
De todos modos, no es mala la idea que el compañero oyente de Trelew me atribuye. Más allá de deplorarla o ahuyentármela de encima como el equino al tábano, la podría hacer extensiva a los demás oyentes, quienes, concurriendo a las librerías de su vecindad (o a la propia biblioteca), y teniendo presente la lista de lecturas que se encuentra en este mismo Blog, podrían leer y memorizar (o también copiar) los comienzos de obras que todavía no hayan aparecido en Párrafus. Así, aunque de modo artificial, aumentarían sus posibilidades de triunfar en el juego. Claro que se debería afinar muy penetrantemente algún criterio certero (que yo no me atrevería ni a improvisar aquí) para tratar de deducir qué títulos de la infinidad de obras de la literatura universal de todos los tiempos podrá elegir Hugo en lo venidero, hasta llegar a los 500 sin repetir y sin soplar.
En rigor, no sería más deplorable esta pràctica que la utilización de los buscadores de Internet, ya confesada por, al menos, un oyente, y sospechada respecto de algún otro –por caso, sobre mí mismo. En cuanto a la pobre participación en el programa que supone el triunfo con una obra no leída, digo, sobre mí, lo siguiente: que decidí, después de un tiempo, romper la promesa hecha a la compañera oyente María Suárez, de Coghlan, referida a no volver a llamar si no conocía cabalmente la lectura del día –si no había leído el libro. (Después de todo, he roto tantas otras promesas a mujeres...) La justificación para volver a incurrir en esa miseria la encontré recordando las muchas veces que, por escasos segundos, me fue vedada la victoria en ocasión de leerse alguna obra de mi especial predilección, bien conocida, que me hubiera permitido una charla más rica con nuestro conductor.
Así que ¡viva la pepa!
¿Quedamos así, querido Quique, querido Jorge Aloy?
¿Que valga todo?
Sí, vale todo. En el juego como en la guerra y en el amor –y como en las guerras y los juegos del amor.

Pero todo esto está lejos, muy lejos de la literatura de Alarcón (vetusta, inabordable, española, pero literatura al fin), de la de Verlaine (parnasiana pero bella), de la de Felisberto (ensimismada), la de Macedonio, la de Leopardi, la de Kerouac... Lejos de cualquier literatura..., excepto de la mía, acotada, pusilánime, paulatina, pero impertérrita.
A propósito, por último, en defensa propia -en defensa también de la más cómplice consideración de Hugo (él me llama “lector solapero”, que es como algunos llaman a “la gorda” Quiroga, el de El Refugio)- , recordaré, ya completamente lanzado, lo que decía mi viejo amigo Marcelo K. al paso de las poderosas chicas de su barrio, Flores: “Ese culo no se hizo... lavando ropa” –por usar un eufemismo.



“La música me parece un lenguaje, no sé si más preciso, pero un lenguaje mucho más eficaz que el Lenguaje, que la palabra. Y, además, creo que la poesía tiene su música propia. Por ejemplo, cuando me dijeron que le habían puesto música a ciertas composiciones de Verlaine, pensé que a Verlaine lo hubiera indignado esto, porque la música ya está en las palabras...” (Borges, charlando a propósito de Verlaine)

Y, si no, veamos (a propósito de culos y de “gordas”):

Eres un hermano que es una dama
que es momentáneamente mi mujer...
Bien: ahora durmamos a pierna suelta
y apelotonados, ronroneando.
Pégate a mí, que yo acomodo
el vientre al hueco de tu espalda,
mis rodillas a las tuyas,
tus pies de chiquillo a los míos;
tápate el culo con tu camisón
pero deja mi mano puesta
al calor de tu amable felpudo.
Así, anudados. Mudos.
No es la paz, es la tregua.

Paul Verlaine


El otro Verlaine, el que no recordàbamos bien con Hugo la otra noche, el rockero yanqui de los setenta, era Tom Verlaine (nacido Miller), del grupo Televisión. Pero yo, del rock, prefiero el nacional. Precisamente, a Cristina le canto a veces:

Así es este amor
no televisión.

Teclas y letras


Hoy jueves 11.1o.2007, en una [tras]noche de miércoles, nuestro archicófrade seleccionó el género cuento. De entrada vaticinó que sería interruptus, y el tipo sabe.

Arrancó la lectura, y creo no llegó a los 30 segundos.
Pero esta vez no pudo repetir el ganador marciano y mercuriano, el decimonónico MP.
Júpiter trajo buena fortuna al poeta locutor, Don Roberto "Bobby" López Motta, el hombre de Sarandí, quien explicó que la lectura era "La casa inundada" de Felisberto Hernández.

El uruguayo es un as de la literatura breve, poseedor de un estilo fulminante.
El manejo del vocablo, como buen oriental, es magnánimo.
Italo Calvino lo define como un francotirador. A mi me huele como un Woody Allen, pero sus remates en vez de gags, pintan escenarios solitarios y lúgubres.

López mota, señaló con gran elocuencia el sabor amargo que dejaba en el paladar, el gran Felisberto. Un pianista devenido escritor.
Quizá el ritmo necesario para componer o interpretar, le haya permitido adquirir grandes reflejos, y vertir el sórdido mundo posterior a 1930, como un universo algo desencajado, sin un lugar preminente para el desarrollo del arte que no estuviera en un todo de acuerdo con el marketing, al menos en América.

Felisberto nació en 1902, nos dejó en 1964. Ejecutó piano acompañando al cine mudo, y tuvo largas giras donde paró en grises hoteles.

Por eso cuando ví Burton Fink, vinieron a mi sabiola algunas descripciones del emblemático Felisberto. Pero no las pude distinguir claramente, ya que "Nadie encendía las lámparas"..

miércoles, 10 de octubre de 2007

Perenchio el decimonónico



El martes, un cuarto de minuto bastó para que el cófrade que nos [res]guarda, identificara la lectura de "El sombrero de tres picos" de Pedro Antonio de Alarcón.
Al menos la obra del escritor realista, fué musicalizada por Don Manuel de Falla, músico que falleciera en Alta Gracia.
Otro 9 de octubre, pero cuatro decadas ha, moría fusilado Ernesto Che Guevara, médico revolucionario, que pasara su infancia en aquella glorioso localidad, y conociera a Don Manuel. ¿Homenaje encubierto, casualidad?

La explicación de Perenchio, para acceder por enésima vez al podio, puso de manifiesto que no solo trabaja en seguridad privada, sino como un oyente entre agudo y obsesivo de PI [Parrafus Interruptus], el programa doblemente irracional [por contar con infinitos e incondicionales oyentes].

Hoy miércoles la cosa pintaba mas compleja: poesía.
El género ya no es broma. Para colmo de males hay oyentes avezados, tal como otro sureño, el poeta/locutor Roberto López Motta.
Pero pasaron 9 minutos y cuando Huguito temía un nuevo Ininterruptus, irrumpió un gladiador custodio de bancos, hospicios y librerías, el irracional Marcelo, quien camino al laburo suele ingresar a las librerías de viejo con la lista de autores en mano, para escudriñar potenciales obras clásicas de autores aun no incluidos, y memorizar el comienzo de algunos libros.
Así dió con el Sombre de tres picos, que había estudiado el mismo martes.

Pero la poesía de Verlaine, fué mas laboriosa. Allí recurrió a un lance para con el autor, y luego con el título, recordando la lectura de una crítica literaria.

Creo Marcelo es la corporización del personaje de JLB, y será Perenchio el memorioso.
Así que si os topáis con un ser uniformado con lista en mano y revisando el inicio de libros, preguntadle si es el oyente irracional, a quien el siglo XIX le sienta bien.

Aclaro, el billete recuerda a Don Manuel, y no a Marcelo [por ahora].
Interesante ver como tanto los ibéricos [al igual que los orientales], incluyen laburantes del país en sus billetes, músicos y escritores. Para nosotros un Roca ,son cinco Rosas, diez Belgrano, o veinte San Martín.

lunes, 8 de octubre de 2007

Sobre la escucha

La audiencia de un programa de radio es algo poco predecible.
Medirla cuantitativamente es otro embrollo. Hay quienes postulan que deben multiplicarse la cantidad de llamados por diez para obtener un valor aproximado de la audiencia.

No creo sea este el caso de PI [Parrafus Interruptus], un programa decididamente irracional.
Reafirmo mi creencia de constituir multitudes solitarias, urdidas por la fina trama que constituyen la pasión por la lectura, los libros y los relatos.

Puede que haya entre la audiencia lectores no voraces, mas proclives a que lea un tercero.
Había un espacio similar, creo "El libro leído", iba por las tardes en Radio Universidad de Córdoba, allá por los setenta tardíos. Horario: el de la siesta temprana.

Nunca es lo mismo una lectura en solitario, que en la voz de un profesional locutor, o en la de alguien con sumo oficio [creo el caso de nuestro archicófrade]. También el saber que hay otros pares [ande sea], refuerza la escucha.

Muchas veces se genera un pequeño evento, que de una lectura con un texto anodino, surjan comentarios que nos inviten a ahondar en determinado autor, o en un personaje ignoto.
Ciertos cófrades son elocuentes/convincentes al comentar sobre los autores u obras con las que acceden al podio, y digamos que contagian la pasión.
Pero, subrayo, hay infinidad de cófrades silenciosos, de esos que escuchan y no llaman.
Por diversos motivos.
Esta es la misterios trama que nos mantiene unidos en el combate de largo aliento, cuya campana de largada, suele librarse a los siete minutos de empezado el Parrafus, aún [In]Interruptus.

Otro espacio venerado es el ingreso a esas librerías, donde a uno no lo corren los vendedores, o mejor aún esos donde aún se puede dialogar o preguntar a las personas que atienden.

En tal sentido la Librería Norte, esa que está en Avenida Juan Gualberto de Las Heras 2225, entre Cantilo y General Miguelito de Azcuénaga [frente a la gótica facultad de ingeniería], es señera. Norte perteneció al inolvidable Tito Yánover, cordobés, librero y poeta, en ese orden.
Autor de "Canto de amor a la señora muerte"

VI

Profunda mujerzuela ¿quién te verá?
¿Quién te verá la boca besadora,
la frente bien pensante, quién te verá?
¿Quién te verá deidad como te veo:
ofreciente dadora, núbil promesa,
racimo de la sed que ya poseo?

VIII

Muerte la mar de amor, muerte no sola,
acompañada ahora para siempre.
No te vayas de mí, mi compañera,
agredida en estampas, pura al verte.

Héctor Tito Yánover
(de "Arras para otra boda", 1964)

Quedó como sueño trunco recitar unos textos que Julito Cortázar habría de escribir ad hoc, para que recitara Tito, pero el autor partió para no volver mas a la Argentina.
Recomiendo ingresar, pispear y preguntar sobre alguna temática: poesía, cs.sociales, letras, historia. Aquellos que atienden al público no solo saben, sino que intentan escuchar la pregunta del potencial cliente.

Recientemente tuve otro grato suceso en la Distribuidora Cúspide contigua al Gran Splendid [devenido Ateneo]. Debe haber muchos otros, seres como estos, libreros de vocación. Resta identificarlos, para seguir incrementando esta red, conformada por radio-escuchas, libreros y gente de buena voluntad.
En dos palabras: seres fraternos.





Historia de mis Victorias (Nº 1)

La primera victoria se la debo a Cristina –y, con ella, todas las demás.
Me acuerdo que, enterado desde unos días atrás de la nueva programación de radio Nacional, sintonizé con curiosidad, aquel lunes de abril de 2006, la primera emisión de Párrafus Interruptus.
Estaba en casa de mi vieja. Había llegado del trabajo poco después de las once, había comido algo o tomado mate, habré leído un rato, tal vez después puse el comienzo del programa de Dolina, como todavía hago a veces, y en eso me acuerdo de Paredero. Entonces busqué Nacional.
Esa noche se leyó la novela “Los premios” (titulo adecuado para abrir el juego), de Cortázar. Y, sin bien algo me hizo adivinar que se trataba de ese autor (la mención de un doctor Rastelli o Restelli,creo), ni se me ocurrió llamar: porque no sabía que era esa novela (que nunca leí) y porque por entonces no me hubiera atrevido a tirarme un lance.
Es mas: cuando la ganadora de esa primera noche resultó ser Laura Falcoff, la periodista del ‘diario de la Argentina’, me dije que este certamen radial no sería para cualquiera –no sería para mí.
Es más: cuando, unas noches después, determiné sin vacilar título y autor de la obra leída, tampoco llamé.
En cambio, la llamé a Cristina y le conté.
“Estoy escuchando el programa de Paredero”, le dije,”está leyendo ‘Las ruinas circulares’, de Borges”. “¿Y por qué no llamás?”, preguntó ella. “¿Para qué?”, respondí: “Ya habrán ganado. Es muy fácil”. “¿Cómo sabés? No seas boludo. No seas cagon”, dijo Cristina con su boquita de fresa, y conminó: “Llamá”. “No, ya está...”, atajé yo. Quería decir que a mí sólamente me interesaba que ella supiera que yo lo sabía. “Llamá”, repitió ella, y me cortó.
Entonces marqué, más que nada para comprobar que ya estaba ocupado –habían pasado largos minuos desde el inicio de la lectura. Pero llamaba.
Me atendieron. Respondí. Me pasaron al aire. Gané.
Evidentemente, eran pocos los oyentes en aquellos primeros Párrafus.

“Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche...”

jueves, 4 de octubre de 2007

Retrasado

Después de una semana desembozadamente popular en nuestro Párrafus (acerca de la cual no me fue dado escribir nada, estrujado como estaba por la emoción del “Adiós...”), retornó Hugo, en la penúltima de setiembre, a la torre de marfil –digo, por puro ánimo provocador.
La semana anterior, “Santos Vega” (el de Ascasubi), un best seller de Dan Brown –de cuyo nombre prefiero no acordarme- y “Rimas” de Becquer, el poeta de las madres y de las novias. Ganadores –siempre meritorios-, todas mujeres: Verónica Cornejo, María Suárez (¡!) y, por primera vez, la señora Ladislada, del barrio de Caballito.
Esta semana, la secreta oriental –excepto para los lectores de los suplementos cultuliterarios- Marosa di Giorgio (ganó otra vez María), el delicado francés Jean Anouilh (ganó el fiel Roberto López Motta) y un policial existencialista del guionista Hollywoodense Horace Mac Coy, cuya lectura descifré yo, única razón por la que me forcé a esbozar de una tirada este texto exangüe...
Puffffff...
En verdad os digo que a veces me alegro de ser un literato frustrado: qué feo debe ser escribir –regularmente- por obligación. Tan feo, tal vez, como pasar encerrado doce horas por día disfrazado de vigilador.


A propósito. Justamente la primera noche que pasaba en mi nuevo destino laboral, en un banco del neobarrio que llaman microcentro, la ganadora -nueva- fue una oyente que se identificó como Juana, del Centro.
Otra coincidencia: acerca de los cambios en mi trabajo, le había contado a Hugo que quizá me resultaría difícil escucharlo los miércoles. Es que, según el primer diagrama que se me había asignado, mi semana iría de lunes a jueves; dos días de mañana y dos de noche. Los miércoles, entonces, estaría en el banco, y no sabía si estarían dadas las condiciones para que pudiera escuchar la radio. Pero eso se modificó antes de empezar. El sábado tuve la mala noticia. Al mediodía, me llamaron para “ofrecerme” un nuevo diagrama, que no pude rechazar. Debí comenzar el domingo por la mañana, y las noches de trabajo serían lunes y martes. El lunes, la lectura en Párrafus fue “Sábado”.
Creo que fue una nueva elección arriesgada de Hugo; tal vez, fue la obra más reciente que se leyó, junto con las recientes –en el programa y en el mercado- novelas de Dan Brown y de Cesar Aira. Pensé que podría haberse repetido lo del primer intento con este último autor, que nadie ganara, pero nos sorprendió una fanática porteña del inglés Ian McEwan.
Nos sigue sorprendiendo el público de Párrafus. Nos gusta, también, que sigan apareciendo ganadores nuevos –si no gano yo, que tampoco ganen los otros reincidentes... Juana contó que se lee todo lo que aparece de McEwan. Le gustan los niños de sus novelas, dijo, y yo recordé que alguna vez leí un cuento de este autor, aparecido en El Porteño de los años ´80, donde se habla de una parejita de hermanos con un vínculo muy extraño, sórdido, fuera de cauce, mas bien incestuoso. No recuerdo el título. Cuando vaya a casa, lo tengo que buscar.
Se contó en la charla con la ganadora que McEwan tuvo alguna dificultad editorial cuando fue acusado de plagio, o cosa por el estilo, a raíz de la publicación de otra novela. En esta, “Sábado”, las primeras palabras presentan muy llanamente, con su nombre y profesión, al personaje principal, lo que me hizo temer que se tratara de otro best seller –como el del Dan Brown. Pero parece que no es así. Hugo dijo que tiene que ver con los hechos del 11 de setiembre del 2001 en Nueva York. A propósito –otra coincidencia de las que yo veo-, el 11 de setiembre de este año (aniversario, además, de la muerte de mi viejo) fue mi último día –noche- en el Tobar.

Más sincronismo.
En el último programa de setiembre de 2006, Hugo leyó “El Decamerón”, de Bocaccio, y el interruptor fui yo. Durante la charla, propuse un juego al conductor. Le leería los comienzos, es decir, la primera frase de una serie de novelas, y él debería decir de quién eran. Hugo accedió. Al cabo de mi lectura, pidió las iniciales del autor. Luego, supo que se trataba de Cesare Pavese. Ahora, este año, en la última semana de setiembre –el martes 25- aparece Pavese en Párrafus.
Era –es- uno de los autores con los que muy especialmente me hubiera gustado ganar. Pero ganó López Motta. Marcó más rápido. Además, se mostró buen conocedor de la poesía del turinés, género en el que yo no lo frecuenté tanto; prefiero sus novelas y relatos. Por ejemplo, “La luna y las fogatas”, que comienza: “Hay una razón para que haya vuelto a este pueblo, aquí y no en cambio a Canelli, a Barbaresco o a Alba”.
O “Entre mujeres solas”: “Llegué a Turín bajo la última nieve de enero, como sucede con los saltinbanquis y los vendedores de turrón”.
O “La cárcel”: “Stefano sabía que aquel pueblo no tenía nada de extraño, y que la gente vivía allí, día a día, y la tierra retoñaba, y el mar era el mar, como en cualquier playa”.
O “El camarada”: “Me llamaban Pablo porque tocaba la guitarra”.

Y hago otra asociación –libre bajo fianza. Así como setiembre del 2006 terminó con una colección de cuentos (“El Decamerón”), este setiembre termina con otra, clásica también: “Los cuentos de Canterbury”, de Geoffrey Chaucer. Ambas, al igual que “Las mil y una noches”, filmadas por el grande Pier Paolo Passolini.
Y, a propósito, a mí me quedó una duda. Quizá algún otro oyente pueda ayudarme. El concurso sucursal se refirió al director italiano. La pregunta fue a qué pintor personificó Passolini en “Los cuentos de Canterbury”. La respuesta correcta fue Giotto. Pero, esa interpretación, ¿no fue en “El Decamerón”?
Por cuestiones domésticas, después de la charla de Hugo con el ganador (que fue Jorge “Google” Aloy), me perdí un tramo del programa; cabe la posibilidad, entonces, que esa pregunta –ese dato- se haya rectificado –si requiere rectificación.
Tengo, grabada del cable, “El Decamerón”, pero hace mucho que no la veo y, en estos días, no me acordé de buscar esa precisión. Estoy atareado con los ajustes existenciales que mi nueva rutina laboral me demanda.

En el banco, que està minado de elementos cibernéticos de alarma, iluminación fluorescente y dicroica, cámaras de circuito cerrado, tuve que buscar detenidamente un punto libre de tantas interferencias para poder sintonizar Nacional. Me acordaba de aquel ejercicio que don Juan le propuso a Castaneda en el comienzo de su enseñanza: que buscara su “sitio” en la casa, el lugar exacto donde se sentiría pleno y fuerte con toda naturalidad.
En el lobby de acceso –puesto crítico según el organigrama de seguridad-, en el lugar donde me siento, detrás del primer mostrador de informes, es inútil encender la radio. Solo alcanzan a escucharse algunas emisoras en FM. Esto, con mi pequeña radio portátil de marca borrosa. Pero un compañero del turno diurno trajo y dejó un viejo aparato que tenía en desuso. Con eso me arreglo a la madrugada para mis otras aficiones radiales. Pero, para escuchar Párrafus, la primera noche, temprano, me coloqué el auricular de la portátil y salí de mi cubículo a recorrer el amplio espacio de la planta baja que me toca custodiar.
Previsiblemente, fue cerca del grueso blindex de la entrada que encontré mi sitio. (Esto me trae el recuerdo de la última vez que gané desde el Tobar, cuando, a raíz del corte de luz, escuché y participé desde el jardín del hospital, a pasos de la vereda, como anticipando la partida.) A pesar de la imponente edificación del microcentro que rodea al imponente edificio del banco, la onda de Nacional –cuyo edificio se encuentra a cinco cuadras- se abre paso y llega hasta mi radio. También ahí, separado apenas de la vereda por el vidrio, tengo buena señal para el celular (el teléfono de línea, con larga clave previa, no me sirve) y fue así que, por primera vez desde este frío lugar, pude volver a participar el último lunes.
Acerca de Jack Kerouac, autor de “En el camino”, obra con la que volví a la victoria, cito algo de un viejo suplemento de Pagina 12, que casualmente traje hace poco y tengo a mano en casa de Cristina.

“El mito más persistente acerca de Kerouac es que escribió “En el camino” en abril de 1951, durante un frenesí de tres semanas, alimentado por benzedrina y café. Según la leyenda, Kerouac –inspirado por sus viajes con Neal Cassady a lo largo de los años inmediatamente anteriores- enhebraba un rollo de papel continuo en su máquina de escribir para no desconcentrarse al cambiar las hojas, sintonizaba una estación de jazz de Harlem que trasmitía toda la noche, y escribía sin pausa. El resultado: una de las novelas clásicas de este siglo, escrita en veinte días, a un promedio de miles de palabras por jornada. Kerouac dijo que “soplò” sus palabras como Lester Young lo hacía con su saxofón a medianoche, escribiendo rápido porque “el camino es rápido”. Las revisiones eran para los esquemáticos obsesivos y los culturalmente constipados, demasiado temerosos de cavar en los ritmos naturales de sus propias mentes. (...) Los archivos de Kerouac cuentan una historia diferente del comienzo de la novela. Un rollo sobrevive, pero el manuscrito que Kerouac tipeó en su departamento de West Twentieth Street, en Manhattan, fue el resultado de un complejo proceso de planificación , borradores de capítulos y correcciones que comenzó mucho antes de abril de 1951. No solo tenía un detallado y coherente argumento de una página para cada capítulo, sino que además muchos de los diálogos habían sido escritos antes de abril de 1951...”

Tal vez, digo yo (que también, tal vez, me especializo en la construcción de un personaje), algo de esta especie de farsa percibí cada vez que intenté leer la novela, y por eso nunca pude llegar ni a la mitad –lo que de todos modos me bastó para reconocerla y ganar una vez más en el certamen que Paredero nos propone.

Martes de poesía. Igual que la semana anterior. Aquella vez, el primer poema –al cabo, el único- se llamó “Canción”. Ahora, los “Cantos”, de Giaccomo Leopardi. Ganador, Roberto López Motta, que ya le disputa el cetro de especialista en poesía a la María Suárez.
De Leopardi no sé nada. Pero, ahora, recuerdo lo siguiente. Ayer escuchaba a Blanca Rébori entrevistando en “Raíces” a Carmen Guzmán, la añosa compositora e intérprete mendozina. Se nota que se conocen hace mucho. En un momento, ante una mención de la cantante, Blanca le dice: ”Ella, siempre recordando a su esposo...” Y Carmen responde: “Pero, ¿cómo no voy a recordar a ese amigo?”
Mutis.



Recuerdo que en el encuentro de la Feria del Libro invité a Laura Falcoff, la amiga y colega de Hugo, columnista del gran diario argentino, a que se sume al naciente Blog del programa. Ella, excusándose, me asombró diciendo que no es muy aficionada a Internet. Muy de tanto en tanto, dijo, recurre a la red en busca de algún dato indispensable para su trabajo. Me asombré porque, desde hace mucho, en el aroma a refrito que tantas crónicas de los diarios despiden, me parece percibir que la mayor parte de los periodistas, por pura inercia, lo hacen regularmente. Pero, por suerte, parece que existen excepciones.
Siguiendo el ejemplo de la compañera oyente Laura, entonces, trato de no buscar en Internet algo para decir sobre las lecturas o los autores de Párrafus. Y, como ya expliqué otra vez, mi modesto archivo de viejas publicaciones, y también mi biblioteca, están lejos cuando me siento a escribir. No tengo ahora conmigo, por ejemplo, la biografía de Macedonio Fernández que escribió Alvaro Abós. Pero no importa; este resumen atrasado ya se extendió demasiado.
El libro de Abós me lo regaló Pablo, el enfermero del Tobar, y hace unas semanas lo mencioné en el Blog -en “Volvedor”. A propósito de la lectura de “El caballero inexistente”, de Italo Calvino, cité el título completo de “No toda es vigilia la de los ojos abiertos”. Y si bien conocía de antes al melodramático polígrafo porteño, fue a raíz de esta biografía que me interesé más –en la medida de mis posibilidades- por su obra. Hace poco compré por 8 pesos su libro “Una novela que comienza”. Fuera de eso, solo leí algunos de sus cuentos en antologías de humor o de ciencia-ficción.
Hoy Hugo leyó a Macedonio. Eligió su primera publicación, de 1929: “Papeles de recienvenido”. Y, como él dijo, la ganadora de la noche resultó una recién venida. No le preguntó cuánto hace que conoce el programa, pero es un hecho que Olga Mercado, de San Martín, gana por primera vez.
Creo que, con ella, somos ahora 42 los participantes manifiestos de Párrafus –los que nos repartimos las 225 victorias del ciclo. Pero, sin duda, a esa cifra cabría agregarle varios ceros para contar a los participantes latentes, los que no llaman ni escriben, pero generan, a su modo, este sueño encubridor que somos, según la macedoniana teoría onírica del doctor Freud.
Puffffffffff...