jueves, 4 de octubre de 2007

Retrasado

Después de una semana desembozadamente popular en nuestro Párrafus (acerca de la cual no me fue dado escribir nada, estrujado como estaba por la emoción del “Adiós...”), retornó Hugo, en la penúltima de setiembre, a la torre de marfil –digo, por puro ánimo provocador.
La semana anterior, “Santos Vega” (el de Ascasubi), un best seller de Dan Brown –de cuyo nombre prefiero no acordarme- y “Rimas” de Becquer, el poeta de las madres y de las novias. Ganadores –siempre meritorios-, todas mujeres: Verónica Cornejo, María Suárez (¡!) y, por primera vez, la señora Ladislada, del barrio de Caballito.
Esta semana, la secreta oriental –excepto para los lectores de los suplementos cultuliterarios- Marosa di Giorgio (ganó otra vez María), el delicado francés Jean Anouilh (ganó el fiel Roberto López Motta) y un policial existencialista del guionista Hollywoodense Horace Mac Coy, cuya lectura descifré yo, única razón por la que me forcé a esbozar de una tirada este texto exangüe...
Puffffff...
En verdad os digo que a veces me alegro de ser un literato frustrado: qué feo debe ser escribir –regularmente- por obligación. Tan feo, tal vez, como pasar encerrado doce horas por día disfrazado de vigilador.


A propósito. Justamente la primera noche que pasaba en mi nuevo destino laboral, en un banco del neobarrio que llaman microcentro, la ganadora -nueva- fue una oyente que se identificó como Juana, del Centro.
Otra coincidencia: acerca de los cambios en mi trabajo, le había contado a Hugo que quizá me resultaría difícil escucharlo los miércoles. Es que, según el primer diagrama que se me había asignado, mi semana iría de lunes a jueves; dos días de mañana y dos de noche. Los miércoles, entonces, estaría en el banco, y no sabía si estarían dadas las condiciones para que pudiera escuchar la radio. Pero eso se modificó antes de empezar. El sábado tuve la mala noticia. Al mediodía, me llamaron para “ofrecerme” un nuevo diagrama, que no pude rechazar. Debí comenzar el domingo por la mañana, y las noches de trabajo serían lunes y martes. El lunes, la lectura en Párrafus fue “Sábado”.
Creo que fue una nueva elección arriesgada de Hugo; tal vez, fue la obra más reciente que se leyó, junto con las recientes –en el programa y en el mercado- novelas de Dan Brown y de Cesar Aira. Pensé que podría haberse repetido lo del primer intento con este último autor, que nadie ganara, pero nos sorprendió una fanática porteña del inglés Ian McEwan.
Nos sigue sorprendiendo el público de Párrafus. Nos gusta, también, que sigan apareciendo ganadores nuevos –si no gano yo, que tampoco ganen los otros reincidentes... Juana contó que se lee todo lo que aparece de McEwan. Le gustan los niños de sus novelas, dijo, y yo recordé que alguna vez leí un cuento de este autor, aparecido en El Porteño de los años ´80, donde se habla de una parejita de hermanos con un vínculo muy extraño, sórdido, fuera de cauce, mas bien incestuoso. No recuerdo el título. Cuando vaya a casa, lo tengo que buscar.
Se contó en la charla con la ganadora que McEwan tuvo alguna dificultad editorial cuando fue acusado de plagio, o cosa por el estilo, a raíz de la publicación de otra novela. En esta, “Sábado”, las primeras palabras presentan muy llanamente, con su nombre y profesión, al personaje principal, lo que me hizo temer que se tratara de otro best seller –como el del Dan Brown. Pero parece que no es así. Hugo dijo que tiene que ver con los hechos del 11 de setiembre del 2001 en Nueva York. A propósito –otra coincidencia de las que yo veo-, el 11 de setiembre de este año (aniversario, además, de la muerte de mi viejo) fue mi último día –noche- en el Tobar.

Más sincronismo.
En el último programa de setiembre de 2006, Hugo leyó “El Decamerón”, de Bocaccio, y el interruptor fui yo. Durante la charla, propuse un juego al conductor. Le leería los comienzos, es decir, la primera frase de una serie de novelas, y él debería decir de quién eran. Hugo accedió. Al cabo de mi lectura, pidió las iniciales del autor. Luego, supo que se trataba de Cesare Pavese. Ahora, este año, en la última semana de setiembre –el martes 25- aparece Pavese en Párrafus.
Era –es- uno de los autores con los que muy especialmente me hubiera gustado ganar. Pero ganó López Motta. Marcó más rápido. Además, se mostró buen conocedor de la poesía del turinés, género en el que yo no lo frecuenté tanto; prefiero sus novelas y relatos. Por ejemplo, “La luna y las fogatas”, que comienza: “Hay una razón para que haya vuelto a este pueblo, aquí y no en cambio a Canelli, a Barbaresco o a Alba”.
O “Entre mujeres solas”: “Llegué a Turín bajo la última nieve de enero, como sucede con los saltinbanquis y los vendedores de turrón”.
O “La cárcel”: “Stefano sabía que aquel pueblo no tenía nada de extraño, y que la gente vivía allí, día a día, y la tierra retoñaba, y el mar era el mar, como en cualquier playa”.
O “El camarada”: “Me llamaban Pablo porque tocaba la guitarra”.

Y hago otra asociación –libre bajo fianza. Así como setiembre del 2006 terminó con una colección de cuentos (“El Decamerón”), este setiembre termina con otra, clásica también: “Los cuentos de Canterbury”, de Geoffrey Chaucer. Ambas, al igual que “Las mil y una noches”, filmadas por el grande Pier Paolo Passolini.
Y, a propósito, a mí me quedó una duda. Quizá algún otro oyente pueda ayudarme. El concurso sucursal se refirió al director italiano. La pregunta fue a qué pintor personificó Passolini en “Los cuentos de Canterbury”. La respuesta correcta fue Giotto. Pero, esa interpretación, ¿no fue en “El Decamerón”?
Por cuestiones domésticas, después de la charla de Hugo con el ganador (que fue Jorge “Google” Aloy), me perdí un tramo del programa; cabe la posibilidad, entonces, que esa pregunta –ese dato- se haya rectificado –si requiere rectificación.
Tengo, grabada del cable, “El Decamerón”, pero hace mucho que no la veo y, en estos días, no me acordé de buscar esa precisión. Estoy atareado con los ajustes existenciales que mi nueva rutina laboral me demanda.

En el banco, que està minado de elementos cibernéticos de alarma, iluminación fluorescente y dicroica, cámaras de circuito cerrado, tuve que buscar detenidamente un punto libre de tantas interferencias para poder sintonizar Nacional. Me acordaba de aquel ejercicio que don Juan le propuso a Castaneda en el comienzo de su enseñanza: que buscara su “sitio” en la casa, el lugar exacto donde se sentiría pleno y fuerte con toda naturalidad.
En el lobby de acceso –puesto crítico según el organigrama de seguridad-, en el lugar donde me siento, detrás del primer mostrador de informes, es inútil encender la radio. Solo alcanzan a escucharse algunas emisoras en FM. Esto, con mi pequeña radio portátil de marca borrosa. Pero un compañero del turno diurno trajo y dejó un viejo aparato que tenía en desuso. Con eso me arreglo a la madrugada para mis otras aficiones radiales. Pero, para escuchar Párrafus, la primera noche, temprano, me coloqué el auricular de la portátil y salí de mi cubículo a recorrer el amplio espacio de la planta baja que me toca custodiar.
Previsiblemente, fue cerca del grueso blindex de la entrada que encontré mi sitio. (Esto me trae el recuerdo de la última vez que gané desde el Tobar, cuando, a raíz del corte de luz, escuché y participé desde el jardín del hospital, a pasos de la vereda, como anticipando la partida.) A pesar de la imponente edificación del microcentro que rodea al imponente edificio del banco, la onda de Nacional –cuyo edificio se encuentra a cinco cuadras- se abre paso y llega hasta mi radio. También ahí, separado apenas de la vereda por el vidrio, tengo buena señal para el celular (el teléfono de línea, con larga clave previa, no me sirve) y fue así que, por primera vez desde este frío lugar, pude volver a participar el último lunes.
Acerca de Jack Kerouac, autor de “En el camino”, obra con la que volví a la victoria, cito algo de un viejo suplemento de Pagina 12, que casualmente traje hace poco y tengo a mano en casa de Cristina.

“El mito más persistente acerca de Kerouac es que escribió “En el camino” en abril de 1951, durante un frenesí de tres semanas, alimentado por benzedrina y café. Según la leyenda, Kerouac –inspirado por sus viajes con Neal Cassady a lo largo de los años inmediatamente anteriores- enhebraba un rollo de papel continuo en su máquina de escribir para no desconcentrarse al cambiar las hojas, sintonizaba una estación de jazz de Harlem que trasmitía toda la noche, y escribía sin pausa. El resultado: una de las novelas clásicas de este siglo, escrita en veinte días, a un promedio de miles de palabras por jornada. Kerouac dijo que “soplò” sus palabras como Lester Young lo hacía con su saxofón a medianoche, escribiendo rápido porque “el camino es rápido”. Las revisiones eran para los esquemáticos obsesivos y los culturalmente constipados, demasiado temerosos de cavar en los ritmos naturales de sus propias mentes. (...) Los archivos de Kerouac cuentan una historia diferente del comienzo de la novela. Un rollo sobrevive, pero el manuscrito que Kerouac tipeó en su departamento de West Twentieth Street, en Manhattan, fue el resultado de un complejo proceso de planificación , borradores de capítulos y correcciones que comenzó mucho antes de abril de 1951. No solo tenía un detallado y coherente argumento de una página para cada capítulo, sino que además muchos de los diálogos habían sido escritos antes de abril de 1951...”

Tal vez, digo yo (que también, tal vez, me especializo en la construcción de un personaje), algo de esta especie de farsa percibí cada vez que intenté leer la novela, y por eso nunca pude llegar ni a la mitad –lo que de todos modos me bastó para reconocerla y ganar una vez más en el certamen que Paredero nos propone.

Martes de poesía. Igual que la semana anterior. Aquella vez, el primer poema –al cabo, el único- se llamó “Canción”. Ahora, los “Cantos”, de Giaccomo Leopardi. Ganador, Roberto López Motta, que ya le disputa el cetro de especialista en poesía a la María Suárez.
De Leopardi no sé nada. Pero, ahora, recuerdo lo siguiente. Ayer escuchaba a Blanca Rébori entrevistando en “Raíces” a Carmen Guzmán, la añosa compositora e intérprete mendozina. Se nota que se conocen hace mucho. En un momento, ante una mención de la cantante, Blanca le dice: ”Ella, siempre recordando a su esposo...” Y Carmen responde: “Pero, ¿cómo no voy a recordar a ese amigo?”
Mutis.



Recuerdo que en el encuentro de la Feria del Libro invité a Laura Falcoff, la amiga y colega de Hugo, columnista del gran diario argentino, a que se sume al naciente Blog del programa. Ella, excusándose, me asombró diciendo que no es muy aficionada a Internet. Muy de tanto en tanto, dijo, recurre a la red en busca de algún dato indispensable para su trabajo. Me asombré porque, desde hace mucho, en el aroma a refrito que tantas crónicas de los diarios despiden, me parece percibir que la mayor parte de los periodistas, por pura inercia, lo hacen regularmente. Pero, por suerte, parece que existen excepciones.
Siguiendo el ejemplo de la compañera oyente Laura, entonces, trato de no buscar en Internet algo para decir sobre las lecturas o los autores de Párrafus. Y, como ya expliqué otra vez, mi modesto archivo de viejas publicaciones, y también mi biblioteca, están lejos cuando me siento a escribir. No tengo ahora conmigo, por ejemplo, la biografía de Macedonio Fernández que escribió Alvaro Abós. Pero no importa; este resumen atrasado ya se extendió demasiado.
El libro de Abós me lo regaló Pablo, el enfermero del Tobar, y hace unas semanas lo mencioné en el Blog -en “Volvedor”. A propósito de la lectura de “El caballero inexistente”, de Italo Calvino, cité el título completo de “No toda es vigilia la de los ojos abiertos”. Y si bien conocía de antes al melodramático polígrafo porteño, fue a raíz de esta biografía que me interesé más –en la medida de mis posibilidades- por su obra. Hace poco compré por 8 pesos su libro “Una novela que comienza”. Fuera de eso, solo leí algunos de sus cuentos en antologías de humor o de ciencia-ficción.
Hoy Hugo leyó a Macedonio. Eligió su primera publicación, de 1929: “Papeles de recienvenido”. Y, como él dijo, la ganadora de la noche resultó una recién venida. No le preguntó cuánto hace que conoce el programa, pero es un hecho que Olga Mercado, de San Martín, gana por primera vez.
Creo que, con ella, somos ahora 42 los participantes manifiestos de Párrafus –los que nos repartimos las 225 victorias del ciclo. Pero, sin duda, a esa cifra cabría agregarle varios ceros para contar a los participantes latentes, los que no llaman ni escriben, pero generan, a su modo, este sueño encubridor que somos, según la macedoniana teoría onírica del doctor Freud.
Puffffffffff...

1 comentario:

Anónimo dijo...

El día de los Cuentos de Canterbury me pareció entender que la pregunta del sucursal era qué personaje había interpretado Pasolini en esa película. Es más, la ayuda que dio Hugo era que él ya había nombrado durante el programa el personaje y con nombre y apellido. Bien, los personajes de los Cuentos son el molinero, el caballero, etc. nadie tiene mucho nombre completo, Teseo, a lo sumo; la respuesta era, claro Geoffrey Chaucer. Nunca escuché Giotto.
Mi problema doméstico es que escucho el programa bajo las sábanas; en general me duermo después del llamado, casi nunca llego al sucursal; o bien lo escucho en una especie de duermevela y al otro día no sé si lo escuché o lo soñé. Con esto te quiero decir que tomes mis palabras con pinzas y tal vez esperes que algún oyente imparcial también responda tu pregunta y nos desempate.
Qué bueno que hayas vuelto por el blog.