sábado, 28 de febrero de 2009

Libro para irracionales

Historia social de la radiofonía argentina: 1923 - 1947.
Allí Andrea Matallana despliega una serie de conceptos harto interesantes.
Que la radio cobró difusión, no a partir de la difusión de música culta, tal como Parsifal, sino que entra en los hogares de la mano del box y del balompié. Exigiendo un ejercicio imaginativo: escuchar y ver con los ojos del relator.
Interesante.

Con la aparición de la radio con parlante, la radio devendrá un instrumento social.
No tan individual como hoy devino, siendo parecido a la radio galena, que necesitaba de auriculares pa' su escucha.
Precisamente la escucha colectiva es la que da mas polenta a la emisión, generando (cierta) afinidad entre los (irracionales) oyentes.

Va el prólogo. Para saber más, habremus de acudir a la librería amiga ..

viernes, 27 de febrero de 2009

Lecto-interruptus

Comparto peculiar video que describe algunos hábitos de los bibliófilos.
Me estoy fanatizando con las actuaciones y libretos de Rowan Atkinson.

En cualquier momento incluiremos algún videillo que grafique el proceso parrafista en los lugares donde las multitudes solitarias de los radio-escuchas sintonizan PI.

Nolo, Manolo

Manuel Ugarte fué una de las calles que no cambió de nombre en Buenos Aires, pero de casualidad, por el personaje que recordaba.
Cercana al gallinero, en el precioso barrio de Nuñez. Allí se honra  a Manolo.
Probablemente los funcionarios del proceso, hayan creido la M. de Ugarte, era la M de Marcelino, un conservador.
Pero no, era la M de Manuel, quien nació un 27 de febrero, pero de 1875.


Manuel Ugarte pertenecía a una familia tradicional. En los primeros años del 900 vivía en París, como correspondía a un rico, joven y culto caballero argentino, aficionado a las mujeres, al teatro y la poesía galante; fue el autor de unas Crónicas parisienses, que prologara Miguel de Unamuno y de las Crónicas de bulevar, que llevan prólogo de su amigo Rubén Darío.

Nada hacía sospechar a los parientes de Buenos Aires y amigos de Manuel, el giro que tomaría su vida apenas se iniciara en la política. Nada hacía prever el cambio brusco que se produciría con su participación en los congresos socialistas internacionales, junto a Jean Jaurés. Sin abandonar del todo la parte lúdica de su pensamiento, que lo impulsa a escribir poemas, cuentos o ensayos de intención literaria, sus intereses se desplazan hacia la reflexión política.

El colonialismo europeo por un lado y la política del garrote de los Estados Unidos por otro, son los referentes de esa reflexión. Manuel Ugarte toma partido por los movimientos nacionales que se oponen a esos poderes monopólicos. Al igual que José Martí, instrumenta la crítica como ejercicio del criterio y apunta a la descolonización del pensamiento dependiente de América latina. Desde esa perspectiva -antiimperialista y bolivariana- escribe El provenir de la América Española, en 1910.

Como en las novelas de aprendizaje, hay un viaje iniciático en el cual el protagonista acumula experiencia y prueba sus fuerzas. El bon viveur de París viaja por América latina. No es un turista. El Departamento de Estado de los Estados Unidos se interesa por su itinerario y considera que Ugarte es un sujeto peligroso, un agitador. ¿Lo era en realidad?.

En 1911, desembarca en Cuba y se reúne con estudiantes y campesinos que simpatizan con la causa nacional. Se lo ve en La Habana y en Santiago. Como orador, manifiesta su solidaridad con el pueblo dominado bajo "la enmienda Platt".

Un agente lo ve desembarcar en Santo Domingo, a finales de 1911; lo observa deambular en actitud sospechosa por el puerto donde "se levantaban inmóviles las torres de los acorazados norteamericanos". Poco después se produce un atentado, que se atribuyen los independentistas. Antes de partir, Ugarte se manifiesta públicamente contra el invasor.

Ugarte llega a México el 3 de enero de 1912. Hay música y banderas y disparos al aire, como corresponde a una buena fiesta mexicana, con revolucionarios que exigen "Pan y Libertad". El gobierno de Madero se inquieta. La embajada de EE.UU. presiona para que lo expulsen del país. "Dos gobiernos contra un solo hombre", titula un diario en la ciudad de México.

Ugarte no desmiente el mote de agitador: participa en actos relámpagos, en manifestaciones callejeras, ejerce su arte de orador de barricada. Llena un teatro y en un mitín en el bosque de Chapultepec congrega a una multitud.

Algunas de estas noticias llegan a Buenos Aires. Para no pocos de sus amigos, Manolo o Manucho se ha vuelto loco. Esperaban otra cosa de él. Una travesura, sí, pero no esto. En Guatemala, donde gobierna el dictador Estrada Cabrera, Ugarte es citado por el ministro de Relaciones Exteriores. Le explica de buenos modos que llega alguien importante de Washington y que una de las

condiciones que pone el Departamento de Estado es que Ugarte abandone Guatemala. El ministro es gentil, no quiere emplear la fuerza. Ugarte hace sus valijas e intenta viajar a Honduras y El Salvador. Pero ahí también se lo considera una persona peligrosa y se le niega la entrada. Opta, entonces, por entrar en forma clandestina. Llega a Tegucigalpa el 27 de marzo de 1912. Pocos días más tarde, el 3 de abril, Ugarte expresa su particular visión del socialismo, opuesta a la posición eurocentrista de sus contemporáneos. En la Federación Obrera, dice que "el socialismo tiene que ser nacional". Y agrega: "seamos avanzados, pero seamos hijos de nuestro continente y nuestro siglo".

Ugarte viaja a la Nicaragua ocupada en ese entonces por las tropas norteamericanas. Aunque su palabra está prohibida se las ingenia para difundir sus ideas que coincidirán luego con las de Augusto César Sandino. Continúa su viaje predicador por Costa Rica, Venezuela, Colombia. En 1913 está en Ecuador, desde donde viaja a Perú y Bolivia. Se reúne con los sindicalistas, políticos y estudiantes que adoptaron el credo de la Patria Grande y de un camino propio hacia el socialismo.

En 1914 llega a Buenos Aires. Se entera del asesinato, en Francia, de su amigo Jean Jaurés, con quien compartía un militante pacifismo. Su heterodoxia estorba: los aliadófilos y germanófilos de la Argentina desconfían de él. Además, Ugarte no disimula sus contradicciones. Así, un día se lo ve en la redacción de La Vanguardia, dialogando con Juan B. Justo y otros socialistas, y al otro, practicando esgrima con un representante de la oligarquía, en el Jockey Club. Contradictorio, sí, pero coherente en sus convicciones: el "niño bien" renuncia a una candidatura en el Congreso porque aduce que ese cargo lo debería ocupar un obrero.

No gana plata con la política. Al contrario: por ella, pierde su fortuna. Y por su heterodoxia, se le cierran las puertas de la cultura oficial. Ugarte defiende los principios de la revolución mexicana y el derecho de Colombia frente a la política de usurpación de los EE.UU. en Panamá. En ese momento su prédica parece exótica. Los admiradores del progreso indefinido usan la vieja antinomia civilización o barbarie para rebatirlo. Se lo acusa de ser espía del kaiser por defender la política de neutralidad de Hipólito Yrigoyen.

En 1919 marcha hacia el exilio europeo donde integra el Comité Mundial de la Paz junto a Romain Rolland, Albert Einstein y Henri Barbusse. Colabora con el peruano José Carlos Mariátegui en la revista "Amauta". La chilena Gabriela Mistral lo llama "el maestro de América latina". Pero aquí se lo ignora. Regresa a Buenos Aires en 1935. Está muy pobre y sobrevive como puede hasta 1939 en que vuelve a partir y se radica en Chile.

Después de muchos años de oscuridad y extrema pobreza, Ugarte regresa a la Argentina en tiempos del incipiente peronismo. Se lo reconoce, por fin. Lo nombran embajador y ejerce la diplomacia en México, Nicaragua y Cuba, entre 1946 y 1950. Pero su figura disgusta a algunos sectores clericales y políticos por lo que cansado de pelear renuncia. Muere en Niza, en 1951.

Lo sobrevive su obra, que encontró eco en América Latina. Movimientos políticos como el APRA peruano o el sandinismo nicaragüense, reconocen en Manuel Ugarte a un precursor.

Más retaceada es su influencia aquí, en el llamado "pensamiento nacional", y poco reconocida su incidencia en el origen de la "tercera posición" de nuestro país, en tiempos de la "guerra fría".

No fue profeta en su tierra. En cambio, vio cómo se agrandaba la patria mientras recorría el territorio de esta América que, como él vaticinó en sus textos, sigue siendo una arriesgada apuesta al porvenir.

jueves, 26 de febrero de 2009

La fecundidad de los libros

Una modernidad huérfana, sin vínculo con la gran literatura, está condenada a extinguirse.
El talento de los escritores del futuro será ser capaces de traerles a Eurípides, a Dante, a Stendhal, a Dickens, a Agatha Christie y que funcionen para el lector moderno, eso es la gran literatura y es lo que he tratado de hacer para mi generación - Arturo Pérez-Reverte.

De calígrafos y policiales

Para cuando nuestro espacio irracional salga al aire, será (en gran parte del ispa), el cumpleaños número 46 de Pablo de Santis.

Escritor doblemente galardonado por la parrafada: el 16 de octubre p.pdo. y el 24 de diciembre.

¿Cómo es esto, no era que PI no habría de repetir autores, durante los primeros quinientos programas, audacia que el archicófrade hubo de redoblar recientemente, como pa' contar hasta mil .. ?

Y bien, la clave reside en el hecho que el programa del 24/12 fué grabado, reeditando la noche de De Santis y Jorge Aloy. Vale decir, el capítulo 424 del 16.10 tuvo su bis.

Fué con Filosofía y letras, novela de 1998. Y en la charla Pablo contó con toda sinceridad, un par de libros que había leído, y dejó una sana crítica hacia alguna novela. Creo hizo uso de los derechos del lector, tal como relata Daniel Pennac.De Santis, un tipo sincero, desprovisto de cartones.
Alguien que se dedica a cuestiones no tan populares como los policiales para gente joven, pero capaz de saltar a otros géneros. Cultor de la historieta, género injustamente considerado menor, pero con muchas posibilidades.

Que los cumpla feliz e irracionalmente: 46 pirulos!

miércoles, 25 de febrero de 2009

Iberna...¡¿qué?!

Miércoles 25 de febrero
Cuento: “El ánima del socavón”
Autora: Iverna Codina
Ganador: Sergio Tagliaferro

Dios me castigó.
Así diría mi viejo compañero Córdoba.
La semana pasada, por carencias varias (de tiempo, de inspiración, de memoria), debí apelar a la repudiada Internet para surtir esta página. Hoy, cuando de veras la necesité (¡que me cuelguen si alguna vez sentí nombrar a Iverna Codina!), el mp3 me juega una mala pasada y no puedo traerme nada del locutorio para casa. Es más, varias de las páginas con alguna información sobre esta autora no se dejaban abrir; otras, como la del diario Los Andes, me obligaban a una segunda búsqueda interna para la que no estoy capacitado. Pero leí un par de cosas, que ahora trataré de volcar acá.
Nació en Chile, pero hizo gran parte de su carrera literaria en Argentina. Primero publicó poesía, que fue elogiada por Juana de Ibarbourú, una de nuestras añejas Parrafistas. Después pasó a la narrativa, con énfasis en lo social. Creo que su primera novela es “La luna ha muerto”, allá por los ´50. Tiene también una, llamada “Los guerrilleros”, que habla del intento revolucionario procastrista en el norte argentino, a comienzos de los ´60. (¿La habrá leído Lanata?) Este dato quizá de alguna idea de por qué permanece tan desconocida… Aparentemente vive todavía. En una página decía que nació en el 18; en otra, como dijo Hugo anoche, en el 24. No sé en cuál (no sé de qué fecha), decía “en la actualidad, con 94 años vive en la ciudad de Buenos Aires”. Pero sí. Ahora que recuerdo, Hugo dijo también, en la charla con el ganador, que Codina vive actualmente en Buenos Aires.
El ganador fue Sergio Tagliaferro, el oyente de Moreno que se diera a conocer con el “Don Camilo”, de Guareschi. Recordó título y autora justo cuando Hugo se disponía a iniciar la lectura de un segundo cuento, ya que en los siete minutos y medio del primero nadie supo la respuesta correcta.
Esto, sumado al caso del lunes, cuando apareció una nueva ganadora con la novela de Max Aub, me hace suponer que, en este año, el riesgo de la proliferación de Ininterruptus quizá sea neutralizado por una nueva camada de oyentes-ganadores, quienes, además de tener leídos a los autores que unos u otros de los reincidentes bien conocen, cuentan en su coleto con un bagaje de rarezas que no cualquiera.
Bienvenidos entonces los Tagliaferro, las Ranzuglia (con quien me disculpo por haber escuchado y escrito mal su apellido), los Pozzi, los Kwirin, los Gonzalez, los Perenchio junior…

martes, 24 de febrero de 2009

Femenino comienzo de semana

Lunes 23 de febrero
Novela: “Campo Cerrado”
Autor: Max Aub
Ganadora: Natalia Ranzuglia, profesora de teatro, de Ramos Mejía.

Cuando era chico, 14, 15 años, y empecé a ir a las librerías de la calle Corrientes, me acuerdo que siempre veía un libro de Max Aub: “La uña”. No sé por qué lo encontraba siempre, en distintas librerías, y no sé por qué lo tengo tan presente. Quizá por la breve sonoridad o tipografía del nombre del autor; o quizá, más probablemente, por el dibujo de la portada: un grueso dedo en posición vertical, con su redonda uña mirando al lector, no sé si surgiendo del suelo, o flotando entre nubes, o con qué difusa base. El libro sería de Bruguera o de Alianza. No creo haberlo hojeado nunca, pero recuerdo que pensaba que era una obra de teatro. Ahora, hace un par de semanas, en la sección Ficciones de la Ñ aparecen la siguiente semblanza del autor y el brevísimo relato llamado “La uña”. Tal vez sea el mismo que daba nombre a aquel libro. Y esto es todo lo que sé de Max Aub.


Max Aub – París, 1903 – México DF 1972 – Escritor y crítico
Pertenece culturalmente a España, donde residió desde 1914. Dejó una fuerte marca como novelista, poeta y dramaturgo.Entre sus novelas se destacan “Las buenas intenciones” y “El laberinto mágico” y entre sus piezas de teatro “Narciso” y “Morir por cerrar los ojos”. En 1942 llegó a México (después de haber pasado por campos de concentración en Francia y en Argelia) donde se acercó al cine.

LA UÑA

El cementerio está cerca. La uña del meñique derecho de Pedro Pérez, enterrado ayer, empezó a crecer tan pronto como colocaron la losa. Como el féretro era de mala calidad (pidieron el ataúd más barato) la garfa no tuvo dificultad para despuntar deslizándose hacia la pared de la casa. Allí serpenteó hasta la ventana del dormitorio, se metió entre el montante y la peana, resbaló por el suelo escondiéndose tras la cómoda hasta el recodo de la pared para seguir tras la mesilla de noche y subir por la orilla del cabecero de la cama. Casi de un salto atravesó la garganta de Lucía, que ni ¡ay! Dijo, para tirarse hacia la de Miguel, traspasándola.
Fue lo menos que pudo hacer el difunto: también es cuerno la uña.



Martes 24 de febrero
Novela: “Las sandalias del pescador”
Autor: Morris West
Ganadora: Marta Zander

A raíz de mi chanza de los otros días (en realidad escuché perfectamente el aviso de Hugo), Marta Zander, como dijo anoche, cambió ‘préstamo’ por ‘regalo’, y ahora es mío el libro de Luís Gusman.
¡Que astuto, Perenchio!
Empecé (de nuevo) “En el corazón de junio” el sábado, lo seguí el domingo y lo terminé el lunes, poco antes de la medianoche. Minutos después, Marta, en 12 segundos, ganaba el juego por primera vez en el año.
¡Dios y Párrafus se lo pagan, Marta!

viernes, 20 de febrero de 2009

Semana latina

Lunes 16 de febrero
Novela: "Moriré sin conocer Disneylandia"
Autor: Geno Diaz
Ganadora: María Suárez

Fuente: TARINGA!

Por PanCasero

No soy escritor, me encantaría serlo pero no lo soy, me falta talento, preparación y conocimiento. O sea, todo lo que le sobraba a la persona a la que humildemente pretendo homenajear. Por eso sepan disculpar mis errores y mi pésima sintaxis.
Puedo decir que tuve la suerte de conocerlo, lo vi solo dos veces, pero tuve esa suerte. La primera vez me llevó mi papá; era la época en que Geno estaba haciendo televisión, trabajaba en canal trece, allá lejos, lejos a principios de 1970, hacia un programa muy popular en aquella época, “Buenas Tardes, Mucho Gusto” (y bue, tenía que comer y pagar cuentas como cualquiera)-allí fue donde conoció a la que sería su pareja, la conductora televisiva Maisabé- aunque como él decía: “mi verdad está en la pintura, todo lo demás es para ganarse el puchero lo mas alegremente posible”.
La segunda vez fue en su estudio de la calle French 2930, allí fue donde se sacó y me dedicó la foto que se puede ver más abajo.
Él era amigo de la juventud de mi viejo, de cuando los dos militaban en el Partido Comunista y compartían actividades en la Biblioteca Popular José Enrique Rodo del barrio de Mataderos. A Geno siempre le apasionó todo lo que estuviera ligado a la cultura, era un tipo muy preparado; fue artista plástico, periodista, escritor, dibujante de historietas, músico, humorista (fue uno de los libretistas que tuvo Tato Bores para sus monólogos, casi nada…) y mi viejo era un militante más, de esos que creían que un mundo mejor y más justo era posible. Esos ideales los conservó hasta el día en que dejó este mundo, este mismo mundo que se empeñaba en mostrarle que peleaba contra molinos de viento. Siempre le admiré eso, nunca claudicó, jamás se dio por vencido, y eso provocaba que las personas lo quisieran y admiraran, entre ellos Geno. Por supuesto que el sentimiento era recíproco.

Como les dije antes, no soy escritor ni periodista, pero en estas líneas pretendo homenajear a un artista de verdad, lo más dignamente posible. Por eso a continuación voy a transcribir un artículo periodístico que salió cuando Geno falleció y que mi viejo conservaba junto a una carta que él le había escrito antes de aquel encuentro que les relaté anteriormente. Desgraciadamente en el recorte no figuran ni el diario ni el autor. Pero si no fue en "La Opinión" le pego en el palo.

“Falleció en esta ciudad el humorista Geno Díaz
Fue pintor, humorista, escritor, periodista, guionista, ceramista, pianista de bailes y de cabaret, showman de café-concert, novelista, y sobre todo esto, un entrañable amigo de sus amigos, una sonrisa perenne y lúcida en su rostro de gallego invitable, un infatigable buceador de la realidad argentina a través de una vasta obra literaria, aplaudida unánimemente por la crítica.
Geno Díaz, cuyo fallecimiento ocurrido ayer enluta a la cultura del país, escribia cuatro horas diarias y, en los últimos años acosado por la enfermedad, recluido en su hogar, se dedicó únicamente a la redacción de cuentos y novelas, algunas de ellas llevadas al cine.
Se había graduado en la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1946 –recordaba siempre con enorme respeto a Spilimbergo como su mejor maestro- y entre 1948 y 1964 se dedicó a la decoración de porcelanas y cerámicas, a las que imprimía ya dejos de mordaz humor, creando de este modo motivos originales que no escaparon a la atención de los entendidos. Esos trabajos se hallan ahora en poder de curiosos coleccionistas y forman parte de una etapa creativa previa a la inserción de Geno en el mundo del periodismo, del humor gráfico y de la televisión.
Precisamente el éxito de esta labor lo llevó a Atlántida, donde comenzó una febril etapa de dibujante, para pasar después por revistas como Adan, Extra, Clarin revista, Juan Mondiola , Hipotenusa, Para Ti, Tia Vicenta, Gente, La Codorniz, de Madrid, y tantas otras, que lo proyectaron a niveles internacionales en su prestigio como humorista. Por eso Editorial Planeta de Barcelona le encomendó la colección El Moscardón, con creadores como Oski, Crist, Broccoli, Limura, Fontanarrosa y Cognigni; realizó seis mapas humorísticos de Buenos Aires, expuso en España sus trabajos de pintura y dibujo, dictó conferencias, actuó en espectáculos.
Era un hombre imprevisible. “Si mañana me propusieran ir a Autralia o a Hong Kong aceptaría enseguida sin preguntar que voy a hacer allí”, dijo algún día en su agitada vida, que incluía también trabajos como pianista en cabaret, guiones de películas y de televisión –alguna vez escribió también para Tato Bores-, libros de historietas, novelas y cuentos.
“Los desangelados” –llevada al cine por Sergio Renan como “Sentimental” -, “Morire sin conocer Disneylandia”, “La cueva del chancho”, “Genocidio”, “Kermesse”, “50 gatos por 10 pesos”, “El hombre que compró su muerte”, “Bazar de 0,95” son sus últimos títulos como escritor. Apasionado de Buenos Aires, este hombre del barrio de Mataderos se empeñó en dibujar la línea en todas sus obras, con un humor por momentos ácido, pleno de nostalgia divertida y hasta candorosa, habitada por una retahíla de rufianes, prostitutas, madres sacrificadas, romances truncos, barrios humildes, estratos porteños de segundones y buscavidas, que pintó casi amorosamente con un lenguaje coloquial entrañablemente humano y cordial. Geno Díaz había nacido en Buenos Aires en 1926. Sus restos serán sepultados hoy, a las 14.30, en La Chacarita, en el Panteón de los Actores.”
NR: Asi era Geno… ese que tuve la suerte de conocer.


Martes 17 de febrero
Novela: ¿?
Autor: ¿?
Ganador: ...
(Primer Ininterruptus del año)




Miércoles 18 de febrero
Poesía: "La cautiva"
Autor: Esteban Echeverria
Ganadora: Verónica Cornejo





Jueves 19 de febrero
Novela: "Los de abajo"
Autor: Mariano Azuela
Ganador: Gustavo Kwirin



Fuente: www.farmworkes.org

MARIANO AZUELA

A unas cuantas cuadras de donde se encuentra el Centro de los Trabajadores Agrícolas Fronterizos vivió Mariano Azuela. En un modesto apartamento, por la calle Oregon, en el 609, enfrente de la Iglésia del Sagrado Corazón de Jesús.

Ahí escribió y publicó en 1915 "Los de abajo", la más importante novela de la Revolución Mexicana.

Este doctor, escritor y revolucionario nació en 1873 en Lagos de Moreno, Jalisco y falleció el 1 de marzo de 1952 en la Ciudad de México.

En Guadalajara hizo sus estudios hasta titularse de médico cirujano. Junto a sus estudios, en su juventud inició su carrera como escritor. En 1903 obtuvo en los Juegos Florales de Lagos un diploma por su narración "De mi tierra".

Durante la gestión de Francisco I. Madero, Azuela fué designado jefe político de Lagos y posteriormente director de Educación en Jalisco. A la caída de Madero, Azuela se incorporó a las fuerzas revolucionarias de Julián Medina como médico castrense.

Emigró a los EU y en El Paso, Texas escribió Los de abajo, que publicó en entregas en diciembre de 1915. En 1917 regresó a la Cd. de México y trabajó en un consultorio público. En 1949, recibió el Premio Nacional de Literatura.

Obra de Mariano Azuela:
María Luisa, 1907
Los fracasados, 1908
Mala Yerba, 1909
Andrés Pérez, maderista, 1911
Los de abajo, 1915
Los caciques, 1916
Las moscas, 1916
Sendas perdidas, 1949

Novelas póstumas:
La maldición, 1955
Esa sangre, 1956





Viernes 20 de febrero
Poesía; "EL marqués de Sade"
Autor: Andrè Breton
Ganador: Quique Figueroa


El Marqués de Sade

El marqués de Sade ha vuelto a entrar en el volcán en erupción
De donde había salido
Con sus hermosas manos todavía ornadas de flecos
Sus ojos de doncella
Y ese permanente razonamiento de sálvese quien pueda
Tan exclusivamente suyo
Pero desde el salón fosforescente iluminado por lámparas de entrañas
Nunca ha cesado de lanzar las órdenes misteriosas
Que abren una brecha en la noche moral
Por esa brecha veo
Las grandes sombras crujientes la vieja corteza gastada
Que se desvanecen
Para permitirme amarte
Como el primer hombre amó a la primera mujer
Con toda libertad
Esa libertad
Por la cual el fuego mismo ha llegado a ser hombre
Por la cual el marqués de Sade desafió a los siglos con sus grandes árboles abstractos
Y acróbatas trágicos
Aferrados al hilo de la Virgen del deseo

André Breton


¿Repetiré lo que dije la semana pasada sobre Fernando Terreno? No, porque Quique Figueroa colabora más frecuentemente en el Blog. Lo curioso es que precisamente ayer, en el día del nacimiento (o cumpleaños, como dijo Hugo) de Andrè Breton, el compañero de Trelew nos acercara una selección de efemérides. Pero eso no es nada. Un rato después del programa, escuchando "El ascenso por La Red", me entero de que la C.A.I., el equipo de Comodoro Rivadavia, posiblemente no juegue su partido de este sábado... porque la erupción de un volcán chubutense -o de por ahí- le impediría volar hacia Buenos Aires.
Y esto es todo por esta semana. Disculpen ustedes, pero estoy ocupadísimo con la organización de los festejos de mi cuadragésino cuarto onomástico, que dejé para el fin de semana -completo. Si sobrevivo, la seguimos la próxima. Chau.

Sin luz

Ayer finalmente nos tocó. Nos veníamos salvando de la peste estival de los cortes de luz. Fuera de los cortes programados, que para algo son programados, así uno tiene tiempo de pensar qué hace con la mayonesa y los yogures, ésta es la primera vez en mucho tiempo que estamos un largo rato sin luz. El corte empezó a las dos de la tarde y amagaba con durar hasta la nochecita. Cuando la nochecita se convertía en trasnoche, todavía sin luz, sin heladera, sin agua fresca, sin aire acondicionado ni ventilador, sin celulares, con el queso cremoso y la manteca hechos sopa por el calor, los de la luz todavía no habían sabido respondernos si la misma volvería o no a la hora de Parrafus.

Pero no, no volvió.

No puedo jactarme de poseer la fidelidad perenchiana. Me he perdido el programa unas cuantas veces. Algunas veces por tener que madrugar al otro día, otras por cenas o por vacaciones, por el festival de Cosquín cuando Nacional Bahia Blanca suspendía la emisión de la AM 870 para enganchar la trasmisión de La Folklórica. Por corte de luz es la segunda vez. La otra fue el año pasado la noche de Dantón. Esa vez, mientras Hugo leía Paquidermos, somos todos paquidermos, la casa se quedó de golpe en silencio y a oscuras.

Igual que estaba anoche.

Y ahora? ¿No tenemos una radio a pilas?
Y sí, sí, tenemos. Lo que no tenemos son pilas. ¿De dónde vamos a sacar cuatro pilas medianas a esta hora?
Y vos no irías....?
Ni loco. Mirá cómo está afuera. Es una boca de lobo, no hay luz en ninguna parte y está empezando a llover. Yo así no te salgo.
No, claro, no. Entonces juguemos a algo...
Y a qué jugamos?
Y a eso.... cómo era. Ah, sí, a decir cómo se llama y quién escribió este cuento que empieza así:

"Había nacido y se había criado en Nascosta, en la época de los prodigios- el milagro de las joyas y el invierno de los lobos. Tenía 10 años ... "

o éste:

"Miguel era bajo, de cuello corto y grueso; los cabellos rapados por encima..."

o este otro:

"I. Sentado junto a la ventana, contemplando el temprano anochecer de otoño, San Juan Chandler únicamente sabía que al día siguiente llegaría Noel"...

Parrafus parrandeiro

Y si, estamos de cumple los irracionales: el archicófrade y el decimononico podiasta de Gregorio de Laferrere, junto a Andre Gide, Horacio Quiroga, y André Breton entre otros.
No es mi intención comparar la obra de ellos.
Sin embargo el éter de AM 870, y las ondas weberas, irradian este aire literario, que como material es buen conductor, ya no de la electricidad, sino de los libros.

Che, que bueno que una parrafista le mande un broli a otro, y pa' colmo vía correo postal.
Eso es tomarse laburo, y dió sus frutos. Llegole justo a tiempo a Perenchio.
Caricias de la vida.

Feliz cumple, y comparto viñeta de Daniel Paz.

jueves, 19 de febrero de 2009

Personales, literalmente

¿Puedo?
¿Me permiten?
¿Admitirán la variante?
Quisiera, hoy, en esta tarde enfebrecida de Buenos Aires, usurpar una página de nuestro Blog para ocuparme de una cosa personal.
¿Puede ser?
Bien. Entonces, postergando para luego –mañana, pasado- la glosa acerca de las lecturas de la semana, voy a dedicar unas palabras a un cierto paréntesis que hizo Hugo en el Parrafus de anoche.
Interrumpiendo sus comentarios acerca del autor leído, nuestro conductor informó del envío de un libro que hiciera la compañera oyente Marta Zander. Ella lo dirigió a la radio, pero el destinatario es quien esto escribe. Se trata de un libro que la profesora de Bahía Blanca ganara en una de sus noches triunfales del pasado año: “En el corazón de junio”, de Luís Gusman. Enterada Marta de mi repentino interés por la obra de este autor (de quien ya se leyó en Parrafus “El frasquito”, victoria mía), tuvo la gentileza de acercármelo.
Hasta acá, lo que todos ya saben –todos los que escucharon anoche. Lo que quizá nadie sepa (excepto los que recuerden mi Entrada “En fecha equidistante”, del año pasado) es que hoy, 19 de febrero, es mi cumpleaños.
Es posible que Marta lo tuviera presente, pero de todos modos estaba fuera de su alcance que el libro llegara y Hugo lo mencionará justo para esta fecha. Es cosa de magia, esto, una vez más.
Fui a buscarlo esta mañana, cuando salí del trabajo (trabajé este miércoles por un cambio de guardia que me pidió un compañero), y en el tren, volviendo a casa, ya lo empecé. Me parece que me va a gustar.
Sólo deploro de este episodio que, anoche, en el noveno piso, adonde fui a escuchar el programa, las interferencias me impidieron escuchar algunas palabras de Hugo cuando daba este aviso. No sé si él me trasmitía algún mensaje de Marta que acompañaba el envío; me parece que sí, porque recalcaba algo, creí notar, de parte de la apreciada compañera oyente. Pero no pude saber bien de qué se trataba.
Como sea, agradezco a Hugo que haya interrumpido unos instantes su rutina para este menester; y agradezco sobre todo a Marta, de todo corazón, por su inolvidable REGALO.

Aprovecho esta página de inédita efusión personal para saludar también este año a Hugo, que cumple el sábado. ¡Ya estás del mal lado de los treinta, Huguito! Pero no desesperes ni haya drama; con una vida sana, auténtica y reservada se puede llegar muy bien, como yo, incluso hasta los 44.
¡Chin-chin!

19 de febrero

1937 se suicidó en Buenos Aires el escritor uruguayo Horacio Quiroga, autor de "Cuentos de la selva", "Anaconda" y "La gallina degollada y otros cuentos". Sus relatos reflejan la lucha del hombre y el animal por sobrevivir/
1939 nacimiento de Alfredo Bryce Echenique /
1948. La Cámara belga aprueba la concesión del voto a la mujer./
1951. muerte de André Gide, escritor francés. /
1952. muerte de Knut Hamsun, escritor noruego./
1952 - nace la escritora estadounidense Amy Tan. /
1953 nacimiento de Cristina Fernández de Kirchner /
1955 nacimiento de Margaux Hemingway /
1959 Fallece en la ciudad de Mar del Plata el actor y locutor Juan José Piñeiro (El Señor Televisión), co-fundador y segundo presidente de la Sociedad Argentina de Locutores y pionero de la TV argentina.

Horacio Quiroga

Al regresar a Buenos Aires en 1904, abrazó la narración breve con pasión y energía.
Fue así que publicó el notable libro  El crimen de otro, fuertemente influido por el estilo de Edgar Allan Poe, que fue reconocido y elogiado, entre otros, por José Enrique Rodó.

Durante dos años Quiroga trabajó en multitud de cuentos, muchos de ellos de terror rural, pero otros en forma de deliciosas historias para niños pobladas de animales que hablan y piensan sin perder las características naturales de su especie.
A esta época pertenece su soberbio El almohadón de plumas, publicado en la revista argentina Caras y Caretas .

A poco de comenzar a publicar en ella, Quiroga se convirtió en un colaborador famoso y prestigioso, cuyos escritos eran buscados ávidamente por miles de lectores.

El amor, la selva  

En 1906 Quiroga decidió volver a su amada selva.
Aprovechando las facilidades que el gobierno ofrecía para la explotación de las tierras, compró una chacra (junto con Vicente Gozalbo) de 185 hectáreas en la provincia de Misiones, sobre la orilla del Alto Paraná, y comenzó a hacer los preparativos destinados a vivir allí, mientras enseñaba Castellano y Literatura.

Durante las vacaciones de 1908, el literato se trasladó a su nueva propiedad, construyendo las primeras instalaciones y comenzando a edificar el bungalow donde se establecería. Enamorado de una de sus alumnas —la adolescente Ana María Cires—, le dedicó su primera novela, titulada Historia de un amor turbio.
Quiroga insistió en la relación frente a la oposición de los padres de la alumna obteniendo por fin el permiso para casarse y llevarla a vivir a la selva con él. Los flamantes suegros de Quiroga, preocupados por los riesgos de la vida salvaje, siguieron al matrimonio y se trasladaron a Misiones con su hija y yerno. Así, pues, el padre de Ana María, su madre y una amiga de esta, se instalaron en una casa cercana a la vivienda del matrimonio Quiroga.

En 1911 Ana María dio a luz a su primera hija, Eglé Quiroga, en su casa de la selva.
Durante ese mismo año el escritor comenzó la explotación de sus yerbatales en sociedad con su amigo uruguayo Vicente Gozalbo, y al mismo tiempo fue nombrado Juez de Paz (funcionario encargado de mediar en disputas menores entre ciudadanos privados y celebrar matrimonios, emitir certificados de defunción, etc.) en el Registro Civil de San Ignacio.
Las tareas de Quiroga como funcionario merecen mención aparte: olvidadizo, desorganizado y descuidado, tomó la costumbre de anotar las muertes, casamientos y nacimientos en pequeños trozos de papel a los que "archivaba" en una lata de galletas. Más tarde adjudicaría conductas similares al personaje de uno de sus cuentos.

Al año siguiente nació su hijo menor, Darío. Quiroga decidió, apenas los niños aprendieron a caminar, ocuparse personalmente de su educación. Severo y dictatorial, exigía que cada pequeño detalle estuviese hecho según sus exigencias. De muy pequeños los acostumbró al monte y a la selva, exponiéndolos a menudo —midiendo siempre los riesgos— al peligro, para que fueran capaces de desenvolverse solos y de salir de cualquier situación.

Curioso parecido entre ambos escritores, Quiroga y Gide ..


miércoles, 18 de febrero de 2009

No hables con la boca llena - José Eduardo González

Conteniendo como puedo la maza de comida alojada en mi boca, me dispongo a hablar, pero tía Berta se anticipa y me dice: "No hables con la boca llena". Presuroso, intento tragar lo más rápido posible, pero tía, que no pierde ocasión de instruirme, me dice, severa: "No hay que masticar rápido, sino bien". Escondiendo a un lado de la boca la comida aún no tragada, voy a hablarle, pero ella lo advierte, y vuelve a reprenderme: "No hables con la boca llena".
Ya está. Mi boca se encuentra vacía; nada me impide dirigirle la palabra, pero tía, a quien nunca le faltan argumentos, me indica: "Respira bien antes de hablar, si no, tu cuerpo se llenará de gases". Siguiendo sus instrucciones, cierro la boca y aspiro por la nariz. "Ahora puedes hablar", me dice tía Berta, cuya vestimenta oscura se recorta contra el fondo luminoso de la ventana. Pero es tarde, porque un león, que escapó esta mañana del zoológico, la devora ya con fruición, emitiendo cada tanto algún rugido, sin preocuparse por las reglas de comportamiento en la mesa, ni por los beneficios de respirar correctamente.

 José Eduardo González nació en San Juan en 1948.
Es Ingeniero Químico y docente universitario.
Ha escrito cuentos y obras para teatro.
Recibió varias distinciones y ha publicado sus cuentos en diarios y revistas del país.
Este cuento fue tomado del libro San Juan. Antología de narradores y poetas, recopilados por Nélida Ballo, Ediciones Desde la gente, IMFC, Buenos Aires, 2000).

Autobiografía de a EJP, humorista, costumbrista, absurdista y muchas cosas más

A 56 años de su partida, recordamos a Enrique Jardiel Poncela, un escritor fenómeno.
Extraído del Centro Virtual Cervantes

Esta autobiografía fué escrita en verso, para el álbum «de una de esas señoritas que coleccionan autógrafos de escritores, sin caer en la cuenta de que les sería más útil coleccionar autógrafos de cuentarrentistas del Banco de España.».

Los versos unen sinceridad, desenfado y augurios que habrían de cumplirse:

Retrato al pastel (de hojaldre)

Nací armando el jaleo propio de esas escenas;
me bautizó la Iglesia con arreglo a sus ritos,
y Aragón y Castilla circulan por mis venas
convertidos en rojo caldo de eritrocitos.
¿Cuál de las dos regiones pesa en mi corazón?
Es difícil hallar la clave del misterio...
Tal vez pesa Castilla cuando me pongo serio,
y cuando estoy alegre, tal vez pesa Aragón.
A semejanza de otras diversas criaturas,
me eduqué en el temor del Dios de las Alturas;
pero perdí el temor —o la fe— que es lo mismo,
cuando, en años después, practiqué el alpinismo.
Escribo, porque nunca he encontrado un remedio
mejor que el escribir para ahuyentar el tedio,
y en las agudas crisis que jalonan mi vida
siempre empleé la pluma como un insecticida.
Fuera de las cuartillas, no sé de otro nirvana.
No me importa la gloria, esa vil cortesana
que besa igual a todos: Lindbergh, Charlot, Beethoven...
Y no he ahorrado nunca, pensando en el mañana,
porque estoy persuadido de que he de morir joven.

Y acertó. Porque murió a los cincuenta años, joven pues, sobre todo si se tiene en cuenta la duración actual de las existencias humanas. Y pobre, muy pobre, después de haber trabajado mucho, y de haber ganado dinero, considerable dinero en algunas etapas de su vida. Una vez más, se cumplió el sino de tantos escritores auténticos, que mueren a solas con su pobreza, y su dignidad, como único patrimonio. Nada que tenga que ver con los currinches y aprovechados de la literatura, tan abundantes ahora, menesterosos de popularidad y dinero, sobre todo de este último, no importa con qué artes —malas artes— se consigan.

Portada de la revista «La hora XXV», Madrid, 1959

martes, 17 de febrero de 2009

Nudos históricos

En octubre, llegó a las librerías la colección Nudos de la Historia Argentina (Sudamericana), con el eslogan "La universidad contraataca" y la intención de difundir relatos sencillos y atractivos sobre la historia argentina que, a la vez, trataran de evitar la simplificación y el estereotipo.
Según explica el fotografiado Jorge Gelman, historiador y director de la colección, son textos de divulgación sobre temas, épocas y personajes históricos, escritos por historiadores con larga trayectoria académica.

Los ocho títulos hasta ahora publicados, con primeras ediciones casi agotadas que alternan asuntos del siglo XIX y del XX, han recorrido la construcción simbólica del peronismo; la frontera entre indios y criollos durante las guerras revolucionarias, la política en tiempos de Rosas, los inmigrantes y colonos en el campo argentino y la Buenos Aires de principios de siglo.
Los últimos dos títulos son Los gauchos de Güemes , de Sara Mata, y La Argentina fascista . Los orígenes ideológicos de la dictadura , de Federico Finchelstein.
Se vienen ahora libros sobre la revolución de Mayo y la reforma universitaria de 1918.

domingo, 15 de febrero de 2009

Colofón semanal

Algo parecido, o similar (no idéntico), ya dije el año pasado: a Fernandito Terreno, colaborar en este Blog le trae suerte.
El jueves escribió acerca de la aparente jactancia sobradora de María Suárez, inferida a partir de un mail que Hugo nos leyera parcialmente, y esa noche volvió al triunfo tras larga ausencia. Fue con las “Coplas para la muerte de su padre”, del vate español Jorge Manrique.
Además, esa tarde, antes de leer su flamante colaboración, yo lo había nombrado acá en relación a su blog literario lapulpera.blogspot.com, lo que también pudo contribuir a su buena fortuna. Pero él no se da por enterado, prefiriendo “sudar la gota gorda” para tratar de ganar en Párrafus.

Esa tarde (en realidad, desde poco antes del mediodía) pasé unas cuantas horas solo en casa, como no sucedía desde hace muchísimo tiempo, por lo menos desde el nacimiento del Fulanito. Resulta que el plomero tenía que venir a hacer un trabajo con vistas a la próxima (eventual) venta del departamento, por lo cual Cristina se había ido con el bebé a casa de sus padres. Pero el buen hombre nos falló, y así fue que me quedó toda la tarde por delante para mí solo. Y, ¿qué hice? Lo mío: leer y escribir.
Por un lado, empecé el libro de cuentos que me gané esta semana (“Continuadísimo”, de Naty Menstrual, repito) y, por el otro, se me dio por garabatear algo acerca del antedicho mail de la Dama de Coghlan. Al cabo, como una cosa trajo la otra (excepto un buen título), me encontré con que ya tenía mi habitual glosa de la semana –con escasísima información sobre las lecturas o los autores, pero bueno, cualquiera puede hacer esa búsqueda. Claro que la glosa quedó incompleta, faltando la lectura de la última noche. Pero como todavía, en esta noche de sábado, me dura la bronca por el modo inexplicable en que se me adelantó Fernando, tampoco pienso abundar demasiado en ese último juego.
Por tanto, buenas noches, y hasta chau.
Ah! Felicitaciones, Fer…

jueves, 12 de febrero de 2009

Sin título

Me relevaron temprano, la mañana estaba fresca, agradable para la caminata, así que me la jugué y a las seis horas de la charla con Hugo ya estaba en la radio para retirar mi primer premio del año.
A veces, Leo o Lucas aclaran que se puede pasar a partir de las nueve, pero el martes, aunque llegué antes de las siete, mis colegas de la seguridad no tuvieron inconveniente en buscar y entregarme el libro –y eso que nunca me identifiqué con ellos como colega.
Hugo me había ofrecido “Trópico de capricornio”, de Henry Miller, pero, como ya lo tengo, en línea privada elegí “Continuadísimo”, el volumen de cuentos del/la travesti Naty Menstrual.
Mi retorno al triunfo, tras largas semanas, fue con la novela “Celestino antes del alba”, del cubano Reinaldo Arenas.
Ofrezco todo este detalle a modo de mero informativo, atento, sobre todo, al impío relato de María Suárez, vía mail, que anoche leyó Hugo… Impío en el sentido de infiel. Infidelidad en el sentido de traición. Traición a este Blog, en beneficio de una comunicación directa (anche masiva) con nuestro conductor.
En realidad, María nunca colaboró en Losparrafistas. En su momento fue invitada a integrarse como autora, pero, a pesar de valorar y elogiar esta iniciativa internética, declinó el convite explicando que no creía tener nada profundo para decir. Argumenté, recuerdo, que precisamente este foro sería para contar con sencillez nuestras cosas, las peripecias de un lector común en torno a los libros, dejando las reflexiones profundas e importantes para los redactores de los suplementos culturales de los diarios, pero no hubo caso. La humilde María apenas si participó alguna vez con algún Comentario –algunas veces anónimo. Ayer, en el mencionado mail, explicó las alternativas de su triunfo de anteanoche con la honestidad y el pormenor que siempre anhelé para el Blog por parte de los oyentes que participan en el juego –ganen o no. La Dama de Coghlan ganó el miércoles con el relato “El vengador”, de Thomas de Quincey.
También escribió María, leyó Hugo, que tiene “la teoría de que además del estímulo de reconocer la obra, ganar, enterarnos de autores desconocidos, aprender, hay cierta curiosidad por conocer nuevos oyentes o ver en qué están los ya clásicos ganadores, como si perteneciéramos a una cofradía o al mismo zoológico”. Concepto, este último, que comparto, con la salvedad de que, en mí caso, la curiosidad está exacerbada hasta un nivel de manía poco menos que peligrosa –aunque infructuosa, como este Blog atestigua.
A veces, sin embargo, espontáneamente obtengo alguna satisfacción. Anoche mismo, tras la lectura del mail de María, jugamos con teatro, y, como es de esperar, la ganadora fue Verónica Cornejo. Esta vez, con “Los rústicos”, de Carlo Goldoni. Y esta vez, en el curso de la charla con Hugo, la joven de Lugano tuvo a bien contar algo de su vida. No fue mucho, pero es algo, y es sugestivo.
Contó Verónica que lee en italiano, que le gusta y conoce bien el idioma, que es diplomada en la Dante Alighieri tras cuatro años de estudio. Agregó que se decidió por esa lengua porque en el lugar donde trabajaba (en 1990) se recibía correspondencia desde el país del… de… de Andrea Camilleri (graciás, amigo Anónimo, por la corrección en la lista de lecturas). Y esto es sugerente porque indica, por un lado, que Verónica no siempre fue ama de casa, como siempre destaca, y que, si en el 90 trabajaba, supongamos que en un primer trabajo, alrededor, quizá, de sus 20 añitos, hoy andaría tal vez por los 40, algo que su tono, a mi oído, a la vez expone y desmiente… Pero estas elucubraciones las destino al compañero oyente López Motta, el enamorado de Su voz, que en estos tiempos está de parabienes con la tan frecuente aparición en el éter de la… joven Cornejo. Aunque tal vez Roberto recuerde si es que en los comienzos del ciclo esta chica dijo abiertamente su edad, dato que a mí se me escapa.
Volviendo ahora en cierto modo a lo que María solicitaba también en su mail (en qué andamos los ganadores), el otro día, al rato de cortar con Hugo, reparé en que al final no le conté la extraordinaria circunstancia en que pude volver al triunfo.
Como ya se sabe, los dos primeros programas de la semana los escucho en el banco. Generalmente, sin problema. Pero resulta que este lunes, poco antes de la medianoche, la compañera que cubre el puesto Tesoro me pide que la releve un momento porque tenía que salir a comprar una ensalada de frutas. A su vez, por un trabajo que unos albañiles hacían en la vereda, yo me encontraba lejos de CCTV, mi puesto habitual, y cubría la entrada de servicio, por donde los tipos iban y venían. Eso ya me preocupaba, porque se acercaba la hora del programa y no parecía que estos dignos trabajadores argentinos estuvieran por terminar. Cuando la compañera me llamó, le pedí que esperara mientras consultaba a nuestro encargado. Suponía que ella ya lo habría hecho, pero quería ganar tiempo mientras me decidía por el mal menor. En el área de la puerta de servicio, a pesar de la proximidad de la calle, el ruido con el que se escuchaba Nacional era insoportable. Además, era probable que por alguna consulta o conversación de los albañiles me perdiera algún detalle del programa. Por otro lado, si me desplazaba hacia el tesoro, que está ubicado muy astutamente en el tercer subsuelo del edificio, no tendría señal en el celular para hacer la eventual llamada triunfadora. Hay teléfono en el tesoro, pero, como todos los demás, requiere una larguísima marcación previa: el 9 para tener línea, una espera de unos segundos, después el número de destino, después una clave de seis cifras, después otra espera, y al cabo sale la llamada. Demás está decir que una demora como esta suele ser determinante para el intento de ganar en Párrafus. Sin embargo, como venía tan de capa caída, elegí esta última opción. No creí que justo esa noche Hugo fuera a leer algo “para mí”. Al menos, pensé, abajo voy a poder escuchar sin molestias; ya había comprobado en otras ocasiones que en las entrañas de la tierra la radio se escucha mucho mejor. Avisé al encargado, quien me relevó en la puerta, y nos cruzamos con la compañera del tesoro. A ella le pedí que se quedara arriba a comer su potaje y bajara de nuevo recién después de la una –sin más explicaciones. Y desde el tercer subsuelo, a pesar de la dificultad con el sistema telefónico bancario, mi llamada entró primero, respondí que era “Celestino antes del alba”, de Reinaldo Arenas, y así pude volver al triunfo. En el décimo programa del año, siendo ya el 10 de febrero, llegué por fin a mi victoria número 80.
-(clap,clap,clap,clap)
-Gracias.

Para terminar esta espontánea reseña preliminar de la semana, falta decir que el lunes volvió a ganar Maximiliano Pozzi, el joven estudiante de Saavedra. El y Rosa, su señora madre. Rosa fue la que reconoció el cuento “La bella alma de don Damián”, del recóndito dominicano Juan Bosch; Maxi fue el que llamó.
A Juan Bosch lo vi mencionado en el blog del compañero Fernando Terreno. Esa fue la única vez que lo sentí nombrar. Hace un tiempo, el ingeniero de Chacarita elaboró una Entrada referida a personalidades de la política provenientes del mundo literario. Recuerdo, además de Bosch, la mención del checo Vaclav Havel. Ahora busqué algo más sobre el dominicano y encuentro una vida muy encomiable. Fue un importante literato para centroamérica, después llegó a presidente de la República Dominicana, pero es bastante poco conocido, creo (por eso lo lamo recóndito), tal vez porque nunca, durante las persecuciones de que fue objeto, se exilió en París o Londres, sino en Cuba, Venezuela o Costa Rica.
Leí también el cuento que nos trajo Hugo, una especie de sátira sobre la hipocresía social y la belleza de alma del poderoso don Damián. Por otros títulos suyos que vi, se me ocurre que puede emparentárselo a Edmundo Valadés , el mexicano que hace poco pasó por Párrafus; los dos son autores de libros acerca del oficio de escribir cuentos.
Otra curiosidad que encuentro leyendo los títulos de Bosch es que, al igual que Thomas de Quincey, tiene un libro llamado “Judas Iscariote”.
En el final-final… ¿podré evitar una de mis habituales “maldades”?
Sigue el desparpajo, podría decir, por ejemplo. La semana pasada, Maxi Pozzi, sin temor al qué dirán, contaba que reconoció el cuento de Laiseca porque lo hojeó en una librería. Ayer, María, en su ya famoso mail, contaba que reconoció enseguida el relato de de Quincey, pero no quiso llamar inmediatamente para no perderse en final de una película que estaba viendo… ¡En Cosmopolitan TV! … ¡Con Richard Gere y Wynona Ryder!
¡¡¡María!!!
¡¡¡Dama de Coghsmopolitan!!!


Post Scriptum: Cuando entro al Blog para publicar lo precedente, veo la Entrada de Fernando Terreno. También el Comentario que generara (el habitual “anónimo, siglo XXI”). Me reservo la opinión, por ahora, pero creo notar en Fernando una indignación que no comparto. Como se lee en el final de mi texto, yo me lo tomo con buen humor; y si bromeo con María (o parece que me indigno, como la semana pasada con Hugo) es porque ella, antaño (cuando teníamos comunicación fluida), era la única que comprendía y festejaba mi sentido del humor. Me siento más cerca, a primera vista, del Comentario Anónimo, que alienta tanto la brillantez de una como la vibración del otro. Y no digo más. Me fui.

de Jorge Isaacs a Bertolt Brecht

Me molestó el comentario de la compañera María Suarez, acerca de su acierto con Thomas de Quincey.
Lejos de parecerme digno de una dama, me resultó soberbio y desvalorizador. Algo así como "yo lo hago de taquito y si nadie acierta, voy y arreglo el asunto."
De este modo se coloca en el lugar de ganadora de todos los juegos, los que gana por acertar y los que gana por "perdonarles la vida" al resto de los oyentes.
Es una descalificación de los demás que creo no merecer, aunque sea de los que "suden la gota gorda" tras de algún acierto, o simplemente, de jugar nomás.
Por eso, y por tratar de seguir con el juego literario, esta entrada se titula así: sus palabras me llevaron de MARÍA a ESA VIEJA DAMA INDIGNA.

domingo, 8 de febrero de 2009

Doble U. Doble U. Doble U.

O tempora!
O mores!
(¿Existían los signos de admiración en la antigüedad?)
¡Ah, que tiempos aquellos en que ganaba en Párrafus!
¡Ah, que costumbre aquella de ganar y ganar!
En esta semana de comunicativo reencuentro (como decía el peruano parlanchín), en la segunda noche de nuestro recobrado programa, me acordé de mi última victoria, allá en el lejano diciembre, con “Entrevista con un vampiro”. La autora de aquella noche fue Anne Rice. El de este miércoles, Elmer Rice.
Pero fue una semana accidentada, por diversas cuestiones, en la que se me hizo ardua la escucha. El lunes, por ejemplo, faltó el encargado de la noche y desde la jefatura tuvieron la desdichada idea de dejarme a mí como responsable del servicio. Temí lo peor: no poder sintonizar el programa justo en la noche del regreso del Hugo tras dilatada ausencia. Pero todo marchó bien, los compañeros respondieron como siempre, y alrededor de la medianoche pude incluso darme la orden de buscar un sitio donde escuchar con menos interferencia de lo habitual. En el área de recepción del edificio, entonces, en mi viejo puesto, escuché con unción la recuperada voz de nuestro conductor, que nos leyó…

Yo soy el Tenebroso, -el viudo-, el Sin Consuelo,
Príncipe de Aquitania de la Torre abolida:
Mi única estrella ha muerto, y mi laúd constelado
lleva en sí el negro sol de la Melancolía.

En la Tumba nocturna, Tú que me has consolado,
devuélveme el Pausílipo y el mar de Italia, aquella
flor que tanto gustaba a mi alma desolada,
y la parra do el Pámpano a la Rosa se alía.

¿Soy Amor o soy Febo? ¿Soy Lusignan o Byron?
Mi frente aún enrojece del beso de la Reina;
he soñado en la Gruta do nada la Sirena...

He, doble vencedor, transpuesto el Aqueronte:
Modulando unas veces en la lira de Orfeo
suspiros de la Santa y, otras, gritos del Hada.

Bueno, no sé si es esta exactamente la versión que escuchamos (creo que no), pero es la que encontré. La acompaño en todo caso con el poema en el francés original, con el que también nos amagó Hugo en un momento.


Je suis le ténébreux,- la Veuf, - l'inconsolé,
Le Prince d'Aquitaine à la tour abolie:
Ma seule Étoile est morte,- et mon luth constellé
Porte le soleil noir de la Mélancolie.
Dans la nuit du Tombeau, Toi qui m'as consolé,
Rends-moi le Pausilippe et la mer d'Italie,
La fleur qui plaisait tant à mon coeur désolé,
Et la treille où le Pampre à la rose s'allie.
Suis-je Amour ou Phoebus...? Lusignan ou Biron?
Mon front est rouge encor du baiser de la Reine;
J'ai rêvé dans la grotte où nage la Sirène...
Et j'ai deux fois vainqueur traversé l'Achéron:
Modulant tour à tour sur la lyre d'Orphée
Les soupirs de la Sainte et les cris de la Fée.


El soneto se llama “El desdichado” y es de Gérard de Nerval (1808-1855). Lo reconoció la joven Verónica Cornejo, de Lugano, quien, en charla con Hugo, relató el muy peculiar modo en que llegó a la poesía del desdichado francés. Parece que hace unos años (pocos) hubo una ficción televisiva llamada “Sol negro”, al comienzo de la cual, a modo de epígrafe, se citaban unos versos de donde los autores habían tomado el título. A Verónica le gustó el fragmento y buscó información. Así supo cuál era el soneto y quien era su autor. Y así, este martes, años después, en un formidable alarde de memoria y atentísima escucha, ganó el juego una vez más.
Pero esto no es nada. A la noche siguiente Verónica ganó de nuevo. Fue cuando Hugo repitió apellido, pero no autor –como ya hiciera con Martínez y con Anónimo. Leyó una pieza teatral del norteamericano Elmer Rice.
Cuando escuché el género que nos traía, casi me dejo llevar por el sueño que hacía presa de mí desde antes de las doce. Pero resistí, incólume y fiel. Incluso alcancé a percibir que, en el largo introito, la lectura omitía, repetida y claramente, la palabra ‘calle’ -y también ‘escena’, en una ocasión. ¿”Escena en la calle”?, me pregunté. Pero, ¿de quién? Era notoriamente de un norteamericano, pero en los ocho largos minutos de lectura no pude recordar a ninguno que ya no se hubiera leído. Entonces apareció Verónica, que esta vez pensó en obras de teatro con la palabra ‘calle’ y le vino la imagen de un afiche visto en el Municipal San Martín, donde se diera alguna vez algo titulado “Escenas de la calle”. Llamó, respondió, y efectivamente era “Escenas de la calle”, de Elmer Rice.
Medio masivo, en un caso, y arte de acceso restringido, en otro, coadyuvaron (¿?) esta semana para el nuevo lucimiento de la oyente de Lugano, que se demuestra, así, amplia y abarcadora.
Este es Elmer Rice –bastante respetable, aparentemente.

“Elmer Leopold Reizenstein (1892-1967) Nació en Nueva York, en cuya universidad estudió Derecho. En lugar de ejercer la profesión, empezó su carrera como dramaturgo con On Trial (1914), la primera obra de teatro estadounidense que emplea la técnica del flashback, importante tanto en literatura como en el cine. Rice fue un experimentador de las formas dramáticas. La máquina de sumar, una fantasía expresionista en la que satiriza los efectos deshumanizadores de las máquinas, se estrenó en 1923. Con frecuencia, los temas de sus obras son producto de su identificación con los menos favorecidos. La calle (1929), un drama realista ambientado en los suburbios de Nueva York, recibió el Premio Pulitzer de Teatro en 1929 y en 1947 fue adaptada a la ópera por el poeta estadounidense Langston Hughes y el compositor alemán Kurt Weill. En la década de 1930, Rice fue director regional del Federal Theatre Project (Proyecto de teatro federal). También escribió las obras Consejero legal (1931), Nosotros, el pueblo (1933), Juicio final (1934), Una nueva vida (1943) y La chica soñada (1945) que tratan los temas del nazismo, la pobreza durante la Gran Depresión y el racismo. Es autor también de novelas (Viaje a Purilia, 1930) y de una autobiografía (Minority report, 1963).”

El jueves el programa se inicia con una provocación gratuita de parte de nuestro conductor hacia quien esto escribe. Al mencionar sus dos últimas victorias, Hugo se pregunta si Verónica volverá a ganar también esta noche. ¿Y la noche siguiente? ¿Podrá ganar esta semana completa, alcanzando por primera vez en el ciclo cuatro victorias consecutivas?
Tratando de pensar bien, igual me asombra este olvido u omisión. Si precisamente la semana pasada (en “Efemérides”), al pasar, como para consolarme de esta nueva temporada de vacas flacas, yo recordaba… lo que ahora le demuestro a nuestro conductor con documentación fidedigna.

2006

12/12

107) Martha Lynch (ARG), “La señora Ordóñez”: Marcelo Perenchio (1´20”)

13/12

108) Arthur Rimbaud (FRA), “Una temporada en el infierno”: Marcelo Perenchio (0´49”)

14/12

109) Lawrence Durrell (IND/ING), “Justine. El cuarteto de Alejandría”: Marcelo Perenchio (0´27”)

19/12

110) Patricia Highsmith (NORT), “El talentoso señor Ripley”: Marcelo Perenchio (0´35”)

(Tal vez, para algún lector inocente, valga la pena recordar que, por entonces, Parrafus iba tres veces por semana, lo que explica ese salto del 14 al 19 de diciembre.)
El hecho es que, tras esa fallida invocación, esa noche no fue ni para el Triunfador Abolido ni para la Venidera Reina. El jueves llegó un ganador nuevo, el primero del 2009, el número 70 del ciclo.
Se leía una novela. Policial, a simple vista. Italiana, presumiblemente. De Andrea Camilleri, comisario Montalbano mediante. Pero había que ser especialista, o admirador, de este nuevo famoso viejo tano para saber el título. Lo es Ramón Tarruella, el joven profesor de filosofía que apareció para alcanzar su primer triunfo.”La voz del violín”, respondió.
En la larga charla de bienvenida, Ramón reveló que es hijo del Alejandro Tarruella, quien fuera compañero de Hugo en la revista Humor. Creo recordar que compartían la sección de espectáculos, especializándose Tarruella en música latinoamericana. Al menos, sobre ese género son las notas que hay en los pocos números que tengo. Pero hace tantos años… Están grandes los muchachos de Humor. Quien diría, Tarruella con un hijo de 35… Dolina en radio 10… Vinelli ya finado… Menos mal que Hugo supo mantenerse siempre en los treinta…
Ramón contó también que tiene un programa en la FM de radio Provincia, sobre asuntos librescos, y que coordina talleres literarios en La Plata. También publicó hace poco una novela, “Balbuceos de noviembre”, que prometió llevarle a Hugo en estos días. Estaría bueno que nuestro conductor, después de leerla, la pusiera a disposición como premio en Párrafus. Me cayó bien el joven Tarruella, y me gustaría ver lo que escribe.
En cuanto a lo que escribe el octogenario Camilleri, encontré este resumen.

LA VOZ DEL VIOLIN: El comisario Salvo Montalbano y su peculiar universo imaginario de Vigàta, en Sicilia, ya no son unos desconocidos en nuestro país. Un mes con Montalbano y El perro de terracota bastaron para que este singular personaje se ganara innumerables adeptos. Esta novela, perteneciente a la serie de Montalbano, refuerza aún más ante sus lectores la personalidad del escéptico, irónico y en ocasiones melancólico inspector de policía. La aparente paz siciliana se ve truncada por el asesinato de una extraña. Una joven hermosa, mujer de un médico boloñés, aparece muerta en el chalet de ambos. Pocas pertenencias la acompañaban en la escena del crimen, aparte de un misterioso violín guardado en su estuche. Su bolsa de joyas se ha esfumado y todas las miradas se centran en un pariente desequilibrado que ha desaparecido la misma noche del crimen. Montalbano, con su parsimonia habitual, inicia la investigación. No cree a nadie, no se fía de nadie. Tras la muerte de un sospechoso, sus superiores dan por cerrado el caso, pero él, ni hablar. Transitando los límites de la legalidad, como es su costumbre, Montalbano ha de relacionarse y pactar con los elementos más indeseables y abyectos del hampa, iniciando un viaje a lo más oscuro del alma humana, en el fondo, su territorio predilecto.



También me cae bien, como ya dije otras veces, el jovencísimo Maxi Pozzi, de Saavedra, quien ganó el viernes. Creo que es su cuarta aparición en el programa. Ganó con Elena Garro, con Luis Cernuda y con otro que no me acuerdo. Ahora volvió a la victoria con un cuento de Alberto Laiseca, autor nombrado hace poco en este Blog por Quique Figueroa a raíz de una cierta escritura mía. El cuento se llama “El checoslovaco” y Maximiliano lo conoce por haber hojeado en una librería el volumen que lo incluye. Así lo contó, con total desparpajo, haciéndose cargo sin más de esa modalidad, habitual de todo lector buscavidas, pero que a partir de Párrafus nos echamos en cara algunos a otros como práctica tramposa.
Alberto Laiseca es otro de esos escritores que, quizá por haber sido muy duros sus comienzos (como escritores o como personas), se resarcen ahora enancándose en una cierta fama menor, aprovechando que hoy en día los medios masivos no saben más de que nutrirse. Nunca vi su espacio de narración oral en I-Sat (nunca me acordaba), pero me acuerdo que no me gustaban las promociones. No me gustaba que el tipo se prestara a eso. Pero, como no leí nada suyo (solo lo conozco a través de entrevistas), no sabía a qué atenerme. Ahora se me dio por buscar en Internet y fácilmente llegué a “El checoslovaco”. También encontré y leí el comienzo de su “Aventuras de un novelista atonal”. Y no sé, tiene lo suyo, pero… Debería buscar y leer algo más. Después, al final, copio el cuento del viernes junto con unas palabras de Laiseca acerca de su origen más un texto que debe ser de la contratapa de alguna de las ediciones de “Matando enanos a garrotazos”.

Ahora, antes de terminar, enancándome (yo también…) en unas palabras de Hugo referidas a que en esta corta semana reinaugural estuvieron presentes los cuatros géneros con los que jugamos, ofrezco algunos números más respecto al inolvidable 2008.
En esta semana, un poema, una obra de teatro, una novela y un cuento.
En el 2008:
Poesía: 45
Teatro: 50
Novela: 74
Cuento: 43

¿Y en el 2007?
Poesía: 40
Teatro: 24
Novela: 56
Cuento: 24

Dos salvedades: Para estos guarismos se toman en cuenta los Ininterruptus. Y recuérdese que, en el 2007, eran tres programas por semana. (Total del 2007: 144 juegos. Total del 2008: 212 juegos)

Ahora sí, con ustedes: Alberto Laiseca (Rosario, 1941).


Sobre la génesis de "El checoslovaco", Alberto Laiseca cuenta lo siguiente: "Hace muchos años, en Córdoba (Argentina), conocí a un hombre que odiaba profundamente a Eva Perón. Aquello ya era una especie de antojo en él. Su furia no era tanta con el general, cosa curiosa. Cierto día, y hablando de no sé qué, me dijo: «Por ejemplo, Eva. No me gustaba mucho físicamente, al principio, cuando la veía en sus discursos. Pero con la enfermedad se puso más delgada, se fue espiritualizando. Y en los últimos tiempos estaba bellísima». Comprendí que esta rara persona sentía una maniática suerte de odio-amor por aquella mujer. Y eso me sirvió después para imaginar la historia del checoslovaco."

EL CHECOSLOVACO

Ella estaba cada vez más gorda, decaída y vieja. El, por el contrario, parecía con ello cobrar nuevos bríos. Podía tomárselo en cualquier jornada; ésta invariablemente lo hallaba más fuerte, saludable y coloradote que la precedente.
El era checoslovaco. Hacía casi veinte años que había emigrado al país que lo aceptó. Trabajaba como ingeniero en una fábrica y era bastante competente. Se hizo amiguísimo del dueño; aprovechó esto para tratar de seducir a la hija, que no carecía de atractivos. Curiosamente, no logró enganchar a la homenajeada pero sí a su amiga, muchacha un poco gordita y no fea del todo, a quien él jamás miró ni intentó conquistar. Como de estúpido no tenía nada, comprendió que con la otra perdía su tiempo y no insistió más; cambió de ruta en un segundo, enfilando sus cañones sobre la menos guarnecida plaza, quien se le rindió con armas y bagajes sin intentar no ya diré una defensa a ultranza, sino ni siquiera un simulacro diversivo vía diplomática.
Se casaron tres meses después; de esto, hacía diecisiete años.
Comentaremos como curiosidad que a él le decían «el ingeniero del tornillo filoso». Vaya uno a saber la razón. Cierta vez el ingeniero del filoso tornillo fue al cine, a ver una película de terror. Quedó encantado. Siempre citaba ante sus escasos conocidos una frase de la cinta, que él atribuía al conde Drácula: «Mi querido amigo: las mujeres no son un vicio, son una necesidad.»
El checoslovaco hablaba mal el idioma, pero no pésimo como a veces hacía creer. Cuando decidió matar a su esposa exclusivamente con armas secretas, en su arsenal contaba con el lenguaje; como si éste fuera la más letal e importante de sus ojivas nucleares de cabezas múltiples.
Se proponía el crimen perfecto; según él, por razones de estética. Así le llevase tres décadas, ella debía morirse mucho antes que él por acción de su deliberada voluntad, y el crimen, anto y ontológico, bello e impune, permitirle adueñarse de todo. «Las mujeres de piernas gordas no deberían de existir», alegaba él ante sí mismo; «ofenden a la naturaleza. Deben ser eliminadas por razones éticas, estéticas, místicas y eróticas.» Diremos de paso que, curiosamente, si bien él hacía ya largo tiempo que manifestaba indiferencia sexual por su mujer, no bien se le ocurrió asesinarla con armas sutiles, sintió que sus apetencias dormidas despertaban feroces. Era como volver a estar enamorado.
Se mostraba hasta dulce con ella. Casi afectuoso. Solía pararse quince minutos silenciosamente a su espalda en la cocina, mientras ella pelaba papas para la comida. No bien lo sentía, empezaba a ponerse nerviosa. «No puede retener cáscara», decía con voz chirriante, mecánica, checoslovaca, en momentos en que ella no tenía ni la menor intención de permitir que algo se le cayera. Justamente, Gloria procuraba corregir tres manías que la obsesionaban día y noche: su torpeza (puesto que chocaba los muebles, las cosas se le caían, calculaba mal la energía con que debía extender la mano para tomar un vaso y el contenido se derramaba sobre la mesa). Su gordura y el terror cerval a las enfermedades y la suciedad constituían sus otros dos focos sépticos de neurosis. De estos tres ángeles del Apocalipsis, el que mejor controlaba era el primero. Con una gran fuerza de voluntad y poniendo mucha atención –era bastante distraída–, moviéndose lentamente los primeros meses, había llegado a suprimir el ochenta por ciento de sus choques con muebles y otros objetos –un fracaso la ponía histérica–, suprimiendo así esa inelegancia grotesca.
Por eso consideraba inoportuno e injustísimo que él removiera el avispero cuando se hallaba convaleciente de su torpeza. ¿A qué venía su «No puede retener cáscara»?
La mujer pego un brinco, empezando a encresparse. Al rato ya le temblaban las manos. Renació su inseguridad. Para colmo, él agregó como subrayando: «Quien no puede retener cáscara, ella de mano cae.»
Gloria sabía que él tenía dificultades idiomáticas; pero comprendía muy bien que la pésima sintaxis de la frase había sido exagerada a propósito. En estos casos había que oírlo hasta el final si se quería comprender el sentido completo de la oración, que no era revelado salvo con la última palabra. Nótese la expresión «ella de mano cae», en apariencia una inoperante deformación monstruosa, risible incluso. Pero era todo lo contrario, pues las palabras, así absurdas y troglodíticamente dispuestas, la puntuación y construcción gramatical arbitrarias, dislocadas, tenían toda la fuerza carismática de lo feo. Estaban destinadas a tocar los resortes ocultos de la mujer.
Era un plan perfecto y genial; Stepan, en efecto, estaba lleno de armas secretas. ¿Y por qué Gloria no se separaba? ¡Ah!: por inseguridad y masoquismo. Y él lo sabía a la perfección, así como no ignoraba ninguno de los otros puntos débiles de ella.
Luego, él adoptaba un tono comprensivo y condescendiente: «Pasa a cierta edad. Un amigo mío tiene mal de Parkinson y tiembla. Qué feo.» Entonces, por fin las cosas se le caían a ella: uno de esos cacharros de lata, por ejemplo, que hacen un ruido horrible y no hay forma de pararlos hasta que dan varias vueltas sobre sí mismos; existe la manera, por supuesto: agacharse en el acto y detenerlos con rapidez para que no giren, pero ello pone en claro la importancia que le damos al ruido, en momentos que uno sabe quién está detrás mirándolo todo: un verdugo atentísimo y lleno de sabiduría, alerta a cualquier reacción.
Cuando la maniobra se veía coronada por el éxito, él decía una de esas palabras solitarias que ella temía más que a sus frases mal construidas: «Lapislázuli.» Después daba media vuelta y se iba. Era terrible el contraste entre el bello vocablo elegido, y el feísmo de la falta de coordinación motora que calificaba. Pero precisamente por ser bello es que lo escogía.
El la acechaba para ver si iba al espejo. Entonces, cuando ella desolada no podía menos que tener en cuenta sus arrugas y otras cosas, le decía aquello tan temido por ser como una expresión de su subconsciente que se materializara: «Me acuerdo cuando yo era joven, en Checoslovaquia, mi patria...» Y no decía nada más. Nunca nada directo. O sí. Según el momento. Todo dependía. Podía agregar con genuina ternura: «Petunia.» Cuando ella empezaba a sonreír agradecida, aclaraba: «Petunia marchita».
Dentro de los instantes en que ella estaba bien arreglada y lista para salir, le decía con tono impersonal: «Pierna gorda. ¿No convendría un poco arriba el cuello adelgazar? Diente de oro pero boca arruinada. Qué estupidez. Laspilázuli.» En estos casos, sus ataques sucesivos en diferentes sectores tenían como objeto que, al diversificar su agresión, ella no pudiera oponer una defensa organizada contra las distintas amenazas.
Gloria solía visitar a Julia, una de sus amigas. Con ella se confesaba mientras tomaban té sin masas en una confitería –la otra, que era flaca, no comía por razones de solidaridad–: «Julia, esta vez estoy segura: Stepan quiere matarme». «Calmate, ¿qué te hizo esta vez?» «Me dijo: "Pierna gorda." "Una microbio y chaff. Kaput." "Lapislázuli."» «Controlate, por favor, que no entiendo nada. Si no me contás los antecedentes no puedo comprender. Te dijo "Pierna gorda." ¿Y qué más?» «Los otros días recibí por correo una caja de bombones deliciosos. Estaban a mi nombre pero no tenían remitente. Debe tratarse de uno de esos envíos de propaganda. Ya no saben qué hacer. Estos miserables no encontraron mejor cosa que mandarme a mí, que estoy a régimen, una caja repleta de bombones. Uno más rico que el otro. No me pude contener; empecé diciéndome que iba a comer nada más que uno, pero... Bueno, qué te voy a explicar si vos sabés cómo son esas cosas. No, no sabés. Vos no sos gorda.» «Bueno ¿y?» «Stepan me pescó justo cuando me había comido la mitad. Sonrió despreciativo con un costado de la boca, como hace él, y dijo: "Voraz. Voraz como un pájaro pichón gordo." Pero eso no es todo. Vos sabés que tengo un problema circulatorio que me trato hace cinco años. Estaba viendo televisión lo más tranquila, con las piernas estiradas y arriba de un taburete para que descansasen. El se puso a espaldas de mi sillón y dijo lleno de asco: «Fibrosa. Cuántas várices tiene usted. ¿No convendría curarlas? Mi madre se hizo una operación pero quedó peor. Caléndula." ¿Eh?, qué te parece?» «Buenoo..., supongo que la peculiaridad de su temperamento indica cierta propensión a la crueldad mental. Pero eso sucede con muchos hombres. Creo por otro lado que está un poco loco, ¿qué quiso decir con la palabra "caléndula", que no tiene nada que ver?» «¡Viste!, ¡viste!» «Sí, bueno, pero aparte de eso... Por lo demás, todo lo último no es tan terrible; si conoce tu afección circulatoria, es lógico que desee que te hagas atender. No lo dijo con mala intención. Un poco torpe de su parte, si acaso.» «Los otros días pasó al lado mío como si no me viera y dijo despacio pero con la suficiente fuerza como para que pudiese oírlo: "Pierna gorda, monstruo fibroso. Lapislázuli." ¿Eso tampoco lo dijo con mala intención?» «Bueno, querida, vos sabés cómo es con las parejas que llevan mucho tiempo juntas. Se dan ciertos desajustes friccionales. Hay que ser tolerante y comprender. Con buena voluntad por ambas partes ... »«Julia, vos no entendés nada: él me quiere matar.» «Ay, Gloria, por Dios, no seas exagerada y tremendista. Te convendría tener una conversación a fondo con él» «¿Vos te pensás que yo no intenté dialogar? Sabe mis obsesiones y me tortura con eso. Los otros días compré un libro nuevo, fantástico: es el sistema del doctor Guoches-Heink para adelgazar. Es un bestseller que está ahora en todas las librerías. Parece que ese hombre es una eminencia. Pues bien, no había acabado de abrirlo cuando se me acercó Stepan por detrás, medio en bisel, y para desmoralizarme dijo con ese tono monótono y didáctico que a veces tiene: «El problema con los tratamientos para no engordar es que uno desearía adelgazar ciertas partes. Desgraciadamente sólo enflaquece lo que ya estaba flaco." Y se fue. Mirá sí no será jodido y maldito.»
Gloria suspende sus quejas un momento para tomar un sorbo de té, y luego prosigue: «Sabe que trato de controlar mi manía con la limpieza y el miedo a las enfermedades. En los últimos tiempos me estaba lavando las manos menos veces por día, e incluso utilizaba poco desinfectante para esterilizar ciertas cosas de uso diario. Estaba comiendo una presa de pollo doradita, con la mano, muy contenta. Stepan me miró de reojo y dijo mientras simulaba leer el diario: «Mucha gente muerta en Calcuta. Una microbia y chaff. Kaput." No pude seguir comiendo. Me perseguí con la idea de que no me había lavado las manos y fui corriendo al baño, pese a saber que por fuerza me las requetelavé dos o tres veces; aunque sea por automatismo.»
Cierto día la llevó de picnic. Ella no lo podía creer. Bien sabía cómo era Stepan; sin embargo, él en un segundo la enganchaba. Se fueron con el auto y la casa rodante hasta el río. Acamparon. Al principio, todo lo más bien. El se volvió intimista. «Me encanta este río. Muy caudaloso. Me recuerda al Moldava. De verdad cosa hermosa es, ver Moldava pasar bajo puentes de Praga. Muchas flores.»
Ella lo escuchaba incrédula. Por un momento había visto el agua y los puentes, en aquella ciudad lejana y exótica. Tenía ganas de decirle: «¡Pero Stepan!, ¡sí fueses siempre así!»
El checoslovaco siguió diciendo: «Qué rica agua. En verano da gusto agacharse y tomar el agua del Moldava». Dicho esto dio media vuelta y se fue, para hacer un fuego más allá de la casa rodante.
Ella, hechizada por la brevísima descripción, se inclinó para beber del río. El líquido estaba delicioso. Luego volvió hasta donde se encontraba Stepan.
El preguntó –de espaldas a ella, en apariencia concentradísimo en la tarea de prender el fuego–. «¿Estaba fresca el agua?» «¡Oh, sí, ¡fue un deleite! Deberías probarla.» Con tono impersonal: «No. Yo no tomo nunca agua de río. Se me fue la gana desde que médico amigo me contó una historia terrible.» «¿¡Qué!?, ¿¡qué te contó!?», preguntó ella asustada. «Parece que un matrimonio que él atendía se fue una vez de picnic. Era un día lindísimo y estaban muy contentos, pero a la tarde ella agonizaba. Llevaron rápido a sala de urgencia. junta médica porque no sabían qué tenía. No daban pie con bola. Un médico viejito, de mucha experiencia, le preguntó al marido: "¿Y por dónde estuvieron ustedes?" "En el campo. Andábamos de picnic cerca del río." "Aajá. ¿Y su señora tomó agua del río?" "Sí, ¿por qué?, ¿hizo mal?" «¿Y usted bebió?" "No." "Fueron a investigar y en el río, muy cerca de ahí, había una vaca muerta. Todo podrida. Esa noche la mujer se murió. Septicemia. Infección generalizada. Fulminante. No hay cura, ni aunque agarren a tiempo.»
A ella se le había arruinado el día. El, por el contrario, parecía a sus anchas. Veíasele gozar con plenitud.
Algún tiempo después, Stepan cambió de táctica: empezó a hacerle el amor una vez por semana. Desde el comienzo del día en el cual pensaba realizar el coito con ella, la iba seduciendo con mucha ternura y habilidad. Empleaba armamentos pesados con objeto de erotizarla: tocaba con su lengua el agujero de la femenina oreja, le decía cosas increíbles,, hablábale de que sus rodillas eran esto y aquello. Todo todo. Hasta que ella se olvidaba. La conducía a la cama y con mucha ternura comenzaba a desnudarla como el hombre más enamorado del mundo. Ya en pleno acto, y cuando ella totalmente entregada estaba a punto de lograr el éxtasis, él le susurraba una de esas palabras o frases tales como «fíbrosa», «pierna gorda» o «várices», y la mujer quedaba rígida y helada; de ninguna manera podía gozar. El, en cambio, al verla en ese estado, sentía que unos enormes deseos sexuales, unos deseos sexuales mayúsculos le acontecían y gozaba como nunca. Precisamente porque ella no podía.
Y todo así.
En una ocasión ella lo enfrentó. Le dijo con helada calma: «Te veo tan hijo de puta como esos nazis que asesinaron a los judíos. Sos un criminal de guerra frustrado. Esta casa es un campo de concentración. Por la cocina corren tus alambradas electrizadas y tus perros. Yo soy la prisionera y vos el SS. Sos un guacho.» El, muy lejos de sentirse herido, quedó contentísimo con la idea. Lo tomó como el mejor elogio que podían haberle hecho. Sin embargo, comentó: «Nunca lo había visto de esa manera. Seamos completamente justos, no obstante, pues no me quiero apropiar de glorias ajenas: ignoro si lo que dice es exacto, ya que jamás me molesté por estudiar caprichos, manías, preferencias o motivaciones, en alguien fuera de mí mismo. De cualquier manera comprendo a qué se refiere y, para contestarle con su mismo punto de vista, le diré que el SS es usted. Yo en todo caso sería un modesto auxiliar; uno de esos subordinados de ínfima categoría que entraban en las cámaras para sacarle los dientes de oro a los cadáveres. Y lo digo aunque constituya una humillación para mi orgullo.»
Lo impresionante de este parlamento fue que lo dijo casi sin acento eslavo y con estructura gramatical pasable. Ella se quedó helada.
Cuando el médico le dijo que su mujer tenía cáncer y que no se lo dijese pues ello podría abreviarle la existencia, él hizo cuanto pudo para que jamás se enterase y hasta el fin creyera en su curación.
Ella agonizaba. Esa era la noche y la madrugada de su muerte. Estaba lúcida, no obstante. El entró al cuarto en sombras con una vela en la mano. La miró largamente y dijo: «Notable. Qué delgada la puso la enfermedad. Está usted bellísima.»
Y se fue, dejándole el cirio a los pies de la cama.

FIN


“Hay un gerundio en el título del libro. Encima, habla de enanos y los enanos no aparecen por ningún lado. Por otra parte, las historias son absurdas, delirantes, violentas, pantagruélicas, y tienen personajes de una moral que más que calificarla de dudosa, habría que reconocerla como directamente escandalosas. Todo en este libro es cruel y desmedido, de una inverosimilitud corrosiva. Las personas de bien no le dedicarán ni siquiera una mirada de refilón. Las personas de bien no miran de refilón. Las personas de bien no miran... pero entonces ¿por qué esa curiosidad? ¿Estás pensando seriamente en abrir este libro? ¿Acaso podés llegar a pensar por un instante que en los trece cuentos que conforman estas páginas hay alguna verdad verdadera, de esas que dicen que tienen los libros? Bueno, entonces es posible que los enanos de jardín y los conformistas que no terminan nunca de emparejar el césped comiencen a mirarte con miedo.”