viernes, 27 de febrero de 2009

Nolo, Manolo

Manuel Ugarte fué una de las calles que no cambió de nombre en Buenos Aires, pero de casualidad, por el personaje que recordaba.
Cercana al gallinero, en el precioso barrio de Nuñez. Allí se honra  a Manolo.
Probablemente los funcionarios del proceso, hayan creido la M. de Ugarte, era la M de Marcelino, un conservador.
Pero no, era la M de Manuel, quien nació un 27 de febrero, pero de 1875.


Manuel Ugarte pertenecía a una familia tradicional. En los primeros años del 900 vivía en París, como correspondía a un rico, joven y culto caballero argentino, aficionado a las mujeres, al teatro y la poesía galante; fue el autor de unas Crónicas parisienses, que prologara Miguel de Unamuno y de las Crónicas de bulevar, que llevan prólogo de su amigo Rubén Darío.

Nada hacía sospechar a los parientes de Buenos Aires y amigos de Manuel, el giro que tomaría su vida apenas se iniciara en la política. Nada hacía prever el cambio brusco que se produciría con su participación en los congresos socialistas internacionales, junto a Jean Jaurés. Sin abandonar del todo la parte lúdica de su pensamiento, que lo impulsa a escribir poemas, cuentos o ensayos de intención literaria, sus intereses se desplazan hacia la reflexión política.

El colonialismo europeo por un lado y la política del garrote de los Estados Unidos por otro, son los referentes de esa reflexión. Manuel Ugarte toma partido por los movimientos nacionales que se oponen a esos poderes monopólicos. Al igual que José Martí, instrumenta la crítica como ejercicio del criterio y apunta a la descolonización del pensamiento dependiente de América latina. Desde esa perspectiva -antiimperialista y bolivariana- escribe El provenir de la América Española, en 1910.

Como en las novelas de aprendizaje, hay un viaje iniciático en el cual el protagonista acumula experiencia y prueba sus fuerzas. El bon viveur de París viaja por América latina. No es un turista. El Departamento de Estado de los Estados Unidos se interesa por su itinerario y considera que Ugarte es un sujeto peligroso, un agitador. ¿Lo era en realidad?.

En 1911, desembarca en Cuba y se reúne con estudiantes y campesinos que simpatizan con la causa nacional. Se lo ve en La Habana y en Santiago. Como orador, manifiesta su solidaridad con el pueblo dominado bajo "la enmienda Platt".

Un agente lo ve desembarcar en Santo Domingo, a finales de 1911; lo observa deambular en actitud sospechosa por el puerto donde "se levantaban inmóviles las torres de los acorazados norteamericanos". Poco después se produce un atentado, que se atribuyen los independentistas. Antes de partir, Ugarte se manifiesta públicamente contra el invasor.

Ugarte llega a México el 3 de enero de 1912. Hay música y banderas y disparos al aire, como corresponde a una buena fiesta mexicana, con revolucionarios que exigen "Pan y Libertad". El gobierno de Madero se inquieta. La embajada de EE.UU. presiona para que lo expulsen del país. "Dos gobiernos contra un solo hombre", titula un diario en la ciudad de México.

Ugarte no desmiente el mote de agitador: participa en actos relámpagos, en manifestaciones callejeras, ejerce su arte de orador de barricada. Llena un teatro y en un mitín en el bosque de Chapultepec congrega a una multitud.

Algunas de estas noticias llegan a Buenos Aires. Para no pocos de sus amigos, Manolo o Manucho se ha vuelto loco. Esperaban otra cosa de él. Una travesura, sí, pero no esto. En Guatemala, donde gobierna el dictador Estrada Cabrera, Ugarte es citado por el ministro de Relaciones Exteriores. Le explica de buenos modos que llega alguien importante de Washington y que una de las

condiciones que pone el Departamento de Estado es que Ugarte abandone Guatemala. El ministro es gentil, no quiere emplear la fuerza. Ugarte hace sus valijas e intenta viajar a Honduras y El Salvador. Pero ahí también se lo considera una persona peligrosa y se le niega la entrada. Opta, entonces, por entrar en forma clandestina. Llega a Tegucigalpa el 27 de marzo de 1912. Pocos días más tarde, el 3 de abril, Ugarte expresa su particular visión del socialismo, opuesta a la posición eurocentrista de sus contemporáneos. En la Federación Obrera, dice que "el socialismo tiene que ser nacional". Y agrega: "seamos avanzados, pero seamos hijos de nuestro continente y nuestro siglo".

Ugarte viaja a la Nicaragua ocupada en ese entonces por las tropas norteamericanas. Aunque su palabra está prohibida se las ingenia para difundir sus ideas que coincidirán luego con las de Augusto César Sandino. Continúa su viaje predicador por Costa Rica, Venezuela, Colombia. En 1913 está en Ecuador, desde donde viaja a Perú y Bolivia. Se reúne con los sindicalistas, políticos y estudiantes que adoptaron el credo de la Patria Grande y de un camino propio hacia el socialismo.

En 1914 llega a Buenos Aires. Se entera del asesinato, en Francia, de su amigo Jean Jaurés, con quien compartía un militante pacifismo. Su heterodoxia estorba: los aliadófilos y germanófilos de la Argentina desconfían de él. Además, Ugarte no disimula sus contradicciones. Así, un día se lo ve en la redacción de La Vanguardia, dialogando con Juan B. Justo y otros socialistas, y al otro, practicando esgrima con un representante de la oligarquía, en el Jockey Club. Contradictorio, sí, pero coherente en sus convicciones: el "niño bien" renuncia a una candidatura en el Congreso porque aduce que ese cargo lo debería ocupar un obrero.

No gana plata con la política. Al contrario: por ella, pierde su fortuna. Y por su heterodoxia, se le cierran las puertas de la cultura oficial. Ugarte defiende los principios de la revolución mexicana y el derecho de Colombia frente a la política de usurpación de los EE.UU. en Panamá. En ese momento su prédica parece exótica. Los admiradores del progreso indefinido usan la vieja antinomia civilización o barbarie para rebatirlo. Se lo acusa de ser espía del kaiser por defender la política de neutralidad de Hipólito Yrigoyen.

En 1919 marcha hacia el exilio europeo donde integra el Comité Mundial de la Paz junto a Romain Rolland, Albert Einstein y Henri Barbusse. Colabora con el peruano José Carlos Mariátegui en la revista "Amauta". La chilena Gabriela Mistral lo llama "el maestro de América latina". Pero aquí se lo ignora. Regresa a Buenos Aires en 1935. Está muy pobre y sobrevive como puede hasta 1939 en que vuelve a partir y se radica en Chile.

Después de muchos años de oscuridad y extrema pobreza, Ugarte regresa a la Argentina en tiempos del incipiente peronismo. Se lo reconoce, por fin. Lo nombran embajador y ejerce la diplomacia en México, Nicaragua y Cuba, entre 1946 y 1950. Pero su figura disgusta a algunos sectores clericales y políticos por lo que cansado de pelear renuncia. Muere en Niza, en 1951.

Lo sobrevive su obra, que encontró eco en América Latina. Movimientos políticos como el APRA peruano o el sandinismo nicaragüense, reconocen en Manuel Ugarte a un precursor.

Más retaceada es su influencia aquí, en el llamado "pensamiento nacional", y poco reconocida su incidencia en el origen de la "tercera posición" de nuestro país, en tiempos de la "guerra fría".

No fue profeta en su tierra. En cambio, vio cómo se agrandaba la patria mientras recorría el territorio de esta América que, como él vaticinó en sus textos, sigue siendo una arriesgada apuesta al porvenir.

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