jueves, 12 de febrero de 2009

Sin título

Me relevaron temprano, la mañana estaba fresca, agradable para la caminata, así que me la jugué y a las seis horas de la charla con Hugo ya estaba en la radio para retirar mi primer premio del año.
A veces, Leo o Lucas aclaran que se puede pasar a partir de las nueve, pero el martes, aunque llegué antes de las siete, mis colegas de la seguridad no tuvieron inconveniente en buscar y entregarme el libro –y eso que nunca me identifiqué con ellos como colega.
Hugo me había ofrecido “Trópico de capricornio”, de Henry Miller, pero, como ya lo tengo, en línea privada elegí “Continuadísimo”, el volumen de cuentos del/la travesti Naty Menstrual.
Mi retorno al triunfo, tras largas semanas, fue con la novela “Celestino antes del alba”, del cubano Reinaldo Arenas.
Ofrezco todo este detalle a modo de mero informativo, atento, sobre todo, al impío relato de María Suárez, vía mail, que anoche leyó Hugo… Impío en el sentido de infiel. Infidelidad en el sentido de traición. Traición a este Blog, en beneficio de una comunicación directa (anche masiva) con nuestro conductor.
En realidad, María nunca colaboró en Losparrafistas. En su momento fue invitada a integrarse como autora, pero, a pesar de valorar y elogiar esta iniciativa internética, declinó el convite explicando que no creía tener nada profundo para decir. Argumenté, recuerdo, que precisamente este foro sería para contar con sencillez nuestras cosas, las peripecias de un lector común en torno a los libros, dejando las reflexiones profundas e importantes para los redactores de los suplementos culturales de los diarios, pero no hubo caso. La humilde María apenas si participó alguna vez con algún Comentario –algunas veces anónimo. Ayer, en el mencionado mail, explicó las alternativas de su triunfo de anteanoche con la honestidad y el pormenor que siempre anhelé para el Blog por parte de los oyentes que participan en el juego –ganen o no. La Dama de Coghlan ganó el miércoles con el relato “El vengador”, de Thomas de Quincey.
También escribió María, leyó Hugo, que tiene “la teoría de que además del estímulo de reconocer la obra, ganar, enterarnos de autores desconocidos, aprender, hay cierta curiosidad por conocer nuevos oyentes o ver en qué están los ya clásicos ganadores, como si perteneciéramos a una cofradía o al mismo zoológico”. Concepto, este último, que comparto, con la salvedad de que, en mí caso, la curiosidad está exacerbada hasta un nivel de manía poco menos que peligrosa –aunque infructuosa, como este Blog atestigua.
A veces, sin embargo, espontáneamente obtengo alguna satisfacción. Anoche mismo, tras la lectura del mail de María, jugamos con teatro, y, como es de esperar, la ganadora fue Verónica Cornejo. Esta vez, con “Los rústicos”, de Carlo Goldoni. Y esta vez, en el curso de la charla con Hugo, la joven de Lugano tuvo a bien contar algo de su vida. No fue mucho, pero es algo, y es sugestivo.
Contó Verónica que lee en italiano, que le gusta y conoce bien el idioma, que es diplomada en la Dante Alighieri tras cuatro años de estudio. Agregó que se decidió por esa lengua porque en el lugar donde trabajaba (en 1990) se recibía correspondencia desde el país del… de… de Andrea Camilleri (graciás, amigo Anónimo, por la corrección en la lista de lecturas). Y esto es sugerente porque indica, por un lado, que Verónica no siempre fue ama de casa, como siempre destaca, y que, si en el 90 trabajaba, supongamos que en un primer trabajo, alrededor, quizá, de sus 20 añitos, hoy andaría tal vez por los 40, algo que su tono, a mi oído, a la vez expone y desmiente… Pero estas elucubraciones las destino al compañero oyente López Motta, el enamorado de Su voz, que en estos tiempos está de parabienes con la tan frecuente aparición en el éter de la… joven Cornejo. Aunque tal vez Roberto recuerde si es que en los comienzos del ciclo esta chica dijo abiertamente su edad, dato que a mí se me escapa.
Volviendo ahora en cierto modo a lo que María solicitaba también en su mail (en qué andamos los ganadores), el otro día, al rato de cortar con Hugo, reparé en que al final no le conté la extraordinaria circunstancia en que pude volver al triunfo.
Como ya se sabe, los dos primeros programas de la semana los escucho en el banco. Generalmente, sin problema. Pero resulta que este lunes, poco antes de la medianoche, la compañera que cubre el puesto Tesoro me pide que la releve un momento porque tenía que salir a comprar una ensalada de frutas. A su vez, por un trabajo que unos albañiles hacían en la vereda, yo me encontraba lejos de CCTV, mi puesto habitual, y cubría la entrada de servicio, por donde los tipos iban y venían. Eso ya me preocupaba, porque se acercaba la hora del programa y no parecía que estos dignos trabajadores argentinos estuvieran por terminar. Cuando la compañera me llamó, le pedí que esperara mientras consultaba a nuestro encargado. Suponía que ella ya lo habría hecho, pero quería ganar tiempo mientras me decidía por el mal menor. En el área de la puerta de servicio, a pesar de la proximidad de la calle, el ruido con el que se escuchaba Nacional era insoportable. Además, era probable que por alguna consulta o conversación de los albañiles me perdiera algún detalle del programa. Por otro lado, si me desplazaba hacia el tesoro, que está ubicado muy astutamente en el tercer subsuelo del edificio, no tendría señal en el celular para hacer la eventual llamada triunfadora. Hay teléfono en el tesoro, pero, como todos los demás, requiere una larguísima marcación previa: el 9 para tener línea, una espera de unos segundos, después el número de destino, después una clave de seis cifras, después otra espera, y al cabo sale la llamada. Demás está decir que una demora como esta suele ser determinante para el intento de ganar en Párrafus. Sin embargo, como venía tan de capa caída, elegí esta última opción. No creí que justo esa noche Hugo fuera a leer algo “para mí”. Al menos, pensé, abajo voy a poder escuchar sin molestias; ya había comprobado en otras ocasiones que en las entrañas de la tierra la radio se escucha mucho mejor. Avisé al encargado, quien me relevó en la puerta, y nos cruzamos con la compañera del tesoro. A ella le pedí que se quedara arriba a comer su potaje y bajara de nuevo recién después de la una –sin más explicaciones. Y desde el tercer subsuelo, a pesar de la dificultad con el sistema telefónico bancario, mi llamada entró primero, respondí que era “Celestino antes del alba”, de Reinaldo Arenas, y así pude volver al triunfo. En el décimo programa del año, siendo ya el 10 de febrero, llegué por fin a mi victoria número 80.
-(clap,clap,clap,clap)
-Gracias.

Para terminar esta espontánea reseña preliminar de la semana, falta decir que el lunes volvió a ganar Maximiliano Pozzi, el joven estudiante de Saavedra. El y Rosa, su señora madre. Rosa fue la que reconoció el cuento “La bella alma de don Damián”, del recóndito dominicano Juan Bosch; Maxi fue el que llamó.
A Juan Bosch lo vi mencionado en el blog del compañero Fernando Terreno. Esa fue la única vez que lo sentí nombrar. Hace un tiempo, el ingeniero de Chacarita elaboró una Entrada referida a personalidades de la política provenientes del mundo literario. Recuerdo, además de Bosch, la mención del checo Vaclav Havel. Ahora busqué algo más sobre el dominicano y encuentro una vida muy encomiable. Fue un importante literato para centroamérica, después llegó a presidente de la República Dominicana, pero es bastante poco conocido, creo (por eso lo lamo recóndito), tal vez porque nunca, durante las persecuciones de que fue objeto, se exilió en París o Londres, sino en Cuba, Venezuela o Costa Rica.
Leí también el cuento que nos trajo Hugo, una especie de sátira sobre la hipocresía social y la belleza de alma del poderoso don Damián. Por otros títulos suyos que vi, se me ocurre que puede emparentárselo a Edmundo Valadés , el mexicano que hace poco pasó por Párrafus; los dos son autores de libros acerca del oficio de escribir cuentos.
Otra curiosidad que encuentro leyendo los títulos de Bosch es que, al igual que Thomas de Quincey, tiene un libro llamado “Judas Iscariote”.
En el final-final… ¿podré evitar una de mis habituales “maldades”?
Sigue el desparpajo, podría decir, por ejemplo. La semana pasada, Maxi Pozzi, sin temor al qué dirán, contaba que reconoció el cuento de Laiseca porque lo hojeó en una librería. Ayer, María, en su ya famoso mail, contaba que reconoció enseguida el relato de de Quincey, pero no quiso llamar inmediatamente para no perderse en final de una película que estaba viendo… ¡En Cosmopolitan TV! … ¡Con Richard Gere y Wynona Ryder!
¡¡¡María!!!
¡¡¡Dama de Coghsmopolitan!!!


Post Scriptum: Cuando entro al Blog para publicar lo precedente, veo la Entrada de Fernando Terreno. También el Comentario que generara (el habitual “anónimo, siglo XXI”). Me reservo la opinión, por ahora, pero creo notar en Fernando una indignación que no comparto. Como se lee en el final de mi texto, yo me lo tomo con buen humor; y si bromeo con María (o parece que me indigno, como la semana pasada con Hugo) es porque ella, antaño (cuando teníamos comunicación fluida), era la única que comprendía y festejaba mi sentido del humor. Me siento más cerca, a primera vista, del Comentario Anónimo, que alienta tanto la brillantez de una como la vibración del otro. Y no digo más. Me fui.

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