"Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de que seas tu el lector de estos ejercicios, y yo su redactor" Jorge Luis Borges
domingo, 29 de junio de 2008
Fe de erratas II
Error. No era un poema, como dije, el que Borges dedicó a la memoria de Paul Valéry, el Parrafista del pasado miércoles. Creí que alguna vez había visto ese nombre como título en alguno de los poemarios borgeanos, pero ahora, revisando la edición de 1974 de las obras completas de Jorge Luis (que por fin ayer me traje de la casa de mi vieja), no lo encuentro. Está, en cambio, el breve ensayo llamado “Valéry como símbolo”, correspondiente al libro “Otras inquisiciones”. De ahí, seguramente, mi confusión.
Cito parcialmente ese ensayo, que Borges empieza comparando a Valéry con Walt Whitman, el primer Parrafista del año pasado.
“Aproximar el nombre de Whitman al de Paul Valéry es, a primera vista, una operación arbitraria y (lo que es peor) inepta. Valéry es símbolo de infinitas destrezas pero asimismo de infinitos escrúpulos; Whitman, de una casi incoherente pero titánica vocación de felicidad; Valéry ilustremente personifica los laberintos del espíritu; Whitman, las interjecciones del cuerpo. Valéry es símbolo de Europa y de su delicado crepúsculo; Whitman, de la mañana en América. El orbe entero de la literatura parece no admitir dos aplicaciones más antagónicas de la palabra ‘poeta’. Un hecho, sin embargo, los une: la obra de los dos es menos preciosa como poesía que como signo de un poeta ejemplar, creado por esa obra.
(…)
“Uno de los propósitos de las composiciones de Whitman es definir a un hombre posible –Walt Whitman- de ilimitada y negligente felicidad; no menos hiperbólico, no menos ilusorio, es el hombre que definen las composiciones de Valéry. Este no magnifica, como aquel, las capacidades humanas de filantropía, de fervor y de dicha; magnifica las virtudes mentales. Valéry ha creado a Edmond Teste; este personaje sería uno de los mitos de nuestro siglo si todos íntimamente no lo juzgáramos un mero ‘Doppelgänger” de Valéry. Para nosotros, Valéry es Edmond Teste.
(…)
“Proponer a los hombres la lucidez en una era bajamente romántica, en la era melancólica del nazismo y del materialismo dialéctico, de los augures de la secta de Freíd y de los comerciantes del surréalisme, tal es la benemérita misión que desempeñó (que sigue desempeñando) Valéry.”
Este artículo está fechado en 1945, año de la muerte de Paul Valéry. Casualmente, es el año de la publicación de “El desierto de los tártaros”, novela leída el viernes. De su autor, Dino Buzzati, encontré también en lo de mi vieja un libro del Centro Editor de América Latina, colección La Tierra Entera, de 1983, llamado “El derrumbe de la Baliverna”. Sabía que tenía algo de este tano (es más, pensé que podía tener “El desierto…”, pero era “La rebelión de los tártaros”, de T. de Q.), y resultó ser este volumen de cuentos que nunca leí completo. Ahora, según un añejo plan que retomo con intermitencia, me lo traje para seguir poniéndome al día con los autores que Hugo nos trae a Párrafus. Es más, ya mismo termino con esta muy extensa fe de erratas y me voy a leer un cuento de Buzzati de título muy sugestivo –y reminiscente: “El niño tirano”.
Hasta chau.
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