Justamente la semana pasada, a raíz de su admiración por T.S. Eliot, yo nombraba a Jorge Dorio.
En 1984, cuando tuve oportunidad de acercarme brevemente a él a partir de su juvenil, sorprendente aparición en la radio, haciendo dúo con Martín Caparrós en la trasnoche de Belgrano, Dorio tenía publicado un libro que había llamado “Huésped de mí mismo”. Tal vez hoy, cuando suele aparecer en tv como panelista del antiutópico programa llamado “Gran Hermano”, no le guste la recordación de este poético pasado suyo. Aunque, en realidad, pienso que a nadie puede ofender, o hacer mella, mención alguna en este insignificante arrabal de Internet –que ahora ni Paredero leerá.
El lunes, Hugo me hizo reír al atribuirme la delirante práctica de firmar autógrafos en mi camisa, en el pantalón, en el pecho, autógrafos a mí mismo por el puro placer de escuchar la reiterada mención de mi apellido en el programa. Después, en esa recargada referencia (de casi cinco minutos) a mi insistente participación en el programa (pero tal vez sean equivalentes la una a la otra), la cosa fue pasando de castaño a oscuro. Jugando cómicamente con la tentación de una censura, primero, pidiéndome calma, después, terminó anunciando su prescindencia de la última forma que tomó mi amoroso compromiso con su bella propuesta radial: dijo que no piensa leer las citas del juego paralelo que los otros días se me ocurrió incluir en el Blog. (Ver “La lista de Perenchio II”)
Haría lo mismo. En su lugar, consideraría que ya bastante sospecha hay sobre este múltiple ganador como para, además, dar que pensar al público (al público que también visita este Blog) si llegara a leer en el programa algo cercano a lo que este parasitario sujeto sugiere. Sobre todo, porque él mismo declara su “arrogante intención” de contribuir a mi bagaje literario, o propiciar mágicamente la lectura de autores ‘postergados’ ¡Habrase visto!
Yo, francamente, me prohibiría sin más la participación. El severo huésped que llevo en mí suele ser –en principio- terminante. Y, en principio, dictamina ya mismo que no va a continuar con aquel juego paralelo.
... de todos modos, desde principios de años venía pensando en hacer la “gran Gustavo Glandsman”: retirarme en la cresta de la ola. Pero no me decidí. Pensé: Lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Y en eso estoy –estaba.
“En esas magias estaba cuando lo borró la descarga”
¡Eso! Volvamos, por favor, a la literatura, a los libros, y dejemos ya a este siniestro personaje.
La semana pasada, en definitiva, no se escribió casi nada acerca de las lecturas de Párrafus –ni yo ni ustedes.
Justamente sobre Eliot, charlando con Hugo yo había dicho que tenía la impresión de que su poesía era un tanto hermética. Pero, aparte de algunos fragmentos sueltos, lo que conocía de él lo leí en un fascículo del Centro Editor de América Latina, el número 100 de la colección Los Hombres de la Historia. Allí, pasajes como el que cito a continuación tal vez contribuyeron a que me formara aquella idea de oscuridad. Su autor es Roberto Sanesi, quien dice cosas como esta:
“Resulta imposible, aquí, profundizar el contenido de esta obra en tantos aspectos paradojal, donde la convicción cristiana –como lo notara el crítico alemán Robert Curtius- es sentida y revivida en un modo y expresada con un lenguaje extremadamente subjetivo donde el análisis de la poesía lleva a la negación de la poesía, y donde lo que tiene unidos a los momentos más diversos de esta meditación tendida a la superación de la contradicción entre vida y muerte sin negar ni vida ni muerte es una energía espiritual cuya profundidad es intuible aún a nivel emotivo, a despecho de las numerosas referencias religiosas y culturales.”
Así inicia el tal Sanesi el apartado sobre la obra que eligió Hugo para representar a Eliot en Párrafus. Después, el análisis de cada uno de los Cuatro Cuartetos es encabezado con el mismo título que utilizara el poeta. Hacia este fascículo, leído hace años, saltó mi mente cuando Hugo leyó: “Burn Norton”. Llamé, entonces, seguro de que el autor era Eliot; pero mi memoria no enfocó el contexto de aquel subtítulo, así que barajé tres obras para arriesgar. No hizo falta, la pegué con la primera. Mis otras opciones eran “La tierra baldía” y “Los hombres huecos”.
Justamente de este último poema, en el mismo fascículo se cita el siguiente fragmento:
“Nosotros somos los hombres huecos
los hombres embutidos de aserrín
Nos apoyamos unos en otros
por las cabezas llenas de paja
y nuestras voces ásperas
cuando cuchicheamos
no tienen timbre ni sentido
como el viento en la hierba seca
como el trote de las ratas
en los vidrios quebrados
de los sótanos secos.”
Y se explicita la razón de uno de los epígrafes elegidos por Eliot: “Un penique para Guy Fawkes”.
Parece ser que, hacia 1605, se produjo en Londres “la conjuración de las pólvoras”, con el fin de hacer estallar el Parlamento. Guy Fawkes era el encargado de encender la mecha y huir. Pero, merced a una traición de alguno de los conjurados, fue apresado y llevado a suplicio. Desde entonces, en Inglaterra se conmemora cada año este hecho mediante la confección de fantoches de paja semejantes a Fawkes, que los muchachones después prenden fuego, y “Un penique para Guy Fawkes” es la frase con la que piden donativos por las casas.
Y el otro epígrafe elegido por Eliot para “Los hombres huecos” es: “Mistah Kurtz murió”, de la novela “El corazón de las tinieblas”, de Joseph Conrad.
Justamente al día siguiente Hugo leyó a Conrad, y justamente el ganador volví a ser yo. Pero la novela elegida fue “La línea de sombra”. De su introducción, cito el siguiente pasaje, que demuestra, creo, una muy penetrante psicología del autor inglés.
“El solo hecho de confesar que pensé durante largo tiempo en este relato bajo el título de “El primer mando”, indicará ya al lector que se refiere a una experiencia personal. Y, efectivamente, de una experiencia personal se trata, vista con la perspectiva del recuerdo, y coloreada con ese amor que no podemos menos de experimentar con respecto a acontecimientos de nuestra propia vida que no nos ofrecen motivo alguno de rubor. Y este amor es tan intenso –y aquí apelo a la experiencia universal- como la vergüenza y casi la angustia con que se recuerdan ciertas circunstancias lamentables, incluso simples equivocaciones cometidas en el pasado. Uno de los efectos de perspectiva del recuerdo es el mostrarnos las cosas mayores de lo que son, debido a que los puntos esenciales se encuentran en él aislados de su contorno de minucias cotidianas, automáticamente borradas del espíritu.”
Este lunes volvimos a la poesía, y la ganadora fue Verónica Cornejo, quien reconoció la obra de Guillaume Apollinaire. La última victoria de la joven de Lugano, el miércoles 16, había sido con otro francés, el dramaturgo Alfred Jarry. Y acá tengo un bello texto de Apollinaire sobre Jarry, que cito con intermitencia.
“-¿El señor Alfred Jarry?
-En el tercero y medio.
Esa respuesta de la portera me asombró. Subí a lo de Alfred Jarry, que efectivamente vivía en el tercero y medio. Habiéndole parecido al propietario muy altos de techo los pisos de la casa, los había desdoblado. Ese edificio, que existe aún, tiene de esa manera quince pisos, pero como, en definitiva, no es más elevado que las otras casas del barrio, no es sino una reducción de rascacielo.”
(Esto me recuerda algo de esos guionistas vanguardistas del Hollywwod actual: el edificio donde trabaja el protagonista de “¿Quieres ser John Malcovich?”)
“Habíamos sido invitados a cenar en la calle de Reenes. A la mesa, habiendo querido alguien leerle las manos, Jarry probó que poseía todas las líneas dobles. Para mostrar su fuerza, rompió a puñetazos los platos dados vuelta, y termino por herirse. El aperitivo, los vinos lo habían agitado. Los licores terminaron de excitarlo. Un escultor español quiso conocerlo y le dijo algunos cumplidos. Pero Jarry intimó a ese ‘bribón’ ordenándole salir del salón, no volver a aparecer por allí, y me aseguró que ese muchacho acababa de hacerle las proposiciones mas deshonestas. Al cabo de unos minutos, el español, que había huido, volvió, y de inmediato Jarry disparó sobre él un tiro de revolver. La bala fue a perderse en una cortina. Dos mujeres encintas, que se encontraban cerca, se desvanecieron. Los hombres no estaban tampoco demasiado tranquilos, y entre dos nos llevamos a Jarry. En la calle, me dijo con la voz del padre Ubú: ‘¿No es verdad que era lindo como literatura?... Pero olvidé pagar los gastos...’”
(...)
“Las travesuras de Jarry hicieron el mayor daño a su gloria, y su talento, uno de los más singulares y de los más sólidos de su época, no le daba lo suficiente para vivir. Vivía mal, alimentándose en París de costillas de cordero crudas y de pepinillos. Me aseguró que, para mejorar su estómago, bebía a menudo antes de acostarse un gran vaso en el cual había echado por mitades vinagre y ajenjo, extraña mezcla que él unía agregándole una gota de tinta. Las atenciones femeninas le faltaron al pobre padre Ubú. En Coudray, vivía de su pesca; y por cierto, tuvo suerte de haber vivido a menudo lejos de París, al borde del río. La ciudad lo hubiera matado muchos años antes de lo que lo ha hecho.”
(...)
“Jarry murió el 1 de noviembre de 1906, y el 3 éramos unos cincuenta quienes seguíamos su cortejo. Los rostros no estaban tristes, y solamente Fagus, Thedée Natanson y Octave Mirbeau tenían un poquito de aire fúnebre. Sin embargo, todo el mundo sentía vivamente la desaparición del gran escritor y del encantador muchacho que fue Jarry. Pero hay muertos que se deploran de otra manera que por las lágrimas. No quedan bien lloronas en el entierro de Folengo, ni en el de Rabelais, ni en el de Swift. Tampoco eran necesarias en el de Jarry. Muertos como esos no han tenido nunca nada en común con el dolor. Sus sufrimientos no han estado nunca mezclados con tristeza. (...) No, nadie lloraba detrás del coche fúnebre del Padre Ubú. Y como era un domingo, el día siguiente del de los Muertos, la muchedumbre de los que habían estado en el cementerio de Bagneux se había esparcido al caer la tarde en los negocitos de los alrededores. Rebosaban de gente. Se cantaba, se reía, se comían salchichas: cuadro truculento como una descripción imaginada por aquel que enterrábamos.”
Apollinaire escribió esta semblanza acerca de su amigo en noviembre de 1909. Figura en un volumen de la colección La Nueva Biblioteca, también del inmortal Centro Editor de América Latina, llamado “El mundo de Guillaume Apollinaire”, que tiene introducción, notas y traducción del poeta argentino Rodolfo Alonso.
La obra que se leyó en Párrafus fue “Alcoholes”, de 1913. La lectura demandó casi ocho minutos, hasta que la oyente Verónica decidió arriesgar el nombre de Apollinaire. A mí, la mención del Angel me hizo pensar, a pesar de que el estilo lo desmentía, en un autor alemán, que prefiero no mencionar. Sin mucha convicción, más que nada para tratar de impedir un nuevo Ininterruptus, llamé también esa noche, y perdí -¿vieron que también pierdo? Acertó Verónica, y su victoria, la tercera de enero, puso suspenso a la definición del certamen mensual de ganadores, ya que, faltando dos programas, todavía podía alcanzar al insoportable Perenchio, que a la sazón llevaba cinco triunfos.
Me salvó el viejo amigo Fernando Terreno, felizmente reaparecido tras sus vacaciones en el Uruguay. El hombre de Chacarita ganó martes y miércoles; con su característica interrupción precoz, el primer día, y tras larga meditación y búsqueda, el segundo.
Fue martes de Teatro, y, a los 14 segundos, como una centella aparece Fernando para responder que se leía “Un tal Servando Gómez”, de Samuel Eichelbaum. Le bastó la sola mención de “un corralón en Avellaneda”. Hugo no pudo llegar ni a la primera línea del pronto diálogo de la obra. Y el miércoles, anoche, después de diez minutos y una tanda, vuelve Terreno para descifrarnos una novela de la que, por primera vez en todo el ciclo, yo no tenía ni idea de su existencia -y no pienso recurrir a Internet. Es más, no podría ni escribir el nombre del autor, a no ser por fonética, ya que tampoco lo escuché nombrar jamás. Es algo así como Hening Mankel. De él, esta noche, el indescifrable Paredero empezó a leer “El hombre sonriente”.
En realidad, sí debo haber escuchado nombrar al autor, ya que Fernando refirió que alguna vez recibió como premio una novela de este sueco, llamada “El cerebro de Kennedy”. Pero no registré ese nombre; demasiado contemporáneo, comercial (como dijo Fernando) y sueco, para mí.
Felicitaciones para el amigo Terreno, entonces... aunque, claro, para salvarme de la arremetida final de la Cornejo, se pasó un poquito en el esmero y me arrebató el récord de la velocidad en la interrupción, que hasta hoy tenía yo con 15 segundos. En fin, una de cal y una de arena, como quien dice. Gracias igual, Fernando.
METALECTURA
Un dato que registra Rodolfo Alonso en otro texto suyo sobre el poeta, “El resplandor de Apollinaire”, aparecido en su libro “No hay escritor inocente”: en la película soviética de ciencia ficción “Solaris”, de Andrei Tarkovski, uno de los astronautas lleva consigo en su viaje al espacio un ejemplar de “Alcoholes”. Y hojeando el libro del Centro Editor, encuentro que “Alcoholes” se abre con un largo poema llamado “Zona”. “La zona” es otro extraño film de ciencia ficción –este lo vi- del mismo Tarkovski.
Mañana, con más tiempo, redacto alguna semblanza de Guillaume Albert Wladimir Alexandre Apollinaire, apellidado Kostrowitzky, como su madre, que lo anotó como hijo natural. ¡Qué chancha! ¡Cómo no le iba a salir poeta y heresiarca!
COCINA
Ayer, miércoles, me pasó algo espantoso. Anteanoche, en el trabajo, había escrito el texto con el que abro esta ya larga Entrada. Me lo traje en un diskette y a la noche me puse a corregirlo levemente y continuarlo. No sé por qué –pero Bukovsky lo sabe- seguí escribiendo sin pasarlo antes a la máquina. Cristina, siempre tan amorosa, había venido a ver a mi lado, en el dormitorio, su telecomedia de las 22. En determinado momento, después de copiar las citas de Apollinaire, quiero guardar los cambios para, de acuerdo al pedido de mi amorosa, levantarme un rato e ir a comer. Guardo los cambios. Pero, antes de cerrar, se me ocurre cambiar el nombre del texto, que hasta entonces era, simplemente, Nuevo documento de Word –el que había creado en el trabajo. Quise ponerle “Autógrafos”, no sé para qué. Y en la lista de la ventanita que se despliega al presionar el botón derecho, en vez de hacer clik en Cambiar nombre, lo hice en Eliminar, que queda justo arriba. Primero pensé: “La puta, a copiar todas las citas de nuevo...”. Eso, más allá de las leves correcciones del principio, había sido lo último que hice. Pero después caí en la cuenta de que había estado trabajando en el diskette. El texto traído del trabajo nunca pasó a la máquina. Y me dice Cristina que lo eliminado de un diskette no se puede recuperar. No hay papelera de reciclaje que valga.
Primero pensé en abandonar todo. El texto, el Blog, Párrafus, la gloria... -así soy yo. Pero después vi que faltaba menos de una hora para el programa. Enseguida, tras un momento de desesperación, me puse a rehacer de memoria aquella espléndida apertura.
Les aseguro dos cosas: que originalmente era mejor. Traté de reproducirla tal cual, pero hay un par de frases que se me escaparon para siempre. Además, la enervación del momento me impidió la tersura que suelo buscar, y se notan por ahí algunos ripios que ni siquiera esta mañana de jueves, con poco tiempo, puedo corregir.
Lo segundo: les aseguro que el poema que copio a continuación no es una intrincada manera de insistir con el ‘juego paralelo’. Además, ya nombré al autor –uno de lo ‘demorados’, para no decir ‘postergados’-, así que no hay nada que descifrar. La razón de citarlo..., bueno, está en el poema.
AIRE Y LUZ Y TIEMPO Y ESPACIO
“Sabes, yo tenía una familia, un trabajo,
algo siempre estaba
en el medio
pero ahora
vendí mi casa, encontré este lugar,
un estudio amplio, deberías ver el espacio
y la luz.
Por primera vez en mi vida voy a tener el lugar
y el tiempo para
crear”.
No, nene, si vas a crear
vas a crear trabajando
16 horas por día en una mina de carbón
o
vas a crear en una piecita con 3 chicos
mientrás estás
desocupado,
vas a crear aunque te falte parte de tu mente
y de tu cuerpo,
vas a crear ciego
mutilado
loco,
vas a crear con un gato trepando
por tu espalda
mientras la ciudad entera tiembla en terremotos,
bombardeos, inundaciones y fuego.
Nene, aire y luz y tiempo y espacio
no tienen nada que ver con esto
y no crean nada
excepto quizá una vida más larga para encontrar
nuevas excusas.
Una última palabrita a propósito de la oyente Cecilia, de Belgrano. Ella dejó un mensaje en el programa con palabras muy amables dirigidas a mí. Al respecto, no pude hacer nada. Quiero decir... El martes a la mañana, al salir del trabajo, fui a un locutorio a ver el Blog. Como había imaginado, encontré infinidad de Comentarios motivados por la diatriba anti-Perenchio de Hugo, todos favorables y alentando la continuidad de mi participación en Párrafus. La emoción el momento me provocó un ataque de modestia, y eliminé esos mensajes, no sin antes tomar nota de los nombres y mails de los desconocidos oyentes solidarios, a quienes agradecí personalizadamente. Pero las comunicaciones dirigidas al programa estaban fuera del alcance de mi pudorosa censura, y entonces Hugo difundió las palabras de Cecilia. Está bien, para muestra basta un botón. Gracias, Cecilia, y manda a decir Cristina que estás muy acertada con tu apreciación acerca de mi sex-appeal.
Muchas gracias a las dos.
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