Primera semana de Julio
Lunes 2: “Wakefield”, de Nathaniel Hawthorne
Martes 3: “... y espacio”, de Juan Ramón Jiménez
Miércoles 4: “Marta Riquelme”, de Ezequiel Martínez Estrada
Rimas (llamémosle rimas) que encontré casi sin proponérmelo a partir de las tres lecturas de esta semana.
No tuve que buscar demasiado. No podría hacerlo, toda vez que es escaso el material de que dispongo.
Fui al artículo de Borges en “Otras Inquisiciones”, “Nathaniel Hawthorne”, que es el texto de una conferencia dictada en 1949; fui a un viejo suplemento Primer Plano de Página 12, donde, con textos de David Viñas y Tomás Eloy Martínez, se homenajea a Ezequiel Martínez Estrada en el centenario de su nacimiento. Fui y traje de ahí estas citas.
Dice Borges:
“Cuando el capitán Hawthorne murió, su viuda, la madre de Nathaniel, se recluyó en su dormitorio, en el segundo piso. En ese piso estaban los dormitorios de las hermanas, Louisa y Elizabeth; en el último, el de Nathaniel. Esas personas no comían juntas y casi no se hablaban; les dejaban la comida en una bandeja, en el corredor. Nathaniel se pasaba los días escribiendo cuentos fantásticos; a la hora del crepúsculo de la tarde salía a caminar. Ese furtivo régimen de vida duró doce años. El 1837 le escribió a Longfellow: ‘Me he recluido; sin el menor propósito de hacerlo, sin la menor sospecha de que eso iba a ocurrirme. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo, y ahora ya no doy con la llave, y aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir’”.
Dice Tomas Eloy Martínez, en “Lugar común la Muerte”:
“Aquella tarde, en Bahía Blanca, negó –recuerdo- toda salida a las tragedias argentinas. ‘Para encontrarla –dijo- debiéramos conocer el mapa de la cárcel donde estamos confinados. Si lo tuviéramos, podríamos matar al gendarme. Pero no hay mapas. Quizá ni siquiera hay gendarmes. Todo lo que nos queda, entonces, es sentarnos a la puerta de nuestra celda y ponernos a llorar.’”
Más difícil será citar mi tercera fuente. Se trata de la grabación de una vieja charla de Dolina en su programa, donde habló de Juan Ramón Jiménez. Debe existir un modo de incorporar la voz misma de Dolina a este Blog, digitalizando primero lo grabado en el cassette, pero no sé hacerlo. Voy a glosar, entonces, aquella semblanza.
Al comienzo, la charla se refiere a Zenobía (así pronuncia Dolina), la muchacha de 25 años que, retornada a España luego de sus estudios en Washington y Puerto Rico, conoce a Juan Ramón en la presentación de “La Soledad Sonora”. Él tiene 31 años, y a ella le pareció demasiado raro y triste. El poeta había requerido tratamiento psiquiátrico varias veces en su juventud; la primera vez, a sus 19 años, después de que una noche fuera despertado entre llantos para enterarlo de la muerte repentina de su padre. Zenobía rehuyó durante dos años la conquista, pero finalmente lo aceptó y se casaron en 1914.
La fama de Jiménez comenzaba a crecer por entonces, pero parece que nunca fue muy apreciado por sus colegas. Consideraba enemigos a Rafael Alberti, Jorge Guillen, Neruda. En cierto momento, el poeta Luis Cernuda escribió: “Es un hombre de un egoísmo descomunal. Un misántropo reseco y amargado. Un hombre a menudo cruel y mezquino”.
Juan Ramón continuó siendo durante toda su vida hipocondríaco y teniendo toda clase de manías. No comía, no se lavaba; no hacía planes para el día siguiente porque estaba seguro de morir durante la noche. Recortaba artículos de los diarios y los archivaba, pero guardaba los diarios también; no podía tirar nada y tenía la habitación del hotel donde vivían llena de papeles. Combatía su agobio psíquico de dos maneras: trabajando, también obsesivamente, y amando a su esposa. Ella, para atenderlo, resignó para siempre la actividad pedagógica iniciada al volver a su patria. Lo hizo a conciencia. Escribió en su diario: “Convivo con un ser lleno de muerte”.
En 1936, ante el estallido de la guerra civil, viajan a Cuba, donde se instalan. Ahí, a pesar del calor del trópico, el poeta cierra puertas y ventanas para trabajar, y encierra a Zenobía en el baño para que no trate de ventilar las habitaciones. (Cuando Dolina menciona esto, percibo otra vez la rima, y ya ideo esta entrada para el Blog.) Más adelante, a ella se le declara un lipoma y él no deja que viaje a Boston para operarse. Finalmente, ella lo convence de viajar juntos, pero cuando llega la fecha, con los boletos ya comprados, el se encierra y se niega a partir. Esto lo hace varias veces.
En 1945 visitan Buenos Aires. Algo dijeron de esto Paredero y la ganadora María Suárez cuando charlaron el miércoles. Algo referido al impulso que acá le dio Juan Ramón Jiménez a la labor literaria de María Elena Walsh. También mencionaron “Platero y yo”, obra que durante décadas fue libro de lectura en nuestras escuelas.
Resumiendo, más adelante se le concede al poeta español el premio Nobel de literatura. Al año siguiente, Zenobía es operada de un cáncer de útero. Parece que se recupera y sigue dedicándose a su esposo. Pero tres años más tarde el mal vuelve para completar el daño. Después de una dolorosa agonía de tres meses, la esposa de Juan Ramón muere. Él, luego de esto, no vuelve a escribir jamás. Dolina termina su semblanza citando las última palabras que dejó el poeta (que murió un año después). “A Zenobía de mi alma, este último recuerdo de su Juan Ramón, que la adoró como a la mujer más completa del mundo, y no pudo hacerla feliz.” Dolina, conmovido, recalca esta última frase. Termina después con una reflexión acerca de que no siempre las historias de amor son dulces y tiernas, y que la felicidad a veces es enrevesada y dolorosa. Yo pienso en unos versos de Borges:
En nuestro amor no hay algazara
Hay una pena parecida al alma.
Versos que a veces le recuerdo a Cristina, y con los que ahora termino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario