sábado, 28 de julio de 2007

Gloria

Última semana de Julio

En el final de mi última entrada (que se llamó “Volvedor”), hacia donde todo el texto conducía, mencioné a mi viejo amigo Pablo. Referí su doble retorno, o reingreso, a mi vida: mediante un mail de índole privada, primero, y con un comentario en este Blog, después.
En ese comentario, mi amigo salía en defensa de su siempre admirado Pablo Neruda, a quien reivindicaba mencionando como una obra cumbre de las letras americanas su “Canto General”. Y a la pasada, equiparando ambas obras, nombraba también “Las Venas Abiertas de América Latina”, de Eduardo Galeano.
Creo que los libros de este autor uruguayo, tras el mortecino régimen cívico-militar que ensombreció al país del ’76 al ’83, fueron para Pablo un nuevo despertar poético-militante, equivalente en su significación a las obras de Neruda que habían nutrido su adolescencia, a comienzos de la década del ’70.
Tal vez él, siempre rebelde y polemista, no esté de acuerdo con esta evaluación, pero el hecho es que fue en su casa, o, en verdad, en su departamento de la calle Medrano, y después en el de Terrero, en Flores, y por último en el de Corrientes y Juan B. Justo, entre 1985 y comienzos de los ’90, que yo tuve a mi alcance y pude hojear alguno de los libros de Galeano; como este, “El Libro de los Abrazos”, que Paredero eligió este miércoles para cerrar la última semana de julio de Párrafus Interruptus.

Y a propósito de Julio... Recuerdo también un juego de palabras de Cortázar (tal vez lo mencione Galeano), que alguna vez me contaron; seguramente de alguno de sus libros-miscelanea. No lo leí, no sé como estaría formulado, pero era algo así como la definición de un gran libro cálido y afectuoso: Libro-Abrazo. Librazo.

Pero la última semana comenzó el lunes.
“La cosa empezó así”, empezó la lectura. Yo, aunque reconocí ese expeditivo inicio, esperé otra frase para estar seguro. Fue un error. Cuando marqué, la línea ya estaba ocupada. El ganador fue Jorge Aloy, el imprentero de Rafael Calzada. Pero esta noche, por primera vez, me alegré de que otro oyente me ganara de mano.
La novela de hoy fue “Viaje al fin de la noche”, de Louis Ferdinand Celine, y lo que me alegró fue que ganara alguien que pudo hablar acerca del libro sentidamente y con conocimiento, pero sin disertar. En verdad, con disertaciones o sin ellas (sin ellas desde que Gustavo Glanzman no participa), hace mucho tiempo que no se escucha un diálogo tan franco y fluido entre Hugo y el ganador, alusivo exclusivamente, además, a la lectura elegida. Entiendo que también el conductor lo consideró así, porque permitió que la participación del oyente fuera más extensa de lo habitual –más extensa de lo extensa que algunos la hacemos con pura cháchara autoreferencial. Casi diez minutos hablaron Paredero y Aloy de la vida y obra del autor francés.
Contó Aloy que, integrando a su propia vida la obra del novelista, no pasa semana sin que hojee y se interne, abriéndolo por cualquier página, en el “Viaje...”. “Como si fuera el I Ching, un libro-oráculo”, agregó Hugo. Se recordó también la influencia que esta novela fundamental tuvo en la literatura de su siglo (que no terminó todavía), por ejemplo, en el norteamericano Henry Miller y su manera de encaminar su propia vida y obra.
Aloy mencionó un toque farsesco al comienzo del libro, donde dos amigos que debaten acerca del patriotismo y el mejor modo de encarar la vida durante la Gran Guerra (la primera guerra mundial), toman después el camino opuesto al que sus declamaciones figuraban: el cínico se alista para combatir, el patriota se escabulle. También se comentó el siempre aludido tema de la colaboración de Celine con las autoridades alemanas que usurparon el poder en Francia durante la segunda guerra mundial.
Hugo leyó, de la segunda página de la novela, una definición demoledora: “Bueno, amigo Bardamu, pero nos queda el amor...”, dice uno. Y el otro, el protagonista, responde: “El amor es el infinito puesto al alcance de los perrillos”. (Cito de mi volumen del Centro Editor de América Latina, traducción de Armando Bazan.)
También refirió Aloy algo que yo desconocía: el cambio de enfoque que Celine decidió sobre la marcha al escribir la novela; parece que el narrador, en principio, iba a ser el personaje de Robinson, en lugar de Bardamu, dato que aporta una perspectiva virtual, seguramente enriquecedora, a aplicar en una próxima lectura del libro.
Didáctico pero no sesudo, por estos carriles transcurrió el diálogo del lunes entre conductor y ganador.
Acerca de este último, sólo sabemos (desde su anterior triunfo, que fue el primero, hace unas semanas, con “El puente sobre el río del búho”, de Ambrose Bierce) que vive en el sur del gran Buenos Aires, en Rafael Calzada, que su oficio es el de trabajador gráfico (no dueño de una imprenta, aclaró), y que su voz nos representa a un hombre en su mediana edad. Además de su nombre, claro, acerca del cual pido disculpas a Jorge si estuve escribiendo mal (Aloy) su apellido.

Segundo y tercer triunfo, entonces, fueron consecutivos en el caso del imprentero, porque Jorge volvió a ganar el martes.
Esta noche, llamativamente, también se leyó una novela. Fue el género que se repitió la semana pasada (lunes y miércoles) y ya aparece de nuevo también en esta. No lo desapruebo, es el terreno donde más seguro me siento (gané hasta ahora con 22 novelas, 6 cuentos, 4 poemas y 2 obras teatrales), pero habrá oyentes que esperan el poema o el teatro con ansias locas. En fin, Paredero sabrá.
La novela de hoy fue un clásico policial: “La bestia debe morir”, del irlandés Nicholas Blake.
Se repite el apellido, solo el apellido, de un autor ya leído, el poeta William Blake. ¿Será un preanuncio de que se viene la paulatina reiteración de autores? ¿Cuándo dijo Hugo que ésta se iniciaría? ¿Después del programa 200, o del 300? Entre paréntesis, ¿será Honorio Bustos Domecq el primer autor repetido, o este seudónimo bifronte aparecerá como un escritor nuevo en una próxima -y polémica- lectura? De todos modos, a propósito de seudónimos, cabe decir que Nicholas Blake fue el que utilizó el escritor y poeta Cecil Day Lewis para firmar sus obras policiales, según explicó Paredero. También contó el conductor que este irlandés es el padre del reputado actor Daniel Day Lewis, que filmó años ha en nuestra Patagonia a las órdenes del brillante director Carlos Sorin. Parece que la Gabriela Acher trató de enlazarlo entonces, chismorreó Hugo, por supuesto sin éxito.
Ganó de nuevo Jorge Aloy, ya se dijo, y el hombre del sur comentó que tenía el presentimiento de que en cualquier momento empezarían a escucharse en Párrafus las lecturas que atesora en su biblioteca. Que así sea, Jorge, para que tu participación se repita; aunque al respecto también debo desearte velocidad dactilográfica en el teléfono, porque los reincidentes están rapidísimos estas últimas semanas...

Volviendo al miércoles, a Galeano, a los abrazos, hay que saludar la reaparición de Julián Sánchez, el joven profe de Temperley, quien ganó al reconocer sin hesitar el libro de relatos del uruguayo, que casualmente se había vuelto a comprar un día antes. Y tuvo la fortuna de que esta noche el premio para el ganador consistiera en el libro de reciente aparición “¿Cómo es un recuerdo?”, del polígrafo bonaerense Hugo Ezequiel Paredero (¿será Ezequiel? Queda lindo). Saludo también, ya que estamos, la demorada aparición de esta obra de nuestro conductor, que no me quedará más remedio que comprarme en los próximos días.
Pero yendo a la lectura de “El libro de los abrazos”, a Galeano, a la charla entre conductor y ganador después del juego, debo decir que me sentí tocado por cierta observación deslizada entonces acerca de nuestra altivez...
Dijo el profesor Sánchez que se vale de este libro de Galeano para sus clases. Que responde a la pregunta de sus alumnos referida a la característica genérica de esos textos, ni cuentos, ni crónicas, ni relatos, que son “abrazos”. Dijo que admira sinceramente la entera obra del autor uruguayo. Pero, agregó, no le cae simpática su persona. Habiéndolo visto y escuchado en entrevistas televisivas, algo le resuena feo del oriental.
Paredero dijo que es mejor leerlo. Que lo había visto también en persona, en charlas o mesas redondas, y le parece demasiado altivo. “Como mirando desde muy arriba”, dijo. Que lo que piensa, lo que escribe, lo que dice, puede ser genial, pero a Galeano lo prefiere por escrito. En síntesis, ambos estuvieron de acuerdo en el término “altivez”.
Hugo hizo la siguiente salvedad: “Tendrá con qué bancarlo”, dijo. Es pertinente. Cabe respetar de todos modos a quien por sus características personales dice lo suyo con un dejo de soberbia, o como pontificando, siempre y cuando tenga con qué, es decir, tenga los valores y el talento para sostenerlo. Seguramente este sea el caso de Galeano. La verdad, yo no recuerdo haberlo visto nunca en entrevistas, sólo lo escuché leyendo sus cosas en algún disco que anda por ahí. Pero, por su obra y su militancia literaria (fue uno de los fundadores de la revista Crisis, como rememoró el concurso sucursal de hoy), creo que puede expresarse en el tono que quiera y mirar desde donde se sienta a gusto.
Y acerca de mi propia altivez, que algunos llaman narcisismo, otras (afrancesadas) vedettismo, otros (más porteños) fanfarronería, altivez, es claro, en referencia a mi participación en el programa (tal vez también en este Blog), altivez como sinónimo de competitividad exitosa, como sustento de mi cháchara autoreferencial (como dice el otro), acerca de esta altivez mía tengo que decir que también, como en el hipotético caso de Galeano, es su fundamento el punto de observación donde me sitúo. Que es, al contrario de Galeano, el más bajo que pueda encontrarse.
En efecto, es mi situación la más modesta, carente e inapropiada; extemporánea, también; desubicada, casi; delirante. De ahí la inestimable valoración acerca de mi éxito en el certamen literario que Párrafus Interruptus propone.
¡Cómo no valorar inagotablemente este logro si se obtiene desde la más difícil de las circunstancias! ¡Cómo no celebrarlo en cada ocasión propicia, así sea mediante la arrogancia y el menoscabo! ¡Cómo no aspirar al crecimiento si se parte de algo menos que un embrión!
He dicho. Me voy. Gloria me espera –quiero decir, Cristina.

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