Tercera semana de Julio
... continúe la cadena y tendrá éxito en el programa, como Fernando Terreno, de Chacarita, que hizo un comentario en el Blog el día lunes y después ganó el juego martes y miércoles...
Perdón. Buenas tardes. Estaba con el borrador de una cosa que se me ocurrió para estimular la participación en el Blog, y recordé que se me hace tarde para terminar mi entrada semanal. Tengo que subirla esta tarde (hoy es sábado), de camino al trabajo, para que no pierda actualidad y esté disponible antes de una nueva semana de nuestro Párrafus Interruptus.
Esta semana, Hugo estuvo infrecuentemente inextricable. Digo, para lo que es mi desordenado (por hedónico) pero limitado bagaje literario. Casualmente, el miércoles Fernando Terreno estableció una atinada distinción entre los oyentes “competitivos” y los “disfrutadores”. El hecho es que esta semana no me quedó más remedio que disfrutar y aprender de las lecturas elegidas por Paredero. No tuve, en ninguno de los tres casos, ni idea de lo que se estaba leyendo. Tampoco tuve oportunidad de escuchar demasiado: se leyó, en total, un minuto con trece segundos.
El lunes, un libro visto infinidad de veces en las mesas de saldos de las librerías que suelo frecuentar; por ejemplo, la de Avenida de Mayo casi esquina Florida. Un libro que jamás se me ocurrió hojear siquiera, retenido por quién sabe qué prejuicio; tal vez por la investidura de su autor, el abate Prévost; tal vez por la poco atractiva edición de la colección Austral, sin texto en la contratapa ni solapas. Estoy hablando de “Manon Lescaut”.
Sabía que era uno de los mojones de la literatura francesa, de los tiempos en que recién se esbozaba el género Novela. De hecho, ahora aprendí que esa narración está extractada de uno de los tomos con los escritos del abate Prévost. Me resonó, eso sí, al comienzo de la breve lectura, la mención del caballero Devrié. No sé si realmente se escribe así, porque la resonancia me venía del lado del oído, de haber escuchado las tantas versiones que hay del tango “Griseta”, entre ellas, la insuperable del Caballero Cantor, Ignacio Corsini: “Soñaba con Devrié (¿O es De grié?), quería ser Manon...”.
La cuestión es que Roberto López Motta, el locutor poeta, sabía bien de qué se trataba y a los 33 segundos apareció en el aire (su otro hábitat) con la respuesta correcta.
A propósito, y ya que Paredero estuvo especialmente inextricable (para mí), voy a deslizar sutilmente una crítica al conductor. Se trata de algo que hizo ya varias veces: esa observación al comienzo del programa acerca de que la lectura de ese día será muy fácilmente respondida. No sé bien, pero me parece que inocula desde el vamos un cierto demérito para el oyente ganador. Lo mismo cabe decir, pero a la inversa, para las ocasiones en que anuncia su preocupación por la suerte del juego cuando cree haber elegido una obra especialmente difícil.
Pero ahondemos de una vez en lo de inextricable. El martes, tras esa incursión casi medieval en las letras francesas, el autor elegido fue el siempre contemporáneo Daniel Moyano. Una audacia similar a la que en su momento significó la elección de Humberto Costantini. Un verdadero riesgo por parte de Hugo (a quien solo le reprocho hacer explícito esos riesgos, y no tomarlos).
Como en el caso de Costantini, Daniel Moyano fue un escritor perseguido, silenciado, exiliado, y ni siquiera con la vuelta al país, después de la dictadura censora, pudo recuperar el terreno perdido e instalar su obra entre las favoritas del gran público. Un narrador prolífico, pero bastante secreto, creo. Y a propósito de terreno, fue conmovedora la anécdota que contó Hugo acerca del manuscrito de la novela “El Vuelo del Tigre”. Enterrado por Moyano a los fondos de su casa en La Rioja antes de salir del país, no pudo ser hallado a su retorno porque en esos terrenos el nuevo dueño había excavado una piscina.
Y a propósito del otro Terreno, hay que decir que el ganador de la noche fue Fernando, el ingeniero de Chacarita. El mismo que el día anterior había tenido la amabilidad de dejar un comentario en este Blog, con una aclaración acerca de Neruda y Skármeta.
Mencionó Fernando la tristeza del cuento elegido por Hugo, llamado “El Rescate”. Hizo que me preguntará si todos los cuentos de Moyano serán así de tristes, porque el único que yo leí (“Cantata para los hijos de Gracimiano”) ya no es triste, sino que es demoledor. (Recuerdo, y parafraseo, unos versos de Miguel Angel Bustos: “Esto ya no es dolor / es mi esqueleto que arde dulcemente”.) “Cantata...”, que tengo en una antología de narradores de los ’60, muestra a una familia pobre, pobrísima y olvidada, de los llanos del noroeste, el día en que los padres deciden regalar sus hijos a otras familias que puedan alimentarlos... Eso es lo que recuerdo, nunca pude volver a leerlo.
Recuerdo también un reportaje a Daniel Moyano en la revista El Periodista, allá por el 84, 85, cuando volvió o estaba por volver. No tuve tiempo de buscarlo en estos días. Me debo esa relectura, como, por cierto, me debo la lectura de su obra. Es un escritor (no sabía que también era músico, y porteño) que respeto, a pesar de casi no haberlo leído; me lo vuelve respetable la emoción con la que todos hablan siempre de él, los testimonios sobre su padecimiento en el exilio, su muerte prematura.
También habló Fernando del prólogo de su volumen de cuentos de Daniel Moyano, escrito por el narrador y poeta tucumano Juan José Hernandez. Creo que cometió una gaffe al glosar ese prólogo (atribuyó la célebre polémica con Cortázar acerca del exilio a Silvia Yparraguirre, cuando la polemista fue Liliana Hecker), pero el hecho es que mencionó a Abelardo Castillo, y rememoró su triunfo la noche en que se leyó “Israfel”. Entonces yo me acordé de un cuento de Castillo, “Volvedor”...
Y el miércoles, ahora decididamente medieval, y cerrando limpiamente una semana abierta con el abate, Calvino. El Italo que dio vida a “El Caballero Inexistente”.
De Calvino leí “El Barón Rampante” (la historia de aquel fulano que decidió pasar el resto de su vida arriba de los árboles), y no esta novela que Hugo eligió; sin embargo, novela y autor tuve presentes en estos días al leer la biografía de Macedonio Fernández que escribió Alvaro Abós. Allí me enteré de que el primer libro publicado por Macedonio, “No toda es vigilia la de los ojos abiertos”, llevaba este subtítulo: “Arreglo de papeles que dejó un personaje de novela creado por el arte, Deunamor el No Existente Caballero, el estudioso de su esperanza”. Y más adelante leí: “... Macedonio creía que la tapa es el único lugar del libro en el cual el autor encuentra con seguridad al lector: ‘No creo que ninguno vaya más allá ni empiece antes’. Por ello, alguna vez proyectó un ‘Libro de tapas de libros’, dedicado a los 800.000 analfabetos de la República Argentina, una idea tan propia de Macedonio como de Ramón Gómez de la Serna, que luego Italo Calvino, admirador de ambos, desarrolló en su novela compuesta por comienzos de novelas ‘Si una noche de invierno un viajero’”.
Este miércoles ganó otra vez (otra vez en 20 segundos) Fernando Terreno, a quien a estas alturas ya cabría llamar El Interruptor Precoz, con todo el respeto de un sano competidor. Aunque la auténtica ganadora habría sido la señora esposa de nuestro compañero oyente, de acuerdo a la ayuda recibida que él mismo confeso. Ella leyó y reconoció realmente “El caballero inexistente”, que Fernando solo hojeó alguna vez. Pero, en fin, anotémosle una victoria más a Terreno, quien alguna vez dijo que no lleva bien la cuenta de sus triunfos, pero a mí me parece que se acerca audazmente al tope de las posiciones.
Fue en esta segunda participación de la semana que Fernando habló de “competitivos” y “disfrutadores”. Me hizo reflexionar acerca de mi condición de oyente. La verdad es que la posibilidad de disfrutar plenamente de la totalidad del programa, más allá de la crispada expectativa del momento del juego, se me hace difícil en el trabajo. A veces, hasta último momento no sé si voy a poder escucharlo; los vaivenes de la actividad hospitalaria, aún en un hospital pequeño y poco concurrido (por la noche) como el que me emplea, son impredecibles. Desde principio de mes, además, por reducción de personal y cambios de diagramas en la seguridad, ya no cuento con el compañero del 5° piso que podía auxiliarme durante media hora a las 00.30; ahora estoy solo desde las 22.00 hasta las 06.00. De todos modos, desde el mes de octubre, cuando volví a trabajar de noche, no me perdí ningún programa; algunas veces sucedió que, llegada la hora, no pude moverme del hall y tuve que limitarme a escuchar disimuladamente con el auricular en el oído (uno solo) y sin posibilidad de llamar, pero lo escuché siempre. Nobleza obliga, debo confesar que en las oportunidades en que me vi impedido de llamar, no sabía la respuesta; nunca, entonces, estas incomodidades laborales me privaron de ganar.
Pero, privado entonces (quizá) de la posibilidad de disfrutar, me queda el consuelo de la competitividad, y en esto no me va (tal vez) nada mal.
Antes de despedirme por hoy, tengo que contar algo emocionante que viví en estos días; algo propiciado por el programa.
Vuelvo a la participación de Fernando Terreno en el Blog. Su comentario, en el que cita la poesía de Neruda de donde Skármeta tomo el título para su novela “Ardiente paciencia”, generó un nuevo comentario de alguien que se sintió tocado por cierta consideración desfavorable de Fernando acerca del poeta chileno.
Vuelvo ahora a algo que mencionó Fernando hace un tiempo: su reencuentro, a partir de la común sintonía de Párrafus Interruptus, con una distante profesora del secundario. (Luis Gobea, de De la Garma, vivió algo similar, si no recuerdo mal, además de ser reconocido en la radio por vecinos de su pueblo que también escuchan el programa.)
Vuelvo a mi narcisismo consuetudinario (a mi vedettismo, dice Cristina: “Narcisismo es otra cosa”) y declaro que yo les mato el punto a Terreno y a Gobea, a las viejas profesoras y a los garmenitas vecinos...
Vuelvo al comentario del oyente que salió en defensa de Neruda.
Vuelvo a su autor.
Pablo Graciani, el volvedor, mi viejo amigo de la primera juventud (que no adolescencia), que vuelve tras un desencuentro de diez o doce años, que me escuchó en la radio y escribe a nuestro Blog (y a mi casilla privada) desde su Rosario adoptivo, que vuelve a saludarme amigablemente, vuelve a emocionarme, y justo el día, parece mentira, justo el día (en la comunicación privada) en que yo subía al Blog un texto donde recordaba a Héctor Cuenya, un amigo común también perdido, y justo el día, cosa ‘e mandinga, justo el día (en el caso de su comentario) en que desde rosario partía, qué lo parió, aquel que enseñó a quien no sabía que “El mundo ha vivido equivocado”.
Buenas noches.
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