Anoche, después de leer “La Cartuja de Parma”, Hugo me preguntó cuántas veces gané.
-En este mes, cinco –respondí con modestia.
-¿Y en total? .repreguntó él, agudamente.
-Veintiocho –no tuve más remedio que admitir.
-Y, ¿hasta cuánto pensás llegar? –remató el punzante periodista.
Y yo respondí:
-Hasta treinta. Creo que voy a retirarme de la competencia después de las treinta victorias.
En ese momento me pasó por la cabeza Gustavo Glansman, nuestro compañero oyente, el profesor de literatura de Barrio Norte. No llegué a mencionarlo porque no tenía buena señal en el celular; llamaba desde mi trabajo y no alcanzaba a escuchar bien. Había pensado en hacer una participación más sucinta de lo habitual. Además, mi hipótesis sobre la desaparición del profesor no estaba del todo clara; como suele sucederme, hasta que las palabras no llegan al papel, mis ideas no cristalizan. Por eso ahora la expongo acá.
Gustavo Glansman, recordado por sus verdaderas disertaciones durante las charlas con Hugo (un verdadero erudito, sin ironía, en asuntos librescos), ganó por última vez la noche del 23 de noviembre. Aquel era el Párrafus Interruptus número 100. En ese momento, diré, bajando abruptamente el nivel de la consideración, peleaba cabeza a cabeza la condición de mayor ganador del programa con María Suarez. No recuerdo bien si aquella noche alcanzaba a la dama de Coghlan con 15 victorias, o si la superaba al llegar a ese número. (Yo venía de atrás, a la sazón con 13 triunfos.) Creo que el caso era este último. Conviene a mi teoría que así fuera. El tipo, entonces, pasó al frente acertando con “Sagrado Oficio de la memoria”. El verbo es pertinente porque el profesor Glansman contó esa noche que, por primera vez, ganaba sin haber leído el libro.
Todos recordamos sus sesudas referencias acerca de “La Montaña Mágica”, “Ivanhoe”, “Naná”, “La Vida es Sueño”. Yo, particularmente, recuerdo con asombro su descubrimiento de “El Hombrecito del Azulejo”, cuento para mí desconocido dentro de la poco conocida obra de Mujica Lainez. Ahora, acerca de la novela de Mempo Giardinelli, sólo pudo confesar que la había ojeado alguna vez en una librería, o en casa de alguien, y le había quedado en la memoria ese comienzo con pompas fúnebres y apellidos italianos.
Entonces, yo digo, los elementos son los siguientes: el tipo pasó al frente de las posiciones con ese triunfo. (También conviene a mi teoría que Glansman llevara, como yo, estas cuentas.) El texto leído lleva un título indudablemente alusivo al espíritu del programa. Era el programa número 100.
A mí no me cabe duda, pero postulo esto apenas como una teoría: el profesor, magnánimo, quiso retirarse en la cresta de la ola. Clausuró la competencia al alcanzarse ese número redondo de Párrafus, aludió con ese título a su propia memoria triunfal y, además, pudorosamente, se preservó de volver a incurrir en la deleznable práctica de ganar sin haber leído los libros, o mediante un lance, como otros hacemos. Nos dejó el camino expedito para que otros sigamos sumando triunfos de cualquier manera.
Entonces, como me dijo Paredero, creo que yo, impúdico como soy, realmente no voy a abandonar después de las treinta victorias. Ni después de cantar las cuarenta. Ni en pedo. No. Ni ebrio ni mamado. No. Nunca.
Hasta la pròxima.
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