domingo, 10 de mayo de 2015

A veces me solazo

A veces me solazo con escándalos imperceptibles. No me gusta este trabajo.
En el Mater Dei, el sanatorio regenteado por monjas adonde estuve hasta hace poco, a veces, en la madrugada, en mi puesto de la guardia, escuchaba a Zambayonny. Sin auriculares. Por supuesto, esperaba que en la sala de espera no quedara nadie. Y me aseguraba que las puertas de los consultorios estuvieran cerradas, para que en la parte interna no se escuchara. No quería quejas sobre mi conducta, ni de los pacientes ni del personal. Nunca las hubo, por ningún motivo, y mis compañeros no se explican por qué me sacaron. Tampoco yo. No pregunté ni me lo dijeron. A otra cosa. Lo único que me preocupa, lo que quisiera saber ya mismo es si en el nuevo servicio tendré wi-fi, o buena recepción de AM, para escuchar Por Amor al Arte.
Por el momento, hoy, en el edificio al que me mandaron por unos días, también traje la tablet, pero seleccioné otra cosa: Violeta Parra.
Estoy en una de las torres de la zona de Retiro, sede en casi todos sus pisos de una célebre multinacional; llamémosla H.A.L. -citando a Arthur Clarke. Pidieron un guardia adicional por unas refacciones que hacen en el piso 20. Pero a la noche los obreros se van. Estoy solo.
Cuando atenúan las luces, en la penumbra camino por el amplio piso. Voy de una pared vidriada a otra observando los edificios cercanos a un lado, el antepuerto del otro, las calles y avenidas en abismo. Curioseo en las pulcras oficinas, recorro los boxes de atención al cliente, las filas de escritorios. Me aromatizo todo de solo entrar en los sanitarios. Descanso en los suaves sillones de la recepción. Y en todas partes suena Violeta Parra desde la tablet que llevo bajo el brazo. Entonces doy en pensar que debe ser la primera vez que se escuchan esas canciones en este edificio. No debe haber música más ajena a este ámbito, a los yuppies y las flappers que trabajan acá. Establezco el prejuicio y al mismo tiempo se me impone un interrogante: cómo conocí yo a Violeta Parra. Y son instantáneas y simultáneas la respuesta y la revelación. Conocí esta música, allá por mis veinte años, por medio de Pablo, mi viejo amigo, ex colaborador de este Blog, hoy radicado en Rosario. Y cuando conocí a Pablo, él trabajaba en la importante obra social que tiene sus oficinas centrales en este mismo edificio. Por eso algo me resultó familiar cuando hoy ingresé. Yo ya estuve acá. Vinimos con Kuku, otro amigo ochentoso, cuando Pablo nos consiguió una changa como fleteros. Recuerdo ahora que con parte de lo que gané, esa misma tarde, tras caminar desde Retiro hasta las librerías de la calle Corrientes, me compré tres libros de una mesa de ofertas: uno de Onetti, uno de Faulkner y uno de Dylan Thomas. 3 x $100, o su equivalente de la época. El de Faulkner nunca lo pude terminar. Me resultó muy entreverado. Hoy me gustaría leer “El sonido y la furia”, que está en parte narrado por un retardado, según supe. Pero sólo se lo encuentra nuevo, carísimo… De todo esto hace como veinticinco años, un cuarto de siglo que le dicen. Hoy la vida me trae otra vez por acá. Y la Viola canta:

“Tengo una petaquita / para ir guardando / las penas y pesares/ que estoy pasando”, … “Pero algún día / pero algún día / abro la petaquita / la hallo vacía”.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay esta gente que aun compra libros!
Para la tablet: http://www.taller-palabras.com/Datos/Cuentos_Bibliotec/ebooks/Faulkner%20William%20-%20El%20Sonido%20y%20la%20Furia.pdf

Marcelo Perenchio dijo...

Aun en 1990, mas o menos... ay, esta gente que lee tan rapido...

Anónimo dijo...

Yo leeré rápido, pero en el texto dice Hoy.

Marcelo Perenchio dijo...

Dice que hoy no aparece en mesas de ofertas, que está carísimo, que ni en pedo lo compraría... Claro, van a decir que no recorrí todas las mesas de ofertas del país... Y es verdad... Me gustaría continuar buscando, por ejemplo... en... en... en las improbables librerias de Lugano. ¡De Lugano, sí! ¡¡¡O de Coghlan!!! ¡¡¡O de Rafael Calzada, me pongo histérico!!!