Lunes 12 de octubre de 2009
Cuento: “Las tejedoras sin hombre”
Autora: Luisa Mercedes Levinson
Ganador: Nadie
Premio: Nada
Reiteración del autor: Nunca
"Luisa Mercedes Levinson, tejedora maldita"
La autora de La pálida rosa de Soho, de cuya muerte se cumplen diez años, fue una de las escritoras argentinas más excéntricas e imaginativas de la segunda mitad del siglo.
ENTRE las escritoras que actuaron en el escenario de la vida literaria porteña a partir de 1950, ninguna tuvo personalidad tan excéntrica como Luisa Mercedes Levinson. Había sí, en ese tablado, algunas y algunos excéntricos tal vez más detonantes, pero eran sólo máscaras. En cambio Lisa, según el primer término del seudónimo (Lisa Lenson) que usó en sus comienzos y fue adoptado después por íntimos y amigos, era un personaje genuinamente singular, sin disfraz. El sombrero de grandes alas que cubría el peinado negligente, la cosmética muy cine mudo que agrandaba sus preciosos ojos, el llamativo collar que realzaba el vestido, en general sobrio, eran la manifestación de un extraño interior, ricamente imaginativo y poblado de visiones, sueños y fantasmas.
Es el mundo que Luisa Mercedes Levinson tradujo en palabras. Pero no fue ella la protagonista, no fue la suya una actitud romántica, confesional. Tampoco fue su condición femenina un factor relevante en su obra. Como la pitonisa sentada en su trípode, proclamó lo que vio y soñó, sin interponerse en el camino de sus personajes. Es verdad, ellos son ella o él, como sucede en toda creación, pero fraccionándose neta e individualmente, según lo exige, o recomienda, la narración (la novela, sobre todo) y el teatro, dos formas literarias (el teatro es, en parte, literatura) que la escritora practicó en la mayoría de sus libros. En ellos, pues, están sus invenciones, desde las realistas hasta las fantásticas, desde las oníricas hasta las esotéricas.
Se han celebrado muy justamente sus narraciones realistas, los "cuentos de la selva", entre los que "El abra", "Los dos hermanos" o "La familia de Adam Schlager" merecen siempre el honor de las antologías. Pero se ha prestado menos atención a los demás, acaso no tan fácilmente atrayentes como sus certeros enfoques de habitantes y paisajes del Litoral argentino, y, sin embargo, presentes de modo ineludible en su obra, pruebas de variedad y originalidad en el conjunto literario de su época.
En una oportunidad, el ilustre hispanista francés Jean Cassou se preguntó: "¿De dónde le viene a Luisa Mercedes Levinson esa intuición para percibir las cosas oníricas y su sabiduría de lo secreto, por terrible que sea, para descubrir lo que queda detrás de las cosas?" Es una pregunta de ardua respuesta. Algo de esa evidente singularidad podría rastrearse en sucesos de su vida. No ha cumplido diez años y la pequeña Luisa inventa una pieza de teatro. Escribe versos, transcribe sueños (tan importantes en su obra literaria), toma clases de arpa y llega a dar conciertos. El instrumento era una presencia de otro tiempo en un ángulo (como en el célebre poema de Bécquer) de la romántica sala de su casa, con hispánicas rejas sobre las calles Teodoro García y 11 de Septiembre.
Su inclinación filarmónica halla en el teatro musical un incentivo persistente. La llevan al Colón y ante los ojos admirados de la niña desfilan personajes e imágenes variadísimas. Escenarios griegos y romanos, proporcionados, luminosos; escenarios medievales, sombríos o abigarrados; el Gran Siglo francés; la Contrarreforma española; ciudades de Italia; salones del siglo XIX excitan hondamente su predispuesta imaginación. Y personajes de Shakespeare, Schiller, Víctor Hugo, Victorien Sardou la conmueven por sus pasiones violentas, por sus amores trágicos. Pero lo que a la adolescente Luisa impresiona particularmente son los dioses y los héroes de la mitología germánica, a través de El anillo del nibelungo , la imponente tetralogía de Ricardo Wagner. En su obra hay frecuentes ecos de ese fuerte impacto. Cuando se tocaba el tema, Lisa solía lanzar el vibrante hoiotoho! de las valquirias, el mismo que entona Federica Kluger, cantante wagneriana y personaje protagónico de su drama Tiempo de Federica .
Antes de publicar, en 1951, su primer libro, cuentos suyos han figurado en El Hogar , Atlántida , Leoplán y otras revistas. La novela, transcripción de un sueño, se titula La casa de los Felipes . En 1954, en colaboración con Borges, escribe un cuento titulado "La hermana de Eloísa". No olvidará la provechosa lección junto a un maestro de la narración breve. A partir de entonces abandona el seudónimo de Lisa Lenson, utilizado sobre todo en sus colaboraciones periodísticas.
En 1956 aparece Concierto en mi . A propósito de esta obra, recuerdo una anécdota que se contaba hace años. La autora consultó acerca del título a su amigo Conrado Nalé Roxlo, excelente poeta y hombre socarrón. Suponiéndola desconcertada, Nalé le propuso: "Lisa, ¿y por qué no le ponés Desconcierto en mí ?" Luisa Mercedes Levinson tenía mucho sentido del humor y se divertía con estas ocurrencias.
Roger Caillois incluye a la autora en la antología La Puissance du rêve y Francis de Miomandre traduce al francés su cuento "El abra", publicado en Les Cahiers du Sud . El poeta St. John Perse lo consideraba uno de los mejores cuentos escritos en la América Hispánica, "una obra maestra de pasión y violencia contenidas". En 1959 se edita uno de sus libros consagratorio, La pálida rosa de Soho , y en 1962 se estrena en el Teatro Municipal General San Martín Tiempo de Federica , con la que inicia una serie de obras de teatro que completan Julio Riestra ha muerto y dos juguetes: cómico uno, La visita de pésame , y trágico el otro, Una tal Pálida Rosa .
Pero la sustancia de su obra está en los cuentos y las novelas. Luego de La pálida rosa de Soho , libro de cuentos que gana el Premio Municipal de Literatura y el Premio Provincia de Buenos Aires, aparecen La isla de los organilleros (novela, 1964), Las tejedoras sin hombre (cuentos, 1967), La casa de los Felipes (novela, 1969, totalmente rescrita), A la sombra del búho (novela, 1972), El estigma del tiempo (cuentos,1977), Úrsula y el ahorcado (cuentos, 1982) y El último zelofonte (novela, 1984). Un itinerario cada vez más abierto a lo simbólico.
En 1984, en el volumen dedicado a ella de la colección Escritores Argentinos de Hoy, que yo dirigí entre 1983 y 1989 para la desaparecida editorial Celtia, incluyó como colofón un epitafio en verso cuyos autores son sus propios personajes: "Luisa Mercedes Levinson, tejedora maldita / de las pálidas rosas que flotan en los ríos, / de los organilleros con islas de vacío / y de los Julio Riestra fantasmas de la Boca. // ¿Por qué nos amarraste con hilos de derrota?/ Los nocturnos Felipes en la casa habitada / por ecos de la nada. / El búho con su sombra urde las profecías: / la noche está en el día, / la sangre, adolescente / el tiempo y su estigma es caliente, caliente. // Mas ya nos alejamos, tejedora maldita / que nunca tejió un suéter. Igual que Federica. / Úrsula está llegando con su ahorcado: jocundos / te darán un concierto, volarán por los mundos. // Hoy tus personajes de islas sumergidas / irrumpen a la vida. / ¡Cuidado, Úrsula llega! Ya sale de su tríptico / montada a zelofonte (un personaje mítico). / Y mientras tú te pudres en pasadizos crípticos / nos vamos de parranda del brazo de los críticos".
Reunidos junto a la tumba de su autora, sin posibilidad de nuevos vástagos, estos hermanos solidarios emprenden su azaroso camino. La tejedora maldita ha tejido sus destinos con hilos de derrota, pero ellos se liberan finalmente de la jaula donde ha querido encerrarlos, para ofrendar sus enigmas a quienes se empeñen en descifrarlos.
Por Jorge Cruz
Para La Nacion - Buenos Aires, 1998
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