Bien mirado, puede decirse que siguen pasando esas cosas de Parrafus…
El pasado sábado 22, a raíz del cumpleaños del Fulanito, en un esporádico rapto de inspiración escribí aquello que publiqué como “Parrafus Interruptus (la novela)”.
La rápida interrupción de ese rapto dejó como resultado aquel inicio de un esbozo autobiográfico que presenté como un apócrifo “Capítulo uno”. Le adosé epígrafe y dedicatoria, como a una novela hecha y derecha.
Como epígrafe utilicé una frase que siempre (especialmente de dos años a esta parte) me pareció muy ilustrativa de una especialísima etapa de la relación padre-hijo. Y la dedicatoria aludía a la novela que, según Hugo nos contara, Adriana Baldessari, la productora integral del programa, planeaba allá en los albores del ciclo nocturno de Párrafus. Quise decir, irónica o jactanciosamente: “Dale, Adriana, que, si no la escribís vos, la escribo yo”. (Algo totalmente imposible, por cierto, ya que no sé ni quiero aprender la manera de escribir ficción.)
El hecho es que a partir de la dedicatoria de aquella Entrada y de un Comentario suyo, iniciamos con Adriana un breve intercambio de emails… mediante el cual me enteré de que, el miércoles 27, ella iba a presentar en el curso de narrativa al que concurre un cuento referido a Párrafus.
Se lo pedí para leerlo y me lo envió. Lo leí, le pedí permiso para ponerlo en el Blog y me autorizó. Le escribí esta engorrosa introducción y… ¡Helo aquí!
"PARRAFUS INTERRUPTUS"
La vida de Alfredo Soncini tomaba sentido a la medianoche o para decirlo con exactitud 30 minutos apenas comenzado el nuevo día.
A esa hora se conjugaban tres magias, la de la radio, la de los libros y la de la memoria y todo era posible. Él podía convertirse en lo que no era durante las 23 horas y media restantes de cada jornada, él podía convertirse en un ganador.
Dueño de un local de libros usados, en Humberto Primo y Defensa, tuvo que cerrar después de más de cuarenta años, cuando el alquiler se fue por las nubes por el boom turístico de San Telmo.
Alfredo se negó a desprenderse de los miles de volúmenes, conseguidos a fuerza de regateos y miserables ofertas a personas que forzadas tenían que desprenderse de sus bibliotecas.
Encuadernados en cuero y clasificados pasaron a engrosar los muy nutridos anaqueles del departamento que hasta hacía unos meses había compartido con su madre.
Fue durante la larga enfermedad de la anciana que Alfredo comenzó a escuchar “Parrrafus Interruptus”, un programa que tenía un solo ganador, el primero que llamaba para interrumpir al conductor y decirle el título de lo que estaba leyendo y el nombre y apellido del autor.
El desafío era grande porque se computaban los minutos o segundos que había leído el conductor hasta que era interrumpido y la cifra se asentaba en una tabla de ganadores de todo el país y Alfredo hasta el momento llevaba el récord de 20” y 150 autores.
“La Intrusa” de Jorge Luis Borges, “La Tregua” de Mario Benedetti, “El amante” de Marguerite Duras, “El Retrato de Dorian Grey” de Oscar Wilde, “Lolita” de Vladimir Nobakov, “El viejo y el mar” de Ernest Hemingwey, “Bola de Sebo” de Guy de Maupassant y así hasta completar un centenar y medio de títulos.
La madrugada del jueves 23 de marzo Alfredo se sentó junto al receptor de su Noblex Siete Mares, adquirida en los setenta, colocó sobre sus rodillas el aparato del teléfono, con disco, y se preparó para acertar otra vez.
El conductor leyó: “La canoa se deslizaba costeando el bosque, o lo que podía parecer bosque en aquella oscuridad”. Alfredo lo supo al instante y comenzó a marcar, mientras lo hacía no pudo creer lo que escuchaba: Hola, Hugo, estás leyendo “El desierto” de Horacio Quiroga. Te habla María de Caballito. Tan sólo quince segundos.
A partir de ese jueves María se tornó invencible, contestó en tiempo récord: “El siglo de las Luces” de Alejo Carpentier, “Un sueño Americano” de Norman Mailler, “Cerrado por Melancolía” de Isidoro Blastein, “La Insoportable levedad del Ser” de Milan Kundera.
Alfredo se sentía insignificante había perdido su protagonismo intelectual. Obsesionado con María, consiguió su teléfono y averiguó su dirección.
Conversó con el portero de la cortada de Emilio Balcarce y así supo que su rival visitaba por las tardes los puestos de la feria del parque Rivadavia.
El encuentro fue ideal para dos que aman la literatura, sus manos chocaron al elegir “Viernes de la Eternidad” de María Granata, Sonrieron, hablaron de lo mucho que les gustaba los libros y se sintieron amigos al comprobar que los dos escuchaban el mismo programa.
María, soltera, maestra jubilada, bibliotecaria, le abrió las puertas de su casa y allí le mostró su tesoro: un fichero que contenía las diez primeras líneas de miles de libros. El pasaporte para ganar in eternum el juego de los jueves.
Alfredo propuso hacer café a la turca, volcó en la taza los polvitos que mitigaron la agonía de su madre y una vez que comprobó que María dormía profundamente, se apoderó del archivo y salió.
Otra vez la medianoche , otra vez en carrera ya sin contrincantes de valía, el conductor lee y Alfredo Soncini escucha: “Djamil entró en mi camarote y me dijo: Señor, ya están apareciendo las primeras montañas”.
Lo sabe, disca con la autoestima recuperada y escucha: -Hugo, estás leyendo “El Cazador de orquídeas” de Roberto Arlt, soy Cristina de Monserrat-. Trece segundos.
FIN
Adriana Baldessari
Cualquier parecido con la realidad… es eso: parecido, no similitud.
¡Gracias, Adriana, y felicitaciones!
3 comentarios:
¡bien, usteda!
Muy divertido el cuento.
Y no menos tierno el Alfredo, que al menos no utilizó el sifón como el protagonista de "Al acecho" de Isidoro Blaisten y SÓLO la durmió.
Adriana: el próximo que venga con asesinato incluido. El Párrafus era más sangriento...
Gracias a ambos.
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