viernes, 15 de junio de 2007

Ultimos Lances

Lunes 11 de Junio

La ganadora de esta noche, Verónica Cornejo, de Lugano, me hizo estremecer.
Ganó con la obra teatral de Conrado Nalé Roxlo “Una Viuda Difícil”.
Como si ese título invocara el tema y propiciara la confidencia, cuando Hugo le preguntó cómo seguía su vida, Verónica contó que su padre ha muerto “hace doce días”.
Hace poco (poco más de doce días), en la primera de estas semblanzas imaginarias de los oyentes ganadores, yo escribí que Verónica vive con sus padres. Ahora, si es que aquella imaginación fue acertada, eso ya no será así.
Todavía estoy temblando.

Vaya un recuerdo para Guillermo, un padre que (como apenas pudo hacer el mío en el breve tiempo que tuvo) inculcó a su hija el amor por los libros.

Además, hoy Paredero inauguró un segmento preliminar donde va a leer textos cortos de autores que ya pasaron por el juego. El primero fue de Julio Cortázar: “Instrucciones para llorar”.


Martes 12 de Junio
Hoy, esa narración macroscópica, iniciada con acontecimientos históricos asaz lejanos (nada menos que la época de Luis XIV de Francia), me desconcertó bastante. Pensé que no sería mi noche. Pensé en Victor Hugo. Pensé: ¿cuál de los títulos (sólo conozco los títulos) de Victor Hugo?
(Bifurcación. – Deducción Apócrifa: Pensé en el otro Victor Hugo: Morales. ¿Morales? ¿Más de una moral? Sí, y también inmoralidad. Amoralidad. ¿Un autor amoral...? De ahí, al Divino Marqués, hay un paso.)
Pero enseguida el relato se restringe y queda acotado a cuatro protoprotagonistas. Creo que llegué a escuchar la mención de “orgías”. Inmediatamente bajé el volumen de mi radio y, en la penumbra del patio, me concentré en la urgente digitación de mi celular.
Me dio ocupado. “No, otra vez, no...”, musité, tembloroso por el frío y la bronca. Conté hasta diez. Insistí y la línea seguía ocupada. Escuché unos segundos más la lectura y, ya completamente seguro, volví a marcar.
Esta vez llamaba. Demasiado. “¡Despierta, Lucas!” Al fin, nuestro simpático productor atendió. “Los 120 días de Sodoma”, afirmé. “¿De quién?”, preguntó el cancerbero. “Del Marqués de Sade”, respondí, y me pasaron al aire.


Miércoles 13 de Junio

Otro miércoles, el mismo Fernando.
Esta vez fue Fernando de Chacarita quien tuvo el privilegio de ocuparme la línea a los pocos segundos de iniciarse la lectura. Además, ganó el juego de hoy.
Cuatro veces en los seis primeros programas del mes llamé (con la respuesta correcta) y me dio ocupado, una vez gané y otra no tuve ni idea. Esto, estos aciertos infructuosos, le indican a mi pensamiento eventualmente mágico que se vienen noches de vacas flacas para mí en el próximo invierno de Párrafus Interruptus
¡Pero felicitemos alborozados a Fernando Terreno, nuestro querido compañero oyente!
El ingeniero chacaritense (presumiblemente de origen santafesino, inferimos hoy) ganó al responder en 23 segundos que la novela leída esta noche fue “El Anatomista”, del escritor patovica Federico Andahazi.
Con la franqueza que lo caracteriza (todos recordamos su desfavorable opinión acerca de Hector Tizón), Fernando contó que no lo satisfizo plenamente el libro. No es la literatura que suele preferir, pero, tal vez movido por el escándalo que rodeó a la aparición de la novela (como me pasó a mí mismo), la leyó exploratoriamente.
Coincido con Fernando en que era interesante el tema elegido por Andahazi para su primera novela: la historia del descubrimiento médico, allá por el siglo XVI, de un órgano que sólo se menciona en la literatura erótica de la más baja estofa y de un modo superficial y relamido: el clítoris. Pero recuerdo que ya el comienzo, una sucesión de prólogos o introducciones (cuya lectura, como es de rigor, se omitió en el juego), me pareció escrito con cierta ostentación, ampuloso, pretenciosamente borgeano; toda una estirada metáfora (justificada por ciertos hechos circunstanciales) referida a la llegada de Colón al nuevo mundo. Tal vez, atendiendo a su perdida vocación psicoanalítica, Andahazi podría haber esbozado una equivalencia entre el clítoris y el inconsciente, dos pedúnculos informes y muchas veces inadvertidos (el uno atrofiación, quizá, de un rincón largamente inhóspito del cuerpo femenino, el otro emanación del cerebro que quién sabe tendía también a ser –o hacer- otra cosa) a quienes solo se conoce por sus efectos.
También tengo presente la mención de un ave, creo que un cuervo, al principio y al final de la narración, que es toda así, muy tendiente a lo visual, muy plástica, como esbozando una futura recreación cinematográfica. Algo, esto último, difícil de concretar en nuestro medio, tanto por los costos de una reconstrucción que nos situara en la Italia del 1500, como por la dificultad estética de mostrar con buen gusto la dilatada exploración y el feliz hallazgo del organillo de marras; aunque nuestro público ya debe estar preparado para una exhibición semejante con el antecedente de esas vedettes de segundo orden (las que encabezan las carteleras) que muestran en televisión sus cirugías de rejuvenecimiento vaginal.
Además, me acuerdo que no me cayó simpático el autor cuando, a raíz del escándalo y el suceso de la novela, empezó a aparecer en entrevistas por todos lados, posando a veces para las fotografías montado en su moto o junto a sus aparatos de gimnasia. Se jacta, creo, de no pertenecer al tipo de escritor bohemio o ratón de biblioteca; él concurre a eventos sociales de los más diversos, sale por televisión, va al gimnasio.
A propósito de estas circunstancias personales, supe algo sorprendente acerca de Andahazi después del programa. Más tarde, en la madrugada, conversando con un enfermero, el único que conoce mi participación clandestina en Párrafus, le comento el programa de esta noche, la pena por no haber llamado a tiempo, la novela y el autor elegidos. Pablo, así se llama este enfermero, me pregunta de nuevo el apellido del autor. El también es buen lector, pero más bien de ensayos o biografías, no tanto de literatura general, menos de la literatura nacional reciente; sin embargo, le suena el apellido Andahazi y algo recuerda de aquel concurso escandaloso. Pero lo que también vuelve a su memoria y me cuenta es que hubo un Andahazi (‘terapeuta’, dijo Pablo, no sé si sería médico o también psicólogo) que trabajó hasta su fallecimiento en este hospital que hoy nos cobija: el padre de Federico.
Pero, volviendo al programa de hoy, Fernando dijo que, además del tema, lo engancharon los primeros capítulos, pero después su interés se fue frenando y, sobre el final, se encontró con un remate decepcionante, dijo. Paredero recordó el concurso que Andahazi había ganado y cuyo premio fue censurado por Amalita Lacroze, presidente del jurado, ofendida por la temática de la novela. “Lo que pasa –refirió socarronamente Hugo – es que la Señora de Fortabat no tiene clítoris, lo suyo es una loma negra de cemento ahí abajo, dura e insensible...”
El hecho es que la novela al final se publicó (en 1997) y su autor se instaló prontamente en la módica farándula literaria porteña, iniciando entonces una carrera prolífica y siempre exitosa. (Recuerdo que su segunda novela, “Las Piadosas”, también generó polémica por alguna mención bizarra acerca de las hermanas Legrand; se ve que compulsivamente repite el conflicto con las mujeres mayores, Federico, algo que la historia clínica de su complejo de Edipo tal vez podría iluminar.) Pero la verdadera consagración, aunque seguramente él mismo lo ignore, le llegó esta noche, cuando fue protagonista de nuestro Párrafus Interruptus.

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