jueves, 18 de junio de 2009

Lynch y... ¡Morábito!


Miércoles 17 de junio
Novela: “Los caranchos de La Florida” (1916)
Autor: Benito Lynch (1880-1951)
Ganador: Eduardo González




Jueves 18 de junio
Cuento: “La lenta furia”
Autor: Fabio Morábito
Ganador: Eduardo González


La importancia del estilo. Entrevista a Fabio Morábito.
por Moctezuma Quistian Ollin Tecandi

Un cielo añil se avizora a través de la ventana. Algunas formas vegetales logran vencer la altura y asomarse. Los sonidos y el ambiente exterior en conjunto recuerdan los paisajes bucólicos descritos por Fabio Morábito en Los pastores sin ovejas. El autor de tal ensayo, de espalda a la ventana, se asemeja a los personajes pastoriles: parece hallar en su cubículo un refugio. La austeridad del sitio indica la estancia en el lugar secreto. La abundancia de libros es la barrera que separa el mundo ideal del agreste.

En éste, uno de los refugios donde se halla con su soledad, Fabio me permite asomarme a su mundo. Mundo complejo, sí, pero en el cual se expresan las virtudes más sencillas, más humanas.

BABAB: Naciste en Alejandría, fuiste llevado a Italia y posteriormente a México, ¿de qué modo este traslado continuo e involuntario afectó a tu vida y obra?

FABIO MORÁBITO: Afectó a mi vida al provocar un sentimiento persistente, no de desarraigo -es una palabra muy fuerte, trágica-, sí, de extranjería, de sentirme perteneciente a dos mundos diferentes y tener marcas de uno y otro. Esto no ha producido una escisión grave de la personalidad, pero sí el hecho de no ser ni sentirme totalmente italiano o totalmente mexicano, si es que estos términos significan algo.

En mi obra, aparte de ser un tema al cual recurro mucho, permitió describirme en una lengua que no es la materna lo cual tiene muchas implicaciones. Los que escribimos en una lengua extranjera tendemos a ser más conscientes de la importancia del estilo porque finalmente la lengua literaria es una lengua extranjera, quizá la lengua extranjera por excelencia.

B: Decía Marcel Proust lo siguiente: "el estilo, para el escritor, así como el color para un pintor, es una cuestión no de técnica sino de visión" ¿estás de acuerdo?

F.M.: Claro. Es una cosa tan inconsciente y que responde al temperamento, a la educación, a la experiencia de cada uno. Es casi inexplicable, es decir, es imposible explicar porqué tal escritor tiene un estilo y tal, otro.

B: Es indivisible de su ser…

F.M.: Es, sí, indivisible de su ser, pero el ser se forma de muchas maneras, no sólo a partir de experiencias genéticas, biológicas o vitales sino también de las lecturas. Algunos libros lo marcan a uno porque le muestran lo que él realmente quisiera decir y la manera de decirlo. Las influencias son un trance por el cual todos tenemos que pasar y atravesar, con atravesar me refiero a imbuirse en ellas, pero al mismo tiempo extenderse para encontrar un nicho. De pronto un mosquito parece idéntico a otro y sin embargo son dos especies distintas y cada uno tiene un nicho biológico propio lo cual implica presas específicas, costumbres específicas, calendarios biológicos específicos y eso se puede trasponer al estilo. Es decir, encontrar el propio nicho estilístico. O no encontrarlo sino dejarse acoger por él. Es algo inevitable.



A los quince años Fabio Morábito se trasladó a México junto con su familia. Trasladó, asimismo, la imposibilidad de reconocerse en una sola cultura. Su nacimiento en Egipto, el paso de la niñez y parte de la adolescencia en Italia, y su posterior viaje a nuestro país conformaron una identidad plural.

Ciudadano del mundo en el más estricto sentido del término, Morábito venció uno de los yugos más sólidos de la modernidad: la sujeción a los nacionalismos. Descubrió un universo en el cual la identidad se yergue a partir de las palabras, de la comunicación, de lo común.

B: El hecho de sentirte en todas partes extranjero, ¿en qué medida determinó tu incursión en el campo de la creación literaria?

F.M.: Probablemente lo facilitó porque la verdadera patria de un escritor es la lengua, la verdadera patria de un escritor es la literatura, y en ese sentido facilitó, exasperó la necesidad de aferrarse a algo concreto que fue la literatura.

B: ¿Cuándo empiezas a escribir?

F.M.: Escribía poemitas desde muy pequeño. Después, cuando vine a México, pasé una temporada muy solitaria. Una forma de sobrellevar ese año fue escribiendo. Escribí muchos cuentos, en italiano todavía, y los mandaba a un maestro que tuve en Milán… Ese interlocutor fue muy importante, saber que mis escritos le podía interesar a alguien. Después abandoné todos estos cuentitos, pero ya había un principio. Entonces, cuando dominé lo bastante el español como para atreverme a escribir en esta lengua ya sentía que aquello no era novedoso para mí, ya lo había hecho anteriormente.

Y en ese sentido sí creo que la escritura tuvo mucha relación con la soledad. Si no se logra escribir dentro de la soledad es difícil escribir algo de importancia. A veces siento en los escritores una falta de ella, lo cual me desagrada; hay una especie de contagio, de necesidad aprendida de escribir, pero no es una necesidad genuina. No encuentro ese toque de ligera desesperación que para mí es importante para lograr un texto genuino.

B: ¿Por qué escribir en lengua castellana y no en italiano?

F.M.: Porque uno escribe junto con otros. Escribe junto con los escritores que lo rodean, que los conozca personalmente o no es lo de menos, pero siempre está dialogando con los escritores mayores o contemporáneos. Si yo hubiera escrito en italiano no habría tenido esta compañía, esta cercanía, o por lo menos no la hubiera tenido de modo tan palpable. La adquirí en español. Fue una manera muy natural de poder dialogar. Si yo hubiera escrito en italiano me habría sentido doble o triplemente extranjero. Seguramente escribir en esta lengua me ayudó también a sentirme parte de un mundo que, mal o bien, es en el que vivo.

B: Háblame de las obras que te impresionaron en la niñez.

F.M.: Yo de niño leía muchas cosas. Y lo hacía de un modo muy disparatado porque mi madre era una lectora indiscriminada. Yo en el fondo agradezco ese desorden. En el fondo agradezco no haber nacido en un ambiente intelectual que me hubiera dado pautas de calidad muy claras desde el principio.

El haber leído de un modo desordenado me sirvió para entender que todo libro en el fondo tiene algo rescatable. Yo lo tuve que aprender por mi cuenta y creo que ese, como todos los aprendizajes en carne propia, fue más importante que si las lecturas me hubieran sido sugeridas o incluso impuestas. Prefiero eso a haber sido un exquisito que rechazara a priori la literatura inferior. En ese sentido agradezco este ejemplo un poco voraz de lectura que me obligó ir encontrando verdaderamente mis autores.



Fabio, al sugerirle hablar de obras y autores presentes en su juventud, no titubea. Su mirada fija en un punto indeterminado me obliga a pensar en la respuesta que dará. Creo firmemente en que un autor latino será nombrado. ¿Será acaso Bocaccio y su Decamerón? ¿O será Alighieri y su viaje por los tres estadios del universo medieval? ¿Pavese, Pirandello, Calvino…? Un tono rojizo me tiñe el rostro al notar mi error.

F.M.: Una lectura realmente deslumbrante para mí fue De ratones y hombres de John Steinbeck. Posteriormente volví a leer esa novelita y me siguió gustando. Claro, con un poco más de experiencia uno también puede ver defectos, limitaciones, pero en ese instante me pareció que la literatura me mostró las posibilidades de emoción profunda que puede producir. Fue muy importante para mí. Yo estaba en un estado de confusión y creo que de algún modo ha perdurado en mí. Creo que sigo escribiendo a la sombra de ese primer libro que realmente me impresionó.



Cavilando para mis adentros acepté mi error: un creador no tendría porque preferir las obras de sus coterráneos simplemente por compartir lazos espacio-culturales. Me dejé llevar por mi aprecio a la literatura latina. Pero entonces ¿qué lugar ocupan en él los escritores italianos? Recordé la travesía de Morábito descrita en "In limine"; me llevó inevitablemente a aquel épico viaje que la anguila de Montale realiza en el poema del mismo nombre. En definitiva hay un influjo.

B: Es evidente que los autores latinos ejercen un peso importante en tu obra. Cuando leo ciertos poemas tuyos me viene a la mente la obra de Eugenio Montale ¿qué me dices de él?

F.M.: Bueno, me sorprende primero que tú lo conozcas, porque es un autor muy poco leído en el orbe latinoamericano. En Argentina es más conocido como toda la literatura italiana, pero en México es un autor sumamente inédito, entre otras cosas porque ha sido mal traducido y porque es muy difícil traducirlo.

Cuando alguien me dice que ha leído a Montale siempre tengo el temor de que creen que lo han leído, pero me parece tanta la diferencia entre los poemas originales de Montale y lo que circula en traducción al castellano… tengo la sospecha de que realmente permanece siendo un autor inédito. No a todos los poetas les pasa eso, hay poetas que son más fácilmente traducidos. Pero él particularmente me parece dificilísimo, tan difícil que me he tomado el reto de traducirlo yo, de una manera que espero sea mucho más fiel a un aspecto de Montale que es básico: la música. Y eso de la música me ha influido mucho. Mis poemas creo que son bastante musicales y necesito yo la presencia de la sonoridad, del ritmo, de una manera muy acentuada para poder escribir poesía. Otra característica que me impresiona mucho de Montale es la precisión para nombrar y describir. Esa capacidad para utilizar el adjetivo exacto es algo que procuro adoptar.



Fabio Morábito ha ejercido una labor importante en el traslado de obras de un idioma a otro. Sin embargo, me sorprendió su deseo por traducir a Montale. Fue una declaración inesperada, seductora.

B: Háblame del papel del traductor, ¿cómo se manifiesta en la obra traducida?

F.M.: Yo creo que la primera enseñanza que nos da la traducción es cómo toda lectura es única e irrepetible. El traductor, finalmente, está leyendo la obra y nos está dando su lectura personal. Puesto que nos damos cuenta enseguida de qué tan distinta es su interpretación, nos hace ver que todos somos traductores; cuando leemos un libro en nuestra propia lengua estamos traduciéndolo a otra lengua, nuestra lengua íntima, constituida por experiencias, por nuestro universo particular. No existe, por lo tanto, un texto original, un texto dado de una vez para siempre, inamovible, sino que existe en la medida que deba ser traicionado por cada persona que se acerque a él. La traducción nos muestra de una manera palpable que eso es así.

Ahora, propiamente el trabajo de la traducción, más allá de lo obvio, de la actividad pragmática, de que vivimos en un mundo construido por muchas lenguas y por ello debe haber personas que establezcan puentes entre unas y otras, más allá de eso, la traducción es la evidencia de la necesidad de interpretar. En ese sentido la frase traduttore traditore adquiere la mayor relevancia. Por qué, por ejemplo, en México la Tierra baldía de T.S. Elliot ha sido traducido por tantas personas. No creo que ninguno de esos autores haya traducido otra vez el poema de Elliot porque pensara que las traducciones previas fueran un fracaso. Pero de algún modo sí sentía que lo eran porque no percibía puntos, matices, que el traductor en turno creía necesarios.

Y eso lo podemos explayar a una cuestión de generación. Cada generación relee a los clásicos y les da una interpretación distinta. Ve cosas que otras generaciones no habían visto y por tanto retraduce el capital o el acervo cultural que le ha tocado manejar y lo hace siempre de una manera peculiar. Creo que justamente una de las formas más claras de autodefinición de una generación es a través de sus traducciones: cómo traduce, cómo relee a los autores del pasado.

B: Al hablar de las creaciones pretéritas y el modo en que son interpretadas dependiendo del sitio y el momento histórico, varias dudas me invaden: ¿Qué papel debe tener la literatura en la sociedad? ¿Debe constituir un factor de cambio? ¿Debe contribuir al establecimiento de un orden mundial justo? ¿O simplemente la literatura ocupa un lugar distinto en el espectro humano?

F.M.: A mí me costaría trabajo aceptar que la literatura no sirve para cambiar el mundo. Pero desde luego no creo que el cambio se dé de una manera visible, inmediata. Si no hubieran existido ciertos libros fundamentales no seriamos los mismos, y no sólo aquellos que han tendido oportunidad de leerlos, sino también aquellos que no los han leído.

La literatura de algún modo muestra nuevos deseos, nuevas formas de expresión, nuevas formas de conciliar el ser, de seguir siendo humanos pero de otro modo. Y lo hace a través de la imaginación, a través de la hipótesis: "qué tal si fuéramos así". Finalmente la hipótesis es eso: qué tal si verdaderamente creyéramos que un molino de viento puede ser un gigante.

La literatura nos da permiso para poder imaginar, para poder vernos de un modo diferente, pero cuando nos da ese permiso y nos convence de esa posibilidad hipotética, imaginativa, ya nos ha transformado, porque no estamos ya recluidos en nuestra vieja concepción: ya hemos adoptado como posibles otras formas, y esto a la larga se traduce en comportamientos, conductas y hechos concretos de todos los que tienen o no contacto con la literatura.

Creo que ese es el gran propósito del arte: mostrarnos que siempre hay otra cosa, que no hemos llegado a un punto final de nuestra forma de ser sino que hay muchas otras posibles. En ese sentido la literatura sí nos ha hecho distintos, sí nos cambia. Y eso justifica el esfuerzo por crear nueva literatura que probablemente incida de una manera vital, aunque no visible, en los demás.

B: Por eso se dice que el arte es una manera de prever el futuro.

F.M.: Lo prevé porque de algún modo lo inventa. Es decir, no es que haya un futuro, creo yo, que está ya determinado. El arte mismo, por trabajar con estos materiales que son el deseo, las apetencias más profundas, el inconsciente, va construyendo el futuro que nos va a tocar, a lo mejor no en la generación correspondiente pero sí más adelante.


(Babab.com / Julio 2002)

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