domingo, 26 de octubre de 2008

Record... recordadores más veloces

Leo que otra de las obras teatrales de Jacinto Benavente se llama “La noche del sábado”.
Esta noche de sábado (laborable para mí, pero aburrida y somnolienta) voy a intentar retomar el hilo de las reseñas de nuestro Parrafus Interruptus.
¿Comenzaré hablando del record? A todos nos ha pasado ya: los oyentes nos adelantamos con el teléfono unos a otros. Mejor dicho: un oyente cada noche se le adelanta a todos los demás que conocen la respuesta correcta. Pero esta semana, a mí, se me adelantaron todas las noches –menos el domingo, porque fue un programa grabado. No lo puedo creer… ¡Me caigo y me levanto!
Pero no. Las efusiones personales son una de las cosas que tengo que dejar de lado en esta nueva etapa. Hablaré del programa, es decir, del juego, es decir, de las lecturas, es decir, de los oyentes ganadores… Pero no, de los ganadores, más allá de nombres y apellidos, mejor tampoco digo nada. Y de nuestro conductor, es decir, de sus preámbulos o comentarios o conversaciones, lo mismo. Después de todo, este Blog no se propuso como una crónica detallada o documental de Párrafus. Ya fue dicho: lo pensé como una bitácora (Quique Figueroa dixit) para que los oyentes, ganadores del juego o no, registren sus impresiones de esta navegación nocturna por el mar de los libros que la radio nos ofrece. Fue, creo, por no haberme hecho entender bien acerca de este propósito (no puedo pensar en desidia participativa) que las glosas del programa –no crónicas- fueron quedando mayormente a mi cargo. Y es por mi pobreza imaginativa que esto sólo consiste en tales glosas. Me quedaré, parece, con las ganas de saber qué otras variantes pudieran darle otros a esta página.
El lunes, entonces (se entiende: el lunes por la noche), fue el primer Párrafus de la semana. La noche anterior se había repetido el programa donde Verónica Cornejo ganó con una obra teatral de Pacho O´Donnell. Esta noche, Verónica ganó con una obra de Jacinto Benavente.
Es tal vez la obra más conocida del premio Nobel español: “Los intereses creados”. Hasta yo la tengo, no sé cómo, aunque nunca la leí; sólo hojeé el comienzo (casualmente, alguna vez), así que es justicia que esta vez no haya entrado mi llamada primero.
Leo ahora que no está nada mal la historia. Hay un dúo de estafadores o abusadores de la buena fe (Crispín y Leandro) que al final, aunque descubiertos, se salen con la suya porque aclarar ciertos asuntos sería inconveniente para los estafados; iría contra sus más acendrados intereses. Pero parece que con esta obra, junto a otras del comienzo del siglo XX, Benavente suavizó mucho los cuestionamientos sociales que se encuentran en el comienzo de su carrera, en “El nido ajeno”, de 1894. Prefirió el éxito de público, mediante sátiras simpáticas y frívolas. Después, con “La malquerida”, otra de sus obras más nombradas, abandonó ese cuerda y se acercó a un naturalismo rural que lo emparentó con algunos temas y tonos de la generación del 98.
Jacinto Benavente Martínez nació en 1866 y murió en 1954. Ganó el Nobel en 1922.

El martes, Hugo leyó el siguiente cuento, o balada, o proemio de los “Cuentos de la oficina”, del porteño (de La Boca) Roberto Mariani.

Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?
¡Y la lluvia! No te avergonzaré recordándote que los otros días estuviste tres horas ¡tres horas!, contemplando tras la vidriera del café, caer y caer y caer, monótonamente, estúpidamente, una larga, monótona y estúpida lluvia. Entra, entra.
Entra; penetra en mi vientre, que no es oscuro, porque, ¡mira cuántos Osram flechan sus luminosos ojos de azufre encendido como pupilas de gata! Penetra en mi carne, y estarás resguardado contra el sol que quema, el viento que golpea, la lluvia que moja y el frío que enferma.
Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí.
No te aburrirás; al contrario, encontrarás con qué matizar tu vida. (Además de que es tu Deber). Entra. Siéntate. Trabaja. Son cuatro horas apenas. Cuatro horas. Pero, eso sí: nada de engañifas ni simulaciones ni sofisticaciones. ¡A trabajar! Si tu labor es limpia, exacta y voluntariosa —voluntariosa sobre todo—, los jefes te felicitarán. Tú estás sano; puedes resistir estas cuatro horas. ¿Has visto cómo las has resistido? Ahora vete a almorzar. Y vuelve a hora cabal, exacta, precisa, matemática. ¡Cuidado! Porque si todos se atrasaran, se derrumbaría la disciplina, y sin disciplina no puede existir nada serio. Otras cuatro horas al día. Nadie se muere trabajando ocho horas diarias. Tú mismo, dime: ¿no has estado remando el domingo once o doce horas, cansando los músculos en una labor con el agua que me abstengo de calificar por el ningún remordimiento que se obtiene? ¿Ves tú? ¡Y con inminente peligro de ahogarte! Yo sólo te exijo ocho horas. Y te pago, te visto, te doy de comer. ¡No me lo agradezcas! Yo soy así.
Ahora vete contento. Has cumplido con tu Deber. Ve a tu casa. No te detengas en el camino. Hay que ser serio, honesto, sin vicios. Y vuelve mañana, y todos los días durante 25 años; durante los 9.125 días que llegues a mí, yo te abriré mi seno de madre; después, si no te has muerto tísico, te daré la jubilación.
Entonces, gozarás del sol, y al día siguiente te morirás. ¡Pero habrás cumplido con tu Deber!

Ese cuento (o balada o prólogo) lo tengo en una antología del Centro Editor de América Latina: “Boedo y Florida”. También hay otro, “Santana”, que también pertenece a “Cuentos de la oficina”, el primer libro de cuentos de Mariani, de 1925. Que también es “el primer libro que toma el tema del trabajo en un determinado lugar y las vicisitudes de sus protagonistas”, según una de las notas de la profesora María Raquel Llagostera.
En otro texto de la Antología (escrito en aquel 1925 por Santiago Ganduglia para la revista ‘Martín Fierro’) se dice:
“En sus cuentos Mariani sigue paso a paso, detalle a detalle, la existencia monótona y dolorida de los empleados de las grandes tiendas bonaerenses. El elemento es de suyo inconsistente para una labor de simple belleza, porque se advierte la ausencia del paisaje y del espacio: los seres actúan dentro de un radio limitadísimo y material; mas, utilizado en cierto sentido, ofrece faces amplias y ricas para una creación de aliento. Sin caer en la minuciosidad, manteniendo siempre un raro interés, Mariani deja vivir a sus personajes”.
Cuando Hugo empezó la lectura supe que conocía esa prosopopeya: es la oficina, el edificio el que habla. Pero tardé en precisar el recuerdo, tardé mucho, y cuando llamé me dio ocupado por el llamado (desde De La Garma, con 12 segundos de demora por el telediscado) de Luis Gobea, que ganó el juego.
Siempre había leído acerca de ese libro. Siempre quise encontrarlo. Hace poco di con esos dos cuentos en esta antología, y me gustaron. Me gusta, porque soy un trabajador, la literatura que se refiere al mundo del trabajo -escasa entre nuestros literatos. Ahora el libro de Mariani se reeditó, pero… porque soy un trabajador… no creo que pueda comprarlo.

Y del trabajo pasamos, la noche siguiente, a… ¿la esclavitud?
El miércoles se leyó “Las tierras blancas”, novela de Juan José Manauta.
¡Cómo debe estar María Suárez!
J.J.M. era el otro autor que esperaba la Dama de Coghlan –junto a Wernicke- y tampoco la dejaron ganar. Yo el año pasado me había comprometido con ella a que, si Hugo leía esa novela, esperaría dos minutos antes de llamar. Si para entonces ella no había contestado, sería que no estaba escuchando. Claro, no contábamos con que hay otros oyentes… Mario Tsolaquián, por ejemplo, que el miércoles se nos adelantó a ambos –porque yo llamé, ya que aquel compromiso con María está caduco, creo. El hombre de Palermo escuchó ‘Odiseo’ y marcó. Yo también, porque, aunque no leí la novela, sé por María que en el texto se intercalan las voces de ‘Odiseo’ y ‘La madre’. El llamado de Mario entró antes y el tuvo la suerte de saludar al autor, que estaba en la otra linea.
Manauta cumple noventa el año que viene. Es de Entre Ríos, de Gualeguay. Estudió en La Plata, se recibió de profesor de letras, pero nunca ejerció. Trabajó en un aserradero en el Tigre, como obrero en una imprenta, como vendedor de seguros, como periodista. Vive en Buenos Aires desde 1944, cuando le prohibieron volver a su provincia por ser militante comunista. (Vive en el barrio de Coghlan, es vecino de María, ella lo conoce y por eso quería ganar cuando Hugo lo leyera.) “Las tierras blancas” es de 1956. Sobre esta, su obra cumbre, en un reportaje le preguntan:

“Siguiendo con la madre. El "nosotros" de la madre en "Las tierras blancas". ¿A quién incluye?
A los habitantes de las tierras blancas. A los marginales. Ella es la voz o la reflexión de los marginados si es que los marginados un día pudieran reflexionar de ese modo.

¿Y tu "nosotros" a quién incluye y a quién excluye claramente?

Bueno, yo no tengo ni siquiera como escritor derecho de excluir a nadie. Ni al resto del mundo, el resto de la humanidad. Tienen que ser admitidos todos, incluso los ricos, como dice Marx en 1848: "También a los ricos hay que salvarlos de su fortuna", porque están alienados, porque acumulan fortuna por la fortuna misma, que no sirve para nada, que no tiene ningún valor. Esta dicho en "Las tierras blancas" cuando el chico dice ‘pero qué carajo es esto que me enseña mamá, porque a mí no me sirve, no es juguete, no es nada, no tiene gracia la plata’".

Hugo del Carril hizo la película en el 59; Manauta no quedó muy conforme, aunque participó en el guión. Dijo:

“Como experiencia, fascinante. Los resultados no fueron tan buenos. Es una película digna la que hizo Hugo del Carril. Y él la hizo con la mejor intención. Pero probablemente él dejó a un lado el personaje de la madre. Es decir, tomó lo social, lo reivindicativo, la denuncia, que era lo que él más sentía. Pero se olvidó o dejó lo psicológico a un lado. A tal punto que al lado del personaje de la madre es casi más importante el padre. El papel de Odiseo sí está bien desarrollado, y el del padre, pero la madre está casi olvidada. Porque hubiera tenido que hacer dos películas o, no sé, se hubiera requerido otro tipo de enfoque. Aunque yo tengo algo que ver porque yo intervine un poco en la elaboración del libro, pero en ese momento yo al cine no
lo pescaba muy bien.”

Y también le preguntarón:

“En varios momentos, en el último cuento de ‘Los degolladores’ que se llama ‘Pequeña memoria’, en ‘Mayo del 69’ y en ‘Las tierras blancas’ vos planteás que tenés tres madres y yo siempre sentí que había una que no nombrabas. ¿Cuáles serían estas tres madres?

Una es la que me parió. Otra es una señora que vivía enfrente a la casa en donde yo nací, que era un matrimonio sin hijos. Mi madre tuvo seis hijos, yo tuve cinco hermanos más, todos menores que yo, y esta señora como que me adoptó. El marido tenía un taller mecánico, y no hay cosa más fascinante para un niño que un taller mecánico, que andar entre los autos, entre los fierros, que ensuciarse con grasa. Y la señora de él, que se llamaba Elvira, era como mi segunda madre. La tercera fue una prostituta. Hay un cuento que se llama "Ana la turca" inspirado en ella, que me inició en la vida sexual pero con ciertas características muy especiales”.


Llegó y pasó Juan José Manauta, entonces. Lúcido, vigoroso se lo escuchó al viejo en la charla con Hugo. Otro de nuestros muchos escritores bastante ocultos, ahora develado para el gran público de Párrafus.


Y la semana (prolijamente, con un género distinto cada día)se cerró con Poesía.
De Rafael Obligado, otro entrerriano, se leyó su gauchesco “Santos Vega”. Y en pocos segundos, otra vez Luis Gobea con la respuesta correcta… hizo que me lamentara de haber puesto el despertador a las 00.30, para esta vez no perderme el programa previo a mi madrugón de los viernes.
¡Me caigo y me levanto!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Subrayado doble para el programa con Manauta!

Marta dijo...

Y, ¿cómo ibas a hacer para esperar los dos minutos que le prometiste a María? ¿Te ibas a atar las manos?
Excelente el programa con Manauta!

Anónimo dijo...

En definitiva no cumplió la promesa,llamó sin aguardar los 2 minutos. ¿Por qué supuso que el pacto había quedado cancelado?