Me retrotaigo de un envión a la semana pasada, cuando no escribí casi nada acerca de las lecturas de entonces.
Entonces, se me había ocurrido vagamente que las siguientes palabras serían adecuadas para citar en una de esas sesudas, multireferentes y asociativas críticas de libros que suelo leer en algunos suplementos culturales de los diarios de Buenos Aires. Una crítica o resención acerca del libro de nuestro conductor, “¿Cómo es un recuerdo?”, recientemente publicado.
Esta sería la cita:
“Cuando intentamos recordar lo que en nuestra primera infancia nos sucedió, nos exponemos muchas veces a confundir lo que otras personas nos han dicho con lo que debemos realmente a nuestra experiencia y a nuestras observaciones personales”
Parecen adecuadas, podrían aplicarse (por ejemplo, pienso ahora, en una crítica de sesgo derechoso, que no le va a faltar), pero después correspondería desarrollar una lectura propia, rastrearnos resonancias, ajustar la previa visión acerca del tema, generar interés por la visión del autor; algo que, es claro, está lejos de mis posibilidades, sobre todo porque todavía no leí el libro de Paredero.
En realidad, se trata, en ausencia de una efectiva lectura de Goethe, de lo primero que recordé acerca del poeta alemán cuando el lunes 30 se leyó en Párrafus su novela “Las cuitas del joven Werther”. Es el comienzo de un artículo del doctor Freud, pero son palabras de Goethe, de su autobiografía “Poesía y Verdad”. El artículo se titula “Un recuerdo infantil de Goethe en ‘Poesía y Verdad’”.
Mucho más no puedo decir respecto de don Johann Wolfgang. Soy conciente de que es uno de los clásicos universales que me falta leer. “Fausto” y “Werther” son lecturas insustituibles, sin duda, pero yo las mantengo, hace mucho, en mi larga cola de libros postergados; e incluso permito, más de una vez, que otros autores y obras se cuelen y adelanten, como por ejemplo, sin ir más lejos, el venidero “¿Cómo es un recuerdo?”, de don Hugo Néstor.
Siguiendo con la semana pasada, ante todo debo aclarar algo que, según supuse, no necesitaría aclaración. Pero el conductor de Párrafus, en el inicio de esta semana, al mencionar con su generosidad habitual este Blog, le atribuyó “un cierto desdén” a la escueta crónica semanal que titulé “¿Ultima magia?”. Especuló que quizá no me interesaron las lecturas de la semana (Goethe, Gabriela Mistral, Bernárdez), o que podría estar molesto por no haber ganado. Dijo que se me notó “falto de brío”.
¿Habría necesitado Hugo que mi situación personal (interpersonal, sentimental, para decirlo de una vez) apareciera comentada en La Pavada del diario Crónica? Aclaré en el texto que me sentía desanimado por un cierto conflicto. En el mail que simultaneamente le envié a raiz de la idea de las suspensiones, le explicité (con nombre propio) cuál era ese conflicto. Creí que eso aclararía mi sucinta participación. Pero el señor Paredero me reprocha, todavía, “falta de brío”.
Desde ya, Hugo, que me faltaba brío. Brío, Spazio, Vivace (sobre todo vivace), y toda la más moderna línea de Fiat me faltaron, y las líneas de cualquier otra escudería automotriz, y ni ganas de caminar tenía, por eso mis líneas de entonces fueron tan escuetas, por eso la melancolía doliniana, pero ya arranqué, ya estoy bien de nuevo, Cristina me perdonó una vez más, me volvieron las ganas de escribir (que había recuperado hace poco, gracias a Párrafus), y acá vamos, hacia la felicidad.
Hablando seriamente, quiero pedir disculpas sobre todo a los oyentes ganadores de la semana pasada: Mario Solakian, Verónica Cornejo, Roberto López Motta. Quise, aunque de manera exangue, rendir homenaje a esos triunfos; me limité a incluir sus nombres, junto a la obra leida y a su autor, en el colofón de “¿Ultima Magia?”. Llamé a ese final “Respetuoso apéndice”, pero entiendo que pudo sonar como todo lo contrario, e incluso sonar desdeñoso, como dijo Hugo, no solo para los ganadores, sino para el programa en general. Con la explicación precedente me disculpo, entonces, y trataré de que no se repita.
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