jueves, 16 de agosto de 2007

Ruta 3 y Misterio

Lunes 13 de Agosto

El programa de hoy me resultó didáctico y revelador. Se leyó teatro. Una obra nacional, del siglo XIX, exactamente de 1841 -pero, ¿había Nación, entonces? La lectura fue “El Gigante Amapolas”, de Juan Bautista Alberdi.
La había escuchado nombrar. Recuerdo vagamente los afiches de la puesta que se hizo en 1984 en el teatro San Martín. Hugo mencionó esa puesta, recordando que su director fue Lorenzo Quinteros. Leyó unas palabras de este donde se dejaba en claro que aquella no era la obra de un procer que buscaba socavar la tiranía de otro. Alberdi por entonces era un poeta romántico y, como tal, esta vez desde la dramaturgia, se comprometía con la realidad de su tiempo. Entonces me entero que el Gigante Amapolas es una mención disfrazada de Juan Manuel de Rosas.
Al rato, mientras me preguntaba qué podría escribir sobre la lectura o el autor de hoy, reparo en la poética catastral que hoy en día hace que la avenida Juan Bautista Alberdi, cuando cruza bajo la general Paz, del lado provincia pasa a llamarse Juan Manuel de Rosas.
De ahí, como es habitual, me posesiono y paso a pensar que la misma avenida, muchas cuadras más adelante, pasando Lomas del Mirador y San Justo, a la altura de Isidro Casanova es conocida todavía por su vieja denominación, Provincias Unidas, y que más allá, a la altura de Laferrere, es simplemente “ruta 3”, y en el kilómetro 26 pasa a diez cuadras de mi casa, y después, ya en zona semirural, en el kilómetro 40,500, tiene a su vera una vetusta Shell a la antigua usanza, sin minishopping ni barcito, “la primera estación de servicio de la Patagonia”, decía yo, que trabajé ahí dos años cuando era más joven... Pero todo esto no viene al caso.
Me desposesiono, entonces, y menciono para finalizar que el ganador de hoy fue otro joven suburbano, de Martín Coronado, llamado Martín López, que participa en el programa por primera vez y manifiesta no dedicarse a nada, otro rasgo por el que, estando en mi trabajo, me siento identificado con él –eso y su timidez en el teléfono.
Y a propósito de ganadores nuevos. Hugo aclaró hoy que fue un chiste aquello que se barajó hace un par de semanas en charla con López Motta, lo de las suspensiones temporarias de oyentes reincidentes. Tengo que decir que yo me lo había creído, que me pareció razonable (igual que al locutor-poeta) y por eso alenté la idea. Es más: del e-mail en que le hablaba del tema a Hugo, hice una copia que envié a la compañera oyente María Suárez, de Coghlan, quien estuvo de acuerdo con lo de la lista, se autosuspendio y, según me consta (a mí y a Lucas Gatti), se privó de ganar la noche de Lima Quintana. También, después, puse en el Blog el mismo e-mail (La Lista de Perenchio) y es dable pensar que, a raiz de esto, otros reincidentes hayan restringido su participación. Tal vez se posibilitó así la aparición en esta noche del joven López.
Sin embargo -digo finalmente a todos-, no olvidemos que a partir de la innoble triquiñuela del oyente Aloy, yo mismo desestimé aquella idea -que hoy desestima del todo Hugo-, así que no les sorprenda verme aparecer otra vez en el aire (con mi timidez habitual) en las noches venideras.

Martes 14 de Agosto

El programa 203, el de hoy, me remonta al 128, cuando se hizo la una y nadie supo lo que se estaba leyendo. Tampoco esta noche hubo ganador.
No considero que esta obra incógnita, este autor esquivo, signifiquen un fracaso del programa. Por el contrario: también esta vez, la intriga me estimula a buscar y rebuscar, primero entre mis libros, después en librerías, la lectura ininterrupta.
En esa búqueda, la vez pasada (cuando se había leído a Humberto Costantini), me encontré con la literatura de Ricardo Piglia; desde entonces, vengo gustando cada vez más de cada obra suya que puedo conseguir. Y es este un descubrimiento que, para mí, por causas diversas, no suelen hacer propicios otros programas donde se devela enteramente título y autor; ni siquiera cuando yo mismo acerté con una obra que no había leido y que recibí de regalo: “Los 120 días de Sodoma”, por ejemplo.
Aquella vez, no llegué a descubrir que el cuento de la 128° noche había sido de Constantini (“En la noche”), pero el destino premió mi búsqueda permitiendo que ganara cuando Hugo volvió a visitar a este autor, en el Párrafus 150, a través de “Un señor alto, rubio, de bigotes”.
Además, que un programa de cada cien, o, exactamente, que 2 programas de 203 queden sin ganador, sin interrupción, sin develamiento, no está nada mal, ni siquiera desde el punto de vista estadístico. Después de todo, una vez escribí que la consecución de este juego nuestro parece un milagro, parece imposible. Bueno, digamos que ahora, con ya dos ininterruptus, el reiterado milagro es más creible –y lo imposible, menos.

Apéndice: Desde el mes de octubre, por si alguna noche en el trabajo no pudiera sintonizar o escuchar Párrafus, Cristina, la mujer de mi vida, tomó la costumbre de grabármelo. Después, aunque lo hubiera escuchado bien, con vistas a estas crónicas suelo recurrir a esa grabación. Ahora, para contribuir al rastreo de la lectura perdida, copio de allí las líneas iniciales.

“Entonces –dijo mi hermano- yo estaba sentado frente a la estufa con la mirada fija en el fuego. Era antes de romper el día, y llovía. El venía de la colina y llegó por la parte de atrás. Había subido el campo, sin reparar en el alambrado, y este le había rasguñado la cara. Había continuado el descenso cruzando los sembrados. Para esa época, el campo ya había sido arado; el barro y las ya casi putrefactas hojas, caídas de los árboles, se le habían adherido a las suelas durante la travesía. Paso a paso, había llegado a casa cruzando el campo.”

Y, más adelante, esta otra frase, que de algún modo me resuena:

“Porque me conocía, me reconoció”

Que después se repite, invertida:

“Porque lo conocía, lo reconocí”

Yo conozco eso. ¿Qué es?
(Por cierto, la otra noche llamé tres veces a Lucas y arriesgué, en total, cuatro autores y una nacionalidad, que me reservo.)

¡¿Qué diantres leiste, Huguito?!
No me aguanto más. Es jueves a las cinco de la tarde. Voy a copiar esto en un diskette y me voy a Lomas, donde desde algún locutorio lo subo al Blog, para después correr a la libreria El Atril y buscar en sus bien nutridos anaqueles esa lectura misteriosa.
Que me disculpe Juanele (y sus lectores, y la ganadora), pero hoy dejo trunca la semana y no hablo del Párrafus de anoche...
...Excepto con una frase que se me ocurrió a la madrugada:
“Semana pletórica en Párrafus: un ganador nuevo; ningún ganador; y María Suárez, la mayor ganadora”
Frase con la que me adelanto a celebrar a María, que, lo reitero, se viene vertiginosa y muy pronto va a dejarme atrás, escolta, postergado, sumergido en el lodo del segundo escalón de nuestro figurado podio.
Felicitaciones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hugo y oyentes:
Después de una semana rompo el silencio. Hay un hecho que me motiva: la desazón que me produjo el último parrafus que no fue interruptus.
Albert Einstein decía "todos somos ignorantes, lo que sucede es que ignoramos distintas cosas". Pero hay veces, también, que todos ignoramos lo mismo. Hubiera deseado que alguien recuerde, intuya, adivine el texto que leíste.
No quiero polemizar con nadie, sólo quiero solicitar disculpas a quien haya molestado hace unos días porque utilicé un buscador cuando habían transcurrido 2 minutos y el temor del 128 acechaba.
Ayer Ingresé al blog y me enteré que fui bien recibido al ganar por primera vez...pero luego pasé a ser innombrable. Yo no dije que era ingeniero y ahora descubren que no lo soy. Simplemente participé de un juego. No sabía que me exponía a un juicio.
Creo que estuvieron cotizándose a muy bajo costo las indignaciones.
Recordemos la canción de Aute "Quien pone reglas al juego demuestra que no es jugador".
Las veces que gané lo hice en pocos segundos y conociendo las obras en cuestión, y otras veces no gané porque otros fueron más rápidos. Eso no se logra con ningún buscador.
Si hay que rendir examen, lo rindo. No soy dueño del programa ni pretendo ser dueño de ninguna verdad, ni tampoco molestar a nadie.
A los incomodados, disculpas.
Jorge Aloy