Shoppings repletos y pasajes agotados, dicen los diarios. Justo el fin de semana en que me reincorporo al trabajo y, desde mi puesto en la madrugada, observo unas noticias tan distintas.
La iluminación de la calle Florida es una penumbra. Lo percibo así, lo contemplo a lo largo de toda la noche, después de que en cada gruta comercial excavada en la base de las moles edilicias se apagan las luces de las vidrieras y se bajan las persianas. Entonces, el paulatino retiro de esos brillos descubre la pobreza imperceptible de las lámparas municipales. Pero esta iluminación es suficiente para los hermanos cartoneros –digo con de la Púa- que, desde el otro lado del grueso blindex, me muestran, sin fines de semana, sin pasajes, sin shopping, su traqueteante trajinar.
Esto, al menos, en el tramo de la peatonal que alcanzo a ver desde el banco, Florida al sur.
Volviendo a lo nuestro, me pregunto si la venta de libros en esos modernos comercios, si el transporte de libros a los lugares veraniegos, será también importante. Y yendo a lo específico nuestro, sigue el resumen de la última semana del año.
El lunes 17, nuevo Párrafus vacante. Como en el mes de agosto, dos semanas consecutivas con lectura ininterrupta. A la obra teatral del martes 11, se agrega el cuento de este lunes.
Al día siguiente, la brava Amparo, desde Lloret del Mar, en España, elucida en este Blog, como hiciera la semana anterior, esa lectura incógnita. No puedo menos que mencionar esta participación de la oyente, pero, adhiriendo esta vez a la tesitura de nuestro conductor, omito mayor explicitación.
El martes 18, otra elección arriesgada de Hugo. Creo que de este tenor (riesgosas en cuanto al feliz desenlace del juego) van a ser muchas de las lecturas del año entrante. Los clásicos, o populares, o reconocidos reconocibles quedan atrás semana a semana y se multiplican las apariciones de títulos y autores que no están “en las cuarenta del mazo”.
El riesgo del martes, creo, estuvo más en el título que en el autor. Hugo eligió una obra teatral, una de las pocas, de Witold Gombrowicz -Vitoldo para los amigos-: “Ivonne, princesa de Borgoña”.
El exiliado polaco, que recalara primero en Buenos Aires para instalarse después en el sorprendente Tandil de los años cuarenta, me resulta más conocido como novelista. Recuerdo que Cortázar, en uno de los ‘Capítulos prescindibles’ de “Rayuela”, incluye una cita de “Ferdidurke”. Recuerdo también una película muy graciosa de Alberto Fisherman (el de “Las puertitas del señor López” y “La clínica del doctor Cureta”), llamada “Gombrowicz o la seducción”, donde los amigos argentinos del escritor dan testimonio de su paso por el sur bonaerense. Al final de esta reseña transcribo una pulla de este iconoclasta.
La ganadora de la noche, al percibir la omisión de ‘princesa’ y pensar luego en obras con esa palabra, fue Verónica Cornejo. Con este nuevo triunfo, y si acordamos en considerar a María Suárez como la Reina de las participantes femeninas del programa, Verónica se consagra como la primera princesa del ciclo anual, la Princesa de Lugano, al llegar a las 15 lecturas reconocidas. En tanto, es claro, yo sigo siendo el Rey.
Miércoles 19, último programa. Hugo anunció, si no escuché mal desde Mar del Plata, que se toma vacaciones en la semana de Navidad. Y la última lectura del año fue la de una exitosa novela reciente, de autor nacional: “Crímenes imperceptibles”, de Guillermo Martínez. Escritor, este, muy predilecto de la recién mencionada María Suárez, quien me recomendara su lectura hace unos meses, en ocasión de nuestra forzosamente fugaz comunicación personal –vía telefónica. Sin embargo, el ganador fue Jorge “google” Aloy, el oyente de Rafael Calzada. Yo –aunque aún no leí a Martínez- adiviné de qué se trataba cuando Hugo leyó la palabra Oxford, pero en ese momento sonó el timbre. Jorge, recurriendo esta vez, indudablemente, a su propia memoria, respondió en 30 segundos; así, ganó también el libro extra por ser el más rápido de diciembre. No hubo ganador del mes, en cambio, ya que no hubo reiteración de ganadores... Y ya que es incomprobable que un mismo oyente perverso –como sugirió el conductor-, o tímido, o magnánimo, haya sabido título y autor de los dos ininterruptus, pero no llamó.
¿Y si el premio de diciembre se lo otorgamos, simbólicamente, a Amparo?
Se aceptan adhesiones.
Es todo. Deseándoles un feliz 2007 (sic) me despido hasta el año que viene.
Siguen dos regalitos, uno de parte de Jorge Aloy.
“No cabe duda de que la tesis de esta nota: que los versos no gustan a casi nadie y que el mundo de la poesía versificada es un mundo ficticio y falsificado, parecerá desesperadamente infantil; y, sin embargo, confieso que los versos no me gustan y hasta me aburren un poco. (...) Cuando la poesía aparece mezclada con otros elementos, más crudos y prosaicos, como en los dramas de Shakespeare, en las obras de Dostoievski, en Pascal, o, sencillamente, en el crepúsculo cotidiano, tiemblo como cualquier mortal. Lo que difícilmente aguante mi naturaleza es el extracto farmacéutico y depurado de “la poesía pura” y sobre todo cuando aparece versificada. (...) Creía al principio que esto se debía a una particular deficiencia de mi “sensibilidad poética”, pero cada vez tomo menos en serio los slogans que abusan de nuestra credulidad. No hay cosa más instructiva que la experiencia, y por eso empecé a realizar algunas muy curiosas: leía cualquier poema alterando intencionalmente su orden de tal suerte que se convertía en un absurdo, y ninguno de mis oyentes (finos y cultos, por cierto, y fervientes admiradores de aquel poeta) advertía la treta; o, analizando en forma detallada el texto de un poema más extenso, comprobaba con asombro que los “admiradores” ni siquiera lo habían leído completo. ¿Cómo puede ser esto? ¿Admirarlo tanto y no leerlo? ¿Gozar tanto de la “precisión matemática” de las palabras y no percibir una fundamental alteración en el orden de la expresión?”
(Contra los poetas, Vitoldo Gombrowicz)
“Enoch, de Rumania, soñó una noche que la muerte le daba alcance en un bosque de alerces nevados y ríos de escarcha. Al despertar, su mente simple concibió un plan simple. Con las primeras lluvias del otoño emigró al hemisferio sur y, seis meses después, volvió a escapar del invierno retornando a su patria. Desde entonces sigue eternamente a las golondrinas en cautelosos barcos. Es entre los inmortales el más bronceado.”
(“El hombre migratorio”, Guillermo Martínez)
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