Al final ganar en Parrafus interruptus es fácil.
Una forma es así:
Básicamente hay que leer, leer y más leer.
Uno puede empezar su vida de lector, digamos a los cinco años, cuando su madre decide enseñarle a leer, mayormente porque se ha cansado de leerle una y otra vez los mismos cuentos de animalitos y las mafaldas.
Y ahí arranca uno, devorando cuando papel impreso encuentra, desde el pato donald hasta la colección robin hood, aprovechando cada ocasión celebratoria para hacerse de uno de estos objetos rectangulares con hojitas.
Por la adolescencia uno va levantando un poco la puntería; puede dedicarse, por ejemplo, a los clásicos, que siempre es posible hacerse prestar en alguna biblioteca pública cercana. Si tienen toda la colección austral, mejor.
Con el tiempo uno le va tomando el gustito a recorrer tiendas de libros usados, a espiar por encima del hombro lo que otros leen, a mirar el mundo en forma de letras. De vez en cuando uno lee un libro que no le gusta mucho, sólo para ver qué se siente.
Ahí va uno, al decir de María Elena Walsh, perdiendo trenes, empleos, novios, concursos, status, ascensos y días de sol a causa de los libros. Desde el punto de vista literario, no viene mal pasar algún invierno de miseria al lado de una estufa leyendo la saga completa de Los tres mosqueteros. Desde todo otro punto de vista, debemos enfáticamente desaconsejar estas prácticas que, en exceso, pueden estropear seriamente la salud.
Pero uno insiste. Y va armando su jardín de libros. Por el camino va conociendo otros incautos que comparten el mismo viciopasión que uno y lo acompañan un trecho.
Eventualmente uno deberá solventar las dudas de algún pariente descolgado que dice ¿y todos esos libros leíste? o de algún fulano turista que exclama ¡cuánta literatura!, siendo que él, claro, es un señor serio que sólo lee política o ensayos.
Y mientras tanto uno escucha. Lo escucha leer a Hugo mientras se toma un mate, una cervecita, un té de tilo, según la ocasión; alguna vez hasta está comiendo un asado, que debe interrumpir disimuladamente para acercarse a la radio sin que lo crean loco. Uno escucha mientras termina de lavar los platos, a veces en piyama, a veces por la mitad, si tiene que madrugar al otro día.
Si tiene suerte, una noche cualquiera Hugo lee ese libro secreto, que parece que sólo uno conoce, con el que ha torturado a propios y extraños durante largo tiempo en el afán de compartir los párrafos preferidos. Esa noche uno escucha, pero ni se le pasa por la cabeza llamar por eso de que los concursos están todos arreglados. Pero nadie interrumpe y la lectura sigue. Finalmente uno se decide y llama. Lo atienden. Le dicen que la respuesta es correcta. Sale al aire.
Y así rinde su examen de ingreso a la lista de ganadores.
Lo demás es pura anécdota.
4 comentarios:
El amor a la lectura comienza en los primeros años y la tarea para que eso ocurra es tarea de la madre o del padre, lo digo por propia experiencia, comence a leerle a mi hijo cuando tenia 1 año y medio y así todas las noches hasta que empiezan a leer naturalmente a los cinco años.
Hoy mi hijo es un gran lector-
Hay otras alternativas, formarse como radioescucha, o frecuentar lugares donde los parroquianos cuenten historias. O agarrando los diarios, como invitaba hacer Paulo Freire. En fin, siempre estamos a tiempo de aprender a ser lectores.
O escuchando Párrafus Interruptus!
hay variadas formas:
"...y había querido probar aquello de ganar con el Google. Horas después, el mismo día, encontraría una nueva justificación para esa triste inconducta."
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