Como dice aquel revolucionario en una novela de ese célebre autor inglés que demora tanto su aparición en Párrafus: “Estos intelectuales… por una frase ingeniosa son capaces de condenar a la madre”.
Recordé esa sentencia tras leer la otra tarde la Entrada que Fernando Terreno llamó “Una modesta proposición”. Inmediatamente saludé su ingenio, me congratulé también de su reaparición en el Blog, tras dilatada ausencia, pero después quedé preguntándome si su reclamo nacionalista tiene auténtico fundamento.
Fernando, elaborando brillantemente su texto con títulos de muchas de las obras leídas en el programa, dice que sobreabundan los autores extranjeros. Retoma así una idea expresada en abril del año pasado por el compañero oyente Mario Tsolakian, que en aquel momento, cuando las lecturas iban por las 300, me llevó a realizar un exhaustivo escrutinio de las nacionalidades presentes en esa lista. (Puede leerse en la Entrada llamada “Gou jom”) El resultado de aquel pormenorizado repaso fue que el país de origen que más se reiteraba era la Argentina. Copio parte de aquel detalle:
Argentinos: 81
Norteamericanos: 41
Franceses: 37
Ingleses: 22
Españoles 18
Italianos: 14
Por cierto, si se suman las cifras de las cinco nacionalidades que siguen a la nuestra, nuestros 81 autores se verían superados. Pero ese procedimiento sería tan taimado como el empleado por el corresponsal que los otros días me escribía que yo puedo llevar 95 juegos ganados, pero “los otros” ganaron 522.
En cuanto a la actualización de aquella compulsa, hoy no, pero me comprometo para un futuro a revisar la lista de lecturas desde el autor 301 hasta el 617 de anteanoche –o hasta el número que se haya alcanzado cuando tenga ganas y tiempo. Lo que puedo decirle ya mismo a Fernando es que de un vistazo se observa que en los dos últimos meses la mayoría siguió siendo de autores nacionales: tuvimos 8 en julio y, faltando un juego, llevamos 6 en agosto.
En síntesis, creo que para este debate acerca de las mayorías o minorías de autóctonos o extranjeros, cabe aquello que suele decir Hugo sobre el vaso medio lleno o medio vacío.
También quiero resaltar para el compañero Terreno (quien quizá en razón de su apellido anhela más y más autores del terruño) que una vez más se da el caso de que una de sus esporádicas apariciones por el Blog es seguida por otro inmediato triunfo suyo. “Una modesta proposición” (título Wildeano, por cierto) apareció publicada el jueves a la tarde. Esa noche, Fernando ganó con la novela de Simenon.
Uno de los autores más prolíficos y, quizá por eso, más esperados en Parrafus era George Simenon. El creador de la saga del comisario Maigret llegó finalmente en la noche 617 con “La muerte ronda a Maigret”. Para los aficionados al género policial habrá sido fácil deducir que el apellido omitido durante la lectura era ese, pero, al mismo tiempo, eso sería de escasa ayuda, porque aparece en casi todos los títulos de la serie. Como dije a la disparada el viernes, hacía falta tener alguno de los libros donde se citara al menos una parte de esa colección. Fernando lo encontró, llamó para arriesgar unas cuantas veces, y finalmente dio el título correcto.
Por mi parte, todo intento fue infructuoso. Estaba en el trabajo, así que no pude recurrir a libro ninguno. De todos modos, tampoco tengo en casa –en ninguna de mis dos casas- nada de Simenon. Lo que recordé, busqué y encontré en casa de mi vieja al día siguiente fue el único número que tengo de la vieja revista Fierro, el 10, del mes de mayo de 1985. Hay ahí un artículo de Ángel Faretta: “George Simenon y la atmósfera de Lieja”. Al releerlo, compruebo que el autor no era francés, como mal recordaba, sino belga; de Lieja, precisamente. Leo también que “el ciclo Maigret” cuenta 76 novelas. Fuera de estas, Simenon escribió también otras 117, que componen las llamadas “novelas del destino”. Sobre esta otra saga escribe Farettta:
“El otro Simenon es más fértil en cantidad de obras y curiosamente menos conocido por los filisteos. El más de un centenar de novelas escritas paralelamente al “ciclo Maigret” se pueden circunscribir a una situación determinada (confesando que simplificamos por razones de espacio): la vida de un hombre común, ordenado y aburrido que, súbitamente, descubre, paralelamente al suyo, otro espacio de representación, otra Vida. Ejemplares en ese caso son ‘El hombre de Londres’ (1934, que es ‘El extranjero’ escrito varios años antes), o esas obras maestras absolutas que son ‘El pensionista’ (1934), ‘El evadido’ (1936), ‘El hombre que miraba pasar los trenes’ (1938), ‘Le bilan Maletras’ (1948),’Carta a mi juez’ (1947), ‘Los fantasmas del sombrerero’ (1949, una de sus cimas), ‘En caso de desgracia’ (1956), o ‘El tren de Venecia’ (1965). En todas ellas, el héroe simenoneano, típica víctima de la ‘imaginación romántica’ (todos suertes de Monsieurs Bovary) abandonan vidas tediosas por mundos que suponen prestigiosos por lo ‘diferente’ y que, luego, se tornan monstruosamente cotidianos como los que se intentó abandonar; o redescubren un pasado que con el tiempo y los años ha sido ‘mitificado’ para descubrir que los años peligrosos ya no existen más. En todos ellos, el móvil es no el lucro a través del dinero, sino el poder que éste ejerce sobre las mujeres ‘distintas’ que finalmente –tanto coperas como aventureras, tanto casos clínicos como infelices ambiciosas- terminan siendo tan brutamente convencionales como aquellas de las que el héroe ha huido (en este terreno cabe remarcar que nadie ha descrito en toda la literatura de este siglo personajes femeninos como Simenon).”
Esta reseña me lo hace interesante al belga (de quien no leí absolutamente nada), pero hoy, aquí, nos interesa Maigret.
Sigue Faretta:
“El comisario Jules Maigret aparece casado –sin hijos- a la edad de 45 años en su primera novela de 1931. Hacia 1950, cuando su autor lleva escritas ya 35 novelas (sin contar los cuentos y novelas cortas) sobre el regordete inspector, publica ‘Las memorias de Maigret’, una suerte de tour de force de la narrativa de todos los tiempos. En ella, Maigret narra en primera persona su vida, se burla cariñosamente de ‘ese Simenon’, que ha escrito ‘sobre mis casos’ pero dándoles carácter ‘plus vrai que nature’ a su persona. Desfilan allí su infancia, nacido ‘no lejos de Moulins’. La muerte temprana de su madre, las ocasionales visitas de su padre, al cual se siente ligado moralmente, sus estudios de medicina interrumpidos por su ingreso a la policía; el libro acaba hacia los 30 años del héroe, cuando es nombrado inspector en el Quai des Orfèvres. Su último pensamiento es para George Simenon, ‘que se ha convertido en su amigo’”
Y sobre el autor:
“Tras sus estudios con los jesuitas, el joven Simenon vivió en Bruselas donde escribió decenas de artículos periodísticos, y luego, ya en París, cuentos de todo tipo, incluso ‘novelas galantes’ bajo el seudónimo de George Sim, mientras vivía paralelamente en una pequeña chalana atracada a un muelle del Sena. Años después publica, paralelamente, dos novelas: ‘Piotr el letón’ –primer avatar del comisario Maigret- y ‘Le relais-d`Alsace’, ambas en la editorial Fayard; tanto en una como en otra ya estaba completo el estilo inconfundible de uno de los grandes narradores del siglo XX.”
Noto al transcribir estos extractos que al joven Faretta se le había pegado la palabrita ‘paralelamente’ en aquellos días. Lo que no alcanzo a precisar es si Faretta es el crítico de cine y libros que falleció hace poco. Me parece recordar que sí, pero ojalá me equivoque. Me acuerdo que lo veía cuando iba a ver los ciclos de Fassbinder o de Eric Rohmer en el centro cultural Rojas, donde Faretta era el presentador, allá por el ‘86, ‘87. Hace poco, este año o el año pasado, había publicado un libro donde recopiló algunas de aquellas críticas de Fierro. Se llama algo así como “Espíritu de simetría”. Si alguien sabe algo, cuál fue la suerte de Angelito, que me cuente.
Y otra fuente de papel y tinta sobre Simenon y Maigret la tengo acá, en este voluminoso ‘Libro de los detectives’, de Janet Pate, editado por Crea S.A. en 1981. Ahí se lee algo más sobre la historia y características del personaje:
“Cuando era muy joven, Jules Maigret quería llegar a ser, de un modo vago, ‘un reparador de destinos’, una cruza de sacerdote y médico, cuyo talento para meterse en la mente de los demás lo ayudaría a guiar la fortuna de ellos. Hijo del mayordomo de un inmenso castillo, empezó a estudiar medicina pero dejó inconclusa la carrera. En cambio ingresó en la policía. Después de haber firmado la solicitud de ingreso en el Quai des Orfèvres, pasó a desempeñar tareas humildes y rutinarias: vigilante, patrullero y detective. Tres años después era designado secretario en la Comisaría de Saint-Georges y fue entonces cuando, a los 26 años, se casó. Entusiasta y ambicioso, estudió concienzudamente las sutilezas de su profesión a través de folletos oficiales, y cuando de casualidad le cayó un caso entre manos, puso empeño en resolverlo. Como en él estaban involucrados los miembros de una familia rica e influyente, debió sufrir la humillación de ver que la solución fue encontrada por el Quai de Orfèvres. Empero, los resultados fueron lo bastante buenos como para obtener su primer ascenso. Siguió una larga carrera de éxitos respaldado siempre por la leal y sufrida Madame Maigret. Llegó a Inspector Jefe del Escuadrón Volante, luego a Superintendente y ahora es Superintendente Jefe. Sus métodos son los de un policía nato, cabales y estoicos. El mismo llevará acabo las tareas menudas que suelen asignarse a un subalterno si le parece importante para el caso que está tratando. Pero también tiene olfato y una cierta intuición que lo elevan por encima del policía común, como puede verse en ‘Maigret y el letón enigmático’: ‘Cada delincuente, cada ganster, es un ser humano. Pero es, primero y principalmente, un tahúr, un adversario. Así es como la policía se siente inclinada a considerarlo y así es como, por los general, tratan de pescarlo…pero… Maigret buscaba, esperaba y al final daba el zarpazo. En otras palabras, el momento en que asomaba el ser humano en el tahúr’”
En esta misma enciclopedia detectivesca se reseñan algunas versiones cinematográficas de las aventuras de Maigret. Algunos de sus intérpretes fueron: Charles Laughton, en 1948, Maurice Manson, en 1955, Jean Gabin, en el 57, 59 y 63, Gino Cervi y Rupert Davies (que también lo hizo en teatro, en Londres), en 1966, y Heinz Rühmann, también en el 66.
Termino acá la reseña del último Párrafus de la semana. Ya se sabe que tipear todo esto me lleva un montón de tiempo; ya se hicieron las once y media, se va la guardia del sábado y el pescado sin expender.
¡Cuánto más fácil es recortar y pegar de la Internet!
Ayer pasé un rato por el locutorio y me copié un par de cosas. Vean que rápido pongo algo sobre el autor o la obra del jueves.
“Nacido en un suburbio del sur de Londres, el cinco de diciembre de 1954, si bien es inglés no creció en el seno de la tradición de la Iglesia Anglicana (“mi único contacto de atención con la Iglesia Anglicana fue como miembro de los exploradores”), y aún siendo también pakistaní, tampoco creció en la tradición musulmana (durante su infancia Maughan y Dickens eran lecturas mucho más frecuentes que el Corán), Hanif Kureishi se reafirma como ateo, pero muestra su interés por la religión en el aspecto de cubrir la satisfacción de una necesidad humana o miedo determinado respecto a la muerte.
“Se crió en el mismo barrio que David Bowie y Billy Idol. Kureishi trató desde muy temprano de integrarse a los acontecimientos culturales que sacudían Occidente. Escolar indisciplinado y no muy talentoso, ya en la adolescencia inició sus escarceos literarios. En ello seguía la vocación secreta de su padre, que siempre quiso ser escritor (en contra de los deseos familiares ), y escribió novelas y ensayos sobre Pakistán que jamás se publicaron. Lo suyo era más visceral, producto de escenas cotidianas como los episodios de racismo.
“Durante la infancia de Hanif , solían llamarle “negrito” y a veces él mismo buscaba negar sus raíces : “Me encerré en mí mismo. Me ensimismaba para oír a Pink Floyd y los Beatles mientras reescribía los discursos políticos que ayudaban a crear las actitudes neonazis que ocurrían a mi alrededor”. Se siente sobre todo asiático, pero es londinense de casta y nacimiento.
“La idea de las propias experiencias se torna entonces primordial, por lo que convertirse en escritor profesional le resulta complicado, ya que trabajar ocho horas diarias parece una negación de la idea de hacer literatura como actividad espontánea y en contacto permanante con el mundo. Kureishi opta entonces por estudiar filosofía en el Kings College de Londres donde escribe sus primeros ensayos y descubre la “gran ciudad”, en la que el cine , la política , las drogas y la música son el trasfondo de toda creación. Todo ello indujo también las opciones sexuales de Kureshi (si se puede extrapolar a su persona lo planteado por su personaje Karim Amir) aduciendo que el elegir entre hombres y mujeres resulta tan innecesario como optar entre los Beatles y los Rolling Stones, cuando ambos le parecen igual de atractivos.
“Durante dicha época, cuentos subidos de tono (pornográficos), y sobre todo sus obras dramáticas cimentan su fama de autor de la inmigración. Cabe destacar que las influencias más importantes durante su infancia fueron la cultura racial inglesa de los años 70, y dicha experiencia jugó un papel muy significante en sus obras,
“En 1981 ganó el premio George Devine por su ensayo ‘Outskirts’, al año siguiente fue nombrado en el Royal Court Theater. En 1984, escribió ‘My Beautifull Launderette’ la cual sería en el mismo año llevada al cine, bajo la dirección de Stephen Frears, recibiendo una nominación al Oscar de la Academia como mejor guión original. En 1990 escribió ‘The Buddha of Suburbia’ por la que recibió el prestigioso premio Withbreadcomo mejor novela. Esta , fue traducida a 20 lenguas y emitida por la BBC.
“En 1995 publica su segunda novela : ‘Black Album’, donde trata el tema del fundamentalismo islámico vivido muy de cerca gracias a su gran amistad personal con Salman Rushdie (amenazado de muerte por el Ayatollah debido a la publicación de su archiconocido libro ‘Versos Satánicos’).”
Con la novela de Kureishi, “El Buda de los suburbios” ganó Eduardo González, de Temperley. El compañero oyente, reincidente modelo 2009, contó que también escribe, pero como no tiene computadora ni casilla de mail ni esas cosas modernosas, creo que sería inútil invitarlo a que vuelque acá, en el Blog de los oyentes, algo de lo suyo. De todos modos, si alguien atina a encontrar una manera de que lo haga, las puertas están abiertas.
Con la charla de Eduardo se dio una de las magias de la semana. Resulta que se ganó un libro de Roberto J. Payró, y entonces se le ocurrió comentar que había leído por ahí que el autor de “Pago chico” andaba de viaje por Bélgica, en 1914, y estaba alojado en el mismo hotel o edificio adonde fue llevado a vivir el recién nacido Julio Cortázar. Lo bueno es que esta poco conocida anécdota vino a cuento justo en la noche del jueves 26 de agosto, aniversario de aquel nacimiento. Y, además, para la noche siguiente estaba pautada la lectura de… ¡un belga! ¡Y qué belga!, dijo el japonés.
Digan que hoy no estoy en vena (el calor me tiene laxo y fofo), si no podría hablarles de la enciclopedia Lo Sé Todo. Son en total 17 tomos, 12 de la universal y 5 Lo Sé Todo de América, y parece que se vendían por las casas, de puerta en puerta, allá en los años sesenta, cuando yo era chico. Así la compró mi viejo, según me dijeron. Está en casa desde que yo tengo uso de razón. Mi hermana, que me lleva siete años, sacaba cosas de ahí para la escuela. Después la heredé yo, y todavía la tengo. Ahí leí, hace décadas, un artículo sobre Luis de Camoens. Esa es mi primera referencia sobre el navegante y poeta portugués.
“Los lusíadas” (y no Las lusíadas, como dije la otra noche) también apareció alguna vez en casa, pero nunca lo leí. Como le confesé a Hugo, en algún momento de los últimos años me fije cómo empezaba, suponiendo –sabiendo- que alguna noche tenía que aparecer en Párrafus. Y esos primeros versos, latentes en la memoria, se activaron cuando esa noche llegó.
Ayer busqué el libro cuando fui a lo de mi vieja, y aunque la falta de tiempo no me dejó encontrarlo, de repente recordé cómo fue que llegó a mi biblioteca. Sabía que no lo había comprado, pedido prestado ni hurtado. Como la enciclopedia Lo Sé Todo, lo fui heredando paulatinamente. Es uno de los libros que trajo a casa mi cuñado cuando empezó a noviar, primero, y a convivir, después, con mi hermana. Andando los años, cuando las crecientes obligaciones familiares lo fueron apartando de su juvenil afición a la lectura, algunos de aquellos libros suyos (entre otros, tres de Hermann Hesse) quedaron para mí. Por ahí andará “Los lusíadas”, apretado en los anaqueles más sombríos; debería volver a buscarlo y echarle otro vistazo. Ahora que leí algo más sobre Camoens tal vez podría interesarme. Copio un fragmento de la abigarrada biografía del portugués:
“Camoens tuvo, pues, que salir de Goa en 1555, y antes de llegar al punto de residencia que se le había designado, erró algún tiempo por los mares de las indias, aunque no queda completamente averiguado que visitara las Molucas. Los tres años que duró su destierro en China parecen haber sido los más fecundos de su vida; y, si como supone Faría y Sousa, Los Luisiadas se había comenzado en 1547, puede asegurarse que en Macao dio las últimas pinceladas a su obra inmortal. Una vez acabada, la vida que hacía en aquellos países, muy disconforme con sus costumbres belicosas y aventureras, se le hizo insoportable, y, aunque su biógrafo afirma que el empleo que en Macao desempeñaba le daba con exceso para atender a las necesidades de su existencia, no tuvo otro sueño que regresar a Goa.
“El virrey nuevamente nombrado, y que no era otro que aquel Constantino de Braganza que conoció en los comienzos de su carrera, le prestó su apoyo generoso, y con inefable alegría dejó el poeta el lugar de su destino y se embarcó con rumbo a las Indias, llevando consigo cuanto poseía. Como puede comprenderse, de todos sus viajes éste fue el que emprendió con más júbilo. A su término iba a volver a ver a sus hermanos de armas, a abrazar a sus amigos y a gozar entre ellos de la fortuna que le había deparado una vida laboriosa y sobria. Pero todo aquello fue un sueño. Poco más allá de la altura de Cochinchina y a la entrada del Golfo de Siám, una espantosa borrasca arrastró el navío a las costas, poniendo en tan grave riesgo su vida que sólo a nado pudo salvarse, no conservando de sus riquezas más que el manuscrito de Los Lusiadas, que casi milagrosamente logró salvar ileso del fracaso.
“Ganada la costa y remontando algunas leguas, pudo visitar las maravillas de la ciudad de Angora, y hallar hospitalidad en una de las ciudades mas ricas de Oriente. Ignórase la acogida que se le hizo en tales lugares; pero se sabe que permaneció allí algunos meses, puesto que no entró en la capital de las Indias hasta 1561.”
Para ir terminando esta desvaída glosa, digamos que la semana había empezado con una de cal y una de arena. (¿Alguien sabe cuál es la de cal y cuál la de arena en este dicho, es decir, cuál la buena y cuál la mala, y por qué?) El lunes, Teatro Ininterruptus; el martes, una ganadora nueva.
El domingo por la noche el programa empezó lindo con la visita de la desfachatada actriz Cecilia Rosetto. Venían de cenar con el amigo Hugo y extendieron la sobremesa en el estudio. Charló a sus anchas la colorada diva, resultó desopilante cuando contó sus costumbres en el lavabo y estuvo muy lanzada con el altísimo operador Schiavonne. Pero (todo no se puede) no le fue bien en su labor de fiscal del milagroso Párrafus. Mejor dicho, le tocó fiscalizar que esa noche el juego “no salió”. La recóndita pieza teatral, de evidente origen inglés, no fue reconocida por nadie. Ni siquiera con el autor pudo dar ninguno de los oyentes, contó nuestro conductor al día siguiente.
Pero al día siguiente el género fue Novela, el ambiente de la acción era el medio editorial, y ganó una escritora y editora: Graciela Pérez Aguilar, de Palermo, quien se constituye en la ganadora número 86 del ciclo nocturno. Graciela reconoció a los siete minutos de lectura la obra de Almudena Grandes “Atlas de geografía humana”.
La española es famosa por haber ganado alguna vez un concurso de literatura erótica con “Las edades de Lulú”. Creo que una vez, en el cable, traté de ver la película que se hizo con esa novela, pero, explorador desde muy joven de las cimas y honduras del cine pornográfico, aquella gallegada me aburrió soberanamente.
Pasando finalmente al deporte, anotemos que, faltando un juego para terminar agosto, se verifica un quíntuple empate en el certamen mensual. Con dos triunfos cada uno marchan Roberto López Motta, Eduardo González, Verónica Cornejo, Fernando Terreno y yo mismo, que desde septiembre pasado, hace un año, no gano un mes… ¿No van a ser generosos con “el abanderado”, queridos compañeros oyentes? También, como todo primer y último programa de la semana, voy a escucharlo en el trabajo. ¿No van a dejarme un par de minutos para el cada vez más difícil intento de deducción? ¿No? Bueno, entonces que gane María Suárez, que es generosa y buena, y que el empate sea séxtuple.
Hemos terminado.
Adiós.
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