miércoles, 14 de enero de 2009

Antología

jueves 10 de enero de 2008

EL OTRO INTERRUPTUS

2)

¿Me habrá tirado un centro Hugo? ¿Puede pensarse legítimamente en un centro del conductor –un centro al corazón... del área chica- para que el puntero convierta una vez más? ¿O pateó al arco el àgil Paredero, y le salió un centro?
(A propósito, se me ocurrió pensar el otro día que, tal vez, Hugo festeja también las lecturas ininterruptas, las festeja como un secreto gol suyo con el que nos dice en silencio: “¡Lean, che!”, como decía el otro Lamborghini. Pero esta presunción le atribuye un inmaduro engreimiento que ningún rasgo suyo sugiere, que es solo mío, proyección neurótica que le dicen.)
Como sea, Hugo leyó el martes “Las dulzuras del hogar”, de Mary Flannery O’Connor (otra elección arriesgada, según mi real saber y entender) y el ganador fui yo, que hace unos meses nombré ese cuento en este Blog –en “Placa roja”.
Pero, ¿para qué nuestro conductor brindaría esa ayuda justamente al más recalcitrante de sus oyentes?
Para lo que vino después. Para hacer propicia la confidencia que él había descifrado en mi último Entrada. Para, con sus recién desempolvadas herramientas de sagaz entrevistador –con las que acaban de convocarlo desde la radio colega-, sonsacarme la información referida a mi futura paternidad adolescente. Y esto con un título de lo más... apropiado.

Justamente el martes, a causa de la somnolencia que semejante estado suele provocar, Cristina se durmió temprano y no escuchó ni me grabó el programa, así que a la mañana siguiente, cuando volví del trabajo, no me pude encontrar en cinta –como ella.
Tal vez sea mejor así –que ella no haya escuchado- porque me parece que no estuve muy acertado en la manera en que conté aquello.
Empecé la charla hablando de una preocupación que me afligía, o de que no encontraba mucho entusiasmo ultimamente. Claro, no tenía previsto hablar del embarazo -aunque sí había estado pensando en la forma de contarlo acá, como dije. Pero el renovado sabueso Paredero –que había entrevisto la verdad del desasosiego en mi último texto- supo hacerme ingresar “en el pantanoso terreno de la confidencia”, como dice Dolina. (A propósito, todavía me acuerdo de la impresión que me provocó enterarme, allá a mediados de los noventa, en una entrevista que le hizo Marcelo Simón a raiz de “Lo que me costó el amor de Laura”, que Dolina tenía hijos.)
“¿Vas a ser papá?”, preguntó Hugo de sopetón. Y no me quedó más remedio que admitirlo.
De todos modos, puedo reivindicar lo de la aflicción. Aclarando, claro, que la preocupación no la produce el hecho en sí de que vayamos a tener un hijo, sino todo el proceso que hacia él conduce, que para una pareja en edad provecta –ella ya tiene 43, yo soy menor, los cumplo en febrero- puede tener ciertos contratiempos.
Pero, más allá de eso, digamosló de una vez: tal como Flannery O’ Connor ironiza desde su título, nunca me creí ni procuré para mi vida “las dulzuras del hogar”. Así que esto, novedoso e inesperado, también me asusta un poco –como también dije la otra noche.
Pero bueno, ya está. La naturaleza es sabia –la sangre es sabia, diría la O’ Connor- y ya veremos qué le depara a nuestra criatura –y qué le deparará a la humanidad un Perenchio más sobre la tierra.

Mientras termino esto, Cristina llega del trabajo –todo marcha bien para ella por ahora, informo- trayéndome impresos los dos últimos textos de Quique Figueroa para el Blog. Yo no había entrado a Internet desde la semana pasada. Encuentro que también compartimos con el coequiper Quique la afición por Vinicius de Moraes. Y recuerdo un tema de uno de los espectáculos de Vinicius y Toquinho grabados en La Fusa –la de Buenos Aires, creo que con María Creuza-, un tema de Caetano Veloso llamada “Irene”, que siempre me sonó, aunque no entiendo del todo el portugués, como una afligida canción infantil.
Y a propósito de infantes, quiero contarle a Quique que el viernes conseguí a 10 pesos “El ciudadano de mis zapatos”, la novela de Luis María Pescetti que él menciona en su perfil como uno de sus libro de cabecera. Recién leí unas pocas páginas, ese comienzo divertido y demoledor (“...o era la tristeza, o era la tristeza, o era la tristeza...”), pero creo que me va a gustar. Conozco a Pescetti de la radio, compré anacrónicamente un par de sus discos, pero nunca lo había leido. El otro día, ahora me acuerdo, estuve por hacerme de otro de sus libros... Escribí sobre eso el lunes a la noche, en el banco, después de la victoria de Jorge Aloy. Trataba de escribir algo para el Blog, pero lo que salió no quedó muy claro, así que lo postergué. Después me fijo si puede recuperarse y lo pego acá.
Ahora, solo resta felicitar a Hugo por la convocatoria de la importante radio que pensó en él para las tardes de enero... y hacer votos para que esta cabeza de playa sea el pórtico de nuestro desembarco triunfal –de Los Parrafistas- en el poderoso multimedio.
Chau. Nos escuchamos el jueves desde las 14.00 en Mitre.

1)

Cristina me regaló para navidad esa novela tan exitosa de Pablo de Santis, "El enigma de Parìs". Tal vez, haberla visto encabezando la lista de 'más vendidos' me había predispuesto en contra. Tal vez, los antecedentes de de Santis como cultor del comic o autor de novelas 'juveniles', su condición de escritor profesional, me lo hace poco confiable. El hecho es que, sin leerla (con el consentimiento de la otra parte implicada), fui a la librerìa de Lanús donde Cristina la había comprado y la cambié.
Mi idea era que, por el importe que ella había abonado (¡39 $!), podría elegir cuatro o cinco libros de oferta o de segunda mano. Pero se trata de una librería nueva, donde sólo se encuentran novedades o reediciones recientes -todo carísimo.
Inspeccionando someramente, vi la última novela de Guillermo Martínez, cuyo título ahora no recuerdo bien: algo así como "La lenta muerte de Sandra B." Recordé la lectura con la que Hugo cerró el ciclo 2007 de Párrafus y lo que yo había escrito para el Blog: que María Suárez, la Dama de Coghlan, me había recomendado la obra de Martínez. Pregunté por "Acerca de Roderer" y "La mujer del maestro" -las que María me había nombrado. El joven librero me mostró la primera. Le pregunté el precio. 42 pesos. Al verme demudado por esa cifra, me habló de la reciente edicón pockett de "Crímenes imperceptibles", a 20 mangos. "Sea", pensé: "Trueco una novedad policial de las letras argentinas recientes por otra". Así, aprovecho y sigo poniéndome al día, según un añejo plan, con las lecturas del programa que no conocía.
Pero quedaban todavía 19 pesos de saldo a favor. Seguí mirando y di con "Historia de los señores Moc y Poc", de Luis Pescetti, a 17. Me interesa, no es del todo “infantil”, creo, pero no lo elegí porque vuelto no me iban a dar y no quería regalar 2 pesos. Seguí mirando. Pregunté si había algo de Abelardo Castillo. Nada. Me ofrecieron Cortázar: "Gracias. Ya tengo casi todo lo que me interesa, y lo que no tengo -los libros miscelanea-, no creo que estén...". No estaban. Isidoro Blaisten, tampoco. Daniel Moyano, tampoco. María Moreno, ni ahí.
Por ahí, en un estante alto veo alineados los volúmenes de Anagrama. Entonces vuelvo a acordarme de Párrafus, de uno de los libros que me gané y que, como pocas veces, devoré en un fin de semana. "¿Paul Auster?", pregunté, antes de ver su nombre en uno de los lomos. El vendedor -ya no puedo seguir llamándolo 'librero'- bajó dos de los delgados volúmenes: "La habitación cerrada" y "Ciudad de cristal", primero y tercero de la 'trilogía de New York'. El primero fue el que me había ganado en el programa. "¿No tenés el segundo", pregunté. Me refería a "Fantasmas". El jovenzuelo no supo de qué le hablaba. "De Auster, por ahora, esto solo", respondió. Le devolví "La habitación cerrada" y hojeé el otro. Con aquella novela, lo primero que leía de él, me había sorprendido el famoso Paul Auster. Sólo lo conocía a través de reseñas de su obra y me había imaginado un autor más convencional. Me encontré con un estilo vigoroso y sugestivo, y con historias -en una sola novela- para contar. Elegí entonces "Ciudad de cristal", y el combo con "Crímenes imperceptibles" me salió 48 pesos. Aboné la diferencia y me fuí de esa librería para nunca más volver. Ojalá tenga mucha suerte.

Este lunes, en tanto, Hugo perseveró con obras en castellano. Después de "Crímenes imperceptibles" y "Esperando la carroza", hoy leyó una novela del chileno José Donoso, llamada "Este domingo". Ganó una vez más el imprentero de Rafael Calzada, Jorge Aloy, quien cerrara el 2007 reconociendo la novela de Martínez. El premio para el ganador, tambièn en español: "La casa de papel", de Carlos María Dominguez. Poco a poco se pone en marcha el año. Este enero, si no hay contratiempos, habrá 13 Párrafus. Veremos cómo nos va. Buena suerte a todos. Que gane el mejor –o el que más rápido llegue al teléfono.


3)

El calor me agobia, eso también es verdad. Ayer miércoles, al caer la tarde, cuando terminé el texto precedente (2 y 1), me faltó coraje para enfrentar la canícula durante las tres cuadras que tengo hasta el locutorio, y entonces aquello quedó sin publicar. Mejor, así hoy puedo comentar también, brevemente, la tercera –pero no última- lectura de la semana.
El género volvió a ser Teatro, como el miércoles pasado, y la obra, como “Esperando la carroza”, también se cuenta entre las más exitosas (¿populares?) de los últimos años. Se trató de “Venecia”, del porteño, radicado en Jujuy, Jorge Accame.
El ganador, también un hombre de teatro, profesor y actor, y también del interior: Marcelo Bonalume, de Marcos Juarez, Córdoba. Ganador debutante, por cierto, que tuvo la oportunidad de charlar con el autor de la noche, a quien Hugo tenía en línea. Por desgracia, la comunicación se le cortó a Marcelo a los pocos minutos, y entonces la charla, franca y extensa, fue entre Hugo y Accame.
Tengo acá, en la antología de cuentos breves “Dos veces bueno”, de Ediciones Desde la gente, un microrelato de Jorge Accame -única muestra de su producción que conozco. Lo transcribo para regocijo de oyentes y lectores.

EL LAGO

“El viejo entró a su casa, apoyó suavemente el hacha contra alguna forma vertical y cerró la puerta.
Deslumbrado por la oscuridad, al principio sólo escuchó olas y viento que rompían sobre una playa. Luego poco a poco, apareció a sus pies el lago buscando extensión hasta el horizonte. Antiguos bosques cubrían lás márgenes y cortaban el aire cantos de pájaros exóticos.
No se inquietó: con los años había aprendido que el asombro demora inútilmente la fatalidad.
Extrajo anzuelos y tanza de un cajón y, arrugando la frente, definió una orilla para pescar.”

Y ahora sí, disfrutando la frescura que dejó la lluvía de anoche, voy a poner esto en el Blog y después sigo viaje hacia la casa de mi vieja, donde esta tarde voy a escuchar detenidamente el primer Párrafus que Hugo hará en Mitre (am 790, entre las 14.00 y las 17.00), pero el cuarto para nosotros –Los Parrafistas.
Buenos días.
Publicado por Marcelo Perenchio en 10:05

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