mariana dijo...
esa noche hubiera sido tal vez mi primer parrafus ganado, pero durante largo rato nadie atendió el telefono, y otro largo rato daba ocupado sin que el ganador apareciera al aire.
3 de enero de 2009 21:08
Sin ánimo de ofender, creo que en este comienzo de año se imponen nuevos aires.
El comentario de la compañera oyente Mariana, que hace eco a la queja de Mario en ocasión de su triunfo con la pieza de Aida Bortnik , sumado al lapsus linguae de Hugo ante la lectura de “2001…”, me dan la pauta de que los muchachos de Párrafus realmente necesitan vacaciones.
Mario, a su manera calmada y benevolente, se ofuscó ante la inexplicable demora en la atención del teléfono aquella noche; Mariana lamenta que por ese motivo se haya frustrado (“tal vez”, dice) su primera aparición como ganadora. Y yo declaro bajo juramento que, este lunes, la gaffe de nuestro conductor con la novela de Arthur Clarke (tras bromear con unas apuestas, empezó: “Noche primitiva”, después intercaló el habitual preámbulo: “Gana el primero que llama y dice…”, y después empezó de nuevo) me produjo un instante de confusión que fue fatal e impidió mi primer triunfo del año.
Ganó en 27 segundos la compañera Verónica Cornejo, quien evidentemente adoptó y perfeccionó la metódica martingala que me atribuían a mí en algún momento: recorrer librerías y bibliotecas amigas para memorizar comienzos; Verónica, además, los anota –la vez pasada se le escapó algo acerca de una libreta. Pero está bien: seguramente no es la única y, como ya se dijo, para ganar en Párrafus todo vale. Pero, como dice Hugo con respecto al uso del google, hay métodos que no tienen gracia.
Acerca de “2001, una odisea espacial”, un pequeño aporte. Creo que, aunque Hugo habló sobre todo de la gloriosa película de Stanley Kubrik, esto no se dijo. Lo encuentro en un artículo de Ernesto Schoo para la ‘Primera Plana’ del 22 de octubre de 1968.
“En estos momentos, las librerías de Londres están inundadas por la edición de bolsillo de la novela que Arthur C. Clarke escribió, con posterioridad al film, sobre el guión de éste. Es una marea que desaparece con la misma rapidez con que llega, porque el público arrebata el texto y la verdad es que ciertas secuencias del film, en especial las primeras y las últimas, se comprenden mejor después de leer la novela (por lo demás, mediocre).”
O sea: en el principio fue el film. Yo no lo recordaba.
El martes volvió a ganar Marito Tsolakián (como diría Quique Figueroa, si no fuera hincha de la Cornejo), y volvió a charlar al aire con la autora de la noche –como hiciera con Aida Bortnik. Mario descubrió la novela que Hugo leía tras un soberbio y muy meritorio trabajo de deducción. Era “El templo de las mujeres”, de Vlady Kociancich. El siguiente resumen de la obra, que encontré en alguna parte de la Internet, me exime de otros comentarios.
“Mistral, una brillante ilustradora de revistas de moda, desenvuelta y aparentemente muy segura de sí misma y de sus éxitos, se encuentra en un hotel parisiense en el momento en que un incidente inexplicable viene a quebrar su vida despreocupada y feliz. Hasta ese día, Mistral ha viajado de ciudad en ciudad con una sola pasión, el dibujo, y una sola meta: distanciarse de la historia trágica de las mujeres de su familia. Todas han muerto de amor, salvo Dodo, la abuela, que nunca se enamoró y que la crió en la fe del don milagroso de su talento como dibujante, un don que la salvaría siempre de las desdichas de este mundo. Pero irrumpe la fatalidad y, en la precipitación de los acontecimientos que misteriosamente van escapando a su control, Mistral se verá arrastrada a una isla griega de las Cícladas, la antigua Thera, dominada por un templo dedicado a la diosa Afrodita, donde miles de años antes las mujeres tuvieron que elegir entre una inmortalidad sin amor o la muerte con sus hombres. “
Y anoche, en el último programa antes de las vacaciones, volvió el viejo oyente del Párrafus vespertino, Eduardo Gónzalez, de Témperley, que también ganara una vez en el actual ciclo nocturno. Aquella noche, en agosto, con “Palo y hueso”, de Juan José Saer. Ayer, con un título de Baltasar Gracián que alguien me espetara mediante un Comentario el año pasado, y que este apurado texto en algún punto parece admitir: “El criticón”.
Antes de despedirme, aprovechando la breve siesta del Fulanito copio el poema de Borges que Hugo nos leyó anoche, para que vuelvan a paladearlo los que no lo tienen.
BALTASAR GRACIAN
Laberintos, retruécanos, emblemas,
Helada y laboriosa nadería,
Fue para este jesuita a poesía,
Reducida por él a estratagemas.
No hubo música en su alma; sólo un vano
Herbario de metáforas y argucias
Y la veneración de las astucias
Y el desdén de lo humano y sobrehumano.
No lo movió la antigua voz de Homero
Ni esa, de plata y luna, de Virgilio;
No vio al fatal Edipo en el exilio
Ni a Cristo que se muere en un madero.
A las claras estrellas orientales
Que palidecen en la vasta aurora,
Apodó con palabra pecadora
‘Gallinas de los campos celestiales’.
Tan ignorante del amor divino
Como del otro que en las bocas arde,
Lo sorprendió la Pálida una tarde
Leyendo las estrofas del Marino.
Su destino ulterior no está en la historia;
Librado a las mudanzas de la impura
Tumba el polvo que ayer fue su figura,
El alma de Gracián entró en la gloria.
¿Qué habrá sentido al contemplar de frente
Los Arquetipos y los Esplendores?
Quizá lloró y se dijo: Vanamente
Busqué alimento en sombras y en errores.
¿Qué sucedió cuando el inexorable
Sol de Dios, La Verdad, mostró su fuego?
Quizá la luz de Dios lo dejó ciego
En mitad de la gloria interminable.
Sé de otra conclusión. Dado a sus temas
Minúsculos, Gracián no vio la gloria
Y sigue resolviendo en la memoria
Laberintos, retruécanos y emblemas.
El poema está en el libro “El otro, el mismo”, de 1964. De nada.
Hasta la próxima.
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