El 30 de enero de 2007 ganó el juego por primera vez el compañero oyente Quique Figueroa. Fue con la novela “Los monederos falsos”, de André Gide.
Por entonces este Blog no existía, así que bien podríamos abundar ahora en la vida y obra del francés.
Alguna vez proyecté una sección llamada A. de B. (Antes del Blog), destinada a las obras y autores leídos cuando no teníamos esta página. Creo que llegué a dedicarle un par de entregas a alguno de ellos, pero después perdí el entusiasmo –como me pasara con la sección “Efemérides”, que recién hoy acometo. Como me pasa con tantas cosas. Y ningún otro de los compañeros oyentes tomó la posta…
(Deploro ser siempre tan quejoso, pero es que soy un eterno disconforme. No me hagan caso -¡pero hagan algo!)
Por tanto, también ahora se me ocurre escabullirme del propósito inicial de estas líneas, y mencionar, más bien, algo que me vino a la mente cuando estaba encendiendo la máquina: la circunstancia en que escuché aquella lectura de Gide.
Hacía unos tres meses que trabajaba en el Tobar García, y ese lunes, como durante todo aquel verano, escuchaba el programa en el mínimo patio del hospital… Pero mi trayectoria en el infanto-juvenil, simpáticamente lúgubre, ya la conté en otra parte. Lo que pensé después de recordar aquello es en cuantos lugares distintos vengo escuchando Parrafus.
Rememoro: En la casa de mi vieja; los primeros programas, las primeras victorias (Borges, Bioy Casares, Henry Miller). En la casa de Cristina; la primera consagración (el inicio, con “La señora Ordóñez”, de los cuatro triunfos seguidos). Además, también por razones de trabajo, en el hospital Moyano (la noche de Salinger), en Casa Cuna (la noche de Pinter). Por vacaciones, en hoteles de Federación (“Palabras”, de Prevert) y de Mar del Plata (Gombrowicz, Martínez). Y los once meses en el ya mencionado Tobar, y el año y pico en el Banco que me acoge actualmente, y en un par de servicios más que ahora no recuerdo, adonde fui esporádicamente. Y casi lo escucho en el sanatorio, la noche en que nació el Fulanito, pero no me animé a ir hasta el banco a buscar el walkman, o llamar a alguien para que deje el teléfono al lado de la radio… Pero sobre mi fidelidad al programa también ya escribí en otro momento.
Volviendo a Gide, entonces, diré que tengo presente el patio desierto, el banco donde me sentaba, bajo un árbol, el edificio oscuro y silencioso a un costado (algunos pabellones del Borda al otro lado de las rejas), los ruidos de los colectivos en la calle Carrillo, el auricular de la radio en la oreja y el celular en la mano, pero no recuerdo para nada los pormenores de aquellos casi cinco minutos de lectura (ni siquiera leyendo hoy la detallada síntesis que copio después); es un hecho que no supe de qué podría tratarse.
Cuando Quique apareció con la respuesta correcta, me sonó el título, pero eso es todo. No leí nada de la obra del importante autor francés, aunque, conocedor de su importancia, alguna vez compré un volumen de su “Correspondencia” -creo que con Rilke-, que tampoco leí completo. Sabía que ganó el Nóbel, sabía de su homosexualidad, sabía que murió a mediados de siglo. Ahora, viendo en Internet una somera semblanza biográfica (la primera que encontré, con una buena frase como epígrafe), me digo que podría ser interesante encontrar alguno de sus títulos. Pero hay tanto para leer... Además, ¿puede leerse hoy con algún provecho la obra de un inmoralista –uno de tantos, y no el más drástico o escandaloso- de las primeras décadas del siglo pasado? Bueno, sí, seguramente sí. Tampoco es Gracilaso de la Vega.
Lo que también recuerdo es una especie de satisfacción por aquella primera aparición como ganador del compañero Quique. Se trataba del oyente que el mes anterior había contado a Hugo en un mail su asombro por ese atrevido multiganador que incluso desdeñaba alguno de los libros que se le ofrecían como premio. Era también quien llevaba adelante un blog personal que fue inspirador de este que hoy nos reúne. Me gustó conocer su voz y saber un poco más de él a partir de aquella charla con nuestro conductor –y de los mails que comenzamos a intercambiar poco después.
También recuerdo que en la noche siguiente, desde el mismo patio, gané con el “Satiricón”, del finado Petronio. Y que en la otra, la noche del primer programa de febrero, desde lo de mi vieja, atónito, escuché el primer Ininterruptus del ciclo.
Efemérides, rememoraciones, recuerdos… El viejo amigo Pablo Graciani me decía que yo vivía de recuerdos, que vivía en el pasado -¡y nos conocimos cuando yo tenía 20 años! Ahora, Parrafus Interruptus, iniciando su cuarto año, ya me representa también un surtidor de recuerdos. ¿Será que, al respecto, ya se acabó mi cuarto de hora, Andy?
Mejor los dejo con Gide. Tengo que prepararle el zapallo y el pollito picado a Estevanovich; desde que empezó a comer sólido, me deja todavía menos tiempo para mis cosas. Pero bueno, ahora mis cosas son él.
Nos reencontramos en la escucha de Parrafus el próximo lunes-martes.
Chau.
“Todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que repetirlo cada mañana."
Escritor francés, cuyas novelas, obras de teatro y textos autobiográficos se caracterizan por su exhaustivo análisis de los esfuerzos individuales hacia la autorrealización y por la utilización de conceptos éticos protestantes. Para muchos, Gide fue la figura más grande de las letras francesas y también una de las más discutidas y probablemente el escritor que más profunda influencia ejerció sobre la juventud francesa que vivió entre las dos guerras mundiales.
Nació el 22 de noviembre de 1869 en París, en el seno de una familia de buena posición económica. Su padre, Paul Gide, profesor de jurisprudencia, descendía de una familia de hugonotes oriunda de Cévennes. Su madre, Juliette Rondeaux, de funcionarios jurídicos católicos. Fue educado en el más estricto puritanismo y cursó estudios irregulares en la Écolo Alsacienne, debido en parte a su frágil salud, y en el instituto Henri IV.
Apasionado por la literatura y la poesía, a los veinte años empieza a publicar en las revistas de la escuela y entra en relación con Pierre Louÿs y Paul Valéry y es introducido en el círculo de Stéphane Mallarmé. Sus primeras obras están marcadas por el puritanismo de su juventud y el simbolismo. En 1891 publica a sus expensas y sin firmar su primer libro, Los cuadernos de André Walter, en el que describe el religioso y romántico idealismo de un desgraciado joven. La obra despertó escaso interés entre el público, pero llamó la atención de Marcel Schwob, de Rémy de Gourmont, Maurice Barrés y Maurice Maeterlinck. Por esa obra se le consideró simbolista, pero en 1894 comenzó a desarrollar un estilo personal y propio. A partir de Paludes, especie de farsa, publicada en 1895, rompió con el Simbolismo y sus representantes.
Es a partir de 1897, con la publicación de uno de sus libros fundamentales, Los alimentos terrestres, cuando empieza realmente su carrera literaria. Esta obra lo convirtió en el mentor espiritual de su generación y en ella defendió la doctrina del hedonismo activo. A partir de ese momento sus obras estuvieron dedicadas a examinar los problemas de la libertad individual y de la responsabilidad, desde distintos puntos de vista. Siguieron El inmoralista (1902) y La puerta estrecha (1909), estudios acerca de los conceptos éticos individuales en conflicto con la moralidad convencional. En la época de su aparición, El Inmoralista fue un fracaso y Gide, descorazonado, pensó dejar la literatura.
Los sótanos del Vaticano, en la cual ridiculizó la posibilidad de la independencia personal completa, apareció en 1914 y fue el primero de sus trabajos atacado por anticlerical. El idílico La sinfonía pastoral (1919; en el que se basó una película que recibió el Gran Premio del Festival de Cannes, en 1946) trata del amor y la responsabilidad, y refleja los dilemas morales a los que se enfrentaba el autor en su vida privada. Examinó los problemas de la adolescencia y de las familias de clase media en la popular novela acerca de la juventud parisina, Los monederos falsos (1925), considerada su mejor obra por algunos críticos. Su protagonista es un novelista que está escribiendo una novela que lleva el título de la de Gide, y que describe "todo lo que veo, todo lo que sé, todo lo que las vidas de los demás y la mía propia me enseñan". En ella figuran homosexuales, rufianes y adúlteras.
Entre 1920 y 1924 publicó sus memorias, Si la semilla no muere, que causaron un enorme revuelo y en las que confesaba su homosexualidad. Cada nueva obra constituía, inevitablemente, un acontecimiento literario seguido de escándalo.
Su preocupación sobre la responsabilidad moral individual le llevó a ocupar cargos públicos. Después de haber ocupado puestos municipales en Normandía, se convirtió en enviado especial del ministerio para las Colonias en 1925-1926 y escribió dos libros en los cuales describía la situación en las colonias francesas de Africa. Mediante estos reportajes, Viaje al Congo (1928) y Regreso de Chad (1928), pretendía inducir a que se llevaran a cabo reformas en la ley colonial francesa que se estaba preparando. Viajó a la Unión Soviética, y expuso su desilusión en Regreso de la URSS (1936). Muchos de sus estudios críticos aparecieron en La Nouvelle Revue Française, una revista literaria que contribuyó a fundar en 1909 y que se convirtió en una publicación de gran influencia entre los círculos intelectuales franceses. Estos ensayos críticos eran, sobre todo, un análisis acerca de la psicología de los artistas.
Escribió obras teatrales en verso Le Roi Candaule (1901) y Saul (1903) y tradujo Antonio y Cleopatra y Hamlet, de Shakespeare.
En 1939 decidió publicar su Diario (4 volúmenes, 1939-1951), que había iniciado cuarenta años antes, donde quedan patentes sus escrúpulos y vacilaciones y que despertó el interés de la crítica en todo el mundo. En estos volúmenes habló de sí mismo y de sus obras, y emitió juicios sobre sus amigos y otros escritores.
En 1947, a los setenta y ocho años de edad, recibió el Premio Nobel de Literatura, que le fue otorgado como un reconocimiento, según las palabras de John Russel, al hombre que "más que ningún otro ha sostenido en nuestro tiempo la anticuada noción de que el primer deber de un artista es para con su arte".
Murió el 19 de febrero de 1951, en París. Al año siguiente el Vaticano incluyó todas sus obras en el Índice de Libros Prohibidos.
LOS MONEDEROS FALSOS
El joven Bernard descubre que es un hijo bastardo y abandona la acomodada familia en que se había criado para vivir a la aventura, aunque enseguida encuentra el cobijo del escritor Eduard, que es el tío de Olivier, uno de los mejores amigos del muchacho, quien le emplea como secretario y le permite conocer a Laura, una casada que ha quedado embarazada de Vincent, hermano mayor de Olivier. Al verse en apuros y tras comprobar que Vincent, el padre de la criatura, prefiere iniciar un nuevo affaire con la aventurera lady Griffith, Laura se deja socorrer por el sensato y bondadoso Eduard, en cuyos brazos parece dispuesta a caer. Sin embargo, Eduard, que parece claramente preferir los amoríos homosexuales, no tiene intención de ser más que un comedido benefactor y la pasión del jovenzuelo Bernard no atrae en absoluto a la mujer, por lo que ésta decide contarlo todo a su marido y, vista la buena reacción de éste, regresar con él.
Oliver, que tiene relaciones homosexuales con su tío Eduard, parece sentir celos de Bernard, no sólo en el terreno sentimental sino también en el intelectual, y decide hacerse a su vez secretario y hombre de confianza del conde Passavant, un cínico y estrafalario aristócrata que le ha prometido hacerle director de una revista literaria.
Eduard trabaja constantemente en una novela que se titula precisamente Los monederos falsos, aunque avanza más en la pura teoría que en el papel. Bernard entra a vivir en el pensionado de las hermanas de Laura y tiene una aventura con una de ellas, Sara, que, cuando es descubierta por la otra, la virtuosa Rachel, supone la expulsión de Bernard de la casa.
El bondadoso y un poco paternalista Eduard es también el consuelo de su hermana Paulina, madre de Olivier, que parece estar al tanto de las relaciones ilícitas entre los dos y no las considera perjudiciales. Paulina soporta también calladamente las infidelidades de su esposo. Incluso se ha hecho cómplice de él en la tarea de ocultarlas, para evitar el escándalo, en tanto que él permanece en la inopia, convencido de que ella no sabe nada y no para de perder cartas e ir dejando en su camino otros signos comprometedores. Paulina está además preocupada por su hijo pequeño, Georges, que está en contacto con una pandilla de jovencitos de familia acomodada pero de tendencias gamberriles a la que unos delincuentes están utilizando para que pongan en circulación una serie de monedas falsas de diez francos. Georges, además, se emplea a veces en raterías absurdas y no parece tener remedio.
Tras un intento de suicidio por motivos prácticamente intelectuales (cumplir la propuesta de Bernard de comprobar qué pasaría si uno se suicida cuando prevé que todo lo que venga detrás en su vida va a ser la cuesta abajo de lo vivido), Olivier es rechazado como director de la revista que patrocina el noble Passavant y convalece de las secuelas del intento de asfixia. El padre de Bernard acude a Eduard, auténtico asesor sentimental de todo el mundo, para que convenza al muchacho de que regrese a la casa que abandonó al conocer que no era hijo legítimo, pues le asegura que es querido como si lo fuera. Y las gestiones del escritor parecen dar resultado.
Finalmente, Eduard tiene que presenciar la tragedia que ocupa los últimos capítulos de la novela. El adolescente Boris, nieto de otro de los conocidos que ha ido a pedirle ayuda, es desginado como víctima para una gamberrada de alto nivel por la pandilla de niños de papá gamberriles a la que está unido Georges. Los gamberros convencen a Boris para que escenifique un suicidio con la pistola de su abuelo delante de éste, y uno de los miembros de la pandilla se encarga de que, al contrario de lo que creen los demás, el arma esté cargada. El muchacho, picado en su valor, dispara y se mata. La tragedia provoca que Georges escarmiente y decida hacerse un buen chico.
Novela a caballo entre un moderno intelectualismo y el recurso descuidado a los impactos exagerados propio del melodrama decimonónico, y que trata de abarcar a demasiados personajes, sin escalonar correctamente el protagonismo de cada uno. La obra proporciona unas sensaciones dispares, a ratos de cal y a ratos de arena, y cuenta con una gran abundancia de frases originales y rotundas.
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