jueves, 12 de marzo de 2009

Segunda semana zen


Lunes 09 de marzo
Novela: “Viaje a la luna” (1657)
Autor: Cyrano de Bergerac (1619-1665)
Ganadora. Irene Fridemberg



Martes 10 de marzo
Cuento: “Cuentos de la Malá Strana” (“El doctor misántropo")
Autor: Jan Neruda (1834-1891)
Ganador: Roberto López Motta




Miércoles 11 de marzo
Poesía: “Libro de buen amor” (Siglo XIV)
Autor: Juan Ruiz, Arcipreste de Hita (Idem)
Ganador: Marcelo Perenchio (1965-201.)




Jueves 12 de marzo
Cuento: "Natación"
Autor: Virgilio Piñera (1912-1979)
Ganador: Maximiliano Pozzi





Viernes 13 de marzo
Teatro: (...)
Autor: (...)
Ganador/a: (...)
(Ininterruptus)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en agua. No hay el temor de hundirse pues uno ya está en el fondo y por la misma razón se está ahogando de antemano. También se evita que tengan que pescarnos a la luz de un farol o en la ciudad deslumbrante de un hermoso día. Por último, la ausencia de agua evitará que nos hinchemos.
No voy a negar que nadar en seco tiene algo de agónico. A primera vista se pensaría en los estertores de la muerte. Sin embargo, eso tiene de distinto con ella: que al par que se agoniza uno está bien vivo, bien alerta, escuchando la música que entra por la ventana y mirando el gusano que se arrastra por el suelo.
Al principio mis amigos censuraron esta decisión. Se hurtaban a mis miradas y sollozaban en los rincones. Felizmente, ya pasó la crisis. Ahora saben que me siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando hundo mis manos en las losas de marmol y les entrego un pececisllo que atrapor en las profundidades submarinas.
Virgilio Piñeira
(Cuba 1912-1979)

Anónimo dijo...

PABLO NERUDA (1904-1973)

EL ENIGMA DE UN NOMBRE

Siempre se creyó que Ricardo Neftalí Reyes Basoalto había elegido rebautizarse como Pablo Neruda en homenaje al escritor Jan Neruda. El propio Premio Nobel de Literatura alimentó aquella versión, pero lo cierto es que hacia 1921, cuando eligió el seudónimo, desconocía por completo la existencia del narrador checo. Críticos y biógrafos han encontrado la solución al enigma, que tiene que ver con otro escritor: Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes.

Por Carlos Bernatek

Pablo Neruda suena más chileno que Ricardo Neftalí Reyes Basoalto, que remite a una especie de faraón trasandino (los chilenos ¿nos dirán trasandinos a nosotros, o el tras sólo existe de nosotros hacia ellos, para los del oeste, que vendrían a ser los extremadamente occidentales de Sudamérica?). Uno puede imaginar al faraón en la quilla de Isla Negra, ahora un fenómeno turístico, como la quilla de un barco mirando al mar en lugar de mirar al delta del Nilo.
El caso es que Pablo, Neftalí, ese Ramsés de Temuco, nacido en Parral en 1904, decidió desde muy chico, y justificadamente, podríamos decir, cambiarse el nombre. Y eligió ponerse Neruda, cosa que –por tratarse de literatura– remitió todas las miradas, por elocuentes afinidades electivas, ya que hablamos de literatura, hacia el checo Jan Neruda en lugar de cualquier probable Ptolomeo.
Quizá como homenaje –supusieron los filólogos–, como guía o vaya a saberse como qué, todos los especialistas señalaron la lógica de esa explicación. Pero lo curioso es que Pablo se puso Neruda a los diecisiete años –en 1921– y en Temuco, donde difícilmente existiera entonces un solo libro de Jan, mucho menos traducido al español (aún hoy resulta difícil conseguirlo). Ni siquiera había nacido entonces W. F. Reisner, el traductor al castellano de los Cuentos de Malá Strana, del checo (edición de Espasa Calpe, 2000); ni tampoco Monika Zgustová, quizá la mejor traductora del checo al español, a quien debemos casi toda la obra de Bohumil Hrabal. Y es seguro que Pablo no sabía entonces ni una palabra de checo, ni siquiera pivo que cualquier turista en Praga conoce rápidamente y significa “vaso de cerveza”, medida conocida como “liso” por los santafesinos, o “caña” para los españoles. Pivo, término tan familiar a cualquier checo o eslovaco –sobre todo a Hrabal, nativo de Brno como mi abuelo, que cada vez que tenía que tomar un avión se emborrachaba a bordo, al punto que cuando viajó a los Estados Unidos, lo tuvieron que bajar en uno de esos carritos de equipaje totalmente ebrio.
Familiar a cualquier checo, o turista en Praga, resulta también la calle Jan Neruda, que remonta la pendiente desde el barrio de Malá Strana, ahora jalonado de restaurantes clásicos y castillejos antiguos donde jóvenes músicos, vestidos como en el medioevo, ofrecen repertorios de cámara, barrio que antiguamente fuera zona de comercio y prostíbulos. Hasta es probable que muchos praguenses ni siquiera sepan a quién homenajea esa calle, como los porteños caminando por la calle Andalgalá. O quizá, más probablemente, la vinculen al poeta chileno, antes que a su coterráneo, proclive al relato costumbrista y a la postal del barrio donde nació, vivió y murió Jan.
Rebobino: el caso enigmático es por qué Neruda –Pablo, Neftalí– se puso Neruda. Los críticos, –y en esto el oficio de biógrafo suele apelar a cierta obscenidad fisgona– sabuesos e investigadores de aquí y de allá, han indagado en la cuestión y, podría decirse, que el misterio se ha develado. Ricardo Neftalí Reyes Basoalto ignoraba del todo hacia 1921 siquiera la existencia de un autor llamado Jan Neruda. Pero, hete aquí, que no ignoraba el Study in scarlett de Arthur Conan Doyle, cuya edición económica de bolsillo, en rústica, de vasta difusión en Chile, seguramente sí había leído. Da la casualidad que en ese librito hay un personaje segundón bautizado por Sir Arthur –quien probablemente sí conociera al checo– como “Neruda”.
Hasta aquí los hechos, pero ahora viene lo curioso del caso. Cuando Ricardo Reyes Basoalto, o como se quiera nombrarlo, se hizo famoso en el mundo –y lo fue mucho, quizá el autor latinoamericano más famoso detrás de lo que entonces se denominaba la “cortina de hierro”–, pícaro, enigmático, elusivo, cuando le preguntaban sobre su seudónimo se hacía el tonto y dejaba correr el mito de Jan Neruda al punto de que así figura hoy día en muchas bibliografías. No conforme con eso, Neftalí hasta fue al cementerio de Praga, una especie de Père Lachaise más pequeño, lleno de músicos –Smetana, entre otros–, y se dejó fotografiar para la inmortalidad ante la tumba de Jan Neruda. Mediático en tiempos sin Internet ni TV ecuménica, Neftalí se calló la boca y murió sin nunca revelar el verdadero origen de su seudónimo universalizado hasta el premio Nobel. Quizá debe haber pensado que el checo le otorgaba más prestigio o cierto halo misterioso superior al de un personaje secundario de Conan Doyle. “Lo que se cifra en el nombre”, diría con Borges, entonando la milonga a duo.
Seguramente Neruda, como Nicanor Parra, o Vicente Huidobro, ya ganaron la inmortalidad de los poetas chilenos que todos nos hemos apropiado. Neruda, el otro yo de un Neftalí que se prestara a esa intriga, sigue siendo el más conocido. Podría pensarse que, con el paso del tiempo, los términos se han trasvasado o invertido, que las virtudes de Pablo se pueden atribuir ahora a Jan, tanto como sus licencias a Sherlock Holmes. Así de injusta es la publicidad con los actos privados. Queda para la intimidad del poeta el saber quién fue realmente, más allá de la vanidad de un nombre y un sitio en la literatura universal; tal vez un chico provinciano de Temuco jugando a inventarse un nombre y una historia.

Anónimo dijo...

Ayudemos.

Los llamados barcos egipcios, navegadores del Nilo, no necesitaban quilla, que es el gran plano estabilizador fijo a la parte inferior del casco de los barcos. Y me cuesta mucho imaginar a un faraón parado en la quilla de ningún barco. A lo sumo estaría colgado y con pocas ganas de mirar nada.

Además los chilenos, que llaman Isla Negra a un pueblito costero (nada de isla) que está en la misma latitud que Santiago, seguramente no llaman trasandinos a nadie, ya que ellos consideran que detrás de la cordillera hay un gran desierto que les pertenece. Incluso Mendoza, la única ciudad populosa de este lado, es considerada parte de Chile a recuperar.

Con respeto, saludos.

Anónimo dijo...

¿cómo adivinasta ayer el ininterr?

¡autillón!

gustavo (palermo) dijo...

¿ todos son anónimos ?
¿ ó en este programa son todos
testigos protegidos x el FBI ?

Anónimo dijo...

¿No sabés que en Literatura los Anónimos son los únicos Auténticos y Reconocidos Originales?