martes, 20 de enero de 2009

Apodito

En el origen está aquella puteada de una vecina a otra en uno de los cuentos verdes que me contaba mi viejo cuando yo era chico. La uso a veces hoy en día, aunque nunca me puteo seriamente con nadie –y menos con una mujer. La uso en joda, inocentemente...
Resulta que la base de la bañaderita plástica calza justo en la pileta de la mesada, así que al principio al bebé lo bañábamos en la cocina. Como Cristina lo hace sola las noches que yo trabajo, una vez se me ocurrió probar a mí. Por entonces, Esteban ya se había acostumbrado, ya coordinaba más o menos los movimientos y le gustaba el baño. Pero aquella noche, para mi gusto, estaba salpicando mucho.
-Bueno, bueno, bebé –trataba de aquietarlo yo, mientras lo sostenía semisentado con una mano y le pasaba la esponja empapada con la otra. El seguía entusiasmado con el agua (con ese algo blando, brilloso y chasqueante), y ni bola.
-Pará, Esteban, pará… Tranquilito… -insistí, tratando de sujetarle un bracito. Pero él, con la mano libre, no dejaba de chapotear.
-Bueno, ¡basta! ¡Basta! Vamos a jabonarse… -y traté de frotarle el jabón por el cuello y el pecho. Entonces el tipo, con un manotazo certero y una sonrisa mojada, me hizo soltar el Palmolive, que cayó al suelo y resbaló hacia abajo de la mesada.
Ahí me causó gracia su rebeldía, su fuerza, su alegre agitación, pero un poco me saqué y dije:
-¡Pero pará, concha torcida!
¡Para qué! Cristina escuchó desde el dormitorio y se me vino al humo.
-No le digas así, tarado –gritó. Y aclaró: - El no tiene concha.
-Bueno, se me escapó –me defendí yo.
-No, no se te escapó –siguió ella. –Lo que pasa es que no te gusta que ahora haya otro pito en la casa. No te bancás no ser el único. Pero él tiene pito, te guste o no. No sos el único ahora, y no lo vas a ser más…-y siguió así con sus efusiones psicoanalíticas (o psicoterapéuticas breves) un rato más, enojada. Pero enseguida se le pasa y se olvida. Pero a mí no.
Más tarde, esa misma noche, al notarla… inapetente, le reproché:
-Claro, porque ahora tenés el otro pito, ¿no?
-¿Qué otro pito? ¿Qué decís?
-¿Que qué decís? Que ahora está el fulano este –dije, señalando hacia la cuna en la oscuridad.
Entonces ella se rió y prendió el velador. Su voracidad volvió de repente. Pero el resto de la escena (muda, o preverbal) me la reservo.
Desde ese día le quedó “El Fulanito”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

siempre pensé que este tipo precisaba un siquiatra.

Anónimo dijo...

uno? solo uno? podrá con él?