jueves, 23 de abril de 2009

Giannuzzi, Malraux y Alonso

Que raro lo de Merlo, ¿no? Apenas 5 partidos, una buena minicampaña (tres ganados, uno empatado y uno perdido), media ciudad apoyando, y ya renunció a la dirección técnica de Rosario Central. ¡Qué diría el negro Fontanarrosa!
Pero en realidad no pensaba en Merlo, en Jota Jota o en Fontanarrosa, sino en Alonso. Pensaba que Rodolfo Alonso, el poeta, traductor y editor, es, para mí, el nexo -el enganche- entre los dos primeros autores de esta semana.
De André Malraux, Hugo leyó “La condición humana”. Ganó el juego Mario Tsolakian, que dijo haber leído la novela hace muchos años y solo recuerda el nombre de uno de sus personajes y que trascurre durante una guerra revolucionaria en China. (Otras declaraciones de Mario tras este triunfo, acerca de posibles cambios en el juego y de su participación en otro programa, dan para otra Entrada.)
Por mi parte, después del programa, recordé que en su libro “No hay escritor inocente”, Rodolfo Alonso hace la reseña de otra novela del autor francés, que trata de otra guerra, más cercana. El texto se llama “1937: Malraux en España”. Comienza así:
“Por una vez, al menos, nos es dado coincidir con lo que afirma un editor en la contratapa: la publicación en nuestro idioma de ‘La esperanza’, la impar novela que Malraux dio a conocer en 1937, mientras combatía en España junto a los defensores de la República, y cuya traducción al castellano se había negado a autorizar mientras no se aboliera el régimen franquista, nos parece realmente ‘un acontecimiento cultural de fundamental importancia’.
Mas adelante informa:
“Por su parte, Malraux, quien –apenas un muchacho- ya había viajado, actuado y combatido en Asia, China e Indochina, habiendo publicado ya dos novelas tan claves para nuestro tiempo como las más que extraordinarias ‘Los conquistadores’ y ‘La condición humana’, volvía a combatir y a escribir aquí, pero quizá en un momento también clave de su historia personal.”
Después recuerda:
“(…) muchos voluntarios de todos los países del mundo (Malraux entre ellos, comandando como aviador la legendaria Escuadrilla Alfayate) acudieron a defender a la República Española. Allí conocieron, al mismo tiempo, el heroísmo anónimo del pueblo y las técnicas de la guerra total (que después de Guernica se harían universales). Nadie salió igual que antes de la guerra de España, nada fue igual después. Nada lo sigue siendo.
“Todo eso, y mucho más, que no alcanzamos a decir, encarna esta novela. Publicada nada menos que por la editorial Gallimard, en 1937, apenas un año después de que Franco iniciara su rebelión, aquel fatídico 18 de julio de 1936, está centrada también en el justo medio de ese torbellino. Manuel, el personaje central –que es un claro paradigma de Malraux-, discute con los otros y consigo, mientras no deja de actuar y ser actuado en las ideas y en los hechos, por las ideas y por los hechos, elaborando a lo largo de toda la novela –tensa, dura y vital, y magníficamente traducida aquí por José Bianco- una concepción afín a las que en ese momento parecía encarnar la tesis comunista: había que pasar del heroísmo individual, del acto aislado, a la conciente construcción de un Ejército capaz de edificar la victoria. Si no, todo estaba perdido.”
Una nota al pie dice: “La esperanza”, de André Malraux, Editorial Sur, 492 páginas, traducción de José Bianco, Buenos Aires, 1978.

Esto en cuanto a Malraux y Alonso. La relación con Giannuzzi la establece el hecho de de que los dos poetas, junto a muchos otros, están en la antología que le mencioné a Hugo cuando las otras noches gané con Margaret Atwood. Se trata de “La poesía del cincuenta”, de la colección Capítulo del Centro Editor de América Latina, con selección, prólogo y notas de Daniel Freidemberg.
El lunes, cuando en los primeros versos se nota que Hugo omite la palabra ‘causa’, se me representó el título “Señales de una causa personal”, casi como a Marta Zander, la ganadora de la noche. Ella, para confirmarlo, tuvo que buscar en el índice de su volumen con la obra poética de Giannuzzi; yo vacilé en cuanto al autor. Sabía que lo tenía en esa antología, pero, ¿era Joaquín Giannuzzi o Rodolfo Alonso? ¿O algún otro? Fui a la bibliografía de los autores que aparece en las últimas hojas del libro y busqué entre los títulos de cada uno. Cuando encontré “Señales de una causa personal” entre los de Giannuzzi, ya era tarde; llamé y me dio ocupado. Enseguida, Marta estuvo otra vez en el aire.

Después, de Joaquín Giannuzzi recordé una entrevista en el número 1 de la revista ‘Oliverio’, de mayo-junio del 2003. La tenía en casa de mi vieja. La traje ayer. Me asombró el título de la entrevista. ¿Alguien recuerda la frase de Fellini que aparecía hasta el año pasado al pié de esta página? “No tengo nada que decir, pero sé como decirlo”. El título en ‘Oliverio’ es de una de las respuestas de Giannuzzi: “La poesía es no tener nada que decir y decirlo”.
Además de la entrevista, en la revista se presentan algunos poemas inéditos. Copio uno:

PREMIO PULITZER

Los niños despavoridos
alzan los brazos en la carretera bombardeada.
Hay un cielo humoso que ha resignado su inocencia
sin preguntar qué sucede con las lágrimas
o si acaso el dolor no tenía ya lenguaje suficiente.
La fotografía planea hacia el escritorio del presidente
como un naipe
y pierde la apuesta: no logra detener la guerra.
Entre la imagen y los ojos
del Gran magistrado circula una sombra
que de pronto es coagulada para que el imperio
devore su petróleo mortal.
Pulcro y contra natura, tiene ante sí
suficientes razones de estado, su bandera en la luna
y una familia sonriendo detrás del vidrio.
Pero no está en sus manos
hacer de la historia un lugar para vivir.

(¿De quién era aquella frase: “A los seis años debí interrumpir mi educación porque empezaron a mandarme a la escuela”? La recordé porque, después de copiar el poema, interrumpí la escritura para escuchar Párrafus. Escuchar y ganar, por cierto. En 12 segundos, con “El mundo es ancho y ajeno”, de Ciro Alegría. ¡Premio al esfuerzo! ¡El Señor sabe lo que hace, carajo! Bueno, sigo tipeando y me voy a dormir.)

En “La poesía del cincuenta” hay algunos más amables, como este:

EL PUESTO DEL GATO EN EL COSMOS

Uno siempre se equivoca cuando habla del gato.
Se le ocurre por ejemplo que junto a la ventana
el gato se ha planteado en el fondo de sus ojos
un posible fracaso en la noche cercana.
Pero el gato no tiene un porvenir que lo limite.
A uno se le ocurre que medita, espera o mira algo
y el gato ni siquiera siente al gato que hay en él.
¿Cómo admitir detrás del movimiento de la cola,
una motivación, un juicio o un conocimiento?
El gato es un acto gratuito del gato.
El que aventure una definición debería
proponer sucesivas negaciones al engaño del gato.
Porque el gato, por lo menos el gato de la casa,
particular, privado e individuo hasta las uñas,
comprometido como está
al vicio de nuestro pensamiento,
ni siquiera es un gato, estrictamente hablando.

O este, militante a su manera:

AHORA SALGO

Me senté en la ventana
bebiendo mi café mientras el país se sacudía.
Ensayé algunas meditaciones
en lugar de quebrar el decorado a balazos.
Y bien, aquello era demasiado
aún para un canalla como yo.
Quiere decir que de pronto entendí
que en esa sacudida no había nada de teatro,
y que todo iba a reventar en serio.
En la calle las caras se habían endurecido;
en los puños levantados se insinuaba
un conocimiento decisivo;
sonaron los primeros disparos
y entonces salí, me instalé en la historia.
Y era una lástima, de todos modos,
porque hubiera tenido filosofía para rato.

Estos dos son de “Las condiciones de la época”, un libro de 1967. Del libro que leyó Hugo, que es de diez años después, es este otro:

LA INGRID BERGMAN

Mi proyecto erótico de los 18 años.
Una vez le hice señas desde la oscuridad
y ella se desprendió de los brazos de Cary Grant.
Se despegó de la pantalla,
vino hacia mi butaca, se sentó en mis rodillas
y no se levantó hasta que mis pantalones
se humedecieron y the end.
Qué poesía amarga la de mi vida en esa época.
Ahora debe andar por los sesenta y tantos
y yo fumo veinte cigarrillos por día
para no sentirme excesivamente dramático.

Y termino con una respuesta de Giannuzzi a la entrevista de Ricardo Romero, uno de los directores de ‘Oliverio’.
-Creo que la poesía debe transformar el idioma en naturaleza viviente. Las palabras de la conversación corriente están destinadas al entendimiento momentáneo y a la rápida extinción. En cambio el poema que resulta de esas palabras es algo totalmente independiente, insondable como la propia realidad. Que no está acorde con nada y simplemente ES. El poema brinda así la posibilidad de una nueva vida. Si alguna vez he dicho que ya o tenía nada que decir, quizá haya sido porque consideré, en ese momento, que había agotado mis energías vitales. Pero la poesía es no tener nada que decir y decirlo.

Lo que no puedo recordar, y no me acordé de buscar esta tarde en Internet, es quién era la esposa del poeta muerto en el 2004. Sé que era también poeta, o escritora, o crítica. Se me ocurre un nombre, pero no quiero mencionarlo por obvias razones de respeto. ¿Alguien lo sabe?
Gracias. Chau.

2 comentarios:

Antonio dijo...

creo que su esposa fue la escritora jujeña Libertad Demitropulos

Marcelo Perenchio dijo...

¡Eso es! Muchas gracias por el recuerdo, Antonio. Había pensado que me confundía de poeta: Giannuzzi con E.M., pero no, la pareja eran Joaquin y Libertad. Gracias. Chau