por Manuel Campos Castro
El señor feudal era un hombre alto, delgado y anguloso. Los recién casados lo miraron azorados, con un pavor no excento de respeto."Vengo a reclamar mis derechos –dijo el señor suavemente–. La primera noche me pertenece". Los aldeanos no se atrevieron a replicar. El blanco caballo sin jinete que se encontraba junto al barón piafó. El soldado que lo sujetaba de las riendas le acarició el pescuezo para calmarlo.
El señor feudal sonrió. "Vas a venir conmigo al castillo, pichoncito –dijo–: verás que te va a gustar". Acto seguido obligó a su corcel a dar media vuelta y se alejó en dirección al fuerte señorial, no sin antes haber hecho una seña a los guardias.
Los soldados sujetaron al novio y lo montaron en el caballo blanco. La novia se quedó llorando en la aldea.
1 comentario:
¡Bravo, Quique! ¡Cuádruple bienvenida para usted! Se lo extrañaba al hombre...
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