domingo, 25 de octubre de 2009

Llamado a la animosidad / Más (menos) Rochefort

1)

Los jueves y viernes, en mi puesto o en otros sectores del banco que recorro para estirar las piernas, siempre me encuentro algún diario. Hoy, hace un rato, ya madrugada de sábado, estuve hojeando un Clarín de ayer, y dentro del suplemento de espectáculos, en la sección ‘Recomendados del fin de semana’, me salta a la vista el siguiente anuncio.

‘“Contando a mi abuelo Juan Bosch’ – Unipersonal escrito y dirigido por María Isabel Bosch, en homenaje a su abuelo, el escritor y presidente dominicano, Juan Bosch, considerado uno de los padres del realismo mágico – Domingo, 18:45, Silencio de Negras, Luis Sáenz Peña 663, $25”

Se me ocurre que puede ser una buena posibilidad de conocer un poco más (en carne y sangre, más acá de la catódica Internet) al Parrafista número 481 que nos presentara Hugo el 9 de febrero de este año.
Copio esta recomendación, también, porque el recuerdo del ganador/a de aquella noche me llevó a elucubrar algo más en torno a las lecturas Ininterruptas de Párrafus.
Resulta que con “La bella alma de don Damián”, el cuento de Bosch, ganó Maximiliano Pozzi. Ahora no recuerdo si también esa noche, pero sí otras, el joven estudiante de Saavedra contó que quien a veces lo ayuda a reconocer las obras leídas es su madre (¿Delia? ¿Diana?). Y, en una de esas ocasiones, nuestro conductor invitó a la señora D. a que saliera al aire; pero, dijo Maxi, ella es tímida y no se anima.
Entonces, del recuerdo de Juan Bosch y Maxi Pozzi y su madre, pasé a preguntarme cuántos oyentes habrá que cada noche reconocen las lecturas (las Ininterruptas y las otras, en realidad), pero no quieren llamar. Y me pregunté también: esos oyentes, tímidos o reticentes, ¿leerán este Blog? No lo sé. No puedo saberlo. Tal vez sí, por la distancia y el anonimato que esa lectura (e incluso algún comentario) permite. Tal vez no, porque la escucha de Párrafus (la escucha sin mayor afán participativo) les basta. Como sea, si alguno leyera, a él dirijo las siguientes palabras (las mismas que dije hace poco a alguien que no quiere llamar si deduce la obra pero no la ha leído): anímese y llame. Agréguese a la lista de ganadores de Párrafus. Haga realidad el anhelo de Hugo (llegar a los 100 ganadores durante este 2009). Impida que sigan ganando las (sic) insoportables Cornejo y Perenchio. Será un acto honroso.


2)

Ya dije una vez (ya casi todo lo que escribo lo dije alguna vez) cual fue una de las primeras fuentes de información literaria que tuve en mi más tierna infancia: las revistas que traía mi vieja de las casas donde trabajaba por horas.
Claro, no eran las revistas Sur o Crisis; ni siquiera eran Primera Plana o Panorama. En aquellas casas pudientes de Palermo, Versalles o Ramos Mejía, compraban y tiraban Para ti, Gente, Siete Días, Somos, donde la exigua sección de novedades literarias, a tono con el carácter general de la publicación, era bastante pobre. Por supuesto, esta es una evaluación que hice más adelante, cuando de grande pude nutrirme de viejos números de Sur o Primera Plana –en vez de los nuevos de Humor o Diario de Poesía. En síntesis, toda mi formación cultural autodidacta fue de una pobreza ciertamente lamentable, como este Blog testimonia desde hace más de dos años.
Tras este introito autoconmiserativo (pero éramos tan pobres...), quiero contar algo que me olvidé de decir la otra noche, cuando gané con “Los niños del siglo”. (Esa noche, y la siguiente, nos escuchamos muy mal con Hugo porque el Fulanito había estado jugando con el celular y le bajó el volumen.)
Dos cosas. Una, cómo supe de la novela “Primavera en el parking”, única que leí de Christiane Rochefort: fue a través de una de aquellas revistas que traía mi vieja. Y, dos, que nunca más, en mis variados fisgoneos de bibliófilo, sentí nombrar a esta autora francesa. Solo volví a ver su nombre en las tapas de los otros libros suyos que hace pocos años aparecieron en la perdida librería de avenida de Mayo.
Como quedó dicho, nunca pude o quise acceder a las revistas o suplementos de cultura contemporáneos; actualmente, muy cada tanto compró la Ñ o la ADN; prefiero revistas (y también libros) de vieja data. Pero, mal que mal, a lo largo de los años, con algún retraso, fui informándome de los asuntos del mundillo literario. Pues bien: jamás encontré en revistas o suplementos alguna semblanza o reseña de Christiane Rochefort o de su obra. (Y ahora, en la Internet, para preservar el misterio, solo busqué las fechas de nacimiento y muerte y una foto, necesarias para la sinopsis del juego.) Por tanto, la tenía como una autora muy recóndita u olvidada. Yo mismo, como escribí el otro día, había olvidado el profundo impacto que me causó “Primavera...”, y dejé pasar la oportunidad de comprar sus otros libros, cuando los encontré en aquella librería. Por eso, me parecía de muy difícil aparición en Párrafus. Pero a Hugo no hay con que darle, y resulta que la trajo a la francesa; y no una, sino dos veces. Claro, la primera vez el juego ‘no salió’. Y la segunda, este lunes, tal vez tampoco hubiera salido, si no fuera por lo que dice el siguiente recorte que conservo dentro de la novela:

PRIMAVERA EN EL PARKING, por Christiane Rochefort. Editorial Losada, Buenos Aires, 1971. 191 páginas

“Un libro para reírse hasta el agotamiento, si se tiene sentido del humor. Un delirio que comienza cuando un adolescente de 14 años decide irse de su hogar y concluye unos días después, al regresar el personaje a esa misma casa paterna. Escrito este texto en primera persona, el protagonista discurre y pasea y tiene aventuras en un lenguaje digno de un filósofo que lleva 20 años especializándose en la Sorbona. Se muestran su encuentro con un grupo de jóvenes estudiantes, su amistad con ellos, el amor entre el fugado y un estudiante de 30 años, el descubrimiento de la pólvora y el regreso triunfal a casa de papá y mamá porque “yo tengo a los viejos. Pueden alimentarme, los dos trabajan y mi hermana no les cuesta nada. En el fondo, ¿no está bien que sirvan para algo? ¿Y para qué pueden servir mejor que para pagarme la libertad que necesito? Yo tengo mucho que hacer en la vida y ellos no”. Mezclado con textos de anarquismo y póstumas del tipo “lo único que mi importa es mi libertad y el resto que reviente”, el ridículo del lenguaje que utilizan, la cursilería de las emociones y su expresión, la estupidez insólita de todo y la creencia de la autora de estar hablando de excelsitudes configuran uno de los mayores delirios a los que se haya asistido últimamente. La autora )la misma de El reposo del guerrero, la obra que le dio notoriedad, Los niños del siglo, Celine y el matrimonio y Una rosa para Morrison) se considera aquí la defensora (y exponente más alto) de la juventud de mayo del 68, y su grandilocuencia se hace insoportable. Pero, además, se hace tan difícil creer en nada de lo que ella dice que mal se podría entender, a través de este texto, a la juventud de París. Cuando se produce el panegírico de la homosexualidad como vía de acceso a la metafísica –descubrimiento de la realidad ‘real’ por el jovenzuelo, que comienza a discurrir cual erudito Platón acerca de esos temas- al lector le pueden ocurrir dos cosas: si no tiene sentido del humor puede tirar el libro con justificada furia; si lo tiene, debe tener cuidado porque la risa puede llegar a dislocarle la mandibula. Las páginas que se dedican a la relación homosexual arañan las más altas cimas alcanzadas por la novela rosa y el folletín melodramático. En definitiva, una novela que no explora el lenguaje, pero que tampoco logra ser testimonio de un proceso histórico porque apenas si roza la historia. Obra de una narradora que en su momento fue sobrevalorada por razones totalmente ajenas a la literatura.”

Libe de Larrazabal

Esta desdeñosa crítica (firmada por una tal Libe de Larrazabal) venía en una Siete Días. Y a pesar de ese desdén, cuando muchos años después encontré la novela (creo que en Parque Rivadavia), la compré, la leí y releí, y, como dije, me marcó. No digo más.
Eso sí, no era tan chico como yo recordaba. En la última página de los libros acostumbro poner la fecha de la compra. “Primavera en el parking” dice ‘15 de septiembre de 1983’. Yo ya tenía 18. En esos meses me salvé de la colimba por ser sostén de madre viuda. Menos mal.

1 comentario:

Mónica dijo...

Marce, dale, Vero y vos no son insoportables!!!!!!!!!!