domingo, 11 de octubre de 2009

¡Vuelve la 'Antología'!

MEDINA O EL CARRO ASFALTARIO

En el corazón de la historia de aquel carro (primera imagen que acompaña mis Entradas en el Blog), está Pablo.
No mi viejo amigo Pablo, hoy en Rosario, reencontrado a través de Párrafus, sino el enfermero que conocí trabajando en el Tobar García, mi nuevo amigo Pablo.
Desde que me trasladaron del hospital habíamos seguido en contacto vía telefónica; él insistía con que nos volviéramos a encontrar en alguna parte, o que lo visitara en su casa, para reanudar aquellas charlas de trasnoche y, tal vez, algunos trasnochados proyectos. Pero yo, durante casi dos meses, con mi habitual desidia afectiva, venía posponiendo ese reencuentro. Hasta hoy.
Este viernes, después de acompañar a Cristina a un estudio médico, alrededor del mediodía me tomé el 86 en Plaza de Mayo rumbo a Villa Luro. Bajé, bajo la llovizna, frente a la plaza triangular de Rivadavia y Medina. Mientras cruzaba para internarme en el barrio de Pablo y buscar la calle Rafaela, recordé que Medina (anagrama de Demian), Max Medina, iba a ser mi seudónimo cuando, a los veinte años, la lectura de Herman Hesse me hizo pensar que quería ser escritor. Seudónimo y título de mi novela (“Panóptica”), agotaron casi todas mis posibilidades al respecto.
Observé también, mientras pisaba la plaza, que un carro de color celeste, tirado por un caballo marrón, con dos pibes a bordo, cruzaba Rivadavia al mismo tiempo que yo. Pensé en llamarlos y pedir a los pibes que me dejaran subir. Pensé, literariamente, en llegar a la casa de Pablo a bordo de un carro. Pero seguí caminando.
Me oriente bastante rápido a pesar de la diagonal que traza Medina y la extraña confluencia de White y Rafaela bajo la autopista. A último momento pensé que debería comprar algo para llevar, algo comestible para el almuerzo o el mate, pero no vi ningún negocio; esto no me preocupó demasiado: hace un instante, donde puse “desidia afectiva” había puesto “desidia social”; quiero decir que mis escrúpulos sociales tienden al cero. Además, en avenida de Mayo había comprado un libro para Pablo –de un autor que no puedo mencionar porque todavía no se leyó en el programa-, así que, tranquilo en cuanto a lo de las manos vacías, satisfecho con el libro en el morral, doblé a la izquierda en Rafaela, hice media cuadra. Y ahí, en su añosa casa paterna, hoy reformada y dividida, volvimos a encontrarnos con el amigo Pablo.
El, de 57 años, licenciado en enfermería, un profesional de la cosa (es supervisor de turno en el Tobar), con su esposa bancaria –aunque de profesión psicóloga-, con sus hijos ya grandes, todos varones, todos trabajadores, alcanzó una calidad de vida que le permite, sin mayor perjuicio, disfrutar a pleno de su hobbie hogareño de los últimos años: Internet. Es un curioso por naturaleza, Pablo, y ya dije en este Blog que es también buen lector, aunque más de biografías o ensayos que de ficción literaria, más de información que de vivencias. Así que ahora, con los contenidos interminables de la red y con otras funciones de su pc, se siente sumamente gratificada su cálida intelectualidad.
Y ahí está Pablo, en su bunker del altillo, en medio de un anacrónico desorden adolescente, con su banda ancha, su pantalla plana, su impresora; con su barba cana, su frente alta, sus ojos claros, que lo asemejan a un marinero nórdico que navegara por... Pero no, esto de la navegación virtual en la oceánica Internet está muy trillado. Más bien, al respecto, señalaría un detalle que vuelve excesivamente virtual a este refugio de Pablo: los vidrios de la alta ventana fija que da a la azotea (a lo que quedó de azotea después de la más reciente construcción de ese bunker) son opacos. Opacos y rugosos, esos vidrios me hicieron añorar una ventana traslúcida que, a lo largo del rato que pasamos ahí, nos hubiera permitido observar también, más allá del inagotable mundo de la pantalla, la llovizna que adornó la tarde.
Pablo estaba solo el viernes. Toda la familia trabaja hasta media tarde, o más allá, y él está disfrutando de unos días de vacaciones que le debían. Ahí estuvimos, entonces, conversando a solas como en las madrugadas del hospital, escuchando música clásica en su FM favorita, dando cuenta de unas ricas milanesas acompañadas de suculenta ensalada, hojeando su diseminada biblioteca –suya y de la familia. Y finalmente, jarros de café en mano, recalamos en su altillo, del que siempre me hablaba, y nos sentamos un rato frente a la máquina.
Una noche, en el Tobar, Pablo me había hablado de su afición a la fotografía. Tiene una de esas sofisticadas cámaras digitales con la que, además de las tomas familiares de rigor, suele salir a buscar imágenes en la calle. A partir de sus fotografías, creó una página en Internet, todavía incompleta, referida a la reserva ecológica de la costanera sur y sus calles y monumentos adyacentes -o viceversa. Y se le había ocurrido, al tipo, algo mucho más original, según mi real saber y entender: un rescate fotográfico de un determinado tránsito de las calles de Buenos Aires (tristemente abundante todavía), para el que me pidió que escribiera un texto alusivo. Por entonces, venciendo mi auténtica parquedad habitual y mi supuesta modestia, yo ya le había hablado de Párrafus Interruptus y de este Blog. Así que, después de pispear acá, insistió en atribuirme cierta facilidad para “la alternativa de la escritura”, como él dice, y obtuvo de mi autoría la presentación siguiente –que quise escribir más sencillo que de costumbre, menos barroco, o barroso, o borroso, o rococó. Como para el gran público.

PESCANTE DE “CARROS DE BUENOS AIRES”

Si ya el maestro Borges, hacia 1930, escribió en su biografía de Evaristo Carriego sobre las inscripciones de los Carros, parecerá ocioso que hoy, nosotros, nos encaminemos por un sendero tan semejante.
Sin embargo, veamos.
Releo: "1930". Han pasado 77 años. Son otros, hoy, nuestros carros.
Leo también "inscripciones" y recuerdo que Borges mismo decía que, en su propia biografía, se hallaría mas literatura que vida; se entiende así, tal vez, que se haya interesado mas en los escritos de los carros que en los hombres que los guiaban.
Otro es nuestro propósito: en primer lugar, esta pagina , como corresponde a la época, se nutrirá mas de imágenes que de palabras. En segundo lugar, nos gustará mas leer en los rasgos, en las arrugas de los hombres y mujeres de los carros, que en sus hoy desnudas maderas.
Y, en cuanto a aquello de "ocioso", declaramos sin vacilar que esta tarea que emprendemos, fotográfica y literaria, será hecha, por puro placer, en nuestro tiempo de ocio, que lo tenemos, a pesar de que a nuestras vidas no les falta vida.


De eso se trata. Ya tomó varias fotografías Pablo, que hoy me mostró de su máquina. También recopiló algunas de revistas, antiguas o recientes; parece que en la red no se encuentran tanto, al menos no en una página especialmente dedicada, y esto lo estimuló a seguir adelante con la tarea de recuperación.
Por mi parte, no le encuentro bien la vuelta al aporte que yo podría hacer –más allá de esa presentación, que me salió bien bonita. No sé si deberán ser un par de líneas a manera de epígrafe de cada foto, o si se trata de imaginar una historia con más desarrollo a partir de lo que la fotografía sugiera. Si fuera esto último lo que de mí se espera, a mal puerto vas por leña, amigo Pablo: siempre dije que, en mi frustrada carrera de escritor, la esencial barrera fue mi falta de imaginación. Lo que se me ocurrió proponerle fue que, además de pedir permiso para sus tomas - como muy correctamente hace-, él esbozará algún tipo de encuesta o entrevista con los carreros, para después, muy sencillamente, agregar a la imagen la auténtica historia de cada carro.
Esto me recuerda un cierto reparo que este proyecto me suscitó al principio, y que mucho no lo hablamos; un escozor indeterminado que sentí, un rechinamiento en alguna parte. En una palabra, no me gustaba la idea de hacer algo de orden estético que tal vez violenta un tanto mi sentido de la ética: regodearnos con una prolija página multicolor en Internet a partir de quienes, mediante lo más desprolijo y gris del parque automotor porteño, se ganan la vida día a día tan pobremente. Porque no nos vamos a engañar: en el artículo de Borges, además de rescatarse la literatura o la poesía (la estética) de los carros, se habla de vehículos que llevaban a bordo trabajadores, ya sea comerciantes independientes o vendedores comisionados. Los carros de hoy en día, en cambio, sobre todo los que se ven en capital –sacando a los mateos de Palermo- no alcanzan ese alto estatuto -aunque cabe respetar igualmente a quienes se ven limitados al ingrato trabajo de cartonear para subsistir.
Pero, lo dicho: esto es algo que todavía no hablé con el promotor del proyecto, así que será mejor no debatirlo desde acá.
Si a algún lector del Blog se le ocurre algo al respecto, o si quiere aportar alguna fotografía, que nos escriba. Mi dirección de mail encabeza siempre esta página, y la de Pablo se encuentra en www.costanerasur.com.ar, su sitio sobre Buenos Aires, ya más encaminado.
Acerca de la imagen que ilustró mi última Entrada, Pablo me contó que se trata de un episodio de huelga, no se sabe si de “transportistas”, específicamente, o a la que los conductores de carros se sumaron, una huelga de las que antiguamente promovían los sindicatos anarquistas, y parece que el termino “caloteadores” que se lee en los carteles designaba a los saboteadores o “rompehuelgas” de la época. Me pareció apropiada esta foto, de entre las que me mostró esta tarde, para agregarse a la reseña de una lectura que tenía –ambas, reseña y lectura- un infrecuente toque de política explícita.
Pero, para hablar de política -¿por qué no?-, para hablar de los que ponían el cuerpo, para hablar de hacer política y poner el corazón en el presente, debería remitirlos al otro sitio y proyecto del amigo Pablo, www.aecba.org, que tiene como fin afirmar la creación de un sindicato de enfermeros para la república Argentina, que -¿alguien lo sabía?- no existe todavía.
Y ya basta, que si sigo haciéndole propaganda al amigo, voy a tener que proponerme como su futuro jefe de prensa o relaciones públicas –¡justo yo!-, para interminable perjuicio de este Blog.
Hasta pronto.


(12 de noviembre de 2007)

1 comentario:

Mónica dijo...

Marce: Què lindo texto!!!!!!!!!!! Pero màs hermosa fue tu descripciòn del reencuentro con Pablo. La vida suele darnos estos impensados momentos. Celebro ese reencuentro!!!!!!!!!!!!!!!