domingo, 26 de julio de 2009

... como a tí mismo

Repasando la lista de lecturas de la semana, lo primero que salta a la vista del joven alumno bonaerense es que hay cuatro autores argentinos, y que el foráneoamericano tiene apellido español. (Y claro, que el amigo Feiling tiene apellido anglo.)
A propósito: si Martínez es “hijo de Martino”, González, “hijo de Gonzalo”, López, “hijo de Lope”, Vidal, ¿será “hijo de De Vido”?
Y lo que ya pregunté una vez: ¿Y Gomez? ¿Y Suárez?
Y pregunto ahora: ¿Y María Suárez? ¿Alguien sabe algo de la otrora incansable triunfadora?
Pero mejor no hablo de compañeras oyentes, que después me embalo y sin querer las desmoralizo…
Sin embargo, no puedo dejar de mencionar el retorno al triunfo en esta semana de mi amigo personal Roberto López Motta, el mejor de entre nosotros. Y ya que su feliz reconocimiento de la poesía de Ricardo Molinari lo llevó a decir que este, si no el primero, era el segundo de los poetas de su preferencia; y ya que cuando Hugo le preguntó cuál sería entonces su primero, Roberto respondió que Juan L. Ortiz, aprovecho para compartir con ustedes la siguiente nota aparecida en un Clarín de los años dorados.

Juan L. Ortiz, a la intemperie

“Días atrás estuve en la Biblioteca nacional buscando material de Juan L. Ortiz, uno de nuestros grandes poetas. Aunque en 1997 la Universidad del Litoral había editado, no sin esfuerzo, la obra completa de Juan L, fue imposible hallar ese libro en los archivos de la Biblioteca. (Y ello pese a que el mismo ministro Carlos Corach, según informa un librero de la avenida Santa Fe, adquirió no hace mucho un ejemplar de la obra para consumo personal. Sonríe Juan L, distante ‘más allá de la luna de las arenas que alumbró los juegos pobres’.)
Pedí, sin embargo, los dos únicos títulos que había disponibles: ‘El alba sube’ y ‘El ángel inclinado’. Me trajeron un par de libros gruesos y ajados, con páginas de papel grueso y amarronado por el tiempo, que desprendían un aroma casi palpable. Las ediciones eran de 1937 y 1938: dos sobrevivientes olvidados de aquellas ediciones de baja tirada realizadas por el propio autor.
La primera página de ‘El alba sube’ estaba dedicada, tal vez, a César Tiempo; la letra pequeña y estilizada era difícil de descifrar. Los años, además, habían agrisado la tinta. Pero la firma, al pie, se distinguía claramente: Juan L. Ortiz.
No sé cuánto tiempo estuve mirando la rúbrica, pensando que muchos años atrás ese mismo ejemplar había estado entre los dedos del poeta, sobre su mesa, bajo sus ojos. Miré alrededor, la gente leía en silencio, y me sentí tontamente feliz con mi pequeño y secreto tesoro. Fortuna que un rato después se multiplicó: a medida que pasaba las páginas, descubrí que en algunos poemas ciertos errores de tipeo habían sido corregidos de puño y letra por el autor.
‘El ángel inclinado’ me deparó otra sorpresa: entre sus páginas descubrí el recorte de un diario, fechado en 1941, que reproducía un poema de Juan L (‘la noche pálida tiembla…’). Supuse que el propio Juan L, una mañana de aquel año1941 había recortado el diario.
Quizá me equivoqué, pero en ese momento pensé que probablemente nadie en la Biblioteca sabía de la firma, de las correcciones y del recorte. O lo que es peor: sabían pero sencillamente no les importaba. Quise por un momento (pasión del coleccionista) sortear la seguridad y llevarme los libros. Después pensé (razón del legalista) que al menos podría enterar al director de la Biblioteca de que lo que tenía allí. Al fin (justicia del poeta) pensé que seguramente cualquiera de las dos opciones les privaría a otros la posibilidad de sentir la misma dicha y sorpresa que sentí yo. ‘Uno tiene la firma del autor’, le avisé a la chica que los recibía detrás del mostrador. ‘Ah, mirá vos’, contestó mientras me sellaba la salida.”

Nicolás Schuff

(Cultura y Nación, domingo 27 de diciembre de 1998)

En cuanto al longevo Ricardo Molinari, sabido es que se trata de uno de la vieja guardia de “Martín Fierro”, compañero allí de Borges, Marechal, Girondo, Bernárdez y tutti cuanti. Por cierto, los sobrevivió a todos ellos, ya que dejó este mundo en 1996. De su obra, Hugo eligió el libro “El imaginero”, el primero que publicara, de 1927. De allí, leyó el “Poema de la niña velazqueña”, que casualmente es uno de los dos de Molinari que tengo en la antología “Los poetas de Florida” –pero por supuesto no alcancé a recordarlo. Y antes de que se leyera otro, ahí apareció el amigo de Sarandí, el locutor nacional Roberto López, con su oído fino y su memoria porosa para la poesía.
Una curiosidad sobre don Roberto es que esa tarde, la de su venidero triunfo, como no tenía nada que hacer después de limpiar el gallinero con alcohol en gel, me puse a revisar la lista de lecturas en busca del cuarto mayor ganador. Creo haber destacado ya que Verónica Cornejo, en junio, la pasó como a poste caído a María Suárez, dejándola en tercer lugar con 57 victorias. (Verónica llegó a 60.) Y con respecto al cuarto puesto, tenía la duda de si sería López Motta o Mario Tsolakian. Bueno, era don Roberto, nomás, con 40, que ahora son 41. (Mario lleva 37.)

Pero, amén de López Motta y de Molinari, el primer poeta de la semana fue don Pedro Bonifacio Palacios, Almafuerte, cuyas “Décimas” permitieron la primera aparición en el éter durante este 2009 del profesor Gobea, el oyente de De la Garma.
De Almafuerte, a quien conocía por algunos versos sueltos, por una vieja semblanza charlada de Dolina y quizá por la película con Narciso Ibáñez Menta, me gustó saber lo siguiente:
"Odiaba a los ‘literatos’. Almafuerte era de una ignorancia asombrosa . . . No podía ser considerado de ninguna manera como un hombre de letras. Esto no quiere decir que no trabajase sus versos. Al contrario, vivía dedicado a ellos, corrigiéndolos, perfeccionándolos. No escribía con claridad ni sencillez. Pero el retorcimiento de sus frases no era resultado de su cultura literaria sino de su singular conceptismo . . . Recuerdo sus violentas expresiones para juzgar a Max Nordau, a D'Annunzio, a José Ingenieros, a Leopoldo Lugones y a algunos otros. Una vez se despachó contra Tolstoi, lo cual nos asombró. Odiaba a los socialistas . . . En sus invectivas tremendas, dichas a gritos, en tono un tanto oratorio, barajaba sin pestañar los epítetos ‘estúpido’, ‘cretino’, ‘miserable’, ‘vil’ y otros análogos. A veces calificaba a algún colega como un hijo de tal. Era apocalíptico y mal hablado . . . He conocido pocos ególatras como él . . . No sólo hablaba sin cesar de sí mismo, sino que no admitía que se le discutiese y menos que se juzgara sus versos desfavorablemente . . . El magisterio que ejercía ante nosotros era moral, no literario . . . Más de una vez lo oí decir que él no era un literato sino un hombre, un hombre que gritaba la verdad a sus compatriotas".
Son palabras de Manuel Gálvez que encontré en alguna parte de la Internet. Y me dieron ganas de leer algo más de este…
“…bibliotecario y traductor de la Dirección General de Estadística de la provincia de Buenos Aires, hacia 1887 se estableció en La Plata. Por esos días ya era un escritor de cierto nombre, puesto que desde 1877 aparecían versos suyos en diarios porteños. Después de ejercer el periodismo en el diario "Buenos Aires", en 1890 se trasladó a la Capital Federal. No permaneció mucho tiempo en la ciudad, ya que regresó a La Plata para ocupar la dirección del diario "El Pueblo". Desde ese momento su actividad periodística no declinó y sus artículos y poemas, firmados con el seudónimo de Almafuerte, sacudieron con su combatividad la tranquila sociedad bonaerense, suscitando apasionadas adhesiones tanto como enconados ataques.
Nuevamente en su escuela de Trenque Lauquen, no pudo satisfacer su ambición de enseñar a los niños, porque fue dejado cesante por "cuestiones políticas", en 1896. En rigor, la razón no parece atendible, ya que Almafuerte jamás se había alineado en las agrupaciones políticas de su tiempo, aun cuando nunca había retaceado su virulenta crítica a los hombres públicos, sin importarle a que partido pertenecían. Establecido en La Plata, vivió retirado prácticamente de la vida pública, sufriendo innumerables privaciones. Con algo de predicador, prefirió las sombras de la pobreza a aceptar algún empleo público que se le ofreciera, pues siempre había criticado a aquellos que vivían a expensas de los presupuestos oficiales
(…)
“La iniciación de la Primera Guerra Mundial lo encontró en una ferviente militancia por la causa aliada. Por esos años, la lectura pública de sus obras, sus conferencias y la colaboración de algunos hombres del gobierno aliviaron su precaria situación y le permitieron adquirir, mediante un préstamo hipotecario, una modesta casa en La Plata.
Por entonces, su obra ya había concluido. Ni "extensa ni variada", según Rojas, refleja con exactitud las terminantes contradicciones de su personalidad. Concebida en un tono profético, casi bíblico, presenta imperdonables descuidos formales y aun errores gramaticales. En compensación, muestra espontaneidad, apasionamiento y un permanente afecto por lo popular y los humildes. Rojas afirma que su producción puede agruparse en tres volúmenes: poesías, Evangélicas y Discursos. Algunas de sus poesías alcanzaron inusitada popularidad como ‘El Misionero’, ‘Vencidos’, ‘Jesús, Confiteor Deo’, ‘Piú Avanti’, ‘La Inmortal’, ‘Milongas Clásicas’ -que Rojas estima como un fracasado intento de poesía popular- y su célebre ‘Apóstrofe contra el Kaiser Guillermo’.”

Solía ver en la librería de Avenida de Mayo un volumen del Centro Editor con “Poemas y prosas” de Almafuerte. Nunca lo compré, y ya no podré hacerlo porque parece que, ahora sí, ese local cierra sus puertas. Ayer pasé y vi que están liquidando lo poco que queda en sus mesas y anaqueles a precios irrisorios. Creo que “Operación desamparo”, la novela de Adolfo Jasca que mencioné acá hace unas semanas, será mi último libro comprado en aquella vieja librería.

Lo que me compré esta semana, aceptando mi propia recomendación de los otros días, es “Kalki”, la novela de Gore Vidal, el autor del miércoles. La leí hace muchos años, prestada por un amigo, pero no me acuerdo nada. “Juliano, el apóstata”, la que leyó Hugo –segundo triunfo en la semana del temperlitano y treintañero Eduardo González-, también se la encontraba hace poco a buen precio, en una edición de tapa dura, en algunas librerías de la calle Corrientes.
Leyendo algo más sobre Gore Vidal, me entero de que “Mira Breckinridge”, su novela de 1968, trata sobre un transexual, y que ese papel lo hizo en cine la Raquel Welch. Y lo que recordé fue una frase de Vidal que leí en un libro que recopilaba entrevistas de la revista ‘Gay sunshine’; una frase que yo usaba mucho en otros tiempos para solventar mi habitual descuido y parquedad: “Ya no hay nada que decir; sólo que añadir”. Que me recuerda una frase del “hombre que está cansado” del cuento de Borges: “La lengua se ha convertido en un sistema de citas”. Ahora ya no uso esas frases; ahora, si no es con Hugo en Nacional, permanezco callado y bizco.
(De Julio Mauricio, el dramaturgo de la semana, sólo menciono que se leyó su obra “La valija” y que el ganador fue Eduardo González. Todos conocemos ya los dimes y diretes en torno a la película que se hizo con aquella pieza… y no creo que haya mucho más que decir.)

Hugo me preguntó por qué lo quería a Carlos Feiling. Me gustaba porque escribía difícil –también en la novela que leí (“El agua electrizada”), recapacité después-, pero tal vez lo quiero porque murió tan joven. Por la desmesura de pena y la ternura que algo así despierta. O porque murió, a secas. Ya se sabe que de los vivos no quiero casi a ninguno… Por ejemplo… bueno, encuentro en la red la siguiente reseña de Mercedes Ezquiaga:

HOMENAJE EN CLAVE DE HUMOR

Novela. "El día feliz de Charlie Feiling", de Daniel Guebel y Sergio Bizzio. Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 2006, 128 páginas, $24.

"Las historias que atraviesan tres jóvenes en un viaje realizado durante un día a un pueblito de la provincia de Buenos Aires son narradas en clave de humor en ‘El día feliz de Charlie Feiling’, una novela-homenaje al escritor fallecido en 1997.
Con excepción de los diálogos, la mayoría de los elementos de la novela están inspirados en la realidad, como los nombres de los protagonistas, la amistad que los une, la excursión de un día a Ramallo, el viaje en auto, el asado, la visita al arroyo y la muerte próxima de uno de ellos, como se menciona en sus páginas.
‘Es un libro concebido como recuerdo y despedida de un día que viajamos a Ramallo y la memoria de un amigo muerto. El personaje de ficción de Feiling lo creamos con devoción y respeto por su inteligencia y la tristeza por su ausencia’, señala Guebel, en su condición de coautor.
La novela relata con un lenguaje sencillo y coloquial escenas cómicas pero cotidianas que atraviesan los tres protagonistas en un pueblo donde las instituciones están alejadas de la plaza central, ‘como si el entretenimiento y el poder -en un gesto urbanístico de notable sinceridad- hubieran optado por sacrificar el verde con tal de no verse las caras cada mañana’.
En la historia van apareciendo personajes desopilantes como El Pelado, que se cae en un pozo ciego cuando se sienta a comer bajo unos árboles, o Carlos Arbuato, que sabe tocar la armónica con el peine. ‘El Pelado es gordo y pelado, tal como contamos, y Marito (otro personaje) es petiso y gracioso, igual que en la realidad’, detalla Guebel.
Carlos Feiling (1961-1997) irrumpió en la literatura con la publicación de las novelas ‘El agua electrizada’, ‘Un poeta nacional’ y ‘El mal menor’ y la colección de poemas ‘Amor a Roma’. Dueño de una escritura muy singular, se convirtió en un autor de culto antes de sufrir una leucemia que le provocó la muerte.
Guebel señala la imposibilidad de ‘retratar a un sujeto contado una excursión caprichosa de un día. Esta es la evocación de un amigo, que no pretende una visión completa ni nada. Y como somos dos autores vivos hablando de uno que ya no está, a Feiling le atribuimos la inteligencia, el buen humor, la amabilidad, la cortesía y la simpatía’.
‘Bizzio y yo somos como dos animadores. Bizzio es el Bizzio que él cuenta, y Guebel es mi personaje, por lo que yo puedo maltratarlo a gusto. Tal vez sean representaciones exageradas de nosotros mismos’, relata el escritor. “


Esta novela, escrita por esos dos amigos –uno ya leído en Párrafus, el otro por llegar-, no me interesa para nada –tal vez por pura envidia. Me gustaría encontrar “El mal menor” –de la que sólo leí un adelanto aparecido en un suplemento literario cuando se publicó- y “Un poeta nacional”, donde una especie de Leopoldo Lugones es metido en una historia detectivesca en la Patagonia.
Lo que conseguí en una mesa de ofertas una vez es “Amor a Roma”, el libro de poemas de Feiling, que no me canso de desentrañar. A propósito, le dije a Hugo que con un poema de ese libro comenté en este Blog la lectura de “El prisionero de Zenda”, de Anthony Hope; “Ruperto de Maetzu”, dije que era su título. Error garrafal, ciertamente, ya que ese apellido, del detestable ideólogo falangista español, usurpa el lugar del auténtico “Hentzau”. Por otra parte, recuerdo ahora que Anthony Hope, el autor inglés, era una especie de tatarabuelo de Feiling. Y el protagonista de “El agua electrizada” se llama Tony Hope.

Para finalizar, unas palabras sobre la reunión que propuso nuestro conductor para festejar los 600 Párrafus. Como la invitación es para presenciar el programa, entiendo que por razones de espacio sólo se recibirá a 6 oyentes -uno por cada centena de juegos. Y ellos también podrán jugar, ya que esa noche –el próximo miércoles- Hugo leerá a libro forrado.
Hasta el último viernes había tres oyentes anotados para concurrir. Hugo no dijo quiénes son y, faltando aún otros tres, cada uno podría hacer su lista de quienes deberían estar. Lo digo en estos términos porque he recibido de un par de amigo/as oyentes la estimulante opinión de que yo no puedo faltar. También nuestro conductor, en ocasión de mi anteúltima victoria, expresó sus ganas de tenerme allí. A todos –bueno, a estos tres- quiero decirles que agradezco mucho este privilegio que me adjudican, pero que, definitivamente, no voy a poder ir. Si bien se trata de un compromiso de media hora o poco más, la distancia que me separa de la radio, la hora del encuentro, el frío polar que está haciendo y, sobre todo, mis todavía flamantes obligaciones de esposo y padre, me impedirán asistir a esa celebratoria tertulia.
Pero se me ocurrió algo –una de las mías. Para subsanar parcialmente esta defección, y siguiendo con los redondos festejos, me comprometo desde este medio a acercarle a Hugo, con su permiso, un determinado libro para que sea el premio la noche siguiente a mi cercano triunfo número 100. No doy el título que tengo pensado, por si no lo consigo. Adelanto que casi seguramente será un volumen nuevo, de editorial Anagrama y de contenido acorde al asunto que nos une. Y si a la noche siguiente de mi centésima victoria volviera a ganar yo (aunque hace tanto que no gano dos seguidos…)… este premio especial se pasa para el juego siguiente.
¿Qué tal Perenchio?
Y después me dicen que no considero al prójimo…
Digo más: mi prójimo triunfo –el número 94- se lo dedico a todos lo que me escuchan.
Buenas noches.

No hay comentarios: