jueves, 16 de julio de 2009

Desamparados

Jueves 16 de julio
Cuentos: “Arboles petrificados”
Autora: Amparo Dávila
Ganadora: Griselda Vannesche, de Lujan. Bibliotecaria.

“Desbarranco” fue el título de la Entrada en la que reseñé el primer googleo confeso del ciclo –Jorge Aloy con “El barranco”, de José María Arguedas, el 9 de agosto de 2007. Ahora, con el mismo método, las oyentes Griselda y Jorgelina (madre e hija) llegaron al título del libro de donde provenía el primer cuento elegido por Hugo –“El patio cuadrado”- para presentarnos a la mexicana Amparo. De ahí el título de hoy.
Pero no desapruebo esa búsqueda –esa facilitadora búsqueda en la Internet- , siempre y cuando sea mencionada abiertamente por el oyente. Eso sí, como hizo la joven Jorgelina (que también se puso al teléfono), es menester disculparse con los demás oyentes, que quizá se vieron privados de ganar con mejores artes.
Pero, la verdad, se me hace que esta vez, si no fuera por esa travesura de estas chicas de Luján… un nuevo Ininterruptus nos precipitaba a todos barranca abajo.



"Es un mito viviente de la narrativa mexicana. Aunque se le considere inaccesible, para dar con Amparo Dávila (Pinos, Zacatecas, 1928) sólo hay que recorrer a todo lo largo el segundo piso, tomar rumbo a San Jerónimo y llegar casi a las faldas de los Dínamos. No habita en una mansión encantada, sino en una casa de campo lejos del ruido y del bullicio citadino. La escritora pertenece a varias generaciones literarias: hay quien la relaciona con Juan Rulfo, Francisco Tario y Guadalupe Dueñas; o con Inés Arredondo, Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Juan Vicente Melo y Salvador Elizondo. De sus amigos evoca con especial afecto a Juan José Arreola y a Luis Mario Schneider. En 1977 le fue concedido el premio Xavier Villaurrutia por el volumen de cuentos Árboles petrificados, y a partir de esa fecha no ha vuelto a publicar. No obstante, es considerada como una de las cuentistas mexicanas más antologadas, pues varios de sus relatos aparecen en recopilaciones hechas en alemán, francés, inglés e italiano –figura en más de 50 compendios de esa estirpe–. En cierta forma, a pesar de sus silencios Dávila no ha perdido contacto con el lector. Asegura ahora que tiene ya listo un nuevo conjunto de relatos: Con los ojos abiertos. Lo primero que publicó fueron salmos y poesía mística, en la revista Estilo, de San Luis Potosí, que dirigía el poeta Joaquín Antonio Peñaloza. Luego, atendiendo a una invitación de Emmanuel Carballo, Carlos Valdés y el fotógrafo Ricardo Salazar, entregó textos para la revista Ariel. Cuando ella tenía 20 años, imprimó una plaqueta de poesía, Salmos bajo la luna. Le siguieron títulos como Perfil de soledades, Meditaciones a la orilla del sueño; y los libros de relatos Tiempo destrozado, Muerte en el bosque, Música concreta y Árboles petrificados. Cuenta que cuando Juan José Arreola solía visitarla ella estaba rodeada por más de 25 gatos, de los cuales le quedan siete. Recuerda que Arreola solía bromear diciendo que en realidad los gatos escribían sus cuentos y no ella, pues “siempre tenía uno sentado sobre mis piernas o se acomodaba en la máquina de escribir.” Define su relación con las letras: “No es falta de ganas, dedicación o entusiasmo, sino que a veces se interponen ciertos obstáculos”. Registra: “Con la literatura he sido una amante inconstante, mas no infiel. Yo me hubiera pasado la vida sentada, escribiendo, pero la vida no me deja.” La cuentista y poeta, encaminada a cumplir los 80 años, se muestra entusiasta con su proyecto literario. Reconoce: “Han pasado muchos años y no he podido terminar de corregir un libro de cuentos. Da la casualidad de que siempre que me siento a escribir, ocurre algo. Tengo una hija con graves problemas de salud; y pasa el tiempo, y cuando vuelvo a intentar a avanzar en el libro, surge un nuevo contratiempo. Finalmente, ya terminé de revisar esos cuentos. Han pasado muchos años y no vivo con prisa por publicar; cuando buenamente se puede, bien, y de lo contrario me resigno a mi suerte”. LA AMISTAD CON CORTÁZAR. En cierta ocasión, una amiga argentina de Dávila envió a Julio Cortázar un ejemplar de Tiempo destrozado. Cuando la autora se enteró, se molestó con Emma Susana Esperat, por “haber cometido tal imprudencia”. Pasaron un par de meses y Amparo Dávila recibió en las oficinas del Fondo de Cultura Económica una carta donde se descubrían las iniciales: J.C. La cuentista leyó la misiva: se trataba de un comentario de Cortázar, en donde la felicitaba “por haber escrito un primer libro tan maduro”. Ella agradeció su comentario y desde entonces inició una amistad por correspondencia con Cortázar. “En los siguientes dos años fui a París, y lo conocí. Tenía planeado viajar por varios países de Europa, pero decidí quedarme en París tres meses y gozar de la amistad de Julio y, de su entonces pareja, Aurora Bernárdez.” Las cartas entre ellos están publicadas en los Epistolarios de Cortázar, recopilados por Bernárdez y editados en España. ¿Qué tanta importancia le concede a la crítica literaria? Fíjese que les agradezco mucho a los críticos, me siento honrada y me satisface que les agrade mi narrativa. Pero cuando empiezo a escribir, no me afecta si les gusta o les disgusta, me tiene sin cuidado porque realizo lo que necesito hacer, lo que quiero hacer. Si lo disfrutan, me congratulo. Después de que ganó el premio Xavier Villaurrutia, en 1977, ¿experimentó una especie de compromiso o autoexigencia para su siguiente libro? No, insisto en que hay otras prioridades. Por ejemplo, si quiero sentarme a escribir y se enferma mi hija, entonces es primero mi hija y luego lo demás. Procuro no exigirme ni amargarme al escuchar que no puedo hacer lo que deseo. Fue esposa de Pedro Coronel, ¿cómo era su relación con el pintor? ¿A usted le interesaban las artes plásticas? Sí, nos integrábamos muy bien. Siempre me ha interesado mucho la pintura y vivir con alguien como él fue maravilloso. Y él, en cambio, amaba la literatura, la filosofía y la música. Entonces nos complementábamos muy bien. Si yo escribía un cuento, se lo leía y él opinaba, y luego veía si hacía caso de sus observaciones que por lo general eran muy atinadas. Y viceversa, cuando él pintaba lo criticaba, le enojaba, y luego veía que lo estaba arreglando como le había dicho. En “La señorita Julia” –incluido en MUERTE EN EL BOSQUE (FCE, 1985)–, hay una frase que define al personaje: “Ella se sentía como una casa deshabitada y en ruinas”. ¿Alguna vez se ha experimentado esa sensación? No lo creo. Cuando escribo soy muy sensorial, por ejemplo un color, un sabor, un olor, un atardecer, un árbol o un determinado paisaje, me conmueven. La sensación epidérmica me puede traer a la memoria algo, una vivencia, una situación que he padecido y entonces surge la idea del cuento. LA CAJA DE PANDORA ¿Sus relatos, invariablemente, se inician con una vivencia? Sí, la vivencia es importante para mí como un punto de partida, después el cuento adquiere un camino distinto. ¿Con qué género literario se siente más cómoda? Cuando escribía salmos, me sentía muy bien. Después con el verso libre tuve otra grata experiencia. Luego pasé al cuento y ahí me he quedado porque es inagotable, ofrece muchos retos y misterios como una caja de Pandora. Dice Gabriel García Márquez que los hombres se dividen entre los que saben contar un cuento y los que no. ¿Qué opinión le merece esto? Creo que está muy bien. Contar un cuento es un arte y no todo el mundo está hecho para frecuentarlo. La crítica literaria ubica a su narrativa en el terreno de lo fantástico. ¿Está de acuerdo? Eso es lo que creen, pero en realidad no ocurre así. Lo que hago es manejar la realidad, mas para mí esa realidad tiene dos caras: la externa –que es lo que sucede cotidianamente y tiene una razón de ser, una lógica– y la interna –que suele ser oscura. Esta última cara la manejo mucho y paso de una a la otra, muy cómodamente: de la lógica al absurdo. Muchos creen que es literatura fantástica y no, describo parte de la realidad porque hay situaciones que en verdad ocurren. CAMINO HETERODOXO.- Cristina Rivera-Garza escribió La cresta de ilión, novela en donde se establece un diálogo con la obra de Amparo Dávila. Para la novelista, “Dávila representa una camino heterodoxo en la tradición de la literatura mexicana, maneja tonos muy interesantes, con presencias misteriosas, entidades amenazantes alrededor”. Sin embargo, Rivera-Garza nunca tuvo contacto con la autora, sólo con su trabajo literario."

(www.fondodeculturaeconomica.com)

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