La semana pasada, en un determinado Párrafus (después de un determinado Párrafus), Hugo abrió el programa hablando de los distintos tipos psicológicos que tiene catalogados a partir de las intervenciones de sus oyentes ganadores. Y se detuvo también, como otras veces, en el tema del ‘googleo’: la búsqueda en Internet, en simultáneo con su lectura, del título y el autor de la noche. Al respecto, dijo que también podía sospechar el uso de este método por el tono forzado en la voz o por la falsa resonancia en los comentarios del oyente triunfador.
Deduzco de esta última reflexión que nuestro conductor supone varios y /o reiterados googleos por parte de… nosotros, más de los tres o cuatro que hasta ahora lo hemos reconocido. Tal vez por esta extendida suposición, este viernes se equivocó y, por condensación y desplazamiento, habló de tres googlistas confesos, cuando en realidad somos cuatro.
Con un fin meramente aclaratorio, los repaso, deteniéndome brevemente en las motivaciones invocadas.
1) Jorge Aloy, el imprentero y estudiante de letras de Rafael Calzada, con “El barranco”, de José María Arguedas, utilizó el google “para que no hubiera un segundo ininterruptus”, dijo. El primero, único hasta entonces, había sido el de Humberto Costantini, el 1 de febrero de ese 2007. Y recuerdo que uno de los reproches que le hice en ese momento a Jorge fue que se apurara tanto en recurrir a esa práctica; podría haber esperado hasta el filo de la una, a ver si aparecía otro oyente; pero llamó cuando la lectura llevaba apenas dos minutos y fracción.
3) Hace poco, Lilian Mosconi, la traductora de San Telmo, se valió de Internet porque era la primera noche que escuchaba y no creía incurrir en ninguna violencia intelectual. Por otra parte, como escribí en esa ocasión, creo que esa noche solamente google podía reconocer “El dios de las pequeñas cosas”, la novela de una escritora hindú de apellido Roy.
4) Esta semana, el tema reapareció a través de la oyente Griselda, de Luján, que tenía de visita a su hija Jorgelina, convaleciente de una laringitis. A pesar de esta dolencia, a la joven se la escuchó bien clarito cuando también tomó el teléfono y contó que había utilizado el buscador porque quería el libro que Hugo leyera al principio del programa, una antología de Eduardo Wilde que sería el premio para el ganador. De la obra y la autora de la noche (“Arboles petrificados”, de Amparo Dávila) no pareció tener mucha idea, pero, dicho sea en su favor, antes había reconocido a Wilde, a quien Hugo empezó a leer sin nombrar.
2) Para el final dejé al segundo googlista del ciclo (¿el que Hugo tenía olvidado?), por ser el que mejor conozco y el que, quizá, tenía el mejor de los motivos para “esa triste inconducta”.
En el Párrafus correspondiente al 22 de mayo del 2008, creyendo que quería probar nuestra flamante notebook, me conecté a google y gané con el cuento “Licantropía”, de Enrique Anderson Imbert. Pero más tarde, ese mismo día, sabría que era otro el motivo que me llevó a anhelar especialmente ese triunfo: esa tarde nació Esteban. A la mañana siguiente, tras haberme perdido el Párrafus de la noche del parto, escribí algo al respecto. Lo titulé, como se hace con algunos poemas, con las primeras palabras del texto: “Anteanoche, en la charla con Hugo”. A la tarde, salí un rato del sanatorio, dejando a Cristina y el bebé con los abuelos. Crucé al locutorio de enfrente, sobre la calle Larrea, y mientras copiaba en este Blog lo borroneado esa mañana, me pasó algo que no me había pasado cuando me enteré del embarazo, ni durante la dulce espera, ni durante el alumbramiento, ni cuando la obstetra me puso el bebé en los brazos, ni cuando quedamos con Cristina los tres a solas en la habitación, ni, mucho menos, cuando empezaron a llegar las visitas. (Por aquello de Mailer: “Los hombres duros no bailan”, ¿no?) Y tampoco lo agregué en el texto mientras lo copiaba, pero me pasó entonces, me pasaba al tipear aquello de “Anteanoche, en la charla con Hugo…” (…) “Gané, entonces, una vez más, aunque con esas malas artes” (…) “Pero más tarde todo aquello fue desbaratado” (…) “encontré que había otra razón para que yo la noche anterior quisiera ganar sí o sí, de cualquier manera” (…) “a las seis y dos minutos de esa tarde, de ayer, en géminis, llegó al mundo, vio la luz, vino a nosotros -quiero decir que nació- Esteban Perenchio, que quería encontrarse con un papá ganador – y una mamá tan valiente.”
Qué cosa rara que me pasó. Mientras lo escribía lloré.
Después, además, sabría que el Párrafus que no pude escuchar, el de ese 23 de mayo, había quedado Ininterruptus –“justicia poética”, me dijo Marta Zander. Y mucho después, cuando se insistió con ese autor (William Goyen), sabría aquel título: “La misma sangre”.
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