lunes, 26 de octubre de 2009

El demonio de la puntillosidad (¿Por eso 'vigilante'?)

Lunes 26 de octubre
Cuento: “El centro del infierno” (1956)
Autor: Héctor Alvarez Murena (1923-1975)
Ganador: Fabián Dorigo, de Liniers. Licenciado en sistemas de información y escritor. 45 años.
Premio: “La habitación cerrada”, de Paul Auster, Anagrama


“Jugarse por jugarse, mejor me juego entero”.
Así dice en otro de sus recitados el oriental Julio Calcagno, aquel que, desde un viejo cassette, me ayudó a ganar la noche de Thiago de Mello.
Me acuerdo de esos versos y me pongo a escribir inmediatamente después del programa de hoy, compelido, también, por un par de sincronías que percibo entre la charla del flamante ganador y mi texto de ayer.
Sincro uno) Ayer, yo alentaba la participación de los oyentes que, “tímidos o reticentes”, no se animan a ganar el juego. Hoy, apareció un ganador nuevo. Cierto, no pareció muy tímido, ya que confesó sin ambages la utilización del google. (Tampoco dijo que otras veces no se animó a ganar: la sincronía no es perfecta.) Pero ahí está, y es el ganador número 93 del ciclo.
Sincro dos) Este oyente, Fabián Dorigo, de Liniers, al recibir como premio “La habitación cerrada”, comentó su chasco con otro libro de Paul Auster, que resultó no ser obra del célebre norteamericano: “Creía que mi padre era Dios”, el mismo que la semana pasada regalé a Párrafus para festejar mis 100 triunfos (recibido finalmente por María Suárez, la ganadora del jueves).
Percibo estas sincronías y las elevó unilateralmente a Mensaje del Universo. Un mensaje que me insta a volver a la idea subyacente en mi texto de ayer, que, tímido y reticente, no quise desarrollar.
En realidad, no tiré la idea porque ya dos veces hice muy pertinentes propuestas que fueron deshechadas (legítimamente) por nuestro conductor. La segunda, en rigor de verdad, fue una variante o atenuación de la primera. La primera había sido prohibir por un determinado lapso la participación de los mayores reincidentes del ciclo. La segunda, inhabilitar a cada ganador para una segunda victoria en la misma semana. En ambos casos (una vez en el 2007, la otra este año) el fin era propiciar la aparición en el podio de oyentes nuevos. Y ayer, cuando retóricamente bregaba por la multiplicación de estos nuevos ganadores, tenía en mente otra propuesta, que callé.
Esta vez (también para no inmiscuirme de modo impropio en las reglas del juego) lo diré de otra manera.
Diré: Si yo fuera el conductor de Párrafus (si tuviera buena voz, histrionismo, don de gentes, humor y supiera leer de corrido) habilitaría la posibilidad de que el oyente llame y deje la respuesta a los compañeros de la producción, sin obligación de charlar al aire. De este modo, además, tras brindar al público toda la data acerca del nuevo compañero, quedaría más tiempo para la completa ilustración musical de la lectura y demás apostillas a la obra y el autor. Esta variante, se entiende, se implementaría sólo cuando el oyente ganador, por hache o por be, no quisiera salir al aire.
Ya está. Lo dije.
Y ya que estoy lanzado (“Jugarse por jugarse...”), diré más. La aparición de Fabián Dorigo me lleva a improvisar otro cambio que yo haría al reglamento. El oyente de Liniers es igualmente bienvenido porque él lo confesó; pero, para evitar que se extienda esta desleal práctica de utilizar secretamente el google, creo que no debería darse por válido el triunfo si el oyente no ofrece pruebas fehacientes de haber leído la obra, o, en su defecto, una plausible muestra de haber llegado al título y el autor por deducción o asociaciones lícitas.
Por ejemplo: yo hoy escucho ‘Judas’, como primera palabra o subtítulo del cuento, o una expresión inhabitual como ‘no muerto’, la escribo en el google y me salta que se trata de “El centro del infierno”, de Héctor Alvarez Murena. Llamo y digo: “’El centro del infierno’, de Héctor Alvarez Murena”. “Sí, ganaste”, me contesta Rodrigo, y me pasa al aire. “’El centro del infierno’, de Héctor Alvarez Murena”, le digo a Hugo. “Muy bien, Coronel Perenchio”, me dice Hugo, y pregunta: “¿Cuánto hace que lo leíste? ¿Cómo lo recordaste?”. “No, no lo leí”, respondería yo. “¿Entonces?”, preguntaría él, “¿Cómo lo reconociste”. “Bueno, supe que ibas a leer a Murena por la pista que diste” “¿Qué pista?”, preguntaría él, asombrado. “Antes del juego, hablando del día de los bares notables, mencionaste ‘Los galgos’, el de Callao y Lavalle. Y ‘Los galgos, los galgos’ se llama una novela de Sara Gallardo, la esposa de Murena...”. “Ah”, trataría de disimular quizá Hugo. Pero debería preguntar: “Y, ¿cómo supiste el título del cuento?” “Y... porque el ambiente y la situación que se describe me hizo pensar en una tortura infernal”. (...) Bueno, quiero decir que una explicación como esta (de las que creo haber escuchado varias) sería muy endeble para disimular un googleo. Entonces, ¡tarjeta roja! No vale, no ganaste, querido, y ¡minga de premio!

Cambio abruptamente de tema porque acabo de recordar que quería mencionar algo.
En el último programa de la semana pasada (cuya lectura deviniera Ininterrupta), Hugo saludó a algunos oyentes con unos simpáticos apodos. Me enorgullece decir que alguno de ellos nació en este Blog (“La dama de Coghlan”), pero no me enorgullece ni me cayó simpático el apodo bifronte que me tocó. Fui llamado“El abanderado vigilante”. Ya lo de abanderado, por lo institucional que suena, siempre me gustó poco, pero lo acepto como un agasajo de parte de nuestro conductor. “Abanderado vigilante” me suena un poco peor, si bien se explica por la índole de mi trabajo (aunque en la jerga somos más bien ‘vigiladores’ o ‘guardias’). Pero que a continuación se llamara al ganador serial del 2006, nuestro viejo y perdido compañero Gustavo Glanzman, “El abanderado desaparecido”, me terminó de disgustar. “Perenchio, el abanderado vigilante”, sumado a “Gustavo Glanzman, el abanderado desaparecido”, suenan con unas connotaciones que... ya sé, son de inaudita atribución a Hugo. No quiso decir lo que yo creo que se puede percibir. Pero… Como otras veces, como en otras cosas, estoy hilando muy fino, ya lo sé. Por eso no dije ni iba a decir nada. Pero después pensé que si alguien más había visto esta disonancia, y no me veía deplorándola, podía creer que me había gustado o que la aceptaba sin más. Y no es así. La acepto (como todas las otras de cal y de arena provenientes de Hugo, como “Coronel Perenchio”), pero con la precedente salvedad. Nada más.


De H.A. Murena sabía que fue colaborador de la revista Sur (mencionada en mi texto de ayer, ¿tercera sincronía), que fue esposo de la Gallardo, que tiene un cuento (“El gato”, lo único que le leí) en la “Antología de la literatura fantástica” de Borges, Bioy y Silvina, que se lo conoce más que nada como ensayista, que tengo en casa un texto de Sebrelli sobre una pieza llamada “El juez”, que hace unos meses, cuando se leyó en Párrafus “La vida nueva”, de Dante, copié un poema suyo que está en un libro con ese mismo título, que tiene otro libro de poesía llamado “El demonio de la armonía”... En fin, para saber más, dirigirse a google.
Buenos días.

1 comentario:

Mónica dijo...

Hola Marce: si yo sigo despertando a mi viejo a las 0.50 mi respuesta es vàlida jajaja!!!!!!!!