Daniel Guebel no se lleva bien con el lenguaje de las imágenes. Lo intuyó al descubrir que inventaba historias más convincentes que los diálogos de las historietas interpretadas antes de aprender a leer. La divergencia decepcionante entre lo que Guebel se contaba a raíz de los dibujos de las viñetas y lo que descifró al decodificar las letras le hizo decantarse por el mundo de la palabra. Por eso su territorio es la literatura, donde la imaginación elabora una comprensión del mundo, según su parecer, más verosímil, probable y desde donde se legitima para hablar.
Guebel prefiere dibujar sus guiones y ser el autor del texto. Sin embargo, las imágenes que elige la directora, Analia Vignolles, para apoyar la reflexión de Guebel sobre sí mismo y sobre su obra no interpretan el pensamiento del escritor sino que subrayan lo obvio. Figuras del comic, tapas de sus libros y una ciudad de edificios desenfocados se incorporan por el simple hecho de que Guebel se formara admirando a Superman, sea escritor de novelas y muestre una continua desatención por la realidad inmediata. A la directora le resulta difícil dialogar con su mente, que reflexiona sin énfasis sobre las superposiciones del lenguaje, la verdad y el poder, tres factores que, siendo cotidianos, no son reductibles a imágenes obvias.
Los contextos de conversación son un bar, algunos ambientes no identificados de su casa y los desencuentros con el cine que este documental confirma. Guebel juega con la directora sin que la cámara dé muestras de enterarse, sin responderle. Pasiva y quieta, acepta sin pronunciarse lo que Guebel dice, incluso sus bromas sobre sí mismo, pero no le lee. La directoria no se da por aludida cuando Guebel habla sobre la estupidez, retratado en su novela El terrorista refiriéndose al que hace lecturas literales. Guebel habla claramente. Aunque diga que se enreda, su pensamiento es denso y su inteligencia equilibrada como para hablar del lenguaje sin perder la distancia necesaria.
Guebel habla de la práctica del lenguaje como una función respiratoria natural. Relaciona la represión con las prácticas manipuladoras del peronismo y de la dictadura militar, tiempos durante los cuales la mentira se escondía detrás de la descripción torcida de los hechos para legitimarse en el poder, a excepción de las crónicas deportivas, único espacio en el que era posible la respiración natural.
El desencuentro que da inicio a su alfabetización se repite en la experiencia con Sergio Belotti, durante el rodaje de la película Tesoro mío. El territorio del cine se convierte para Guebel en un desencuentro sin retorno entre su interpretación y las del director en lo que se refiere a la delimitación del territorio de la Verdad en la literatura y en la política. Como un director de cine, o como un escritor, Perón había transformado la política en el suyo, construyendo la verdad a partir de una pluralidad de sentidos cuya manipulación afilada creaba terroristas. En el juego que elabora conceptos sobre la verdad absoluta, esa percepción cotidiana de la Divinidad, Guebel no consigue compartir el espacio con el director de la película. Son todos creyentes de una sola verdad cuyos límites vienen determinados por los intereses y por la imaginación de cada uno. Guebel encara todo como un hipertexto con el que se identifica y fuera del cual no piensa que él mismo exista. Dios está dentro del texto y es definido por el propio texto. Por eso, para Guebel la Divinidad llega hasta donde las posibilidades de la lengua se lo permiten.
Guebel prefiere dibujar sus guiones y ser el autor del texto. Sin embargo, las imágenes que elige la directora, Analia Vignolles, para apoyar la reflexión de Guebel sobre sí mismo y sobre su obra no interpretan el pensamiento del escritor sino que subrayan lo obvio. Figuras del comic, tapas de sus libros y una ciudad de edificios desenfocados se incorporan por el simple hecho de que Guebel se formara admirando a Superman, sea escritor de novelas y muestre una continua desatención por la realidad inmediata. A la directora le resulta difícil dialogar con su mente, que reflexiona sin énfasis sobre las superposiciones del lenguaje, la verdad y el poder, tres factores que, siendo cotidianos, no son reductibles a imágenes obvias.
Los contextos de conversación son un bar, algunos ambientes no identificados de su casa y los desencuentros con el cine que este documental confirma. Guebel juega con la directora sin que la cámara dé muestras de enterarse, sin responderle. Pasiva y quieta, acepta sin pronunciarse lo que Guebel dice, incluso sus bromas sobre sí mismo, pero no le lee. La directoria no se da por aludida cuando Guebel habla sobre la estupidez, retratado en su novela El terrorista refiriéndose al que hace lecturas literales. Guebel habla claramente. Aunque diga que se enreda, su pensamiento es denso y su inteligencia equilibrada como para hablar del lenguaje sin perder la distancia necesaria.
Guebel habla de la práctica del lenguaje como una función respiratoria natural. Relaciona la represión con las prácticas manipuladoras del peronismo y de la dictadura militar, tiempos durante los cuales la mentira se escondía detrás de la descripción torcida de los hechos para legitimarse en el poder, a excepción de las crónicas deportivas, único espacio en el que era posible la respiración natural.
El desencuentro que da inicio a su alfabetización se repite en la experiencia con Sergio Belotti, durante el rodaje de la película Tesoro mío. El territorio del cine se convierte para Guebel en un desencuentro sin retorno entre su interpretación y las del director en lo que se refiere a la delimitación del territorio de la Verdad en la literatura y en la política. Como un director de cine, o como un escritor, Perón había transformado la política en el suyo, construyendo la verdad a partir de una pluralidad de sentidos cuya manipulación afilada creaba terroristas. En el juego que elabora conceptos sobre la verdad absoluta, esa percepción cotidiana de la Divinidad, Guebel no consigue compartir el espacio con el director de la película. Son todos creyentes de una sola verdad cuyos límites vienen determinados por los intereses y por la imaginación de cada uno. Guebel encara todo como un hipertexto con el que se identifica y fuera del cual no piensa que él mismo exista. Dios está dentro del texto y es definido por el propio texto. Por eso, para Guebel la Divinidad llega hasta donde las posibilidades de la lengua se lo permiten.
Pilar Roca
Fuente: Daniel Guebel.com.ar
1 comentario:
Marce dale, arriba el ànimo, vos esto lo haces mucho mejor que yo
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