En el segundo juego, Roberto López Motta, por supuesto, no actuó con mi suficiencia. Dejó que Hugo agotara los cinco minutos de lectura de la pieza teatral y sólo entonces, cuando el leyente preguntó si alguien tenía alguna idea del título o el autor, dijo que sabía que era una obra de Griselda Gambaro. No había querido interrumpir porque no podía recordar el título.
Hugo, con el nombre de la autora ya pronunciado, volvió a dirigirse al público. Nadie atinó a decir ni pío. Por mi parte, sólo recordé “El campo” y “Los siameses”, pero, todavía abochornado por el triste triunfo anterior, no quise arriesgar. Entonces, ante ese silencio general, nuestro conductor, piadoso y ecuánime, reiteró el recurso de la ayuda. No recuerdo exactamente la frase que improvisó, pero dijo que el título incógnito podía escucharse si se agregaba una vocal a una palabra de, por ejemplo, “Qué triste destino”. López Motta “leyó” inmediatamente y respondió: “El desatino”.
En el escenario, tras recibir como premio el tomo IV del teatro de la Gambaro que editó De La Flor, el hombre de Sarandí recordó que también había ganado con esta autora cuando fuera leída en la radio. En aquella ocasión la obra fue “La malasangre”.
Fueron, así, dos juegos atípicos en el comienzo de la noche: en el primero, yo interrumpí a los `4 “58, pero sólo acerté el autor, y en el segundo se leyeron enteros los cinco minutos que establecen las reglas del Parrafus en vivo. Un lance imperfecto, como los que antaño tantas veces me llevaron al teléfono, y un Ininterruptus hecho y derecho. Para el tercero creo que muchos depositamos toda la confianza en la frase hecha (“la tercera es la vencida”) y en la lectora invitada, la bella Susú Pecoraro. Pero vean cómo empezó la cosa.
continuará
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